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domingo, 29 de abril de 2007

DOLINA - Crónicas del Angel Gris

Alejandro Dolina
Alejandro Dolina nació un 20 de mayo de vaya uno a saber qué año, en Baigorrita, Provincia de Buenos Aires. Creció, sin embargo, en el barrio porteño de Caseros, como lo ha recordado más de una vez en verso:
"Soy, señores de Caseros:
lo digo con el pico,
lo defiendo con el cuero."
Publicó sus primeras notas humorísticas en la revista Mengano, en el año 1974. A partir de 1978 colaboró con la revista Humor Registrado (más conocida simplemente como Humor), donde publicó sus Crónicas del Angel Gris, de donde salieron los cuentos que siguen.
Más recientemente, es conductor de uno de los programas de radio más populares de Buenos Aires, "La venganza será terrible"(*), donde habla, toca música y cuenta frente al público, todas las noches, sus historias de barrio.
(*) Lunes a viernes de 0 a 2 hs. por Radio Continental de Buenos Aires

CRONICAS DEL ANGEL GRIS

LITERATURAS DEL ANGEL GRIS
Las creencias en lo sobrenatural termina siempre siendo abolida por las gestas racionalistas. Sin embargo, como observa Rafael Llopis, los mitos regresan del brazo del arte romántico. Pero ya no como las puras creencias que eran antes, sino como estética.
Aún negados por la razón, los fantasmas se resisten a morir. Pero deben abandonar sus pretensiones de verdad y se ven obligadas a expresarse en un plano artístico donde reconocen de antemano su condición de fantástica. Así el sentimiento, negado como creencia por la razón, niega a su vez la razón. Pero ya siendo arte, convertido en el eco de algo que ya no es, el mito pierde fuerza y se va agotando.
Hasta aquí Llopis. Tal vez falta apenas un modesto condimento: el arte romántico establece un vínculo inexorable entre el creador y su obra. De este modo el artista cree redondamente en sus engendros o al menos- como pedía Coleridge - suspende su incredulidad.
Los analistas de los mitos de Flores aplican estos criterios para explicar la leyenda del Angel Gris.
Es posible que los vecinos hayan creído alguna vez en la existencia cierta de este mistongo agente celestial. Los Refutadores de Leyendas se encargaron de desalojar la superstición. Y nosotros recibimos - sombra de un suspiro - los restos incompletos de una literatura de barrio que insistió en el Angel a pesar de todo.
¿Dónde ubicar a los Hombres Sensibles en estos vaivenes del pensamiento y la pasión?
No es fácil decidirlo. Manuel Mandeb y sus amigos no eran ingenuos en absoluto. Sus ilusiones no terminaban en el desengaño, sino más bien empezaban por allí.
Por lo que sabemos casi nunca hablaban del Angel Gris. Tampoco ha llegado hasta nosotros la constancia de ninguna polémica acerca del asunto. En cierto modo, esto hace sospechar una certeza. Quién no hace cuestiones sobre la existencia de algo es porque esta seguro al respecto. Por supuesto ignoramos si tal certidumbre afirmaba o negaba al Angel de Flores.
Curiosamente, muy cerca del silencio de los Hombres Sensibles, cundieron infinidad de textos, obra de artistas del vecindario, en los que se contaban toda clase de historias en las que aparecía el ángel.
De ella se ha extraído toda la información que poseemos ahora sobre esta figura desteñida, la más importante, pero también la más lejana en los relatos de Flores.
Repasemos algunos rasgos del Angel Gris en los que coinciden la mayoría de los autores consultados.
* El ángel era invisible. Se sabe, sin embargo, que llevaba una túnica gris y que sus alas estaban un poco sucias.
* Sus poderes eran escasos, como lo expresa una antigua copla: "Qué puede ofrecer un ángel que no sea fantasía o algún humilde milagro de cuarta categoría".
* Se creía que había sido castigado por alguna transgresión. Su pecado debió haber sido también humilde, pues no había nada de satánico en sus procedimientos.
* Era servicial, pero todos procuraban evitar su ayuda. Por alguna razón, el Angel creía que la melancolía y el desencuentro eran cosas deseables y entonces recompensaba a sus entenados con tristezas permanentes.
* Se ha dicho que odiaba a los automovilistas y por eso interfería el funcionamiento de los semáforos.
* Siempre le gustaron las canciones tristes. A veces dictaba composiciones al músico Ives Castagnino. Las rubias de la calle Caracas han oído serenatas angelicales que parecían surgir de la sombra o de la nada.
* Participaba en todos los juegos del barrio. El ruso Salzman afirmaba que la probabilidad de hacer un siete en el pase ingles era dos veces mayor en Flores que en cualquier otro lugar. Carlos Menéndez, un renombrado ventajero de la calle Bolivia, juró que en diez años de actividad en todas las timbas de la barriada jamás le había tocado el siete de oros, carta que recibía con razonable frecuencia en Caseros ó en Palermo.
* Repartía sueños desde el anochecer hasta el alba, llevando una canasta de panadero.
* No le estaba permitido salir de Flores. Los duendes, los fantasmas y los demonios de otros rumbos se burlaban de él.
Sin pretensión de antología, damos a conocer seguidamente algunos textos y datos biográficos de los escritores oscuros que se ocuparon del Angel Gris.

RICARDO PEREZ BRUNETTO
Manuel Mandeb solía jactarse de haber olvidado la teoría de la relatividad, cuando en verdad jamás la había conocido. En el mismo sentido, Pérez Brunetto, con fingida amargura, decía que era un escritor olvidado: jamás alcanzó semejante rango. Pese a todo, algunos de sus cuentos impresionaban a sus primas hasta límites que el propio artista trato de ocultar.

CARLOS Y AMELIA
El primer corazón lo encontró pintado en la pared del frente de su casa. En su interior, entre firuletes, se leía "Carlos y Amelia". Aunque se llamaba Carlos no se dio por aludido, pues no conocía ninguna Amelia.
El segundo lo impresionó un poco más. Estaba dibujado a dedo limpio en la vidriera del bar "Tío Fritz."
Al tercer corazón comprendió que el asunto lo concernía. Se le apareció de repente al despegar del ropero una foto de Laura Hidalgo.
Después empezó a encontrar corazones por todas partes: en el baño de la cancha de Vélez, detrás del almanaque de una tintorería, en un cuaderno viejo y en un árbol de la plaza a una altura impracticable para cualquier enamorado. No le costó nada sospechar algo prodigioso. Ninguno de sus amigos tenía ingenio ni tesón para una broma semejante.
El último corazón se presentó en un barrilete que acababa de arriar y que carecía de toda inscripción al ser remontado. Lo habían dibujado en el cielo.
Días más tarde, Carlos conoció a Amelia. Era hermosa pero triste y fría. Ahorraremos trámites literarios si decimos que se enamoró de ella. Averiguó donde vivía, fingió encuentros casuales, trato de interesarla de cien diferentes maneras. Finalmente le confesó su amor, suplicó, se humilló, pero la mujer no le prestó atención. No debe haber existido jamás un rechazo tan inapelable como aquel.
Después ya no aparecieron nuevos corazones. Carlos no vio a Amelia nunca más, pero por su culpa envejeció sin amores. Un día supo por una bruja que el Angel Gris prepara estos sucesos para que algunos privilegiados vivan la rara experiencia del amor imposible. Y una tarde, paseando frente a la casa abandonada de la mujer terca, descubrió la borrosa sombra de un corazón pintado bajo la ventana.
Entre firuletes se leía "Amelia y Ernesto."

RUBEN DI LEO
Centro delantero del club Empalme San Vicente. No era literato, pero escribió un extenso volumen titulado Mis Mejores Jugadas, en el que relata con estilo insufrible más de mil quinientas acciones futbolísticas en las que aparece como protagonista. Una de ellas tiene cierto interés para nosotros:

JUGADA 304
Perrone pateó el córner desde la izquierda. Perdíamos uno a cero y faltaban dos minutos. El tiro le salió demasiado alto. Yo estaba en el área, pero ni pensé en saltar. De pronto sentí que unas manos ardientes me tomaban de la cintura y me elevaban por el aire. Así alcancé una altura fenomenal, casi un metro por encima de los defensores. Misteriosamente mi cabeza chocó con la pelota. Las manos me soltaron y caí despatarrado. Me pareció escuchar el rumor de unas alas, pero fue mucho más fuerte el grito de gol de la tribuna. Desde ese día, cuando hay un córner trato de patearlo yo.

IVES CASTAGNINO
El más famoso de los músicos de Flores y de Palermo. El vals que transcribiremos fue dictado, según dicen, por el propio Angel que, además, solía cantarlo al hacer cada noche la entrega domiciliaria de sueños:
EL REPARTO DE SUEÑOS (Fragmento)
Sueños rojos, azules y verdes,
Tengo sueños de todos los colores.
Sueños blancos y sueños rosados
Para todas las pibas de Flores.

Hay un sueño, tan largo
Que al soñarlo se escapa la vida.
Y uno corto que es como un suspiro
Quién lo sueña, sueña que suspira.

En esta canasta
yo traigo, señores
los sueños famosos
del barrio de Flores.

Tengo un sueño, dorado, imposible,
Tan hermoso que todos lo quieren
Y otro negro, perverso y terrible:
El que no se despierta se muere.

Tengo aquí, para dar a los pobres
Lujosísimos sueños reales.
Son los mismos que sueñan los reyes,
Al soñar somos todos iguales.

En esta canasta
yo traigo, señores,
los sueños famosos
Del barrio de Flores.

LUNCHEON TICKET
Seudónimo anglófilo que utilizaba el Dr. Pelagio Faggiolo para escribir novelas policiales. En sus relatos es elementalmente sencillo descubrir al asesino en virtud de los tempranos adjetivos que se le propinan. (Por ejemplo: el infame señor Galveston.)

LOS SEIS QUE SE SIGUEN
Harry, el ladrón simpático, estaba cercado. Los seis detectives más ilustres del mundo estaban en la ciudad, convocados para darle caza. Philo Vance, J.G. Reeder, Ellery Queen, Philip Marlowe, Sherlock Holmes y el padre Brown pronto empezaron su trabajo.
Sin embargo, el Angel Gris de Brooklyn acudió en su ayuda. Vance recibió una orden misteriosa e inapelable para que siguiera a Reeder. A Reeder se le ordenó seguir a Queen. Queen recibió ordenes de seguir a Marlowe. A Marlowe le ordenaron seguir a Holmes. A Holmes le dijeron que siguiera al padre Brown. Finalmente el padre Brown fue comisionado para seguir a Vance. A las pocas horas los seis estaban inmóviles en una plaza acechándose mutuamente y esperando un primer paso que nadie iba a dar.
Harry, el ladrón simpático, cometió algunos delitos y después comenzó una nueva vida en un país lejano. Los seis detectives siguen en Brooklyn, atascados como universo inmóvil que espera una Voluntad.

NITO D'ALESIO
Literato aficionado de Monte Castro. Fue empleado municipal, como lo permiten colegir sus manuscritos, siempre estampados en el revés de formularios de la Intendencia:

LA CALLE DEL BIEN Y DEL MAL
Como bien lo sabemos, la cuadra del Angel Gris está en la calle Artigas entre Bogotá y Bacacay. Sucede allí algo muy particular: en una de las veredas no es posible ser bueno; en la otra es imposible ser malo.
Una noche pasé con una muchacha rubia por la vereda oeste. La arrinconé en un umbral oscuro, la besé con pasión y logré poseerla allí mismo. Después cruzamos la calle. Y mientras caminábamos por la vereda oriental, le pedí que me olvidara y la abandoné para siempre.
En la cuadra del Angel Gris hay dos veredas. En una no es posible ser bueno, en la otra no se puede ser malo. Aún no tengo decidido cual es cual.

Hay en nuestro poder muchísimos otros escritos, todos con el mismo escaso interés.
En estos días nadie se preocupa del tema. Los Hombres Sensibles se han desparramado y las gentes razonables prevalecen en Flores y en el mundo entero. Tal vez el propio Angel Gris, allá en los desolados campanarios, cantará esta vieja copla que convida a dudar.
Los que no saben soñar
dicen que nunca me han visto
y hasta yo mismo sospecho
que en una de esas, no existo.

BALADA DE LA PRIMERA NOVIA
El poeta Jorge Allen tuvo su primera novia a la edad de doce años. Guarden las personas mayores sus sonrisas condescendientes. Porque en la vida de un hombre hay pocas cosas más serias que su amor inaugural.
Por cierto, los mercaderes, los Refutadores de Leyendas y los aplicadores de inyecciones parecen opinar en forma diferente y resaltan en sus discursos la importancia del automóvil, la higiene, las tarjetas de crédito y las comunicaciones instantáneas. El pensamiento de estas gentes no debe preocuparnos. Después de todo han venido al mundo con propósitos tan diferentes de los nuestros, que casi es imposible que nos molesten.
Ocupémonos de la novia de Allen. Su nombre se ha perdido para nosotros, no lejos de Patricia o Pamela. Fue tal vez morocha y linda.
El poeta niño la quiso con gravedad y temor. No tenía entonces el cínico aplomo que da el demasiado trato con las mujeres. Tampoco tenía - ni tuvo nunca- la audacia guaranga de los papanatas. Las manifestaciones visibles de aquel romance fueron modestas.
Allen creía recordar una mano tierna sobre su mentón, una blanca vecindad frente a un libro de lectura y una frase, tan solo una: "Me gustas vos." En algún recreo perdió su amor y más tarde su rastro. Después de una triste fiestita de fin de curso, ya no volvió a verla ni a tener noticias de ella. Sin embargo, siguió queriéndola a lo largo de sus años. Jorge Allen se hizo hombre y vivió formidables gestas amorosas. Pero jamás dejo de llorar por la morocha ausente.
La noche en que cumplía treinta y tres años, el poeta supo que había llegado el momento de ir a buscarla. Aquí conviene decir que la aventura de la Primera Novia es un mito que aparece en muchísimos relatos del barrio de Flores. Los racionalistas y los psicólogos tejen previsibles metáforas y alegorías resobadas. De ellas surge un estado de incredulidad que no es el más recomendable para emocionarse por un amor perdido. A falta de mejor ocurrencia, Allen merodeó la antigua casa de la muchacha, en un barrio donde nadie la recordaba. Después consultó la guía telefónica y los padrones electorales. Miro fijamente a las mujeres de su edad y también a las niñas de doce años. Pero no sucedió nada. Entonces pidió socorro a sus amigos, los Hombres Sensibles de Flores. Por suerte, estos espíritus tan proclives al macaneo metafísico tenían una noción sonante y contante de la ayuda. Jamás alcanzaron a comprender a quienes sostienen que escuchar las ajenas lamentaciones es ya un servicio abnegado. Nada de apoyos morales ni palabras de aliento. Llegado el caso, los muchachos del Angel Gris actuaban directamente sobre la circunstancia adversa: convencían a mujeres tercas, amenazaban a los tramposos, revocaban injusticias, luchaban contra el mal, detenían el tiempo, abolían la muerte. Así, ahorrándose inútiles consejos, con el mayor entusiasmo buscaron junto al poeta a la Primera Novia. El caso no era fácil. Allen no poseía ningún dato prometedor. Y para colmo anunció un hecho inquietante:
- Ella fue mi primera novia, pero no estoy seguro de haber sido su primer novio.
- Esto complica las cosas- dijo Manuel Mandeb, el polígrafo -. Las mujeres recuerdan al primer novio, pero difícilmente al tercero o al quinto.
El músico Ives Castagnino declaro que para una mujer de verdad, todos los novios son el primero, especialmente cuando tienen carácter fuerte. Resueltas las objeciones leguleyas, los amigos resolvieron visitar a Celia, la vieja bruja de la calle Gavilán. En realidad, Allen debió ser llevado a la rastra, pues era hombre temeroso de los hechizos.
- Usted tiene una gran pena- grito la adivina apenas lo vio.
- Ya lo sé señora... dígame algo que yo no sepa...
- Tendrá grandes dificultades en el futuro...
- También lo sé...
- Le espera una gran desgracia...
- Como a todos, señora...
- Tal vez viaje...
- O tal vez no...
- Una mujer lo espera...
- Ahí me va gustando... ¿Donde esta esa mujer?
- Lejos, muy lejos... En el patio de un colegio. Un patio de baldosas grises.
- Siga... con eso no me alcanza.
- Veo un hombre que canta lo que otros le mandan cantar. Ese hombre sabe algo. Veo también una casa humilde con pilares rosados.
-¿Que más?
- Nada más... Cuanto más yo le diga, menos podrá usted encontrarla. Váyase. Pero antes pague.
Los meses que siguieron fueron infructuosos. Algunas mujeres de la barriada se enteraron de la búsqueda y fingieron ser la Primera Novia para seducir al poeta. En ocasiones Mandeb, Castagnino y el ruso Salzman simularon ser Allen para abusar de las novias falsas. Los viejos compañeros del colegio no tardaron en presentarse a reclamar evocaciones. Uno de ellos hizo una revelación brutal.
- La chica se llamaba Gómez. Fue mi Primera Novia
-¡Mentira! - grito Allen.
-¿Por que no? Pudo haber sido la Primera Novia de muchos.
Entre todos lo echaron a patadas.
Una tarde se presentó una rubia estupenda de ojos enormes y esforzados breteles. Resultó ser el segundo amor del poeta. Algunas semanas después apareció la sexta novia y luego la cuarta. Se supo entonces que
Jorge Allen solía ocultar su pasado amoroso a todas las mujeres, de modo que cada una de ellas creía iniciar la serie.
A fines de ese año, Manuel Mandeb concibió con astucia la idea de organizar una fiesta de ex-alumnos de la escuela del poeta. Hablaron con las autoridades, cursaron invitaciones, publicaron gacetillas en las revistas y en los diarios, pegaron carteles y compraron masas y canapés. La reunión no estuvo mal. Hubo discursos, lágrimas, brindis y algún reencuentro emocionante. Pero la chica de apellido Gómez no concurrió. Sin embargo, los Hombres Sensibles- que estaban allí en calidad de colados- no perdieron el tiempo y trataron de obtener datos entre los presentes. El poeta converso con Inés, compañera de banco de la morocha ausente.
- Gómez, claro - dijo la chica-. Estaba loca por Ferrari.
Allen no pudo soportarlo.
- Estaba loca por mí.
- No, no... Bueno, eran cosas de chicos.
Cosas de chicos. Nada menos. Amores sin calculo, rencores sin piedad, traiciones sin remordimiento. El petiso Cáceres declaro haberla visto una vez en Paso del Rey. Y alguien se la había cruzado en el tren que iba a Moreno. Nada más. Los muchachos del Angel Gris fueron olvidando el asunto. Pero Allen no se resignaba. Inútilmente buscó en sus cajones algún papel subrepticio, alguna anotación reveladora. Encontró la foto oficial de sexto grado. Se descubrió a sí mismo con una sonrisa de zonzo. La morochita estaba lejos en los arrabales de la imagen, ajena a cualquier drama.
- Ay, ¡si supieras que te he llorado... ! Si supieras que me gustaría mostrarte mi hombría... Si supieras que lo que aprendí desde aquel tiempo...
Una noche de verano, el poeta se aburría con Manuel Mandeb en una churrasquería de Caseros. Un payador mediocre complacía los pedidos de la gente.
- Al de la mesa del fondo le canto sinceramente...
De pronto Allen tuvo una inspiración.
- Ese hombre canta lo que otros le mandan cantar.
- Es el destino de los payadores de churrasquería.
- Celia, la adivina, dijo que un hombre así conocía a mi novia...
Mandeb copó la banca.
- Acérquese, amigo.
El payador se sentó en la mesa y acepto una cerveza. Después de algunos vagos comentarios artísticos, el polígrafo fue al asunto.
- Se me hace que usted conoce a una amiga nuestra. Se apellida Gómez, y creo que vivía por Paso del Rey.
- Yo soy Gómez - dijo el cantor-. Y por esos barrios tengo una prima.
Después pulsó la guitarra, se levanto y abandonando la mesa se largó con una décima.
- Acá este amable señor
conoce una prima mía
que según creo vivía
en la calle Tronador.
Vaya mi canto mejor
con toda mi alma de artista
tal vez mi verso resista
pa' saludar a esta gente
y a mi prima, la del puente
sobre el Río Reconquista.
Durante los siguientes días los Hombres Sensibles de Flores recorrieron Paso del Rey en las vecindades del río Reconquista, buscando la calle Tronador y una casa humilde con pilares rosados. Una tarde fueron atacados por unos lugareños levantiscos y dos noches después cayeron presos por sospechosos. Para facilitarse la investigación decían vender sabanas. Salzman y Mandeb levantaron docenas de pedidos. Finalmente, la tarde que Jorge Allen cumplía treinta y cuatro años, el poeta y Mandeb descubrieron la casa.
- Es aquí. Aquí están los pilares rosados
Mandeb era un hombre demasiado agudo como para tener esperanzas.
- No me parece, Vámonos.
Pero Allen tocó el timbre. Su amigo permaneció cerca del cordón de la vereda.
- Aquí no es, rajemos.
Nuevo timbrazo. Al rato salió una mujer gorda, morochita, vencida, avejentada. Un gesto forastero le habitaba el entrecejo. La boca se le estaba haciendo cruel. Los años son pesados para algunas personas.
- Buenas tardes. - dijo la voz que alguna vez había alegrado un patio de baldosas grises.
Pero no era suficiente. Ya la mujer estaba más cerca del desengaño que de la promesa. Y allí, a su frente, Jorge Allen, más niño que nunca, mirando por encima del hombro de la Primera Novia, esperaba un milagro que no se producía.
- Busco a una compañera de colegio- dijo -. Soy Allen, sexto grado B, turno mañana. La chica se llamaba Gómez.
La mujer abrió los ojos y una niña de doce años sonrió dentro suyo. Se adelantó un paso y comenzó una risa amistosa con interjecciones evocativas. Rápido como el refucilo, en uno de los procedimientos más felices de su vida, Mandeb se adelantó.
- Nos han dicho que vive por aquí... Yo soy Manuel Mandeb, mucho gusto.
Y apretó la mano con toda la fuerza de su alma, mientras le clavaba una mirada de suplica, de inteligencia o quizás de amenaza. Tal vez inspirada por los ángeles que siempre cuidan a los chicos, ella comprendió.
- Encantada- murmuró - Pero lamento no conocer a esa persona. Le habrán informado mal.
- Por un momento pensé que era usted - respiro Allen -. Le ruego que nos disculpe.
- Vamos - sonrió Mandeb -. La señora bien pudo haber sido tu alumna, viejo sinvergüenza...
Los dos amigos se fueron en silencio. Esa noche Mandeb volvió solo a la casa de los pilares rosados. Ya frente a la mujer morocha le dijo:
- Quiero agradecerle lo que ha hecho...
- Lo siento mucho... No he tenido suerte, estoy avergonzada, míreme...
- No se aflija. Él la seguirá buscando eternamente.
Y ella contestó, tal vez llorando:
- Yo también.
- Algún día todos nos encontraremos. Buenas noches, señora.
Las aventuras verdaderamente grandes son aquellas que mejoran el alma de quien las vive. En ese único sentido es indispensable buscar a la Primera Novia. El hombre sabio deberá cuidar - eso sí- el detenerse a tiempo, antes de encontrarla. El camino esta lleno de hondas y entrañables tristezas. Jorge Allen siguió recorriéndolo hasta que el mismo se perdió en los barrios hostiles junto con todos los Hombres Sensibles.

BALADA DEL AMOR IMPOSIBLE
Los cronistas más serios del barrio del Angel Gris coinciden en destacar la propensión de sus habitantes hacia los amores imposibles. Así, mientras los jóvenes de otros barrios se enamoran de muchachas groseramente posibles, los hombres de Flores parecen condenados a amar - casi siempre en secreto - a mujeres que no serán para ellos. Y en honor a estas damas es que los Hombres Sensibles hacen lo que hacen.
Algunos emprenden desde chicos el estudio del violín, únicamente para aprender a tocar un vals en obsequio de su amada. No importa que ella no alcance jamás a oírlo. Ese no es el punto. Otros indagan los secretos de la versificación y se sumergen en el dolor para lograr una poesía. Hay quienes se ejercitan en el coraje y cultivan la guapeza. Y no faltan los que eligen la melancolía o la locura. Piensan los Hombres Sensibles que siendo mejores merecerán ser amados. Y para la ética sentimental de este barrio, los mejores hombres son artistas, valientes, tristes o locos. Por eso los muchachos más virtuosos de Flores sufren por amor. Esta realidad ha despertado la atención de todos y la piedad de muchos. Cada semana, los enamorados de Flores reciben el consejo de sus amigos sabios de otras barriadas.
- ¿Por qué amar a la Gran Marquesa del Norte, que es en realidad un duende? ¿Por qué no conformarse con la hija del yesero?
Son voces tentadoras que exponen las ventajas del amor razonable. A estas exhortaciones, los Hombres Sensibles responden - no sin acierto - que en el amor no existe el libre albedrío y que nadie puede decidir de quién va a enamorarse. Sin embargo - ya a riesgo de caer en especulaciones psicológicas fuera de tono - cabe reconocer que los muchachos del Angel Gris tienden a aproximarse sentimentalmente a las mujeres que menos les convienen.
Los tratadistas de Villa del Parque y los Refutadores de Leyendas sostienen que buscar pareja es una tarea enteramente racional y hasta científica. Vale la pena citar la novela didáctica "Hoy te amo con la cabeza", del profesor Amadeo Battista. Esta obra esconde - apenas - la tesis antedicha, entre los rotosos pliegues de su trama. Parecidos criterios auspicia la esposa de este pensador, la doctora Alba C. de Battista en su libro "Me casé con un cretino".
Muchos hombres de negocios, comerciantes e industriales de la zona han entendido que el amor imposible es cosa nefasta, no sólo para el que ama, sino también para el desarrollo de las actividades productivas en general. Declaran estos lúcidos mercaderes que, por lo común, los enamorados sin esperanza son pésimos empleados, más atentos al recuerdo de unos ojos pardos que a la correcta realización de una nota de débito.
Tratando de reducir el número de desencuentros amorosos en beneficio de la felicidad general, los Refutadores de Leyendas con la ayuda de dos contadores de la Sociedad de Fomento de Villa Malcolm, prepararon las Tablas del Amor Infalible, especie de regla de cálculo según la cual las medidas del cuerpo del hombre, su coeficiente intelectual, su edad, su educación, fortuna y berretines determinaban de un modo preciso a la mujer más conveniente para sus planes amorosos. Esto es ni más ni menos que la refutación de una leyenda o - lo que es peor - su reducción a términos científicos. La leyenda es ésta: "Hay para cada hombre una mujer, una sola, que reúne todas las virtudes que ese hombre sueña. Su belleza está hecha para deslumbrar a ese hombre. Su voz ha sido creada para seducirlo. Su inteligencia, para suscitarle y sugerirle ideas amables. Su ternura, para hacerle dulce el diario sufrimiento. Esa mujer existe y anda por esas calles. Pero el destino ha decidido que nunca jamás se crucen los caminos de ningún hombre con la mujer que para él fue concebida."
Manuel Mandeb asegura en sus Memorias que cierta tarde creyó reconocer a lo lejos a la mujer que le correspondía, conforme a la leyenda. Inmediatamente se trabó en lucha con el destino y trató de alcanzar a la muchacha. Lo consiguió en la esquina de Artigas y Avellaneda. Luego de interceptarle el paso, procedió a explicarle la vieja creencia de los Hombres Sensibles, mientras se secaba el sudor y trataba de recobrar el aliento. Pero la mujer no conocía la leyenda, o tal vez la conocía y la acataba puntualmente: dio media vuelta y se fue por Artigas hacia el norte.
Y ya que mencionamos a Manuel Mandeb, conviene recordar que su ilegible prosa se alzó solitaria frente a los tratados racionalistas y a los inventos de los Refutadores de Leyendas. El polígrafo de Flores dejó un voluminoso estudio caratulado Registro de amores imposibles en la línea del Sarmiento. La obra consta de 914 fichas que corresponden a otros tantos casos concretos de amor sin recompensa. Está dividida en cuatro capítulos: El primero, subtitulado Nunca le dije nada, es el más extenso y registra episodios protagonizados por enamorados silenciosos. El segundo, Negativas expone 115 rechazos, sus motivos, sus términos y consecuencias, para no hablar de otros detalles más bien superfluos que suelen recargar toda la obra de Manuel Mandeb. El tercer capítulo, Amargo desengaño, cataloga 126 decepciones, incluidas cuatro padecidas por el propio autor. El cuarto y último capítulo es un inspirado texto romántico que se conoce como Elogio del amor inconcluso. Veamos este párrafo:
"...Así como las personas que mueren en la plenitud nos ahorran el recuerdo de su vejez, los amores interrumpidos abruptamente siguen viviendo en nuestro corazón no como brasas agonizantes, sino como horrorosas llamas que queman cada noche...
"...No hay mejor amor que el que nunca ha sido. Los romances que alcanzan a completarse conducen inevitablemente al desengaño, al encono o a la paciencia; los amores incompletos son siempre capullo, son siempre pasión."
Pero dejemos ya a Manuel Mandeb y reflexionemos sobre ese delicado asunto. Es cierto que infinidad de personas decentes viven la módica dicha del amor común y corriente. Pero el amor imposible, aquél del cual solamente son capaces los Hombres Sensibles de Flores, es el único cabalmente maravilloso y digno de admiración.
Ocurre así: un muchacho se enamora de la Mujer Más Hermosa. Desde ese momento, su vida no tiene otro sentido que ese amor. Sin embargo, el hombre sabe que no tiene chance en esa carrera, pues las Mujeres Más Hermosas suelen casarse con otros caballeros, generalmente ricos o buenos mozos o ambas cosas. Sus buenos amigos le aconsejarán el olvido, pero este hombre ha nacido en Flores y no tiene la menor intención de gambetear el dolor. Y cada día deja mansamente que la tristeza le invada los huesos y que tiña hasta el último de sus pensamientos. A veces, las distracciones y los mundanos asuntos amenazarán con hacerle olvidar siquiera por un momento su amor y pesadumbre. Pero el hombre reaccionará inmediatamente y se sumergirá otra vez en su propio abismo.
Que nadie se engañe. Este hombre que ríe a carcajadas cuando algún conocido le refiere el cuento de los supositorios, está pensando en su amor imposible. Y la sangre que hincha sus venas es negra y espesa. Pero, atención. Este amor que lo hace desgraciado es el que le hace mejor. El ya ha renunciado a la Mujer Más Hermosa. Jamás padecerá decepciones. Su pasión no envejecerá ni se envilecerá. Nadie podrá engañarlo. Y a fuerza de bañarse cada día en el sufrimiento, habrá aprendido el secreto de la resignación. Los caballeros exitosos no conocerán jamás la verdadera esencia del amor imposible. Ellos jamás juegan su vida a una sola baraja. Con toda prudencia realizan inversiones en uno y otro lugar para compensar con unas las pérdidas ocasionadas por otras.
Pero el amor imposible no es cosa de prudentes, sino de Quijotes. Sólo cuatro veces en doce años vio Alonso Quijano a Aldonza Lorenzo. Jamás cruzaron palabra. Pero eso le bastó para vivir en ella y por ella. Sin esperar recompensa.
Por eso, señores, si acaso atesoran ustedes uno de estos metejones locos, a no arrepentirse. Sigan soñando y esperando lo imposible. Aunque sepamos que nuestras ilusiones no habrán de cumplirse nunca, sigamos acariciándolas. Lo contrario sería - como pensaba Wimpy - confundir una ilusión con un pagaré.
Será una larga jornada. Muchas veces tendremos ganas de contar nuestra pena, pero no podremos hacerlo, para no profanarla. Siempre estaremos solos y tristes, pero no es para tanto. Después de todo, ya se sabe que los únicos paraísos que existen son los paraísos perdidos.

Palabras del negro Dolina sacadas de un programa de radio.
"El verdadero milagro de la vida no es encontrarse con uno mismo, que después de todo no es más que una paradoja de quinta...
Lo importante es encontrarse con alguien. Esos efímeros puentes que dentro de este mundo de islas algunos suelen tender; efímeros porque duran muy poco y hechos quizás de la misma materia de la que están hechos los sueños.
Por ahí, cada tanto, en esa horrenda soledad que es la vida, uno liga un puente. Un puente que se puede tejer con un cariño o con un amor; quiere decir que en este mundo donde todas las citas son fallidas, o casi todas las citas son fallidas, en donde casi todo consiste en ir a esquinas donde nadie acude, en donde casi todos los encuentros fallan. Mi vida es ir a buscar y no encontrar, y es así...
Salvo alguna que otra vez, como flechas luminosas en la noche, en que uno va a una esquina y hay alguien, bueno... yo creo que eso merece festejarse y festejarlo con dignidad, y hacer digno ese pequeño puentecito que se ha tendido.
Sólo una vez en la vida de un hombre pasa un centímetro cúbico de suerte y sólo la pescará el que este todo el tiempo atento.
Nos toca solo un cachito de suerte en la vida y el peor de los pecados es dejarla pasar.
Hay que estar atento a las señales, atento a las citas, que se cumplen pero son muy pocas, atento a los sueños que se dan, pero son muy pocos... "

EL CORSO TRISTE DE LA CALLE CARACAS
Según una difundida leyenda, el Carnaval fue alguna vez una fiesta popular, con personas disfrazadas, música, baile, bromas y murgas. En verdad, cuesta creer semejante cosa. Como quiera que sea, la legendaria gesta ha muerto ya. Sin embargo, como silenciosas habitaciones vacías, han quedado ciertas fechas del almanaque a las que la terquedad general insiste en adjudicar la condición de carnavalesca. Esos días son utilizados no ya para festejar sino más bien para reflexionar y añorar la ausencia de la fiesta.
Se trata, según se ve, de un curioso destino: pasar del entusiasmo a la nostalgia, de la pasión a la meditación, de la alegría a la tristeza. Muchos espíritus taciturnos se solazan con este estado de cosas y afirman que la farra y el desenfreno de otras épocas fueron apenas un paso previo e inevitable, cuyo noble fin se cumple ahora, en el ejercicio del recuerdo.
Los Hombres Sensibles de Flores simpatizaban en cierto modo con este criterio. Para ellos el Carnaval no solamente servía para seducir señoritas en las milongas sino también para pensar en el paso del tiempo. Puede afirmarse sin caer en el infundio que esta ilustre manga de atorrantes jamás consiguió entender el sentido de los Carnavales.
Manuel Mandeb pensaba que las gentes se ponían contentas en virtud de algún suceso que todos conocían menos él. Sus amigos padecían un desconcierto de la misma clase. Esto puede explicar la extraña conducta de los Hombres Sensibles en los corsos y en los bailes.
Durante un rato hacían fuerza para sentirse alegres: bailaban, comían chorizos, se ponían caretas, hablaban con voz finita y mojaban a las damas con pomos de colores. Después comprendían que todo aquello era inútil y entonces se iban a otros bailes, discutían con los mozos, miraban las orquestas, evocaban antiguos Carnavales y cantaban el tango Siga el Corso. Ya en la madrugada maldecían el Carnaval, se estacionaban en las esquinas desoladas y se burlaban de los caminantes que volvían a sus casas.
Pero una tarde de verano Manuel Mandeb tuvo una inspiración genial. Se le ocurrió organizar todos los años el Corso Triste de la Calle Caracas. Se trataba de una idea interesante: Mandeb pensaba que en los Carnavales vulgares todos disimulaban la tristeza disfrazándose de personas alegres. Su proyecto consistía en adoptar disfraces y actitudes melancólicas para ver si detrás de ellos se instalaba la alegría.
" Si bajo la sonora risa del payaso se adivina siempre una lágrima, es posible que encontremos una sonrisa si sacamos nuestras caretas de víctimas"
Si el propósito de Mandeb fue lograr un clima de pesadumbre, hay que decir que lo consiguió. El Corso Triste de la Calle Caracas era francamente tenebrosos. Todas las luces estaban apagadas. Los asistentes deambulaban como sombras fingiendo toda clase de sufrimientos. Las murgas entonaban canciones trágicas y tangos de Agustín Magaldi. Los disfraces eran lastimosos: de condenado a muerte, de novia abandonada, de jugador expulsado, de deudor hipotecario, de vendedor de libros y de intoxicado.
Con el tiempo el Corso Triste se fue haciendo más ambicioso y complejo. Jorge Allen, el poeta, empezó a escribir versos murgueros con pretensión literaria.

"Si parliamo' del destino
bororom bobom bobom...
¿Quién conoce su camino?
Bororom bobom bobom....
Nadie puede contra la suerte
la última carta es la de la muerte
borobobom bobom bobom
borobobom bobom bobom."

Los muchachos tristes de otros barrios se acercaron poco a poco y pronto circularon carrozas de hojas secas y automóviles con las ventanillas cerradas. En el tercer año, se constituyó un jurado y se realizaron concursos y torneos. Las comparsas se sacaban chispas para ver cual era la más deprimente. Los Lonyipietros del Desengaño, los Decrépitos del Mañana y Chispazos de Soledad fueron las agrupaciones más renombradas.
Las reinas del corso eran bellísimas, pero inaccesibles y perversas. El premio anual de máscara suelta lo ganó siempre el mismo individuo Hablamos - desde luego - del celebre actor Eladio del Prado, quién no tenía rival en la técnica de la caracterización. Sus primeros disfraces fueron sencillos. Una noche apareció disfrazado de esclavo persa y todos se condolían al ver su espalda surcada de latigazos y su cuerpo encorvado bajo el peso de enormes cadenas. Después, sus creaciones fueron más complejas. Un domingo fue cíclope y a la mañana siguiente revolucionó todo el barrio buscando el ojo que se había sacado. Fue también mendigo escocés y la gente lloraba al verlo soportar la nieve de Glasgow en la Calle Caracas. Cuentan que Del Prado, entusiasmado por sus éxitos, resolvió seguir con sus disfraces durante todo el año. Dicen que su destreza crecía junto con su crueldad.
Una noche de invierno, los Hombres Sensibles saltaron de alegría al ver reaparecer al Tonio Berardi, el pibe que murió en París. Organizaron una gran fiesta, y en el momento en que alzaban las copas para celebrar la resurrección, Del Prado se sacó el guardapolvo, se lavó las rodillas, volvió a poner cara de persona mayor y apareció tal cual era. El ruso Salzman estuvo dos semanas en cama y Jorge Allen casi se queda tartamudo. El último Carnaval del Corso Triste, Eladio Del Prado se disfrazó para siempre de recuerdo y nadie volvió a verlo por el barrio del Angel Gris.
La comisión organizadora del Corso pronto advirtió que la creación de Mandeb tenía interesantes posibilidades económicas. Esto resulta un poco sorprendente si se recuerda la nula capacidad de los Hombres Sensibles para los negocios. De cualquier manera, es un hecho que durante largos años los muchachos del Angel Gris vendieron papel picado. Emplearon la conocida técnica que ha enriquecido a tantos mercaderes: en la primera jornada las bolsitas estaban llenas de papelitos brillantes e inmaculados. Cuando terminaba la fiesta, barrían el piso y volvían a embolsar el papel. Noche tras noche, el producto se ensuciaba y envilecía, hasta que en la muerte del Carnaval las bolsitas estaban llenas de tierra, tapitas de cerveza, caramelos empezados y otras porquerías. Algunos memoriosos creen reconocer todavía hoy en los bailes de Villa del Parque, restos del papel picado primigenio que se vendía en el Corso Triste. Para contribuir a la pesadumbre de la concurrencia, Mandeb vendía pomos llenos de lágrimas que - si ha de creerse a sus detractores - falsificaba con agua y sal.
Los Refutadores de Leyendas, en su carácter de comparsa racionalista, solían acercarse a la fiesta de la calle Caracas para buscar camorra. Todos recuerdan sus afinados pregones:

" Los Refutadores
señoras, señores,
llegan con sus ritmos
y sus silogismos.
Los desafinados
a exponer sus ilusiones
y a confrontarlas
con nuestras refutaciones..."

Las olímpicas razones de la murga encontraban muchas veces contundente respuesta y dentro de un clima polémico y agudo, solían armarse formidables peleas que - por cierto - daban lustre y renombre al Corso Triste. Año tras año, los Carnavales de la calle Caracas fueron poniéndose más divertidos. Naturalmente, esto provocó su decadencia. Los Hombres Sensibles de Flores, al observar el jolgorio, comprendían que el proyecto inicial iba camino del fracaso. La sobria melancolía de los primeros tiempos iba dando paso a sonrisas complacientes cuando no a risotadas sin freno. ¡Ah - se lamentaban - Carnavales eran los de antes! Y entonces contaban anécdotas de los corsos de antaño, austeros y silenciosos, comparándolos con la insoportable algarabía que tenían ante sus ojos. Pero en realidad la verdadera esencia del fracaso hay que buscarla por otros rumbos.
Como ya se ha dicho, lo que buscaban Mandeb y sus amigos era un dejo de alegría que debía aparecer al quitarse la máscara trágica. Y lo cierto es que nunca encontraron tal cosa. Cada vez que - con toda ilusión - abandonaban sus disfraces de atormentados, encontraban debajo nuevos tormentos que, para peor, eran reales. Por eso, comprendiendo que la dicha no estaba en el Carnaval y quizás en ninguna parte, los Hombres Sensibles disolvieron para siempre el Corso Triste de la Calle Caracas.
Hoy, cuando la fama de los muchachos del Angel Gris ya encontró su tumba en los vientos de la estación Flores, hay- aunque pocos lo adivinen - centenares de versos tristes. Y son mucho más tristes que el de la calle Caracas, pues su tristeza es involuntaria y su propósito es la alegría. Tal vez ha llegado el momento de comprender que los criollos no hemos nacido para ciertas fantochadas. Que se rían los brasileños. Tengamos, eso sí, fiestas y reuniones populares. Pero no dejemos de ser quienes somos.
Si nuestra extraña condición nos ha hecho comprender el sentido adverso del mundo, agrupémonos para ayudarnos amistosamente a soportar la adversidad. A lo mejor, los Carnavales de antaño, tan añorados por los animadores de la radio, no eran más que eso: una reunión de gente triste que buscaba consuelo.

EL PSICOANALISIS EN FLORES
La historia del psicoanálisis en el barrio de Flores es bastante curiosa. Quienes conocen a los Hombres Sensibles ya sospecharan que las teorías de Freud no fueron formuladas pensando en ellos. Y aunque estos varones siempre fueron aventureros y buscadores de sueños, cuesta bastante imaginarlos en el sillón de un psicoanalista. Sin embargo, muchos profesionales alcanzaron cierto éxito en el barrio del Angel Gris. Algunos fueron consultados por los Hombres Sensibles y hasta existieron escuelas y corrientes opuestas que dieron lugar a apasionantes polémicas.
El primer analista que se estableció en Flores fue - según dicen- el doctor Mauricio D. Finkel. Los comienzos no fueron fáciles y su consultorio de la avenida Rivadavia permaneció desierto durante meses. Los vecinos creían entender que Finkel adivinaba la suerte o tiraba las cartas o tal vez vendía rifas. Con esa idea se presento un día de invierno el primero de sus pacientes. Se trataba del poeta Jorge Allen, quién buscaba consuelo a un desengaño amoroso y pensó que no estaba del todo mal intentar alguna solución mágica.
Finkel lo hizo recostar en su diván y lo invitó a hablar. Allen le contó minuciosamente como había sido abandonado por cierta señorita de La Paternal, la forma en que sufría y otros detalles menores. Transcurrido un buen rato, Finkel se levantó y dio por terminada la entrevista.
- Bien - dijo Allen -. ¿Qué hago?
- Venga el jueves a la misma hora.
- ¿Para que?
- Vea, se trata de que usted vaya comprendiendo su propio problema. La solución la encontrará precisamente en esa misma comprensión.
Allen regresó varias veces. Comprendió perfectamente su caso, lo cual no le sirvió de nada: la chica de La Paternal se casó con un consignatario de Alberti. Enterado de esta tragedia, el enamorado anunció a Finkel su decisión de interrumpir el tratamiento.
- Usted no entiende - sentenció el analista -; el punto es ubicarlo a usted ante la realidad para que acepte y supere el dolor.
- No deseo superar el dolor. Ya he perdido a la mujer que quería: ¿Pretende usted dejarme también sin el sufrimiento? Dígame cuanto le debo.
A pesar de este primer fracaso, Finkel hizo carrera. Cuando los Hombres Sensibles se enteraron de la teoría del subconsciente, creyeron encontrarse ante una hermosa leyenda. En la plaza, los Narradores de Historias sorprendían a su auditorio manifestando que todos llevábamos dentro a otro señor, que es en verdad el que domina nuestra persona. Agregaban que este señor oculto aparecía en los peores momentos, poniendo en nuestras vidas notas de lujuria, bestialidad y grosería. La leyenda del subconsciente se fue transformando vigorosamente y algunas de sus versiones son asombrosas. Durante mucho tiempo se creyó en Flores que todo acto indecoroso era responsabilidad del subconsciente, quedando a salvo la inocencia de quien lo perpetrara. Así, los guarangos de la zona justificaban sus gritos, zafadurías y provocaciones culpando al extraño que llevaban dentro. Las personas decentes y rectas se jactaban de no tener subconsciente y muchos padres amenazaban a sus hijos con disponer la extirpación quirúrgica del intruso responsable de sus travesuras. Manuel Mandeb afirmó una madrugada que él tenía varios subconscientes, la mayoría de los cuales estaba en contra suya.
Casi en los confines de Villa del Parque, algunos grupos de fantásticos creyeron que el subconsciente salía de su envoltura carnal en las noches de luna llena para cometer toda clase de perversidades.
Sea por el auge de esta leyenda, sea por la improbada labor de grupos de lechuguinos procedentes del centro, el caso es que el doctor Finkel y algunos otros psicoanalistas llegaron a disponer de una regular clientela. Los Refutadores de Leyendas no se opusieron a esta actividad, pues habían oído decir que se trataba de algo científico. También es cierto que no concurrían a los consultorios, lo cual es una lástima: no debe haber nada más apasionante que los sueños de un racionalista.
Con la aparición de nuevos profesionales, empezaron también los diferentes enfoques, las herejías y las discusiones. Finkel era ortodoxo: no dialogaba con sus pacientes, se ponía lejos de su vista y no les permitía que lo miraran. Sus enemigos afirmaban que el hombre aprovechaba para dormir. Otros aseguraban que se iba a la cocina y regresaba sobre el final de la sesión. Y no faltaban los que creían que atendía a dos o más personas al mismo tiempo, dando vueltitas de inspección entre pieza y pieza. Otros psicoanalistas prefirieron enfrentar a sus clientes y discutir con ellos. Una rama de la calle Bilbao se llevo esta actitud al extremo. Así nació la Escuela Psicoanalítica de la Mala Sangre. Los médicos que siguieron esta novedosa técnica se propusieron reaccionar ante el relato del paciente de un modo evidente y hasta exagerado, para que el enfermo comprendiera que se lo compadecía. Por ejemplo: si un señor contaba que su esposa lo tenía harto, el analista lloraba amargamente hasta caer en la desesperación. Claro que esta terapia tuvo, algunas veces, consecuencias desagradables. Así, cuando alguien contaba que castigaba a sus hijos, no faltaba el psicólogo taura que se plantaba frente al escritorio y gritaba: "Por que no me pegas a mí, sinvergüenza". Las actividades de la Escuela Psicoanalítica de la Mala Sangre cesaron, más que nada, a causa de las quejas de los vecinos.
Un negocio bastante interesante fue el de los psicoanalistas a domicilio. La idea surgió a partir de la fuerte necesidad que muchos pacientes tenían de sus analistas a toda hora. Ciertos neuróticos pudientes pensaron que una buena solución era contratar a un psicoterapeuta de modo permanente. Entonces se hizo bastante frecuente la costumbre de tener un analista en la casa, lo que - de paso - eliminaba la molestia de someterse a una sesión, pues no tenía mayor sentido contarle al profesional lo que este podía ver con sus propios ojos. Lo cierto es que, en el caso de los psicoanalistas ortodoxos, su función en el domicilio del enfermo no era mucho más activa que la de un florero. Se limitaban a recorrer las habitaciones murmurando "jem" y asintiendo con la cabeza. Muchos de ellos todavía siguen en las casas de familias adineradas, algunos como jardineros, otros como primos o entenados.
El auge de la actividad psicoanalítica en el barrio de Flores popularizó sus técnicas más sencillas. Cualquier modista sabía lo que era el complejo de Edipo o una neurosis obsesiva. Los Hombres Sensibles se sintieron fascinados por el juego de la interpretación. Para ellos no se trataba de un ejercicio científico, sino más bien artístico. Y no les faltaba razón.
Alguien deja un paraguas olvidado en el bar La Pilarica. Interpretación: existe el deseo de volver al establecimiento.
Alguien cuenta chistes todo el tiempo. Interpretación: hay una pena oculta.
Alguien siente horror por los cuchillos. Interpretación: Hubo un accidente en la niñez.
Desde luego, los poetas del barrio acuñaron interpretaciones nuevas muchas de ellas de alto valor literario. Veamos:
Alguien se mete el dedo en la nariz. Interpretación: Esta buscando su alma.
Una mujer es demasiado hermosa. Interpretación: se trata del demonio.
Un hombre come terrones de azúcar. Interpretación: es tucumano.
Un hombre afila su cuchillo en el cordón de la vereda: venganza segura.
El mismo mecanismo se observó en la interpretación de los sueños. Según los Hombres Sensibles, soñar con una mujer es amarla, soñar con zapatos negros es morirse, soñar con caerse es el cincuenta y seis.
Otra de las consecuencias de esta vocación psicológica fue el convencimiento general de que todo tiene orígenes mentales. Así, cuando un muchacho se ensartaba un clavo en el pie, algunos médicos aplicaban la vacuna antitetánica y otros preguntaban por la relación del ensartado con sus padres. De cualquier modo, el entusiasmo fue decayendo. Tal vez el principal responsable fue Manuel Mandeb. El pensador árabe empezó a desconfiar de quien trataba de abarcar el alma con menesterosas definiciones. No le gustaba tampoco la ausencia del pecado en aquellas construcciones donde no había canallas, sino enfermos y donde los sinvergüenzas eran llamados psicóticos.
De estas inquietudes surge una obtusa monografía titulada "Locos éramos los de antes". En realidad el trabajo consiste en la exposición de ciento nueve casos de personas que concurrieron al psicoanalista, sin curarse de nada y - lo que es peor - adquiriendo una espantosa satisfacción de sí mismas. La verdad es que el trabajo de Mandeb carece de todo rigor científico, pero consigue dejar la extraña sensación de que al psicoanálisis tampoco le sobra este rigor. Esto es quizás falso. Pero uno no termina de convencerse, tal es el efecto que los pensadores pasionales, como Manuel Mandeb, producen en las personas razonables.
Hoy en día, supongo yo, los grandes investigadores del alma transitaran otros caminos menos pintorescos. Ya no parece tener mucho sentido contarle nuestras fantasías a un señor durante veinticinco años para ver si conseguimos dormir tranquilos. Mis amigos ilustrados me cuentan que hay nuevas técnicas y que la ciencia adelanta a modo bestial.
Como quiera que sea, el sencillo propósito de esta nota ha sido llamar la atención sobres aspectos estéticos del psicoanálisis. No importa que no sirva para nada: sus rituales, sus aristas absurdas, sus tiros en la noche, sus metáforas, su solemnidad son elementos que un verdadero artista no debería desechar jamás. Tal vez llego tarde y todos han comprendido esto. Quizás los terapeutas y sus pacientes no hacen más que jugar, semana tras semana, un juego apasionante en que las fichas son sueños, ilusiones, fantasías, recuerdos, angustias, amores, desencuentros y frustraciones Esto es casi tan bueno como curar manías persecutorias.

EL RECUERDO Y EL OLVIDO EN EL BARRIO DE FLORES
En nuestros tiempos, no son muchas las personas de buena memoria. Salvo, desde luego, en el barrio de Flores.
Todos sabemos las cosas que se cuentan sobre el barrio del Angel Gris. Y, aunque conviene desconfiar de cualquier testimonio al respecto, es casi un hecho que los Hombres Sensibles hacen alarde de recordarlo todo y suelen ejercitarse en lances tan complicados como la tabla del 113. Esto puede sorprender a quienes han oído que los Hombres Sensibles de Flores huyen de las precisiones científicas como de la peste y son más bien proclives a la improvisación. Pero también ocurre que estos espíritus atorrantes odian la muerte y sospechan que lo que se olvida, se muere. Por eso no es raro encontrar en los atardeceres de la calle Artigas a los muchachos sombríos memorizando versos murgueros, recordando la formación de Boca en 1955 o repitiendo en voz baja la lista de asistencia del colegio secundario. Están rescatando cosas de la muerte. A su manera, son salvadores.
Entre tantos enemigos como tienen los Hombres Sensibles, se hallan los Amigos del Olvido, organización con sede en Caballito, que propugna la abolición del recuerdo, según dicen porque duele. "Todo recuerdo es triste" declaran estos caballeros. Lo peor de estos impíos es su aire de inocencia, hijo del olvido de sus culpas. Sus semblantes sonrientes despiertan la simpatía de todos y cada día, docenas de socios nuevos se inscriben en la sede de la calle Rojas. El grupo se organiza en subcomisiones que se encargan a su turno de olvidar ciertas porciones del universo. Así, existe la Comisión del Olvido Permanente de Marcos Ciani, destinada a borrar las huellas del veterano piloto de Venado Tuerto. En sus reuniones la subcomisión delibera sobre toda clase de asuntos, con la excepción de aquellos que se vinculen de algún modo con Marcos Ciani. Una rama radicalizada de los Amigos del Olvido declara que los recuerdos no sólo son tristes sino también falsos. "Jamás recuerda uno las cosas tal cual fueron", declaman. De modo que para esa gente, los recuerdos son especies de sueños y los sueños no merecen sino el desprecio.
Mientras tanto, los Hombres Sensibles tienen decidido que sólo los sueños y los recuerdos son verdaderos, ante la falsedad engañosa de lo que llamamos el presente y la realidad. ¿Qué es más verdadero?, se preguntan. ¿El amable recuerdo de nuestra primera novia, dulce, ansiosa, inexplicable o esta señora contundente que compra fruta en la verdulería de la calle Condarco?
No hace falta decir que los Amigos del Olvido son más numerosos que los Hombres Sensibles o- al menos- presumen de ello. Más justo sería aclarar que muchas personas son Hombres Sensibles sin siquiera sospecharlo. Vale la pena admitir en este punto que hay quienes se acercan a los Amigos del Olvido, no por simpatía filosófica, sino animados por propósitos tan mezquinos como el deseo de olvidarse de una señorita inconstante. Tales infiltrados son descubiertos casi siempre por los miembros de alguna comisión, quiénes poseen un olfato especial para distinguirlos. Las sanciones son, en general, muy severas. Pero rara vez se cumplen, precisamente porque los encargados de ejecutarlas se olvidan de hacerlo. Los Amigos del Olvido aman el futuro.
Pasan largas veladas contando hazañas que aún no han cumplido y jactándose de los amores que tendrán alguna vez. Sostienen - además- que siempre es mejor lo que ha ocurrido después. Constituye una experiencia interesante proponer a la elección de un Amigo del Olvido dos objetos cualesquiera, siempre eligirán lo que se menciona en último término.
- ¿Quiere usted un helado de crema o de chocolate?
- De chocolate.
-¿Lo prefiere usted de chocolate o de crema?
- De crema.
De este criterio surge un insoportable optimismo y espíritu progresista. Cualquier novedad es acogida en la sede de la calle Rojas con aplausos y vítores. Los Hombres Sensibles - como todo el mundo sabe- odian el futuro, porque han descubierto que en el futuro está la muerte. El enfrentamiento entre ambos grupos ha llegado muchas veces a una módica violencia. Pero las ofensas no dejan rastros En unos, porque olvidan. En los otros, porque perdonan.
Según los Amigos del Olvido, la existencia de medios idóneos para almacenar el conocimiento torna inútil todo esfuerzo mental al respecto. Poco sentido tiene - arguyen- memorizar la historia de los fenicios, cuando hay libros que la atesoran cabalmente. Al oír esto, los Hombres sensibles se enfurecen:
- Eh... los libros sólo son recipientes que contienen lo que luego han de beber los hombres...
Pero a estas alturas, los Amigos del Olvido ya están en otra cosa. Muchos Hombres Sensibles temen a las computadoras, a las calculadoras electrónicas y al Cerebro Mágico. Sostienen que el uso de estos aparatos embota el ingenio y atrofia el intelecto. Por eso es que, con toda frecuencia, una melancólica patota recorre el barrio del Angel Gris, destruyendo las máquinas de pensar que suelen cundir en oficinas, para no mencionar las cajas registradoras de los bares, los fixtures de Glostora, las balanzas y los relojes automáticos. (A la hora de destruir, los Hombres Sensibles se enardecen y no se andan con sutilezas)
En su larga lucha contra el recuerdo y la memoria, los Amigos del Olvido han desarrollado interesantes estrategias. Pero, sin ninguna duda, su más importante hallazgo fue el Licor del Olvido, un cordial de existencia incierta que - según parece- tiene la virtud de abolir el pasado en quien lo toma.
En épocas lejanas, los hombres de la calle Rojas se limitaban a beber ellos mismos su licor, emborrachándose locamente de esperanzas sin presagios. Pero luego empezaron a mezclar el licor en la ginebra de los Hombres Sensibles para inducirlos a olvidar. Pero lo peor ocurrió cuando los Hombres Sensibles alcanzaron a destilar el Vino del Recuerdo, cuyos efectos son - como ya se sospechara- opuestos a los del licor.
También los muchachos del Angel Gris recorrieron el mismo camino: bebieron solos primero y trataron después de usurpar las copas de los que nada recuerdan. Y eso fue terrible. Porque si el Licor del Olvido y el Vino del Recuerdo son de por sí peligrosos, la mezcla es verdaderamente mortal.
El autor de esta crónica cree haber probado - sin sospecharlo- ese espantoso cóctel. Sus efectos se traducen en oscuras añoranzas de lo que vendrá, en olvidos de lo que nunca fue y en un sabor amargo y dulce que hace llorar. Las señoritas Amigas del Olvido suelen pasearse por el barrio de Flores para enamorar a los Hombres Sensibles. Los muchachos del Angel Gris - bien lo sabemos- son de corazón blando y se enamoran para siempre. Entonces las señoritas de Caballito se olvidan de ellos y los abandonan sin remordimiento. Estos tristes episodios propenden - sin embargo- al florecimiento de las artes en Flores, pues los Hombres Sensibles suelen componer sus mejores versos, elaborar sus canciones más sentidas y tallar sus más hermosos anillos cuando sufren. Poco cuesta imaginar cual será el fin de esta lucha entre olvido y memoria.
Los Hombres Sensibles de Flores están derrotados. De nada les valdrá oponerse a la muerte, porque la muerte llegará de todos modos. De nada les servirá su pasión por la memoria, pues toda memoria es perecedera. Y - en definitiva - el tiempo es el mejor aliado de los Amigos del Olvido. Pero es obligación de todos nosotros hacer un poco de fuerza por los muchachos de Flores, para que su derrota sea más honrosa. Recordemos todo el tiempo. No olvidemos nada. Ni el color de nuestras corbatas perdidas, no el olor a tiza y sudor del colegio, ni el calor del asfalto sobre los pies descalzos, ni el gusto a jazmín de los besos en la noche, ni el aroma de la untura blanca. Si nos espera el olvido, tratemos de no merecerlo. Y pensemos que después de todo, aunque la victoria final sea de los Amigos del Olvido, será un triunfo sin festejo. Nadie lo recordará jamás.

EL SALON DE BAILE SIN BAÑOS O EL RAPTO DE LOS ORINANTES
Un pintoresco croquis del Atlas señala en la calle Yatay un enorme salón de baile. A pesar de su lujosa apariencia, el local no tenía baños. Sucedía entonces que los bailarines se veían obligados a abandonar la milonga para pedir permiso en casas vecinas o costearse hasta algún café más hospitalario. Sin embargo, los más audaces solían aventurarse en un yuyal cercano que ofrecía una sombría privacidad. Los Cronistas Soñadores sostienen que nadie regresaba jamás de aquel sitio. Citan el testimonio de más de cuarenta damas abandonadas que en vano esperaron a sus compañeros, a veces en el interior del salón, a veces en la misma vereda del potrero.
Los espíritus fantásticos pretenden que los brujos raptaban a los bailarines y los llevaban a sus gabinetes como esclavos o como carnada para atraer a los demonios. Por esa razón, o quizás por la escasa belleza de las damas asistentes, los jóvenes dejaron de concurrir al salón. Los propietarios hicieron construir baños pero ya era demasiado tarde.

GOMEZ RE, EL TRANSFORMADOR DEL TANGO
El arte nuevo- decía Ortega- es impopular por esencia. Y no es que las muchedumbres no gusten de él. Sucede en verdad que no lo entienden. Al parecer, los géneros de vanguardia van dirigidos a una minoría especialmente educada. Por eso despiertan irritación en la masa. Cuando a uno no le gusta una obra, pero la ha comprendido, se siente superior a ella y no hay motivo de encono. Pero cuando el disgusto que la obra provoca nace de no haberla entendido, queda uno como humillado, con una sensación de inferioridad que necesita compensarse con muestras de indignación.
Hasta aquí, Ortega Y Gasset. Ya sin su ardua ayuda, podemos sospechar que muchos artistas aspirantes, habiendo comprendido los argumentos sobredichos, buscan la incomprensión como si se tratara de un valor estético. En ciertas circunstancias no es mala idea: muchas veces la desorientación de los pajarones es señal de que se está recorriendo el camino correcto. Sin embargo, buscando alejarse del entendimiento general, hay quienes se extravían en los distritos del mamarracho. No es muy audaz colocar el tango en el molde de estos criterios. Los tangos nuevos también son impopulares. El público y la critica han dividido su opinión entre una minoría que los acepta y una mayoría que lo odia. Así se ha generado una de las polémicas más aburridas de la historia del pensamiento humano.
En los años dorados del Barrio de Flores, las almas sencillas disfrutaban los tangos sin análisis, sin doctrina y sin militancia. Un joven escuchaba Sueño Querido y se quedaba tan fresco, sin otras cavilaciones que las que podía sugerir la modesta letra.
Después, Los Refutadores de Leyendas hallaron que los viejos tangos perjudicaban la pavimentación general y el funcionamiento de los motores eléctricos.
- La velocidad de los modernos medios de transporte exige la creación de tangos adecuados - señalaban.
Ya se sabe que algunos sectores de la población - los farmacéuticos, por ejemplo- son muy sensibles a las alegorías con aviones y carretas por eso aceptan con entusiasmo transformar su alma cada vez que se extiende la red de subterráneos. En los bailes y teatros, los Refutadores interrumpían a los cantores para preguntar que sentido tenía llorar el amor perdido en un mundo en el que existe la licuadora. Lo extraño del caso es que estas argumentaciones fueron aceptadas por los artistas tangueros con resignación y vergüenza. Muchos de ellos procuraron entonces situar sus obras - y hasta sus personas- a la altura del progreso con un entusiasmo menos adecuado para el arte que para las Sociedades de Fomento.
Sin embargo - como siempre ocurre- el verdadero artista aparece por la puerta menos prometedora. Vale la pena que recordemos hoy a Nestor Gómez Re, el transformador del tango.
En realidad, era un músico corriente que vivía en la calle Fray Cayetano. Tocaba el bandoneón con cierto decoro y dirigía un modesto sexteto. Tal vez el demasiado trato con estudiantes de derecho, psicólogos, operadores de radio y anestesistas acabó por avergonzarlo de su profesión.
Cuando los primeros músicos proclamaron la nueva fe transformadora, el se entregó apasionadamente a ella. Es posible que al principio no comprendiera demasiado: Cuentan que se limitaba a ocultar y disimular el tango que tocaba, con hábiles circunloquios musicales. El público inocente recibía aquellas creaciones como adivinanzas.
-¡Es "El esquinazo"...!
- No hombre...¡"El Torito"...!
- Para mí. es "Corralera"...
Pero con el tiempo, Gómez Re encontró su propia forma de romper con las formas establecidas. Viendo que casi todos los creadores novedosos competían en el bizantinismo de los arreglos musicales, él pensó en la posibilidad de hacer arreglos en las letras. No suponga el lector sencillas correcciones de los versos menos felices. La innovación iba mucho más lejos. Por empezar, al cantor convencional se le agregaba un coro que comentaba o glosaba la acción central del relato tanguero, siguiendo líneas musicales de contrapunto, o aprovechando pasajes, contestaciones, partes de violín o meros firuletes caprichosos.

MI NOCHE TRISTE
Cantor solista: Percanta que me amuraste.
Coro: Sin ninguna razón.
Cantor solista: En lo mejor de mi vida
Coro: En plena juventud
Cantor solista: Dejándome el alma herida y espinas en el corazón...
Coro: Mi pobre corazón y lo que es más...
Cantor solista: Sabiendo que te quería, que vos eras mi alegría y mi sueño abrasador
Coro: Brasa y abrazo soñador
Cantor solista: Para mí ya no hay consuelo
Coro: ¡No!
Cantor solista: Y por eso me encurdelo
Coro : ¡Si!
Cantor solista: Pa' olvidarme de tu amor...
Coro: Sigamos por favor...

A veces, el propio cantor interpretaba letra y músicas transformadas, agregando notas o simplemente cantando las variaciones como en:

AMURADO:

Una noche más tristona
que la pena que me embarga en esta triste situación
vi que tomó su bagayito y amurado me dejó;
se las tomó sin saludar con la mayor resolución.
No le dije una palabra
ni el más mínimo reproche, ni la sombra de una queja
la mire que se alejaba
y pense: que mala suerte, para mí todo acabó.

Muy pronto Gómez Re comprendió la necesidad de aceptar la colaboración de un poeta. A falta de otros postulantes, se resignó a trabajar con Carlos M. Caron, un escritor de Liniers en novelas policiales. De este modo, nacieron los tangos de Detectives, expresión breve y musicalizada de la Colección Rastros. Naturalmente, los misterios propuestos no eran demasiado complejos. Sin embargo, algunos temas aparentaban cierta dignidad. ¿Quién mató al Pardo Ramírez?, Sangre junto al buzón, El testigo insobornable, y la milonga Chantaje en Villa Lugano, fueron los más logrados. Reproduciremos, seguidamente, algunas líneas de inexplicable eficiencia:

Ceba rabo el morocho, observó la cana
cacha siempre la pava con la izquierda
El asesino zurdo
No crea que me llevo de chimentos:
la batieron sus huellas digitales
La gringa impía
La vida y la cana
se burlan de mí,
me acusan de un crimen
que no cometí
Falsas pruebas

Los Tangos Infantiles no pasaron del primer intento. Eran tanguitos de hadas y de ogros reos, con princesas encerradas en galponcitos de La Paternal. La codicia los llevó más tarde a componer una serie de Tangos Pornográficos como Entre los Yuyos, El Barbudo, y Que Nunca te Falte. Los autores tradicionales del barrio como Anselmo Graciani, se oponían enconadamente al trabajo de Gómez Re.
Manuel Mandeb tuvo la mala idea de organizar una mesa redonda con la presencia de tradicionalistas y renovadores, en las instalaciones del club J M Bosch de Villa Excelsior. El título del debate fue: ¿Qué es el tango? De entrada, no más, Ives Castagnino postuló la definición ostensible:
- El tango es esto- dijo.
Toco El Apache Argentino con su guitarra y se fue dando un portazo. Muy pronto se perfilaron dos criterios opuestos. Uno restringido, que acotaba el genero con regidas exigencias. Otro amplio, que extendía el tango hasta el confín del universo. De este último sector proviene el "pantanguismo", escuela que sostiene que todo es tango, lo que significa al mismo tiempo que nada lo es. La discusión terminó con la oportuna intervención de la policía, repartición que tiene ideas propias acerca de la música popular. Desde aquella noche Gómez Re empezó a interesarse por las discusiones y a descuidar su vida artística. La preparación de mortíferos silogismos le restó tiempo para tocar el bandoneón. Sus ultimas actuaciones consistían redondamente en conferencias. A decir verdad, son muchos los que hoy padecen un vicio semejante. Más fácil es encontrar ensayistas o historiadores tangueros que cantores o guitarristas. Ante la definición de Gómez Re, otros artistas tomaron la antorcha.
Un grupo de la calle Caracas cambió primero los instrumentos, luego el ritmo, más tarde las letras y, finalmente el nombre mismo del tango, al que llaman rock. Los profesores universitarios, los sociólogos, y los pisaverdes se declararon partidarios de Gómez Re y sus sucesores, y lo nombraban a cada párrafo en sus charlas y peroraciones. En toda clase de actos públicos se anunciaba la muerte de los tangos viejos y su reemplazo por el Neotango Internacional, que arranca lágrimas a Belgas arruespes.
Confinados en reducidos cenáculos, los Retrógrados de Ayer solicitaban la prohibición de los tangos posteriores a 1940. Gómez Re se retiró para siempre y no volvió a actuar en público. El ruso Salzman juraba haberlo visto en una cervecería de Los Toldos, tocando sin adornos el tango Milonguita. Los enfrentamientos polémicos siguen hasta hoy.
Nadie parece haber reparado en algo terrible: El tango nuevo ya es viejo. Si se trata de juzgar que el arte no es eterno y más aún, que ni siquiera dura mucho, es necesario confesar que las invenciones renovadoras son ya lugares comunes. ¿Por que no aparecen nuevos demoledores para hacer probar a los Gómez Re su propia medicina?
Las reflexiones iniciales de Ortega son de 1919. ¿Es que tan luego el arte nuevo, que auspiciaba el desalojo de las formas clásicas, pretenderá quedarse para siempre?
Temo que a espaldas de los bandos tangueros, las multitudes se han ido a casa. La única esperanza está en la aparición del artista. Ese que se presenta por la puerta menos prometedora y sin doctrina ni explicaciones, llega al rincón más secreto del alma. Las buenas gentes de estos tiempos deshilachados no pierden la esperanza.

HISTORIAS DE AMOR
El universo es una perversa inmensidad hecha de ausencia. Uno no está en casi ninguna parte. Sin embargo, en medio de las infinitas desolaciones hay una buena noticia: el amor. Los Hombres Sensibles de Flores tomaban ese rumbo cuando querían explicar el cosmos. Y hasta los Refutadores de Leyendas tuvieron que admitir casi sin reservas, que el amor existe. Eso sí, nadie debe confundir el amor con la dicha. Al contrario: a veces se piensa que amor y pena son una misma cosa. Especialmente en el barrio del Angel Gris, que es también el barrio del desencuentro. Las historias amorosas de los tiempos dorados son casi siempre tristes. Esto no basta para afirmar que todos los romances fueron desdichados: Sucede - tal vez- que el arte necesita nostalgia. No se puede ser artista si no se ha perdido algo. Los poemas de amor satisfecho aparecen como una compadrada de mercaderes afortunados. Por eso los poetas de Flores buscaban el desengaño, porque pensaban que cerca de él andaba el verso perfecto. Casi todos quedaban en la mitad del camino. Manuel Mandeb veía las cosas de un modo más complicado. Admitía que la pena de amor conducía al arte. Pero también sostenía que el propósito final del arte es el amor. La recompensa del artista es ser amado. Así parecía opinar Ives Castagnino, el músico de Palermo, quien componía valses melancólicos al solo efecto de seducir señoritas. Cuando no lo lograba, su tristeza le dictaba otras canciones que más tarde le servían para deslumbrar señoritas nuevas y así recomenzaba el círculo. Algunos muchachos sin vocación artística trataban de merecer a las damas cultivando las ciencias, la bondad, el coraje, la riqueza o la extorsión. Los autores de aforismos extrajeron de estas realidades una conclusión modesta: si no fuera por el amor, nadie haría gran cosa. Las muchachas beligerantes podían objetar que estos pensamientos parecen reservados a la conducta masculina.
Al respecto, Mandeb creía que las mujeres hacían de ellas mismas un hecho artístico. El polígrafo de Flores, en un rapto de arbitrariedad, llegó a establecer un orden de cualidades, según su eficacia para enamorar. Colocó en primer lugar la belleza y luego la juventud, aclarando que estas dos virtudes son tal vez una sola. Después ubicó las condiciones espirituales: inteligencia y bondad. En último termino, el poder y el dinero. Muchedumbres de feos de cierta edad polemizaron con Mandeb reclamando el derecho a ser amados por su limpieza, trayectoria comercial o apellido ilustre. De todos modos, para este oscuro pensador, el amor era una flor exótica cuyo hallazgo ocurría muy pocas veces. - De cada mil personas que pasen por esa puerta -decía- acaso nos conmueva solamente una. Del mismo modo, quizá solo una entre las mil tenga a bien impresionarse con nosotros. La cuenta es sencilla: sin contar percepciones engañosas y desilusiones posteriores, la posibilidad de un amor correspondido es de una en un millón. No esta tan mal, después de todo.
Pero dejemos la pura especulación de los espíritus obtusos de Flores. Mucho más interesante es saber como amaron realmente. Para ellos habremos de transcribir algunas historias que presumen de veraces y que han llegado hasta nosotros por avenidas literarias o por oscuros atajos confidenciales.

HISTORIA DEL QUE ESPERÓ SIETE AÑOS
Jorge Allen, el poeta, amaba a una joven pechugona de los barrios hostiles. Según supo después, alcanzó a ser feliz. Una noche de junio, la chica resolvió abandonarlo.
- No te quiero más - le dijo.
Allen cometió entonces los peores pecados de su vida; suplicó, se humilló, escribió versos horrorosos y lloró en los rincones. La pechugona se mantuvo firme y rubricó la maniobra entreverándose con un deportista reluciente.
El poeta recobró la dignidad y empleó su tiempo en amar sin esperanzas y en recordar el pasado. Su alma se retempló en el sufrimiento y se hizo cada vez más sabio y bondadoso. Muchas veces soñó con el regreso de la muchacha, aunque tuvo el buen tino de no esperar que tal sueño se cumpliera. Más tarde supo que jamás habría en su vida algo mejor que aquel amor imposible.
Sin embargo, una noche de verano, siete años y siete meses después de su pronunciamiento, la pechugona apareció de nuevo. Las lágrimas le corrían por el escote cuando le confesó al poeta:
- Otra vez te quiero.
Allen nunca pudo contar con claridad lo que sintió en aquellas horas. El caso es que volvió a su casa vacío y desengañado. Quiso llorar y no pudo. Nunca más volvió a ver a la pechugona. Y lo que es peor, nunca más, nunca más volvió a pensar en ella ni a soñar su regreso.

HISTORIA DEL QUE SE ENAMORÓ DE UNA NIÑA DEMASIADO JOVEN
Manuel Mandeb supo tener amores con una niña muy joven de la calle Paez. La muchacha no hizo cuestión por la diferencia de edades y además es cierto que Mandeb era un hombre de aspecto soberbio, dentro de su sombrío estilo. Pero pronto empezaron las dificultades.
Un día Mandeb insistió en caminar bajo un aguacero mientras recitaba a los gritos un soneto flamante. Una noche le hizo el amor en la casa embrujada de la calle Campana para espantar a los demonios. A veces, en la madrugada, se trepaba hasta la ventana de la niña, en el tercer piso, y dejaba prendida una flor roja.
Una tarde de invierno le hizo probar el licor del olvido y el vino del recuerdo. En verano, le sacaba la blusa en las calles oscuras y le ponía alguna de sus gastadas camisas azules. Para su cumpleaños le regaló una sombra robada en Villa del Parque que había encerrado en una cajita de cristal. Después enseñó a todos los pájaros de Flores a cantar el nombre de la muchacha en su ventana.
Entonces la niña abandonó a Mandeb y comentó luego a sus amistades en una pizzería:
- No éramos de la misma generación.

HISTORIA DEL QUE SE DESGRACIÓ EN EL TREN
Jaime Gorriti tomaba todos los días el tren de las 14.35. Y todos los días se fijaba en una estudiante morocha. Con prudente astucia trataba de ubicarse cerca de ella y - a veces - ligaba una mirada prometedora.
Una tarde empezó a saludarla. Y algunos días después tuvo ocasión de hacerse ver, ayudándola a recoger unos libros desbarrancados. Por fin, un asiento desocupado les permitió sentarse juntos y conversar.
Gorriti aceleró y le hizo conocer sus destrezas de picaflor aficionado. No andaba mal. La morocha conocía el juego y colaboraba con retruques adecuados.
Sin embargo, los demonios decidieron intervenir. Saliendo de Haedo, la chica trató de abrir la ventanilla y no pudo. Con gesto mundano, Gorriti copó la banca.
- Por favor...
Se prendió de las manijas, tiró hacia arriba con toda su fuerza y se desgració con un estruendo irreparable.
Sin decir palabra, se fue pasillo adelante y se largó del tren en Morón.
Desde ese día empezó a tomar el tren de las 14.10.

HISTORIA DEL QUE PADECIA LOS DOS MALES.
En la calle Caracas vivía un hombre que amaba a una rubia. Pero ella lo despreciaba enteramente.
Unas cuadras más abajo dos morochas se morían por el hombre y se le ofrecían ante su puerta. Él las rechazaba honestamente. El amor depara dos máximas adversidades de opuesto signo: amar a quien no nos ama y ser amados por quien no podemos amar. El hombre de la calle Caracas padeció ambas desgracias al mismo tiempo y murió una mañana ante el llanto de las morochas y la indiferencia de la rubia.

HISTORIA DEL QUE NO PODIA OLVIDAR.
El ruso Salzman tuvo muchas novias. Y a decir verdad solía dejarlas al poco tiempo. Sin embargo, jamás se olvidaba de ellas. Todas las noches sus antiguos amores se le presentaban por turno en forma de pesadilla. Y Salzman lloraba por la ausencia de ellas.
La primera novia, la verdulera de Burzaco, la pelirroja de Villa Luro, la inglesa de La Lucila, la arquitecta de Palermo, la modista de Ciudadela. Y también las novias que nunca tuvo: la que no lo quiso, la que vio una sola vez en el puerto, la que le vendió un par de zapatos, la que desapareció en un zaguán antes de cruzarse con él.
Después Salzman lloraba por las novias futuras que aún no habían llegado. Los hombres sabios no se burlaban del ruso pues comprendían que estaba poseído del más sagrado berretín cósmico: el hombre quería vivir todas las vidas y estaba condenado a transitar solamente por una.
Aprendan a soñar los que se contentan con sacar la lotería......

LA CALLE DE LAS NOVIAS PERDIDAS.
Hay una calle en Flores en la que viven todas las novias abandonadas.
Al atardecer salen a la vereda y miran ansiosas hacia las esquinas para ver si vuelven los novios que se fueron. A veces conversan entre ellas y rememoran viejos paseos por el Rosedal. Por las noches se encierran a releer cartas viejas que guardan en cajitas primorosas o admirar fotografías grises.
Los domingos se ponen vestidos floreados y se pintan los labios. Algunas escriben diarios íntimos con letra prolija. Dicen que no es posible encontrar esa calle. Pero se sabe que algún día desembocará en la esquina el batallón de los novios vencedores de la muerte para rescatar a las novias perdidas y llevarlas de paseo al Rosedal. Esto será dentro de mucho tiempo, cuando endulce sus cuerdas el pájaro cantor.
Existen por ahí infinidad de personas confiables que juran que el amor es posible en todos los barrios. No habrá de discutirse semejante tesis. Pero el que tuviera que vivir pasiones locas, es mejor que no pierda el tiempo en rumbos equivocados. Una historia terrible esta esperando en Flores.

LA ACADEMIA DEL HUMOR EN FLORES
Los Hombres Sensibles de Flores gustaban del humor, pero hasta por ahí nomás.
En el fondo sospechaban que la risa suele esconder la cobardía. Y sentían que los momentos verdaderamente grandes de la vida no soportan bien las payasadas. Algo de razón tenían: muchas veces una gracia oportuna sirve para evitar una confesión o un beso. Los chuscos timoratos provocan la sonrisa de sus enemigos para ahorrarse las trompadas. Ser chistoso no es sencillo, pero es mucho más seguro que ser valiente.
De todos modos, los muchachos del Angel Gris saludaban con sus mejores risotadas las ocurrencias felices, desde la ambiciosa paradoja hasta el modesto coscorrón subrepticio.
Poco a poco, la destreza humorística acabó por generar- ya que no el respeto- al menos un cierto prestigio mundano que permitía el ingreso gratuito a los asados, cumpleaños, tertulias y bautismos del barrio. Naturalmente, cuando las muchedumbres alcanzaron a vislumbrar las ventajas de poseer una técnica festiva, surgieron por todas partes jóvenes aspirantes que se postulaban para referir la historia del paisano que estaba apurado por ir al fondo.
La Academia del Humor en Flores ofreció conocimientos ordenados y oportunidades profesionales a muchísimos simpaticones. La entidad alcanzó a acuñar un estilo austero y cachador, aún hoy reconocible en renombrados locutores, periodistas, dibujantes, escritores, actores, o simples vivillos particulares. Macedonio Fernández decía que el humor es sorpresa intelectual. La frase no define el género, pero lo ejerce. Y es también una amable recomendación de lo imprevisto. En este sentido, los profesores de la Academia insistían en que la chanza debe ser esporádica. El humorista que tiende trampas cómicas cada dos frases termina dejando en el público una saciedad mental de la que no se sale sino merced al aburrimiento.
En las clases se enseñaba a mantener largos períodos de calma y seriedad, que no eran sino el fondo oscuro destinado a resaltar el brillo de una brevísima donosura. Cuanto más avanzaba el alumno en los cursos, más paciente se volvía y más extensos eran los espacios sin morisquetas. Por cierto, algunos discípulos llevaron este criterio al extremo. A veces escribían largas novelas de aventuras que no eran más que el pretexto para un solo chiste. Y en ciertos casos, ya por olvido, ya por decisión artística, se omitía redondamente toda broma.
Acaso muchas de las obras que hoy leemos con inocencia no sean otra cosa que la desmesurada preparación de un chiste genial abolido a ultimo momento.
El ambiente de la Academia era severo y protocolar. El trato de los maestros evitaba cualquier gesto familiar o amistoso. Me permito notar en esta conducta un rasgo de inteligencia fenomenal: el efecto de una gracia es tanto mayor cuanto más adusta es la circunstancia en que se la formula. Una simple pedorreta puede ser gloriosa durante el discurso de un escribano. El mismo recurso en una cena de egresados o en un estadio de fútbol resulta apenas una grosería.
Durante los primeros años de cursos, se procuraba alejar a los alumnos de la tentación de la ocurrencia fácil. Quienes se dejaban arrastrar padecían severos castigos, cuando no la expulsión lisa y llana. Los apuntes y textos de la Academia que han llegado hasta nosotros presentan largas listas de recursos humorísticos desaconsejados. Un extenso capitulo rechaza el doble sentido, que consiste en exponer sobre un objeto cualquiera como si en verdad se hiciera referencia a una parte comprometida del cuerpo humano: "Sabroso es el pan dulce de su hermana."
También se prohibía el anacronismo, los juegos de palabras, los guiños entre paréntesis, las rimas con los apellidos, las bromas sobre políticos indoctos, los nombres zafados en japonés y el desafío de adivinar como le dicen a este o a aquel funcionario.
Al final de las recomendaciones nos espera una frase edificante:
"Conviene no utilizar estos mecanismos vulgares, salvo que uno sea un genio, lo que en verdad no ocurre casi nunca."
Circulaba entre los aprendices un cuaderno de ejercicios muy curioso. Contenía numerosos comienzos de relatos humorísticos que los alumnos debían completar según su imaginación. Veamos algunos:

COMPLETAR LOS SIGUIENTES CUENTOS VERDES
1) Conversan en el infierno un alemán, un japonés y un argentino. El alemán declara:
- Yo estoy aquí porque asesine un vecino.
2) Una pareja de novios se encuentran en un zaguán. En el mejor momento aparece el padre de la muchacha y dice:
- ¿Pero que es esto?
3) Un inspector llega a un colegio y comienza a interrogar a los niños.
- A ver, tu.... que piensas ser cuando seas grande?
Las invenciones de los alumnos jamás eran aprobadas, Al final del cuaderno y después de infinitas frustraciones, el joven postulante comprendía o recibía por escrito una noción fundamental: el mundo no soporta ya los cuentos verdes.
Tal vez la asignatura más importante de los cursos de la Academia haya sido "Vida Humorística." La idea era producir situaciones graciosas reales, más allá de las creaciones artificiosas. Se cuenta que el ruso Salzman llegó a ocupar esta cátedra. Para cumplir con sus trabajos prácticos, los discípulos recorrían la barriada auspiciando el estallido festivo: soltaban chanchos en las ceremonias nupciales, se burlaban de los comerciantes extranjeros para provocar insultos en cocoliche, se fingían manfloros en los trenes, gritaban pidiendo socorro en los probadores de las sastrerías, hacían pelear a los chicos y simulaban perpetuas indecisiones en los mostradores de las heladerías. Parece que el propio Salzman fiscalizaba estas tareas situándose en lugares estratégicos y haciendo - cada tanto - alguna corrección o sugerencia.
El humor político es - dicen algunos- un pasatiempo intelectual que consiste en burlarse de los peronistas.
Sin embargo, en la Academia, la materia era dictada por el profesor Ricardo Bermúdez, hombre que pertenecía a esta corriente. Desde el principio, Bermúdez trató de establecer que para hacer una chanza inteligente cualquier partido es bueno. Así llegó a contar un día que los demócratas progresistas levantan el piso del parquet de sus casas para hacer asados. El efecto de esta creación fue prácticamente nulo.
Pese a todo, hay que declarar que hubo en sus enseñanzas algunos modestos aciertos. Refutó - por ejemplo- el viejo postulado según el cual es imposible hacer humor oficialista.
El humor- sostenían los ortodoxos- implica siempre la degradación de un valor. Por lo tanto, toda acción humorística será siempre en contra de algo. De aquí se infiere la imposibilidad del chiste a favor del gobierno o del orden vigente. Los argumentos contrarios de Bermúdez son tan sencillos que su exposición no produce el menor orgullo artístico:
"...Es cierto que el humor se hace siempre en contra de algo, como ya lo sospechó Platón. Para hacer humor oficialista bastaría entonces con burlarse de la oposición."
En efecto, la presentación del inconformismo y del descontento como estados espirituales ridículos y aún fraudulentos, propugnaba indirectamente la admiración del pensamiento establecido. De hecho, hoy en día, nuestros mejores humoristas son honradamente oficialistas, tal vez por razones parecidas a aquellas que llevaban a los Hombres Sensibles a desconfiar del humor.
La Academia del Humor de Flores poseía también un registro de patentes que permitía a los ingeniosos del barrio preservar la propiedad de sus creaciones. La oficina atendía día y noche, pues ya se conoce la quisquillosidad de los inventores de bagatelas. De todos modos, y a pesar de los minuciosos trámites, nunca faltaban chistosos que se sentían despojados por alguien. Esto ocurre todavía en nuestro tiempo: cada vez que surge un programa exitoso o una nueva publicación de humor, muchos de nuestros conocidos declaran haber tenido la misma idea mucho antes.
El polígrafo Manuel Mandeb - que jamás registró nada- despreciaba a los supuestos damnificados. Oigamos sus gritos:
"Solamente pueden robarse las ideas pequeñas, las minucias que caben en un bolsillo. Las grandes creaciones son incómodas de llevar y no están al alcance de los descuidistas. Cualquiera puede hacerse con el eslogan de un nuevo calzoncillo; la teoría de la relatividad - en cambio- es de usurpación casi imposible.
"Convendrá entonces tener ideas grandes, o en todo caso, procurar que nuestras ocurrencias estén pegadas a nosotros de un modo tan íntimo y estrecho que nadie pueda arrancárnoslas del alma. Si quieren saberlo, yo soy mis ideas, y quien me las robe, habrá de llevarme también consigo."
Pero las idea de que las ideas no se roban le fue robada a Mandeb. El abogado Gerardo Joseph la expuso como propia en una conferencia titulada La Sustracción de Ideas. Se dice que Mandeb se presentó ante el charlista y le dijo:
- Vea, mi amigo, al oírle exponer mis reflexiones pienso que yo mismo disertaba. Usted era yo y es tal vez por eso que no le rompo los dientes de una trompada.
Pocos alumnos alcanzaban los cursos superiores de la Academia. Allí se enseñaban el arte del ejemplo absurdo y sin embargo riguroso, la exquisita discordancia entre la forma y el contenido, la nobleza del renunciamiento artístico, y los divertidos desperfectos de la razón.
También se enseñaba música, poesía, pintura y teatro, porque sin un género que lo contenga el humor no es nada.
"Lo nuestro es sal - decían los maestros- y aunque la comida sin ella es desagradable, mucho peor es comer la sal sola."
En los últimos tramos de la carrera los aspirantes se tornaban melancólicos y casi nada los hacia reír. Tal vez la persecución de la gracia es un camino demasiado duro.
Nadie alcanzó jamás el titulo de Humorista Diplomado. Pero la no obtención de esa jerarquía era precisamente el propósito final de la entidad. Se trataba quizá de aprender a no reírse o mejor todavía a reír sin olvidarse. Así despojado de toda pretensión, purificado de su hambre de risa, el aspirante podría apuntar algún garbanzo. La gracia nunca se presenta ante quien la busca demasiado.
La Academia de Flores se fue con los tiempos dorados. Algunos siguen hoy sus rigurosos preceptos. Otros no.

LA CIENCIA EN FLORES
Los Refutadores de Leyendas han sostenido siempre que toda la Naturaleza puede expresarse en términos matemáticos. Lo poco que queda fuera no existe. Así, esta comparsa racionalista se ha esforzado, utilizando cifras, vectores y logaritmos, en representar cosas tales como el tango El Entrerriano o los celos de las novias de la calle Artigas.
Cuando fracasaban, simplemente declaraban superstición lo que no conseguían encuadrar en sus estructuras científicas. Existía un minucioso catálogo de cosas inexistentes que se actualizaba cada año. Allí figuraban los sueños, las esperanzas, el hombre de la bolsa, el alma, el ornitorrinco, el catorce de espadas, el Angel Gris de Flores, el gol de Ernesto Grillo a los ingleses, la generala servida y la angustia.
Otra publicación venerada fue el desmesurado libro Un Amor así de Grande, resultado del afán de medirlo todo. En ese trabajo no sólo se otorgan valores numéricos a los colores, aromas y formas, sino también a las sensaciones espirituales más sutiles. A lo largo de cien capítulos se establece la cantidad de adrenalina que produce un individuo antes de ser vacunado, el volumen que alcanzan las lágrimas de una madre a lo largo de su vida, la cantidad de cera que lleva en sus oídos el conjunto de habitantes de la ciudad de Buenos Aires (suficiente al parecer para lustrar todos los pisos del edificio de Obras Sanitarias), y la energía que se consume en un suspiro.
Algunos datos producen indignación en las almas sencillas: para esta gente la novela Madame Bovary consiste en una cierta mezcla de medio kilo de papel y un cuarto de litro de tinta. Los elementos químicos que componen al hombre son descriptos puntualmente con su precio en las farmacias de la zona. De este modo se llega a la conclusión que más barato resulta un señor robusto que un velador. No hace falta indicar el gran éxito obtenido por esta curiosa forma de evaluar el universo. Constantemente podemos oír en la radio las declaraciones de brillantes deportistas que manifiestan hallarse en un setenta y cinco por ciento, vaya a saber de qué. Los chicos preparan tablas de posiciones en las que dan a entender que quieren primero a su madre, después a su padre en tercer lugar a la abuela, y en el cuarto - lejos - al tío Julián. Los boletines de calificaciones no son otra cosa que la versión escolar del pensamiento de los Refutadores. Aunque la descripción de la conducta de un alumno que no ha estudiado su lección, se reduce a un redondo cero. Por el contrario, un estudiante talentoso y perseverante será premiado no con un cariño ni con una frase estimulante, sino con un diez.
No se sabe si los Refutadores de Leyendas escribían cartas de amor, pero no seria extraño que sus más tiernas declaraciones consistieran en gráficos representativos del progreso de sus sentimientos. Todo este arrebato cientificista no pudo menos que causar la repugnancia de los Hombres Sensibles de Flores, que confiaban más en las corazonadas que en la razón.
Como siempre ocurre, los excesos racionales generan desaforadas rebeliones románticas. Pero en el barrio de Flores esa rebelión no se manifestó únicamente a través del arte, sino que tuvo lugar - además- en el propio terreno científico.
La Sociedad de Científicos Sentimentales nació gracias al impulso del profesor Aurelio C. Frascarelli, quien harto de la deshumanización de las disciplinas científicas resolvió ponerle un poco de sangre al frío mundo de las raíces cuadradas y las cotangentes. Este pensador delirante fundó la sociedad antedicha y editó un Manual de Ingreso que nunca se supo si era un libro de texto o una colección de intentos poéticos. Las primeras innovaciones del manual son módicas. Se reducen a la redacción más emotiva de los problemas de regla de tres compuesta. Transcribimos uno de ellos:

Problema 14: Doce hombres tristes tropiezan en un año con ciento seis desengaños. No se conocen entre si, pero sufren de un modo parecido. Pregunto entonces: ¿Cuantos desengaños padecerán ocho hombres tristes en seis meses?

Como se ve, lo novedoso consiste únicamente en reemplazar hortalizas por desengaños, y en ciertas declaraciones innecesarias como el mutuo desconocimiento y la tristeza de estos hombres. Pero conforme se avanza en la lectura del Manual se encuentran cosas más audaces. El Problema 187 es prácticamente una novela corta. La descripción psicológica del protagonista - un comerciante poco escrupuloso- está bastante bien lograda. Hay personajes laterales (un cuñado que busca un tesoro oculto) y una divertida pintura costumbrista de un almacén de barrio. La pregunta final ("¿a cuanto deberá vender el kilo de arroz?") resulta insignificante al lado de otros interrogantes que no están escritos, pero si sabiamente sugeridos por el profesor Frascarelli: ¿Tiene sentido la vida? ¿Hay algún propósito en el universo? Cumplimos sin saberlo con algún plan divino o diabólico?
A partir de la mitad del libro, el autor empieza a tomar partido arbitrariamente en arduas cuestiones matemáticas. Paralelamente se incorporan juicios éticos y estéticos en la explicación de teoremas y postulados. Se habla entonces de paralelepípedos atorrantes, de esferas traidoras, de ángulos aburridos y llega a decirse que el trapezoide es una figura que no merece ser tomada en serio.
Las cuestiones biológicas son, en el Manual de Ingreso, verdaderas fantasías. La vida del paramecio es un cuento de terror y Frascarelli llega a afirmar que las amebas son muy guardianas y fieles a sus amos.
La actividad de los Científicos Sentimentales no se reducía a la difusión del Manual. En los años de oro del barrio de Flores, muchos maestros románticos dieron clase en una academia privada de la calle Condarco. Los alumnos padecían la misma locura que los profesores. Cada vez que se realizaba algún experimento en el gabinete de química, los jóvenes salían corriendo aterrorizados, mientras gritaban "cosa de Mandinga" o "el Diablo anda suelto".
El propio Frascarelli dirigía un grupo de investigación cuyos métodos provocaban el escándalo de los Refutadores. Creían, por ejemplo, en la búsqueda de la casualidad. Este criterio podría escribirse así: sabiendo que muchos grandes descubrimientos se realizaron casualmente, parece una buena idea disimular el verdadero propósito de la investigación. Así, cuando se quiere encontrar una estrella, se busca un microbio. Los resultados no fueron muy espectaculares, si bien Frascarelli se jactaba de haber hallado un especifico que combatía el mal aliento, mientras buscaba la piedra filosofal.
En ocasiones, los científicos soñadores acudían a la búsqueda empírica y tomaban frascos de untura blanca, para ver que ocurría. Estas experiencias se anotaban en un cuaderno que ha sobrevivido a la Sociedad y en el que se refieren más de mil quinientas locuras, que van desde comer pólvora hasta arrojarse al vacío desde diferentes alturas para establecer los daños físicos y morales que, más allá de los cuatro metros , solían traducirse en la muerte lisa y llana.
Hay que decir que aunque sus logros fueron pequeños, los propósitos de la Sociedad no tenían límites. Durante años trataron de hacer algún milagro. Buscaron la esmeralda que cura todas las enfermedades, el elixir de la eterna juventud, el polvo de Perlimpimpim, el jarabe del amor eterno y la llave de la sabiduría. Discutieron sobre la cuadratura del círculo y la inmortalidad del cangrejo y trataron de volver al pasado y visitar el futuro.
Todos saben que en el barrio del Angel Gris se destilaba el vino del olvido y el licor del recuerdo. También se conocen perfectamente sus efectos y propiedades. Al parecer, lo que mataba era la mezcla.
Algunos mentirosos pretenden que estas maravillas fueron creadas por los Científicos Sentimentales. Nada más falso. El vino fue obra de los Amigos del Olvido, un club que proponía la abolición del pasado. Y el licor es - sin duda alguna- un hallazgo de Manuel Mandeb, el polígrafo de Flores.Tal como es fácil sospechar, los científicos románticos fueron derrotados por la prédica incesante de los Refutadores de Leyendas.
Hoy todo el mundo rinde culto a la Ciencia Pura. Y se da una ilustre paradoja: los Refutadores no han hecho más que reemplazar a las viejas leyendas por otras más nuevas, mucho peores.
Los arquitectos razonables podrán dudar de la existencia del alma, pero suscribirán cualquier teoría sobre el átomo, los neutrones y los protones, con la mayor alegría. No importa si entienden estas teorías. En realidad - como dice Sábato- el pensamiento científico parece tener mayor poder cuanto menos se lo comprende. Por eso se suele decir:
-¡ Qué bien que habla este hombre...! No alcanzo a entender ni una sola de sus palabras.
Cuando un racionalista se pone supersticioso, no hay quien lo gane. Todo parece indicar que el futuro pertenece a los Refutadores de Leyendas. Tal vez por eso los miembros de esta entidad - la única que queda de las que existieron en los años dorados- se muestran tan optimistas con respecto a lo que vendrá.
Todos los Adoradores del Progreso nos pintan un porvenir lleno de veredas móviles que nos evitarán el esfuerzo de caminar, con máquinas invictas, con ríos domados, y vehículos cada vez más veloces. A las almas sencillas, la descripción de estos espantosos mecanismos les parece algo diabólico. Porque en este proyecto de aparatos infalibles y formidables fuentes de energía no parece existir la menor preocupación por responder a alguna de las preguntas que el profesor Frascarelli supo insertar en su memorable problema 187.
La Sociedad Científicos Sentimentales era una locura. Pero tal vez hace falta un poco de locura entre tanta exactitud y precisión. Serán buenos los cálculos y los teoremas inexpugnables, si es que se aplican a rombos, ángulos y cubos. Pero empiezan a fallar cuando se trata de personas.
Y a lo mejor esto constituye la más grande virtud del hombre, su toque divino. El ultimo de los atorrantes de Flores es más interesante que una estrella, solamente porque su comportamiento no es previsible.
Nada de esto significa que debamos renunciar a la ciencia y su arsenal. Que se sigan inventando licuadoras y tónicos contra el catarro. Dos más dos son cuatro. Los Refutadores de Leyendas tienen razón. Pero nada más que eso: razón.
A mí no me alcanza.

REFUTACIÓN DEL REGRESO
No hay sueño más grande en la vida que el Sueño del Regreso. El mejor camino es el camino de vuelta, que es también el camino imposible. Los Hombres Sensibles de Flores, en sus nocturnas recorridas por las calles del barrio planeaban volver.
Volver a cualquier parte.
A la adolescencia, para reencontrarse con los amores viejos.
A la infancia para recobrar las bolitas perdidas.
A la primera novia, para jurarle que no ha sido olvidada.
A la escuela, para sentir ese olor a sudor y tiza que no se encuentra en ninguna otra parte.
Volver fue para ellos la aventura prohibida. Cada noche sonaban con patios queridos y cariños ausentes. Y cada mañana despertaban llorando desengañados y revolvían la cama para ver si algún pedazo de sueño se había quedado enganchado entre las cobijas.
A pesar de todo, los muchachos de Flores habían aprendido a disfrutar de los regresos modestos y cada tanto visitaban antiguas pizzerías, veían películas de Paul Muni, cantaban el vals Penas que Matan o examinaban fotos amarillentas en la pieza de Manuel Mandeb.
Desde luego, los Refutadores de Leyendas se burlaban de todo esto.
- Saluden a los nuevos tiempos! - gritaban -. El mundo marcha hacia adelante.
La comparsa racionalista acusaba a los Hombres Sensibles de retrógrados y conservadores. Tal vez tenían algo de razón: Mandeb y sus amigos andaban siempre por los mismos lugares, contaban miles de veces las mismas anécdotas y se divertían robando nísperos siempre en la misma casa.
- Marchan ustedes a contramano de la historia- rugían los Refutadores.
Y era cierto. Pero siempre es recomendable recorrer la vida a contramano, sobre todo si uno sospecha quién ha puesto las flechas del tránsito.
En los años dorados del barrio del Angel Gris, funcionaba en la calle Gavilán la agencia Todo para el Regreso. Esta empresa organizaba unos viajes y peregrinaciones cuyo atractivo principal estaba en la vuelta. Por cierto, solían elegir lugares horrorosos, con alojamiento míseros y comidas inmundas, precisamente para acrecentar el deseo de volver cuanto antes.
Pero el mayor éxito se obtuvo con el Servicio de Recuperación de Vecinos. La agencia se ocupaba de localizar y entrevistar a pobladores antiguos, alejados del barrio por las perversas mudanzas. Por un precio razonable se les ofrecía una fiesta callejera en su viejo vecindario, con la presencia de todos los personajes de la zona. El servicio incluía la entrega de un pergamino, palabras alusivas a cargo de empleados de la empresa y llegado el caso, indumentaria apropiada para que el vecino emigrante pudiera fingir opulencia si lo deseaba.
Existía -además- un plan superior que contemplaba la reinstalación lisa y llana del vecino perdido en su antigua residencia. Desde luego, los costos eran grandes y no resultaba sencillo vencer las dificultades que se presentaban: desalojo del nuevo ocupante de la finca, abolición de las eventuales reformas, rescate de los muebles originales y restauración del exacto grado de higiene en que acostumbraban vivir el cliente y su familia. Para cumplir con esta ultima pretensión, a veces había que limpiar y otras veces era necesario juntar mugre.
En realidad, hay que confesar que durante todo el tiempo que funcionó el Servicio de Recuperación de Vecinos, solamente una vez se concretó el plan superior. Fue el famoso regreso de la familia del ingeniero Vaccari a su casa de la calle Bolivia Este servicio fue solventado por los amigos del poeta Jorge Allen, después de más de un año de colectas, rifas, préstamos a interés y timbas a beneficio.
No es que a nadie le importara gran cosa del ingeniero Vaccari. Pero Jorge Allen estaba enamorado de Leonor, la mayor de sus hijas y no estaba seguro de poder seducirla en Bancalari.
La historia no tuvo un final feliz. Leonor rechazó tercamente a Jorge Allen y se entrevero con un carnicero que venía a rondarla precisamente desde Bancalari. Allí mismo se fueron a vivir cuando se casaron, un año después. El resto de la familia Vaccari acabó mudándose más tarde a San Miguel, barrio del que no fueron rescatados jamás.
El ruso Salzman, legendario jugador de dados, también supo hacer un negocio parecido. Sin la intervención de la agencia, se decidió a comprar la casa de su infancia, ocupada desde hacia años por perfectos desconocidos.
En semejante patriada, el ruso gasto la memorable ganancia de una noche gloriosa en el casino de Mar del Plata.
Una vez instalado, comprendió que la inversión había sido inútil.
- He recuperado mi casa - dijo -. Pero la infancia, no.
Catorce años después de haber egresado como bachiller, Manuel Mandeb volvió a inscribirse en el Colegio Nacional Nicolás Avellaneda.
El poligrafo de Flores estaba entusiasmado con la ida y propuso a sus antiguos compañeros que hicieran lo mismo, para repetir la época más feliz de sus vidas. No tuvo mucha suerte: Avila, Capel, Carrasco, Cichoworsky, Donath, Frascarelli, Frezza... Por orden alfabético todos se fueron negando y presentando sólidos pretextos. El trabajo, la familia, la distancia, el dinero., De algún modo misterioso aquellos atorrantes habían contraído la responsabilidad.
Manuel Mandeb no se achicó y comenzó las clases.
Y el primer día trato de reproducir episodios divertidos que habían ocurrido antes, pero las cosas no eran iguales. Sus nuevos compañeros eran bastante chitrulos y se resistían a secundarlo en sus travesuras, no le llamaban EL Turco sino El Abuelo. Para peor, algunos profesores creían recordarlo vagamente y no sabían si confundirlo con su hijo o con su padre.
Logró - eso si - algunas buenas notas y hasta quince amonestaciones. Un día, el jefe de celadores descubrió la verdad.
- No crea que no lo he reconocido, señor Mandeb. Este es otro de sus inventos. Yo pensé que el título de bachiller iba a servirle de escarmiento, pero veo que no es así. Usted es de los que siguen jorobando hasta después de muertos.
Mandeb contestó llorando:
- Usted es el único que me ha comprendido. Gracias.
- Cállese la boca, señor - gritó el jefe de celadores- Vuelva a clase.
El pensador de Flores fue expulsado poco después. Pero a pesar de su fracaso, la segunda inscripción es una maniobra que merece ser estudiada por los melancólicos cabales. Sostengo que con el apoyo de sus viejos condiscípulos, la experiencia de Mandeb hubiera sido emocionante.
La agencia Todo para el Regreso se fundió por falta de clientes. En un último esfuerzo, sus dueños ofrecieron servicios económicos. Eran retornos fingidos, vueltas sin ida, reencuentros sin ausencia. El interesado podía simular su viaje al África. La empresa se encargaba del recibimiento, los abrazos y las lágrimas. El éxito fue nulo. Por esos días, Manuel Mandeb escribió su oscuro ensayo Nunca se Vuelve. Leamos algunos párrafos:
"No es posible regresar a ninguna parte. Los puntos de partida no se quedan quietos y a la vuelta ya no están, para poder volver se necesita, por empezar, un punto de partida eterno e inmutable. Pero todo se mueve y no hay forma de detener el Universo. Créanme si les digo que nadie ha efectuado nunca jamás un verdadero regreso. El hombre que lo consiga cumplirá la hazaña más grande de la historia."
La idea de no bañarse dos veces en el mismo río no constituye ninguna novedad filosófica. Pero adviértase que Mandeb deseaba en verdad volver a bañarse. Esta fue su mayor obsesión y siempre lamentó amargamente no poder remontar los tiempos.
Los Refutadores de Leyendas se alegran de la dinámica universal y esperan el futuro con impaciencia. Desean liberarse del pasado, romper las cadenas. Pero si esto encierra la idea de libertad, hay que reconocer que Manuel Mandeb fue mucho más lejos:
"¿Por qué no puede uno estar en varios lugares al mismo tiempo? ¿Qué es esto de no poder volver al pasado ni visitar el futuro? ¿Por qué no es posible extraer de las premisas de la razón las consecuencias que a uno se le antojen?
"Ah, la libertad...la libertad sin tiempo, ni espacio, ni lógica. La libertad de vivir todas las vidas, de estar en todas partes, de recorrer las edades. ¿Qué dicen a esto los libertarios sin frontera?"
Pero las cosas son como son. Esa es la pena de los Hombres Sensibles. La misma de los viajeros que no pueden volver atrás. Ellos, no han nacido para viajar. Y, sin embargo, ahí andan con la vida llena de extraños, ansiando la inmortalidad, solamente para poder regresar.
Algunos tratan de no partir: amor...quedémonos aquí... Pero el que no parte también se queda solo.
En Flores se suele contar la leyenda de Antón Raffo, quien según parece poseía el Secreto del Regreso. Mandeb y Jorge Allen llegaron a conocerlo. Es cierto que el hombre usaba en su conversación algunos giros inquietantes.
- Ya voy a arreglar eso cuando sea un poco más joven.
- He besado muchas veces a Mónica. Pero será mucho mejor cuando le dé el primer beso.
- Ya estoy harto de nacer, caballeros.
Los muchachos de Flores no pudieron indagar demasiado. Raffo desapareció y si es que posee el Secreto, tal vez ande en otros tiempos más prometedores.
Aquí cabe una modesta reflexión. aún cuando fuera posible volver al pasado, nada sería igual. Todos los actos de nuestra vida repetidos minuciosamente, serian distintos al estar ocurriendo por segunda vez. Esta diferencia es sustancial. Levaríamos con nosotros la carga de la experiencia anterior. Nos estaría negada la ansiedad y la esperanza. ¿Con qué entusiasmo apostaríamos a las cartas que ya sabemos perdedoras? Alguien dirá: sería preciso borrar la memoria y volver al pasado sin recordar que ya lo vivimos. Respuesta: ¿De qué sirve volver si uno no sabe que vuelve? Para el caso es posible pensar que ahora mismo estamos viviendo por segunda o quinta vez la misma vida.
Quién les escribe ha soñado muchas veces este episodio:
Camino por la calle Urquiza, en Caseros. Soy como ahora, un grandullón melancólico. Pero descubro que no estoy en el presente sino en los primeros años de la década del 50. Llego ante la casa que lleva el numero 68 y toco el timbre. Al rato sale a recibirme un nene mugriento y desconfiado. Soy yo mismo. Abrazo emocionado al chico. Desde adentro oigo la voz del abuelo que pregunta:
- ¿Quién es, Negro?
Nunca he podido imaginar que algo mejor pudiera ocurrirme. Los funcionarios del paraíso no tendrán que ponerse en grandes gastos conmigo.
El libro de aventuras del regreso sigue en blanco.
Ni los Hombres Sensibles, ni los Pensadores del Eterno Retorno, ni muchos de nosotros - que a veces creemos volver- hemos podido dar un solo paso. Esto no nos impide ser dichosos algunas veces, a pesar de todo. Las personas decentes nos piden madurez y resignación. Quieren que olvidemos nuestras trágicas ensoñaciones. Pero nosotros no queremos olvidar. Y el que olvide, jamás, jamás podrá ser nuestro amigo.
Ni siquiera cuando volvamos a encontrarnos otra vez y para siempre.

PACTOS DIABOLICOS EN FLORES
Los Hombres Sabios aseguran que en los viejos tiempos, el demonio y sus subalternos paseaban con frecuencia por el barrio de Flores. Después del anochecer, en la plaza y la estación, rondaban nobles y plebeyos infernales. Asmodeo, inspirador del juego, visitaba las timbas. Baal-Fagor auspiciaba inventos y descubrimientos perversos. Uzza y Azael enseñaban a las mujeres a maquillarse para encender la lujuria de los hombres. Y también acechaban Astaroth, Belial, Samyaza, Yekun y Belcebu, el señor de las moscas. El propio Satán paraba en una lechería de la calle Artigas.
El aspecto de los demonios permitía confundirlos con ciudadanos vulgares. Y en verdad, esto es lo que ocurría generalmente. Sólo los muy sagaces alcanzaban a vislumbrar las señales que denuncian al que viene de las tinieblas: la demasiada elegancia, los botines relucientes, un anillo en el meñique, el reloj de oro, una uña larga y afilada, un boleto en el ojal de la solapa.
Se sospecha que el propósito de aquellas presencias era la concreción de pactos diabólicos.Manuel Mandeb juraba haber visto un carro en la noche, conducido por Mandinga. El polígrafo de Flores asustaba a los chicos imitando el pregón:
- Almas...compro almas...Llegó el Tentador, patrona...
El músico Ives Castagnino mostraba un contrato de pragmática impreso en los talleres gráficos del Averno. Allí se establecían las condiciones generales del pacto y las obligaciones del aspirante, que eran trece.
1) Renegar de Dios
2) Blasfemar continuamente
3) Adorar al diablo
4) Usar cualquier medio para no procrear
5) Jurar en nombre del diablo
6) Comer carne
7) Imaginar que se tiene comercio carnal con el diablo
8) Llevar siempre encima la imagen del diablo
9) Lavarse la cara y peinarse de cuatro en cuatro días
10) Bañarse cada cuarenta y dos días
11) Mudar de ropa cada cincuenta y siete días
12) Afeitarse cada noventa y un días
13) No cortarse ni limpiarse las uñas jamás y comer cada cuatro horas, cuatro dientes de ajo.
Acordar un pacto con el demonio significaba siempre la entrega del alma. Se sospecha que en Flores algunas personas fueron efectivamente tentadas y alcanzaron a estampar firmas sangrientas para legalizar su perdición.
El abogado Antonio B. Avila fue acusado muchas veces de facilitar su oficina y los papeles sellados para estos convenios abominables. Si bien la venta de almas se mantenía en el mayor secreto, han llegado hasta nosotros los nombres y las historias de algunos condenados por voluntad propia. No se trata - confesemos- de casos ilustres, como el del doctor Fausto, el párroco Urbain Grandier o el pintor bávaro Christoph Haizmann. Pero vale la pena conocer a estos modestos tratos infernales, aunque más no sea para aprender a gambetear los engaños del Adversario.

EL BANDONEONISTA ANSELMO GRACIANI
Los músicos que pactan con el diablo alcanzan siempre una dimensión genial. No ocurría así con Anselmo Graciani. Su exigencia ante Lucifer fue poder tocar como deseaba y soñaba, y los anhelos musicales de Graciani eran vulgares.
Cierto es que despachaba la variación de Canaro en París con los ojos cerrados. Pero más allá de las compadradas acrobáticas su estilo era banal y relamido, asolado por innecesarios firuletes de cumpleaños.
Alcanzó éxito y renombre en ciertos ambientes. Ives Castagnino llegó a tocar en su orquesta y aprendió a odiarlo. Se dice que Graciani pagará el don recibido tocando eternamente en el Tártaro, para suplicio - o solaz- de los réprobos.

DIALOGO ENTRE ASMODEO Y EL RUSO SALZMAN
Asmodeo: Soy Asmodeo, inspirador de tahúres y dueño de todas las fichas del mundo. Conozco de memoria todas las manos que se han repartido en la historia de las barajas, También conozco las que se repartirán en el futuro. Los dados y las ruletas me obedecen. Mi cara está en todos los naipes. Y poseo la cifra secreta y fatal que han de sumar tus generalas cuando llegue el fin de tu vida.
Salzman: ¿ No desea jugar al chinchón?
Asmodeo: No, Salzman, Vengo a ofrecerte el triunfo perpetuo. Con sólo adorarme, ganarás siempre a cualquier juego.
Salzman: No sé si quiero ganar.
Asmodeo: ¡Imbécil...! ¿Acaso quieres perder?
Salzman: No, tampoco quiero perder.
Asmodeo: ¿ Qué es lo que quieres entonces?
Salzman: Jugar. Quiero jugar maestro. Hagamos un chinchón.

RUBEN GARMENDIA, EL PICAFLOR
No parecía mal negocio el de Garmendia. Le garantizaron el amor de todas las mujeres. El tormento eterno era sin duda, un precio razonable. Todos lo recuerdan en Flores paseando con las mujeres más hermosas de la ciudad.
Según cuentan, las muchachas lo seguían por la calle. En las confiterías, se acercaban a su mesa para ofrecérsele redondamente. Muchas veces debía arrojarse de los colectivos, huyendo del ardor de las pasajeras. Sus amigos lo abandonaron, temerosos de que sedujera a sus novias.
Sor Juana Inés de la Cruz dictaminó que el amor es como la sal: dañan su falta y su sobra.
Garmendia soportó como nadie la segunda desdicha.
Sus amantes no se resignaban a la ausencia y se le aparecían en su casa llorando y arrojando piedras a las ventanas. En sus últimas épocas se lo veía perseguido por muchedumbres de damas sin consuelo que le tiraban del saco.
Para completar su desventura, se enamoró de una vecina y ya no necesitó la pasión de otras mujeres. Supo, además, que la chica lo amaba desde tiempos lejanos, anteriores al pacto.
Comprendió entonces que Satán era tramposo. Se sabe que trató de disolver el vínculo, pero es poco probable que lo haya logrado. Un marido celoso lo asesinó un 25 de mayo.

EL HOMBRE QUE ERA, SIN SABERLO, EL DIABLO
Un caballero de la calle Caracas resolvió negociar su alma. Siguiendo los ritos alcanzó a convocar a Astaroth, miembro de la nobleza infernal.
- Deseo vender mi alma al diablo - declaró.
- No será posible- contestó Astaroth.
- ¿Por que?
- Porque usted es el diablo.

EL PEQUEÑO PACTO DE MANUEL MANDEB
No le fue fácil al diablo tentar a Manuel Mandeb. Para empezar, cada vez que se le aparecía, el hombre salía corriendo, sin dar tiempo a presentaciones ni propuestas. Un día, disfrazado de ferroviario, logró captar la confianza del polígrafo y finalmente le propuso el pacto de siempre.
- En realidad me gustaría obtener el amor de una cierta señorita. Pero no creo que valga un alma. Es de estatura escasa.
- Puedo darte ese amor y también riquezas y honores, para completar la diferencia.
- Tengo una idea mejor - gritó Mandeb- ¡Concédame ese amor! A cambio yo cometeré cuatro iniquidades, que tal vez alcancen para condenarme.
Discutieron largo rato. Satanás aceptó sin entusiasmo el pequeño pacto, que firmó con tinta corriente. Las cuatro iniquidades fueron establecidas por escrito y eran estas:
1) Un latrocinio. Mandeb lo resolvió robándose las bolas de billar de una mesa del salón Odeón.
2) Una blasfemia.
3) Una traición. No fue sencillo cambiar de panadería, pero había que cumplir.
4) La cuarta iniquidad fue identificada por el propósito mismo del pacto. Hacerse amar por alguien y no dar el alma a cambio es, por cierto, una canallada.
A fuerza de generosidades y arrepentimientos, Mandeb fue emparejando el peso de sus pecados, hasta quedar en condiciones de salvarse del infierno, ajustadamente.

EL HOMBRE QUE PEDÍA DEMASIADO
Satanás: ¿Qué pides a cambio de tu alma?
Hombre: Exijo riquezas, posesiones, honores y distinciones.... Y también juventud, poder, fuerza y salud... Exijo sabiduría, genio, prudencia... Y también renombre, fama, gloria y buena suerte... Y amores, placeres, sensaciones... Me darás todo eso?
Satanás: No te daré nada.
Hombre: Entonces no tendrás mi alma.
Satanás: Tu alma ya es mía. (Desaparece)
Algunos relatos del barrio señalan la evidencia de posesiones diabólicas Siempre se sospechó de los cantores de jazz, porque tenían la posibilidad de hablar un idioma que desconocían. Jorge Allen se jactaba de tener un alma inhóspita y juraba que varios demonios habían tratado de usurparla sin aguantar más de media hora. También se hablaba de íncubos y súcubos que mantenían amores con personas desprevenidas.
Papini sostenía la imposibilidad de los contratos infernales. El diablo - decía - no necesita complicadas cláusulas para capturar almas. Y cabe suponer que un hombre tan estúpido como para renunciar al cielo a cambio de unos años de fortuna ya está perdido antes de firmar nada.
A mí me parece adivinar que estamos ante una alegoría Tal vez no existan las cruentas rúbricas ni los rituales. Pero es posible que algunas de nuestras conductas sean - secretamente - la suscripción de un acuerdo. Quizás muchos de nosotros hemos vendido nuestra alma al diablo, al precio miserable de sentirnos satisfechos de nuestra integridad.
Creo que hoy - como entonces- los demonios andan cerca. Ya no tienen para nuestra desgracia, el horrible aspecto que antaño daba una cierta lealtad a su malevolencia. Ahora se nos aparecen amables y sonrientes, cuando no angelicales.
Es difícil, muy difícil, reconocer al diablo, adivinar de que modo hemos firmado e imaginar que clase de infierno nos espera. Me gustaría pensar que las almas puras alcanzan a percibir unas pálidas señales. Y así como muchos pactan sin saberlo, otros, sin saberlo, no pactan.
El cielo nos proteja de los demonios, de sus empleados, de sus víctimas y de los malvados que viven convencidos de su bondad.

NIÑOS, LIBROS Y LECTURAS
de "Crónicas del Angel Gris", por Alejandro Dolina.

Las novelas decimonónicas sobre el Imperio Romano se esfuerzan en reconstruir la época de los Césares y apenas consiguen revelar las preferencias y gustos del siglo XIX. Sucede que los cónsules, los senadores y los emperadores no pueden disimular el acento de las tertulias parisinas, por mucho que se esfuerce el escritor. Esto no debe apuntarse como un reproche sino más bien como una fatalidad que conviene saber antes de la lectura.
Algo parecido sucede con los libros para chicos. Escritos desde un mundo diferente, suelen referir historias que suenan falsas, protagonizadas por seres lejanos e incomprensibles. Ante su propia creación, los autores suelen afectar una especie de perpleja benevolencia, la misma que se usa en la descripción de las costumbres de los salvajes.
Alguien podrá decir que lo más conveniente es que los romanos escriban sobre el imperio, y los niños sobre la infancia. Objeción: los romanos no escriben ya y los niños no lo hacen todavía. De unos y otros nos separa el tiempo.
Puede aducirse que mientras ningún escritor actual ha sido ciudadano del Imperio, casi todos han sido niños. Sin embargo, un complicado abismo de olvidos y falsos recuerdos parece alejarnos de nuestras emociones infantiles. Los literatos que se fingen chicos no consiguen engañar a nadie.
A decir verdad, no es posible ni siquiera saber con certeza si los niños disfrutan de los libros que se les preparan.
Con mucha cautela, me atrevería a apostar que no. Evocaciones que acaso invento ahora me remiten a las historias de terror, las investigaciones de Mister Reeder, el Padre Brown y el poema A Margarita Debayle, creaciones todas que poco tienen de infantiles. Me parece también recordar que a mis cuatro o cinco años escuchaba con más placer La Copa del Olvido o Mi Noche Triste, que las cargosas pamplinas sobre faroleras tropezadas.
Así, menos en forma de teoría que de sospecha, postulo que un libro que entretiene a un chico debe ser capaz de hacerlo con un adulto. Desde luego, la admiración no sirve en el orden inverso: toda obra necesita una información previa por parte del lector para ser comprendida. El cuento El inmortal, de Jorge Luis Borges, resultaría incomprensible - o insulso- para quien desconociera la existencia de Homero. La medición de un hexámetro exige saber latín. Presiento, sin embargo, que miles de cuentos y novelas pueden ser leídos sin penuria por los chicos y sin aburrimiento por los mayores. Los ejemplos son tan contundentes que me avergüenzan: La Isla del Tesoro, los cuentos de Oscar Wilde, Las Mil y una Noches, las maravillas y horrores de la mitología clásica. Frente a estas obras, los coloridos volúmenes de las colecciones infantiles resultan bastante insípidos.
A veces me palpito que muchos de estos textos son estropeados por la intención edificante. Alguien me dijo una vez que en verdad ocurre lo contrario: la torpeza literaria desacredita la moraleja. Manuel Mandeb, el polígrafo de Flores, sentía horror por las novelas protagonizadas por niños. Sostenía que sus comportamientos eran poco racionales, o lo que es peor, poco artísticos. Recomendaba insuflar a los pequeños personajes la mayor gravedad, pues entendía que los chicos son generalmente serios y aborrecían la socarronería. Mandeb creía que el amor a los niños era una virtud literaria capaz de redimir cualquier defecto.
• El cariñoso esfuerzo conmueve a los pibes aunque no lo confiesen - decía. Me parece que el hombre de Flores adivinó una gran verdad.
Cuando era chico yo sentía una emoción deliciosamente triste ante las calesitas, los circos y los caleidoscopios. No me gustaban, no me divertían. Pero me hacían sentir una inmensa piedad por aquellas gentes, más inocentes que yo, que trataban de agradarme con ingenio modesto. De entre mis juguetes infantiles recuerdo una cimitarra de madera que me trajo mi padre. Mis juegos no incluían las gestas sarracenas, de modo que no pude sacarle mayor provecho. Pero allí estaba el amor del hombre aquel que tal vez no me comprendía. Por eso creo en el criterio de Mandeb. El amor de un poeta puede ser más eficaz que un buen argumento.
Más tarde he reconocido aquellos sentimientos de la niñez al recibir algún regalo demasiado humilde.
En los años dorados, un grupo de maestros melancólicos del barrio del Angel Gris preparó un libro de lectura escolar diferente de todos. Su título fue Tempranos Desengaños. Contaba con textos de Manuel Mandeb y Jorge Allen, la docente Etelia C. de Doth y otros oscuros literatos del barrio. También se procuró hacer creer que escribían algunos niños, cosa que nadie llegó a admitir jamás.
Muchos educadores han dicho que Tempranos Desengaños carecía de propósitos aleccionadores. Nada más falso. En muchas de sus páginas se promueve la admiración de ciertas conductas. Sucede - eso sí- que tales conductas son precisamente aquellas que repudian los libros infantiles convencionales. Se enaltece la inasistencia a clase, se desprecia la aplicación, se duda de la higiene y se festejan los desórdenes.
Hay cuentos, poesías, notas y canciones, entre las que sorprende encontrar la milonga Cobráte y dame el Vuelto.
Vamos a transcribir algunos textos.

LOS DEBERES DE PEDRO
Pedro se sienta en los últimos bancos del aula, como corresponde a un chico que desdeña la educación y la vecindad de los poderosos. Las conspiraciones y los batifondos nunca lo hallan ajeno. Busca el riesgo de las transgresiones y la compañía de los más beligerantes. A veces lo tientan el estudio y la inteligencia. Entonces, como quien acepta un desafío, como una compadrada, resuelve arduos problemas de regla de tres y cumple los dictados sin tropiezos. Un día, la maestra le acaricia el pelo tiernamente. Él piensa:
Ay señorita... Si supiera como me gustaría regalarle una flor y darle un beso.
Pero Pedro sabe quién es y conoce su deber y su destino. Con una gambeta se aleja del afecto inoportuno y va a buscar la gloria allá en el fondo, donde los malandras se empeñan revoleando los tinteros para que se cumpla mejor el divino propósito del Universo.

EJEMPLO (Poesía)
Los sabios nos han dicho
que sigamos la sombra de tu paso.
Y ha sido tu destreza
la vergüenza de nuestras lentitudes.
Los signos que guardaba
la efímera pizarra en su negrura
a ti no te negaron
revelaciones y sabidurías.
Los Seres que Vigilan
han sabido por tí nuestras infamias
y hallaste recompensa
en la noticia del castigo ajeno.
Ah, blanco paradigma,
luminoso, implacable compañero:
hoy nuevamente ha sido
postulada tu suerte como ejemplo.
El numeroso patio
tu sangre dibujada vio en el suelo
y el rumbo de mis golpes
siguió la blanca popa de tu miedo.
Así supieron todos
después de tu derrumbe en el recreo
las biabas que promete
mi zurda a los traidores del colegio.

LOS NIÑOS PRECOCES (por Manuel Mandeb)
Algunos chicos dan frutos tempranos, no lo niego.
Sus padres se enorgullecen y los exhiben entre sus familiares y conocidos, cuando no en el cine o la televisión. Me atrevo a pensar - sin embargo- que no toda precocidad es auspiciosa. Empecemos por decir que existen adultos bondadosos, agudos, valerosos o geniales. Y que también los hay mediocres, hipócritas, pomposos y canallas. El niño precoz recibe la visita anticipada de ciertos rasgos de la adultez. Algunos tocan el piano como expertos profesionales, otros aprenden lenguas, dibujan o poseen la ciencia.
Pero hay chicos cuya precocidad consiste en adquirir antes de tiempo el tono vacío y protocolar de las conversaciones de sala de espera, y aprenden a los seis años la filosofía de los tontos satisfechos. "Así anda el mundo, Doña Juana..." "Qué se gana discutiendo, Don José..." "Hablando se entiende la gente, Carlitos..."
También repiten el lenguaje de las revistas y hacen suyas las respuestas de los reportajes más vulgares.
Por cierto, mucha gente cree que ésa es la sabiduría, y yo digo que más sabios son los pibes indoctos que observan con repugnancia los diálogos de los parientes bien educados.Ojalá surjan muchos niños prodigio que se apropien del genio con impaciencia.
Pero para ser un papanatas, me parece que no hay apuro.

EL NIÑO QUE FUE A MENOS
La señorita Claudia le pregunta a Ferro:
• ¿Quién fundó la ciudad de Asunción?
Ferro lo ignora y lo confiesa. La maestra intenta por otros rumbos.
• Tissot.
• No sé, señorita.
• Rossi.
Silencio. El ambiente se pone pesado porque quizá la señorita Claudia enseñó aquello el día anterior.
- Maldonado.
Nada. Claudia frunce el ceño y ensaya unos reproches generales. Frezza, el tano Frezza, lo sabe de algún modo misterioso. Es extraño el camino que siguen las nociones: suelen alojarse donde menos se lo piensa.
- Nuñez. López. Dall'Asta
Tampoco. Frezza espera, sobrador, sin levantar la mano. Cosa de manyaorejas, piensa. La señorita Claudia se dirige a las niñas y pronuncia el nombre amado. Frezza está muy lejos para soplar y la morocha que lo enloquece no puede contestar. De pronto, la maestra lo mira.
• Frezza.
Y el niño taura, que tal vez necesita anotarse un poroto, se levanta, mira hacia el banco de la morocha y dice casi triunfal:
- No lo sé.
Si es que nadie lo sabe estará bien no saberlo. Frezza se sienta y se oye entonces, como en una horrible blasfemia, la voz de Campos, injuriosa:
• ¡Juan de Salazar!
Pasaron los años. La morocha no conoció el amor de Frezza ni tampoco su gesto elegante y generoso.
Si alguien califica estas lecciones en alguna Libreta Celeste, Frezza tendrá un nueve. Y si ni siquiera existe esa Libreta, entonces tendrá un diez.

UNA PELEA
Me empujaron a la salida. Hubo un tumulto blanco y después de una rápida investigación quedé frente a frente con Carlos.
- ¿Qué empujás?
Se formó una rueda. Alguien gritó:
• Fajálo...
Niñas aterrorizadas se sumaron al grupo. Carlos se puso muy colorado. Manos crueles lo empujaron hacia mí.
Tito, falso caudillo y sujeto temido, me dijo:
• Dale... ¿O le tenés miedo?
Entonces le acomodé una piña y ahora ya sé que soy cobarde.

Tempranos Desengaños no fue aprobado por las autoridades escolares. Puede afirmarse que pocos chicos lo leyeron.
Sin embargo, como si alguien les impartiera preceptos secretos, aún hoy, en el tiempo de Los Refutadores de Leyendas, hay niños que se siguen sentando en los últimos bancos y también hay hombres que lejos ya de la escuela se apartan de las ventajas y de las oportunidades fáciles.
A esos, a los del Fondo, a los que pudiendo sentarse en el primer banco lo rechazan, a los que no figuran como ejemplos en los libros de lectura, a los espíritus lunares, a los alumnos de coraje y honor que - según presiento- no leen obras como esta, a todos ellos -tardíamente- los abrazo ahora, cuando ya no me lo impiden las mezquindades que cargué en mi niñez.

LOS JUEGOS
(Monólogo transcrito del programa radial "La Venganza será Terrible!")

Uds. saben que inventar personajes que hagan carrera en todas las naciones no es cosa fácil... no es cosa fácil... Pocos escritores lo han logrado realmente. E incluso a veces lo logran a esto de crear un personaje que tenga curso en todas las culturas, en todas las naciones...a veces lo logran, digo, escritores de segundo orden. Estoy pensando en Arthur Conan Doyle, un escritor de segundo orden que ha generado un personaje mundial como es Sherlock Holmes. Y hoy quiero hablar de otro que también lo logró y que es Sir James Barrie. Tanto lo logró que cuando yo digo Sir James Barrie nadie - no creo que nadie - recuerde de quien se trata. Y, sin embargo, cuando mencione el personaje que el invento, todos lo van a conocer: Peter Pan. Pero al pobre Barrie le pasó lo que esta muchacha... Margaret Mitchell, la que escribió "Lo que el viento se llevó". El cine lo devoró.
Y yo creo que todos los muchachos dan en pensar que Peter Pan es una creación de Walt Disney. Del mismo modo se piensa de Pinocho y hasta de Blancanieves y de cosas así; tal es la fuerza del cinematógrafo! Bueno, si quiere que le confiese, no me mataría por ser el autor del Pinocho. Nunca que me ha conmovido mucho ese personaje pero otro día vamos a hablar de eso. [- Es de madera...] Si creo que es de madera... A la chica Mitchell le pasó esto. El otro día creo que nos acordábamos de la siguiente circunstancia: en los créditos de la película "Lo que el viento se llevó" no figura el nombre del autor de la novela. Nada menos. Nada menos, caramba! La que inventó la historia! Tampoco escribió ninguna otra cosa. Era una periodista ella; escribió una sola novela, una extensa novela, una copiosa novela pero nunca más nada. Ganó un premio con ella: el premio Pulitzer - de todas maneras- que es un premio a los periodistas. [- Bastante desprestigiado por otra parte como el periodismo mismo...]. No en el tiempo en que ella lo ganó pero ahora si.
¿Quién era James Barrie? ¿Y en que época lo situamos? Nació el siglo pasado, en 1860 en un pueblito muy pobre de Escocia. Era mal alumno, no se destacaba mucho por nada. Casi nunca abría los libros... No tenía gran cosa...
Por ahí, ya cuando joven le dio por escribir pero siempre estaba acomplejado porque creía que lo único que conocía del mundo era su minúsculo pueblo de Escocia. Entonces escribía con cierto recelo. Hasta que algunas novelas sentimentales de él empezaron a tener cierto éxito. Y publica por ahí, un libro que se llama "El pequeño Ministro" hecho allá por 1890-91 y la gente empieza a conocerlo. Hasta que en 1896 - y esto me interesa a mi- escribe una conmovedora biografía de su madre, Margaret Oglivy. Este libro contiene una frase que paso a leer que revela toda la literatura de Barrie y dice así:
"El horror de mi infancia era que yo sabía que se acercaba el tiempo en que debería renunciar a mis juegos y eso me parecía intolerable. Entonces resolví seguir jugando en secreto."
Yo me voy a detener aquí. Los juegos de Barrie fueron sus libros "El muchacho y David", "Peter Pan"... y el más exitoso de todos es "Peter Pan". Pero me gusta esto: "Entonces resolví seguir jugando en secreto."
Me detengo aquí y me detengo a recordar a todos los que, como a Peter Pan o como a Barrie, decidieron seguir jugando en secreto. Y no es que a uno le moleste crecer. De paso, crecer no es una actividad relacionada con el tiempo - quiero aclarar- sino con el espacio. Ser grande no es ser viejo, es otra cosa, muchachos!
Pero siempre he tenido la sorpresa de que el orden establecido y sus secuaces manifiestos o encubiertos se interesan muchísimo en que uno abandone la niñez para que deje de jugar. Digo, para que uno abandone esa gravedad de los chicos que juegan... esa solemnidad... Quiero decir que los chicos que juegan, no juegan por dinero, ni por obligación, juegan porque les gusta. Y juegan al juego que les gusta y con la gente que les gusta y sino, no juegan. No juegan por codicia y, además, lo hacen seriamente, sin ese cinismo que viene después con aquello que suele llamarse madurez. Yo creo que de ahí quieren sacarnos para convertirnos en personas resignadas a nuestra suerte, por mediocre que sea esta suerte. Finalmente hay gentes vulgares que desprecian a los que siguen jugando, a los que siguen soñando, a los que siguen engrandeciéndose, no creciendo... Mejor dicho: si creciendo, no envejeciendo. Quieren que no seamos esa gente que se arriesga en cada cruce, esa gente que juega fuerte como si cada baraja fuera la última.
Para los que ya no juegan, para los enemigos de Barrie y de Peter Pan, esto es locura - seguir jugando. Nos convidan a la resignación, a la madurez; gente que no soporta a los que -digo- parados en su propia sombra hacen frente, por ahí, a los miembros de su propia generación que los invitan a crecer - dicen: "¡Vamos! ¡Tenés que crecer! Y obtener una cuenta bancaria y engordar y renunciar a los cambios bruscos!"... Y a contraer - como suelo decir yo- esa mediocre eficacia que se llama madurez. Pero estos hombres también hacen frente a las generaciones más jóvenes que les reclaman el derecho a no jugar, ser vulgares, a no ser señalados finalmente en su vulgaridad. No, yo creo que la vida de Barrie y de Peter Pan y de los que, en secreto, han resuelto seguir jugando es muy dura. Y ¿a que siguen jugando esas personas en secreto, siempre tratando de que nadie los vea? Cuando las personas serias que manejan este mundo, los personeros de la razón, del dinero ven al que sigue jugando lo señalan con el dedo.
Pero, ¿a que juegan? - se preguntaran ustedes. Y ... algunos juegos parecen inocentes: Digo, hay quienes no pisan las baldosas celestes para no matar ángeles y pisan las baldosas rojas, para matar demonios... cuando nadie los ve. Hay quienes, por ejemplo, corren carreras en la calle contra desconocidos y se juegan la vida en llegar a la esquina antes que ese desconocido y dicen cosas tales como: "¡Si no llego a la esquina antes que el conscripto ese que va adelante mío, moriré!" Sucede, a veces, que el conscripto también es uno de los que están jugando ¡en secreto! Y entonces se producen carreras tremendas en la que se están jugando la vida el conscripto y nuestro amigo! Y nadie lo sabe! Sólo ven dos personas apuradas que transpiran y sufren y tratan de llegar primero a la esquina... y, mirándose, todos dicen: "¿A donde irán estos?" y no saben que se están jugando la vida.
Pero a veces, digo, esos juegos no son tan inocentes y, a veces, el juego consiste simplemente en vivir como si todavía no nos hubiera ocurrido lo mejor. Y ese ya es un juego más pesado, un juego que a veces cuesta caro, un juego serio. No como los juegos cínicos de los que se cubren con apuestas laterales o aquellos que juegan pero dejan en su bolsillo algún dinero para el regreso. ¡No! Me gusta el que se lo juega todo Y el que lo juega seriamente como los chicos o con la misma fe poética que pedía Coleridge para entender el arte, con esa renuncia a la incredulidad. ¡Ese es el juego! Yo que, también como Peter Pan, he perdido mi sombra declaro que pienso seguir jugando... Claro que en secreto... Y el que quiera seguir jugando va a ser mi amigo. Y el que ya no juegue más se irá a un cielo personal que tengo yo, un cielo de olvido en donde, así como muchos héroes griegos al morir se convertían en constelaciones. Quienes resuelven no jugar más también van a ese cielo de mis olvidos y se convierten en constelaciones, constelaciones que tienen nombres... y apellidos. ¡Ay, muchachos! ¡Que hermosas estrellas brillan en ese cielo de mi olvido!...
Quiero dedicar la charlita de hoy a Barrie, a Peter Pan, a mis amigos queridos que siguen jugando conmigo este juego hermoso pero fortísimo de hacer un programa en el que parece que uno hace chistes...
...¡Y EN REALIDAD SE ESTÁ JUGANDO EL ALMA!

LOS AMANTES DESCONOCIDOS
La sociedad de Amantes Desconocidos de Flores fue tal vez la entidad más secreta del barrio. Su misma naturaleza hacia imprescindible la discreción. Hace algunos años, cada vez que alguien recibía una carta de amor sin firma, los hombres sabios no vacilaban en atribuirla a la Sociedad. Era esto un error: siempre han existido enamorados ocultos, sin que haga falta inventarlos. Por otra parte, cabe razonar que la obra de los Amantes Desconocidos sólo pudo tener buen efecto en la medida en que no les fuera atribuida. Se calcula que en los años de su actuación, la Sociedad fraguó más de dos mil historias de amor.
El procedimiento habitual era sencillo. Sin mayores ceremonias se elegía a una persona cualquiera. La mayoría de las veces se trataba de solitarios, melancólicos, desengañados, aburridos o simplemente amigos a quienes la entidad
deseaba favorecer. El paso inmediato consistía en crear un amante ficticio para la persona elegida. Un equipo de ingeniosos creativos se encargaba del asunto. A los ingenieros les inventaban adolescentes pícaras. A las modistas de la calle Morón les dibujaban nobles arruinados. A los Hombres Sensibles les hacían amantes románticas y trágicas, pero también muy pechugonas, que eran una verdadera delicia.
Una vez establecidas las características generales del amante ficticio, se enviaba la primera comunicación. Así, muchos hombres y mujeres de Flores recibieron sorpresivas declaraciones anónimas que los llenaron de estupor. Se transcribe a continuación la carta que llevara el numero de orden 1114.
"Querido ingeniero Atilio D. Gallardo:
Le escribo desde las tinieblas de mi soledad. Le ruego que me disculpe si usurpo su preciosa intimidad. Pero existe, mi querido ingeniero, un sentimiento dentro de mí que ya no puedo dominar.
Es preciso que usted sepa que lo amo, ingeniero. Usted no me conoce... O para decirlo mejor: usted jamás ha reparado en mi.
¿Quién soy...? No creo que valga la pena que usted lo sepa. Digamos que me llamo Luisa, aunque ese no es mi verdadero nombre. Algunos dicen que soy joven y hermosa, pero tal vez exageran.
Ah... si supiera, ingeniero, cuantas veces he llorado por usted. Si supiera cuantas noches he despertado llorando y pronunciando su nombre: Atilio. En mi cuarto tengo un pequeño retrato suyo que he recortado de la revista "Temas de la construcción."
Usted tal vez se ría de los delirios de una pobre muchacha enamorada. Pero ya no puedo luchar más contra mi corazón, ingeniero.
Quiero proponerle algo. Escríbame. Cuénteme algo de su vida. Desde luego, todavía no pienso revelar mi verdadera identidad, de modo que deberá usted dirigirse a Luisa, Casilla de Correo 32.
Un beso apasionado de su Luisa."
Después comenzaba la verdadera historia. El ingeniero respondía, Luisa escribía otra vez, el ingeniero reclamaba un encuentro, Luisa se negaba... Y entre carta y carta se iban conociendo e interesando cada vez más.
Por supuesto, el encuentro no debía producirse jamás. Y esta es en verdad una regla de oro de los amantes desconocidos, reales o ficticios. Toda relación deberá girar alrededor de un encuentro futuro. Pero es fundamental el no encontrarse nunca. Las razones se ven venir: todo amante desconocido es perfecto. Tiene la cara que uno desea. Es, a nuestro capricho, morocho, rubio o ambas cosas a un tiempo. El amante desconocido no tiene defectos, no tartamudea, no fastidia con cosas cotidianas. Pero hay una virtud fundamental: por no ser nadie es también todas las personas del mundo. Si se comete el desatino de darle una identidad cierta, el amante desconocido se achica, aunque sea un ángel. Si es alto, ya no podrá ser petiso. Si es atlético, ya no podrá ser enclenque. Si es Juan, ya no podrá ser Pedro. Si es Luisa, ya no podrá ser Esther.
Por estos mismos motivos, la Sociedad de Amantes Desconocidos jamás enviaba fotografías aunque si las reclamaba de sus beneficiarios. La actividad de estos filántropos tenía por objeto combatir la soledad y la desdicha. Y cabe señalar que su acción despertaba en los vecinos del barrio un sano espíritu de emulación. Al conocer la existencia de enamorados secretos, muchas personas descubrían dentro de si esa misma condición. Y así, junto a los amantes de ilusión creados por la Sociedad, cundieron los amantes secretos verdaderos.
En sus buenos tiempos, Manuel Mandeb se carteaba con cuatro amores misteriosos. El pensador sospechaba que por lo menos dos eran obra de la Sociedad, más que nada, por el papel barato de las cartas. Pero sus investigaciones lo llevaron a comprobar la existencia cierta de las otras dos. Una de ellas resultó ser una compañera de un curso de guitarra que Mandeb seguía penosamente. Cuando el hombre se presento ante ella con las cartas en la mano, la chica rompió a llorar y huyó para siempre.
La última de las amantes secretas era - según se supo mucho después- Beatriz Velarde, la piba más hermosa de Flores, de quien -a su vez- Mandeb era enamorado secreto en otra colección de cartas. Pero estaba escrito que Manuel y Beatriz no se amaran nunca.
El ingreso a Amantes Desconocidos de un grupo de redactores humorísticos y malévolos provocó una serie de catástrofes que marcaron al decadencia de la Sociedad. Estos profesionales, que perseguían únicamente la diversión personal, empezaron a enviar cartas a damas casadas y a urdir toda clase de intrigas chuscas. De este modo consiguieron que la Sra. Aurora B de Garcia Vassari se presentara a las cuatro de la mañana con una vela en la mano en el fondo del pasaje Trieste. Asimismo fueron los culpables de infinidad de divorcios, riñas, peloteras y toletoles entre los matrimonios más acrisolados de Flores.
Pero hay que mencionar un fenómeno curioso que les ocurría a casi todos los miembros de la Sociedad. Conforme avanzaba la correspondencia con los beneficiarios, muchos guionistas se enamoraban de verdad. La conocida redactora publicitaria Luz Vasallo se volvió loca de amor por el poeta Jorge Allen, cuyo caso atendió durante meses. Para evitar estas situaciones, las autoridades de la entidad resolvieron una rotación de guionistas. Pero el resultado fue desastroso. Las cartas perdían coherencia y verosimilitud, pues los redactores no alcanzaban a compenetrarse debidamente en su función.
Sobre el final de sus actividades Amantes Secretos recurrió al teléfono. No fue una experiencia feliz. El lenguaje telefónico es menos tolerante con la creación artística y - por lo demás - muchos guionistas soltaban la carcajada en medio de las charlas, provocando cierta perplejidad en el cliente.
El juego de los Amantes Desconocidos era sin duda apasionante. Pero aunque admitía procesos más o menos prolongados, al cabo terminaban por extinguirse. Nadie puede resistir mucho tiempo la tentación de conocer. Todos, tarde o temprano, exigen la consumación del amor epistolar. Y así terminaban todas las historias. La mayoría de las veces con el silencio y el olvido. En alguna ocasión, con encuentros más bien desteñidos. Ives Castagnino, el músico de Palermo, se encontró una vez con una dama desconocida que le había enviado cartas durante años. Cuando la vio en la esquina, se acercó y le dijo:
- Buenas noches. Soy el desengaño.
Hoy ya nadie habla de los Amantes Desconocidos de Flores. Pero esta entidad sin fines de lucro bien puede dejar en nuestro espíritu la sombra de una idea. ¿Por que no convertirse uno en Amante Desconocido? ¿Por que no ayudar con ilusiones a tantas almas solitarias que andan por la cuadra?
La vida esta poniéndose muy aburrida. Seria maravilloso recibir una mañana de estas una nota perfumada y llena de besos que viene de no se donde. Dejo la inquietud a tantos guionistas, redactores, poetas y literatos que malgastan su tiempo jugando al billar.

LA DECADENCIA DE LA BOLITA
Resulta difícil hablar sobre la desaparición del juego de la bolita sin entrar en espinosas controversias.
Desde luego se trata de un asunto complejo y puede ser examinado según criterios muy diferentes. Las personas sencillas afirman simplemente que se trata de una decisión de los chicos, arbitraria, inexplicable y - por lo tanto- indigna de ser discutida.
Los psicólogos, antropólogos, electrotécnicos y aún los contadores suelen llamar la atención sobre la influencia de otros entretenimientos de emoción más sostenida, como la televisión, el billar japonés, el cerebro mágico o las palabras cruzadas. Los Refutadores de Leyendas niegan que haya existido jamás un juego semejante y se oponen con argumentos inexpugnables al mito de la vieja niñez romántica. Por el contrario, los Hombres Sensibles aseguran que la desaparición del juego de las bolitas es el resultado de una conjura universal. Este punto de vista es muy interesante y vale la pena elucidarlo.
En su monografía Faltan Bolitas, el pensador de Flores, Manuel Mandeb, plantea un interrogante que nos deja perplejos. Veamos.
"... Este juego parece haber empezado a languidecer en 1960. Pero puede afirmarse que en ese momento ya hacia por lo menos cincuenta años que se jugaba. Entonces había veinte millones de habitantes en el país, y no era demasiado audaz afirmar que, en el medio siglo de su auge, el juego de la bolita había sido practicado por diez millones de individuos en uno y otro momento de sus vidas. Ahora bien: ¿cuantas bolitas poseía cada niño aficionado, como promedio? Digamos cincuenta. Multipliquemos: cincuenta por diez millones. Son quinientos millones de bolitas. Bien, volvamos al presente: ¿alguno de ustedes ha visto una bolita en el ultimo año? Seguramente no. Yo pregunto: ¿donde están los quinientos millones de bolitas? ¿Quién las tiene? Y no me digan que el tiempo las destruyó porque el viento y la lluvia no son suficientes para destrozar una bolita...
"...Las canchas han sido arrasadas y hasta pavimentadas, los hoyos fueron rellenados, los jugadores se han visto tentados por otras disciplinas. Alguien esta borrando todo vestigio del paso de las bolitas por esta tierra..."
Inspirado quizás en el trabajo de Mandeb, este texto pretende asentar las reglas, la técnica y la estrategia de las bolitas. La tarea no es tan fácil como parece. A favor de la campaña desarrollada por los Refutadores de Leyendas y Los Amigos del Olvido, casi nadie recuerda los reglamentos. Por lo demás, todos sabemos que en cada cuadra había matices en la interpretación de cada norma lúdica.
No obstante, luego de la publicación de esta nota, es probable que algún pequeño número de Pibes Sensibles se ponga a jugar, aunque más no sea a modo de desplante ante el Universo.
I - LAS BOLITAS
Se trata de pequeñas esferas, casi siempre de vidrio. Su diámetro es variable: las más chicas se llaman "piojos" o "pininas", las medianas son las más frecuentes y están también las grandes o "bolones", que suelen utilizarse en el juego del Triángulo.
Años atrás podan reconocerse diferentes pelajes de bolitas. Las más hermosas eran las "lecheras". En ellas predominaba el blanco, siempre mezclado con algún otro color. Eran semi-opacas, no se podía ver a través de ellas y la variedad de diseños y combinaciones era enorme.
Estaban también las semi-transparentes, de colores fríos, casi siempre verdes o azules. Eran como cachos de sifón. En el interior a veces se adivinaba un filamento gelatinoso y más bien repugnante. Salvo excepciones, eran unas bolitas de porquería. Sin embargo, la última generación de niños jugadores solo conoció esas bolitas.
Las lecheras desaparecieron misteriosamente. Miles de personas jamás han visto una. Las más recientes son las llamadas "bolitas japonesas" más livianas que las convencionales, y totalmente inútiles para jugar. Su aspecto es el de una esfera transparente con un papelito de color en su interior.
Todo niño poseía una bolita preferida, que era la que utilizaba para jugar. Se la llamaba "puntera". El resto de las bolitas servía para pagar las deudas provenientes del juego. Si acaso una racha adversa obligaba al niño a entregar la puntera, se le otorgaba a esta noble bolita el valor de cuatro o cinco.
También pueden citarse - como curiosidad- las bolitas de barro, los aceritos y hasta las de plástico (indefectiblemente ovaladas).
La identidad de los fabricantes de bolitas es un enigma. Nunca hubo marcas, ni envases ni publicidad. Algo muy raro debe haber en todo esto.
II - EL JUEGO DEL HOYO Y LA QUEMA
Pueden participar dos o más jugadores, El juego tiene lugar en una cancha de unos 5 metros de largo por 2 de ancho. La superficie de este terreno debe ser de tierra, pareja y árida, tal como la de las canchas de bochas aunque no tan blanda. Es de buen gusto que un pequeño árbol se sitúe en uno de los costados. En realidad, los mejores lugares para instalar canchas de bolitas son los rectángulos de tierra que existen en las veredas del Gran Buenos Aires. En la Capital, como se sabe, las veredas llegan hasta el cordón y los espacios sin baldosas que rodean a los arboles son insuficientes. Por eso los chicos de la Provincia han sido siempre más diestros en este juego.
Hay cuatro líneas que limitan la cancha y una que la divide en dos, llamada "mita". En el centro exacto de una de esas dos mitades, se encuentra el hoyo.
Y aquí nos topamos con otro punto de discusión. Algunos prefieren excavar el hoyo con una chapita de naranjín. Otros entierran una bolita y, después de extraerla ensanchan el cráter resultante. Los más desaprensivos clavan el taco en la tierra, y lo hacen girar, obteniendo de este modo enormes cacerolas que desvirtúan el carácter del juego. Los jugadores se sitúan detrás de la línea de salida, que es la línea más corta más lejana del hoyo. Uno a uno van lanzando sus bolitas, tratando de colocarlas en el lugar más cercano al citado agujero. Esto es de capital importancia, pues después del tiro de salida, el primero en jugar será quien se encuentre más próximo al hoyo. De este modo, si uno observa que el jugador anterior ha conseguido arrimar demasiado bien, mejor será que no trate de superar esa marca y busque los lugares más seguros de la cancha.
El objeto del juego, aclaremos, es embocar en el hoyo y hacer impacto en las bolitas de los contrarios ("quema"). Los jugadores "quemados" van egresando del juego y pagando a quien los quemó. Cuando queda solamente uno, termina la ronda y comienza otra.
Cada participante va evolucionando con su bolita conforme a una cierta estrategia. Algunos persiguen a su presa y se van acercando cada vez más, aún a riesgo de quedar ofreciendo un blanco fácil. Otros buscan siempre los lugares lejanos y hacen tiros largos (es decir "rugen"). Si una bolita sale fuera de la cancha debe permanecer en el lugar donde ha quedado para que los otros jugadores le tiren, si así lo desean. Al corresponderle nuevamente el turno, el jugador podrá efectuar su tiro desde cualquier punto de la línea atravesada por su bolita al salir.
III - LA BOLITA Y EL CANTO
Para obtener prioridades y anunciar decisiones o reclamar la vigencia de ciertas reglas es necesario - en la bolita- pronunciar a voz en cuello algunos conjuros predeterminados. Veamos una pequeña colección de ellos.
"Bolita cola": es en realidad la invitación o desafío a jugar y también la reserva del privilegio de tirar último. También puede decirse "Bolita cola, no puntié", esclarecedora frase que indica que uno no tiene intenciones de someterse a ningún "punteo" o arrimada previa, para establecer el orden de salida.
"Mita al medio, buena al tiro": canto que solo puede realizar el que tira último en la salida. Si el tipo considera que alguno de sus rivales esta demasiado cerca del hoyo, le suelta el canto y le da el hoyo por embocado. Pero - eso si- lo obliga a poner su bolita en la mita, expuesta a su disparo inicial.
"Buen repe": ante la proximidad de la pared, se grita este conjuro para indicar que si el impacto se produce de rebote, también sera valido. El canto contrario es "mal repe".
"Pica paso": declaración de voluntad que asegura la posibilidad de colocar nuestra bolita a un paso de distancia, si un pique traicionero la pone a merced del rival. Algunos niños tahúres suelen retrucar "de hormiguita", para reclamar que el paso sea pequeño. "Voladora", agrega, entonces el primer niño. Y se manda un paso de cuatro metros. También puede aullarse "pica no paso".
"Cuantas quiera": Como el jugador que emboca en el hoyo o realiza una quema vuelve a tirar, muchos niños proceden a sacudir tres o cuatro quemas seguidas a la misma bolita, con el fin de irse acercando a otros objetivos. Para poder hacerlo debe pronunciar las palabras que encabezan éste fragmento.
"Corta, retira no garpa": salvedad con que el pequeño que va ganando anuncia su derecho a abandonar el juego en cualquier momento, sin que este raje le resulte oneroso.
"Bien sonati": exigencia más bien ranfañosa, según la cual se pretende que los impactos hechos en nuestra bolita hagan ruido o no se paguen.
"Mueve pajita, garpa bolita": pareado pentasílabo que es de lo último y se profiere cuando la bolita contraria esta en medio del pastito.
Existen infinidad de fórmulas "buena línea recorrida", "hoyo antes de quema", "buena mengua", etc. Cuando se quieren evitar los rencores que provocan estos cantos, se juega "a todas buenas", es decir, sin cantar.
IV - COMO EMPUÑAR LA BOLITA
Para efectuar el disparo, debe colocarse la mano izquierda alzándose sobre sus dedos en el punto exacto donde estaba la bolita. La mano derecha descansará sobre la izquierda y empuñará la bolita. Los zurdos harán exactamente lo contrario.
Hay dos formas clásicas de tomar la bolita: la antigua, despreciada muchas veces, y la moderna. En la primera la bolita se aloja detrás del índice. En la segunda, detrás del mayor, sirviendo el índice como guía o mira.
Hay algo más. Algunos pibes muleros suelen extender la mano hacia adelante acercándose a la bolita del adversario. Esta demasía se conoce con el nombre de "ganfia o gañote" y es el origen de innumerables reyertas.
En este punto conviene aclarar la existencia de otros juegos de bolita: "el triángulo, el gayito, la troya, la cuarta". Pasaremos por alto la complicada explicación de sus reglas.
El pasto ya ha crecido sobre las canchas. Los chicos ya no tienen las rodillas sucias. Los pantalones de medidas infantiles no tienen bolsillos. El pavimento y las baldosas lo cubren casi todo. Mandeb quizá tenía razón. Existe una conjura universal para impedir el juego de la bolita. Alguien tiene que ocuparse de indagar las razones de este complot y - si es posible- desbaratarlo. Y hay que encontrar los quinientos millones de bolitas perdidas.
Hace pocos días, el autor de esta nota trató de dar con el frasco donde guardaba unas pocas docenas. No estaba. Tampoco estaba la caja de las chapitas, el álbum de figuritas ni el trompo ni los autillos con masilla.
Algo malo debe estar ocurriendo.

LA DECADENCIA DE LA AMISTAD
Muchos pensadores han creído notar que, en estos tiempos, la amistad es más un tema de conversación que una actividad concreta.
Por cierto, es relativamente fácil encontrar personas dispuestas a componer canciones sobre los amigos. En cambio es bastante difícil conseguir que esas mismas personas le presten a uno dinero. Según parece, el sentimiento amistoso se halla en decadencia. Todos los días uno tropieza con canallas que lejos de preocuparse por la escasez de amigos, se jactan de ella.
- Yo, amigos, lo que se dice amigos, tengo muy pocos, o ninguno - nos gritan en la cara. Y no advierte que el sujeto esta esperando que lo feliciten por semejante hazaña.
En los años dorados de Flores, cuando alcanzaban su apogeo la comprensión, la poesía y el juego del codillo, también existían enemigos de la amistad que preocupaban a los Hombres Sensibles. Manuel Mandeb, el metafísico de la calle Artigas, coleccionó algunas de sus obtusas opiniones en un opúsculo titulado maliciosamente Los amigos. Como ya es costumbre, transcribimos algunos párrafos.
"... La amistad debe nacer en la juventud o en la infancia. Nuestros amigos son aquellos que aprenden junto a nosotros o, mejor todavía, los que viven aventuras a nuestro lado. Y por lo general, la gente aprende y vive aventuras
en la juventud. Después casi todo el mundo consigue algún empleo en casas de comercio y ya resulta imposible adquirir conocimientos nuevos o pelearse con una patota.
"...A los once o doce años, uno empieza a hartarse de la familia y encuentra que los muchachos de la esquina son mucho más divertidos que el tío Jorge. Durante más o menos una década nadie estará más cerca de nuestro corazón que esos muchachos. Y si uno quiere aprovisionarse de amigos, debe hacerlo en ese período. Después será demasiado tarde..."
Según se aprecia, el criterio de Manuel Mandeb es interesante y tal vez verdadero. Sucede que en cierto momento de la vida uno descubre que está rodeado de extraños: compañeros de trabajo, clientes, acreedores, vecinos y cuñados. Los amigos de verdad están lejos, probablemente encerrados en círculos parecidos.
Algunos empecinados insisten en cultivar amistades nuevas. Los matrimonios maduros se visitan mutuamente y desarrollan pálidas parodias de la amistad verdadera: se cuentan una y otra vez episodios antiguos, vividos con los amigos viejos, que ya no están. Cuando uno es joven no cuenta historias a sus amigos, las vive con ellos. A pesar de estas sabias reflexiones de Mandeb, existió en Flores una agencia destinada a ofrecer amistad a los solitarios. Fue la célebre Proveeduría de Amigos de Ocasión. Sus fines de lucro eran innegables. Todavía hoy se recuerda su 'slogan' publicitario: "Tenga un amigo desinteresado. Páguelo en cuotas".
Con solo acercarse al mostrador, el cliente ya notaba un clima amistoso y amplio. Los empleados sabían como atacar.
- Buenas tarde. No sabés lo que me hizo esta mañana la bruja de mi mujer.
Y a los treinta segundos uno se sentía entre amigos. Después, entre palmadas, guiños, pellizcones y confidencias, los comerciantes iban mostrando el amplio catálogo de la Proveeduría.
Tenían amigos silenciosos, dispuestos a escuchar cincuenta veces la historia de una operación. Amigos complacientes, siempre amables y elogiosos. Amigos efusivos que saludaban con abrazos y se despedían a los gritos. Amigos divertidos, eruditos en cuentos picantes y expertos en bromas pesadas.
También se prestaba un servicio un tanto oneroso, especialmente para personas encumbradas. Consistía en el alquiler de una cohorte de adulones que acompañaban al cliente a todas partes, se reían de sus chistes, aplaudían sus ocurrencias y suscribían con entusiasmo cualquiera de sus pensamientos. Precediendo a esta comparsa, solía marchar un corneta, que abría la puerta de los bares y asomando la cabeza gritaba:
- Ahí viene el doctor Del Prete...!
El trabajo se hacía tan bien, que muchos de los contratantes ya no podían prescindir de él nunca más. Muchos profesionales del barrio extinguieron su fortuna pagando este servicio de la agencia.
Un asunto que molestaba a los clientes era el rigor de los Amigos de Ocasión en sus horarios. Cuando vencía el plazo estipulado, se terminaba la amistad. Sin saludar, los contratados daban media vuelta y se iban, muchas veces
interrumpiendo una carcajada o librándose bruscamente de un abrazo fraternal. Sin embargo, hay que admitir que algunos aspectos del funcionamiento de la Proveeduría eran bastante nobles.
Por ejemplo, la Sección Niños permitía que los padres eligieran a los amigos de sus hijos, sin correr riesgo alguno. Para ello se contaba con un numeroso plantel de chicos e incluso enanos, adiestrados en diferentes actitudes. Según el gusto paterno, podían encontrarse pibes atorrantes para avivar a los pequeños pelandrunes, niños estudiosos para estimular a los adoquines, y criaturas educadas y juiciosas para serenar a los más piratas.
Desde luego, no pudo evitarse que muchos chicos se resistieran a la decisión de los padres. Así se oían con toda frecuencia en Flores frases como esta:
- Camine a jugar con los amiguitos que le alquiló su padre, caramba...!
Asimismo existía un departamento para Damas, con un amplio surtido de chimentos. Algunos malintencionados decían que las mujeres no contrataban amigas, sino enemigas, pero ese es otro asunto.
El fracaso más estruendoso fue el de la sección Amistades Mixtas. Nada cuesta razonar que los caballeros que solicitaban amigas escondían casi siempre otras intenciones. No se espante el lector pensando que nos internaremos en un tema tan manoseado como el de la amistad entre la mujer y el hombre. Vale la pena - eso sí- recordar lo que dijo Manuel Mandeb a una amiga suya, tal vez alquilada en la Proveeduría.
- Vea. Yo puedo ser su amigo si usted quiere. No trataré de seducirla ni me pondré romántico ni le haré propuestas indecorosas. Pero sepa que yo necesito que exista un amor potencial. Me resulta indispensable que exista una posibilidad en un millón de que algo surja entre nosotros. Le aclaro que es probable que si se da esa circunstancia yo salga corriendo. Pero es únicamente en virtud de esa remotísima chance que yo estoy aquí oyendo su conversación como un imbécil.
Los Hombres Sensibles nunca fueron buenos clientes de la agencia Amigos de Ocasión. Quizá porque sus presupuestos eran muy humildes. O a lo mejor porque les gustaba que los quisieran gratis. En cualquier caso, los muchachos del Angel Gris tenían un criollo pudor en estas cuestiones. Para ellos andar declarando públicamente el grado de amistad que sentían por alguien era cosa de afeminados. Manuel Mandeb pasaba largas horas en la esquina de Artigas y Morón fumando con Jorge Allen, el poeta. Muchas veces ni se hablaban. Se contentaban con saber que el otro estaba allí.
Ya en su última etapa, la Proveeduría empezó a ofrecer viejos amigos. En un principio la idea consistía en rastrear -a pedido del cliente- el paradero de personas ausentes y lejanas. Pero como advirtieron que la tarea era demasiado complicada, resolvieron que era más fácil inventar antiguas amistades que rescatarlas del pasado. Se preparó entonces un magnifico grupo de viejos mentirosos que ante la entrada de algún candidato de cierta edad, fingían reconocerlo y le soltaban cuatro o cinco recuerdos para ir tomando confianza.
Esta sección trabajaba mucho en las cenas anuales que suelen realizar los ex-alumnos de los colegios. Su misión consistía en ir reemplazando a los fallecidos y mantener siempre firme la concurrencia. Así, en cierta reunión de egresados del Colegio Nacional Nicolás Avellaneda, promoción 1921, se dio el curioso caso de que ninguno de los asistentes había pisado jamás ese establecimiento, lo que no les impidió evocar a profesores, reírse de pasadas travesuras y brindar por encuentros futuros.
Con el tiempo, la actividad de la agencia fue amenguando. Contribuyó a este hecho cierta mala prensa que siempre tiene la amistad entre los espíritus escépticos. En Flores, y en todos los barrios, se contaban leyendas sobre las traiciones de los amigos y sobre las ventajas de la soledad. Todavía en nuestro tiempo hay personas que se complacen en declarar que los perros son más leales y sinceros que los humanos. Cabe sobre esto una pequeña reflexión. Tal vez sea cierto que los perros no traicionan. Pero esto no es en realidad una virtud del animal. Ocurre simplemente, que la módica organización mental del perro le impide realizar procesos tan complicados como una estafa. Es decir: los perros no pueden traicionarnos, por la misma razón que no se les permite escribir novelas.
Hoy cuando ya no existe la Agencia Amigos de Ocasión, vale la pena preguntarse si no será necesario inventar algo para reemplazarla. Será difícil, desde luego. Nadie podrá rescatar a los amigos perdidos. Poco podrá hacerse para librarnos de los desconocidos que llenan nuestro tiempo. En todo caso, cada uno de nosotros deberá cuidar lo poco que tenga. Sin componer canciones ni escribir poemas. Se trata únicamente de sentarse un rato en la vereda o de matear en silencio con los que están más cerca de nuestro espíritu.
Si uno no tiene ya a los de antes, cabe decir que tal vez existen en el mundo amigos viejos a los que todavía no conocemos. Yo mismo, las otras noches resolví salir de mi encierro y lleno de ilusiones me encamine a cierta esquina que conozco. Tenía ganas de fumar en silencio junto a tres o cuatro sujetos que se estacionan en ese lugar. Pensaba, además, cosechar algún guiño amistoso después de estos años en que estuve tan ocupado.
Pero algo raro debe haber sucedido, porque no había nadie.

LA CONSPIRACION DE LAS MUJERES HERMOSAS.
Cuando Jorge Allen, el poeta, se cruzaba con alguna mujer hermosa, caía en el más hondo desasosiego.
Esta muchacha no será para mí - pensaba mientras la veía doblar para siempre la esquina. Es que cada mujer que pasa frente a uno sin detenerse es una historia de amor que no se concretara nunca. Y ya se sabe que los hombres de corazón sueñan con vivir todas las vidas.
En ocasiones especiales, Allen usurpaba el tranco de las más buenas mozas para decirles algo.
- Vea: si no me conoce, no podrá usted darse el lujo de olvidarme.
Pero casi siempre ocurría lo mismo. Las pibas de Flores no mostraban el menor interés en olvidar o recordar al poeta. Cabe ahora mismo salir al paso de la suspicacia general, aclarando que Allen era un joven de grata y recia figura. Además era muy versado en amorosas cuestiones. En verdad, casi no se ocupaba de otra cosa.
Una tarde, envenenado por la fría mirada de una morocha en la calle Bacacay, el hombre tuvo una inspiración: sospechó que la indiferencia de las hembras más notables no era casual. Adivino una intención común en todas ellas. Y decidió que tenía que existir una conjura, una conspiración. Él la llamó La Conspiración de las Mujeres Hermosas.
Allen nunca fue un sujeto de pensamientos ordenados. Pero su idea interesó muchísimo a las personas más reflexivas del barrio de Flores. El primer fruto que se recuerda de estas inquietudes fue la memorable conferencia en el cine San Martín pronunciada por el polígrafo Manuel Mandeb. Su título fue "De las mujeres mejor no hay que hablar" vale la pena transcribir algunos párrafos conservados en la dudosa memoria de supuestos asistentes.
"...Nadie puede negar el poder diabólico de la belleza. Se trata en realidad de una fuerza mucho más irresistible que la del dinero o la prepotencia. Cualquiera puede despreciar a quien lo sojuzga mediante el soborno o el temor. Por el contrario uno no tiene más remedio que amar a quién le impone humillaciones en virtud de su encanto. Y esta es una trágica paradoja.
"...Las mujeres hermosas de este barrio conocen perfectamente la calidad de sus armas y las utilizan con el único fin de provocar el sufrimiento de los hombres sensibles. Ostentan su belleza y, sin embargo, no permiten que uno la disfrute. Cuentan dinero delante de los pobres. Esta perversa conducta no puede ser inconsciente. Obedece, sin duda a un plan minuciosamente pensado.
"...Cada vez que me acerco a una señorita para presentarle mi respeto. no recibo otra cosa que gestos de desagrado, gambetas ampulosas y aún amenazas de escándalo. Ya no se puede ceder el paso a una dama sin que se sospeche que esta por permitido perpetrarse una violación."
Desde la cuarta fila, un grupo de colegialas le retruco al conferenciante, llamando su atención acerca del comportamiento de los conductores de camionetas. Opinaban las niñas que estos profesionales, más que requerirlas de amores parecían proponerse insultarlas.
Éste que escribe opina que la objeción es interesante. Con toda frecuencia se ven por las calles individuos que lejos de postularse como admiradores de las señoritas que se les cruzan, proceden a agraviarlas con frases puercas.
Aquí surge un tema polémico. ¿En que consiste el piropo? ¿Cuál es su objeto y esencia?
Algunos sostienen que se trata de un género artístico: Un hombre ve a una mujer, se inspira y suelta párrafos. No existe la esperanza de una recompensa, basta con la satisfacción de haber cumplido con los duendes interiores. Si este es el criterio correcto, la actitud de los conductores de camionetas es perfectamente comprensible. Tal vez quepan reparos de índole académica. Se puede opinar que es artísticamente superior un madrigal que un manotazo, pero ambas expresiones se encuadran rigurosamente en la definición que se ha sugerido anteriormente. Otra corriente - menos desinteresada- piensa que todo piropo manifiesta la intención de comenzar un romance. Vale decir que se espera de la dama que lo recibe una respuesta alentadora. Difícil será - por cierto- que alguien obtenga una sonrisa a cambio de una grosería. El asunto es apasionante y fue desarrollado por el propio Mandeb, mucho después, en un libro que se llamó "La objeción de las colegialas", título que despertó un equivocado entusiasmo entre los conductores de camionetas.
Pero volvamos a la conferencia. Manuel Mandeb presentó durante su exposición a un italiano y a un brasilero, quienes -dificultosamente- expresaron que, en sus países, los idilios se concertaban en forma rápida entre personas desconocidas y que muchas veces bastaba con leves gestos para entenderse bien. Curiosamente, el propio conferencista desautorizó a sus invitados.
"...Está muy bien reclamar la tolerancia de las señoritas. Pero todo amorío debe presentar una cantidad razonable de escollos. Para serles franco, no quisiera saber nada con una mujer capaz de entreverarse en dos minutos con un tipo como yo."
La conferencia terminó en un tumulto. Varias conspiradoras asistentes empezaron a quejarse de recibir propuestas indecorosas de los caballeros vecinos. Probablemente se trataba de conductores de camionetas.
Los Refutadores de Leyendas hicieron oír su voz algunos días más tarde. En una de sus habituales reuniones manifestaron que no creían en la posibilidad de la conspiración. El argumento de los racionalistas merece consideración: según ellos las mujeres hermosas se odian entre si y es inconcebible cualquier tipo de acuerdo. Declararon también que es falso que esta estirpe no haga caso de los hombres: todos los días uno ve hermosas muchachas acompañadas por algún señor.
Ya en el colmo de la locura, los Hombres Sensibles contestaron que allí estaba el punto: el señor que acompaña a las mujeres hermosas es siempre otro y esto provoca aún más tristeza que cuando uno las ve solas. No seria extraño que estas damas y sus acompañantes no fueran sino íncubos y súcubos que recorren el mundo para dar dique a las almas sencillas.
Ives Castagnino, el músico de Palermo, razonaba de este modo: si el propósito de las mujeres terribles es hacer sufrir a los hombres, tienen dos maneras de lograrlo:
1) No viviendo un romance con ellos.
2) Viviéndolo.
Según parece, al músico lo aterrorizaba mucho más la segunda posibilidad. Como puede suponerse, las mujeres hermosas consultadas negaron siempre la existencia de la conjura,. De cualquier modo, hay que reconocer que la encuesta no fue demasiado amplia. En primer lugar, las señoritas entrevistadas desconfiaban de los encuestadores y pensaban - con toda razón - que trataban de seducirlas. Y por otra parte resulta una verdadera ingenuidad que, quienes son capaces de una gesta tan oscura, se presten a revelar el secreto precisamente a sus víctimas.
Como suele ocurrir en estos casos, el tema de discusión se bifurcó innumerables veces y tomó el rumbo de los tomates. Hubo quienes pidieron que se aclararan los límites de la hermosura para saber cabalmente quienes eran las mujeres que alcanzaban esa categoría. La cuestión es ardua, como todo juicio estético. Se pueden tener en cuenta - quizá - algunos indicios. Se dice que si una dama es muy linda, las demás la tendrán por tonta. Pero no puede tomarse este lugar común como precepto, pues es cosa evidente que existen mujeres que, siendo tontas, son al mismo tiempo feas. Inclusive hay gente que sostiene haber conocido señoritas hermosas e inteligentes, lo cual para mi gusto es demasiado.
El asunto se torna todavía más complejo a causa de la acción de los Agrandadores de Loros, unos caballeros más bien babosos que con halagos y falsedades consiguen que ciertos bagayos se crean la reina del corso. Así, los hombres de corazón llegan a padecer la violencia de verse rechazados por damas que jamás pensaron seducir. La tarea de los Agrandadores ha ido muy lejos y ha llegado incluso a las tapas de las revistas y avisos de publicidad, donde se proponen a la admiración de la gente de toda clase de pescados con disfraz de Colombina.
Pero los Hombres Sensibles siempre supieron cuando se hallaban ante la presencia de una mujer hermosa. Sentían lo que Mandeb describía como una patada en el corazón. Y no se equivocaban nunca.
A decir verdad, jamás se alcanzaron a reunir pruebas convincentes sobre la existencia de la conspiración. Pero sus efectos se siguieron padeciendo.
Pese a todo, Allen, Mandeb y todos sus amigos siguieron recorriendo las esquinas haciendo fuerza para creer que detrás de alguna puerta iba a aparecer la mujer que les salvaría la vida. Por suerte para los muchachos, hubo siempre entre las dilas conjuradas algunas Traidoras Adorables. Naturalmente toda traición tiene su precio y muchas veces la exigencia era el amor eterno. Los Hombres de Flores pagaban una y otra vez este arancel
La denuncia de Jorge Allen ya ha sido olvidada en el barrio del Angel Gris. Pero aunque nadie converse sobre el asunto, basta con asomarse a la puerta para comprobar que las cosas siguen como entonces. Allí están las mujeres hermosas en Flores y en toda la ciudad, gritando con sus miradas de hielo que no están en nuestro futuro ni en nuestro pasado.
Allí está la abominable secta de las Chicas con Novio, poniéndonos ante la espantosa verdad de que siempre hay un hombre mejor que uno. El camino para derrotar a esta morralla es largo y penoso, pero seguirlo es deber de los criollos arremetedores.
No hay más remedio que quererlas a pesar de todo. Y más todavía, tratar de que a uno lo quieran. Esta segunda labor es especialmente complicada y puede llevar la vida eterna. Consiste - por ejemplo- en ser bueno, aprender a tocar el piano, convertirse en héroe o en santo, estudiar las ciencias, comprarse una tricota nueva, lavarse los dientes, ser considerado y tierno y renunciar a los empleos nacionales. Una vez hecho todo esto, ya puede el hombre enamorado, pararse en
la calle y esperar el paso de la primera mujer hermosa para decirle bien
fuerte:
- He sufrido mucho nada más que para saber su nombre.
Seguramente, la tipa fingirá no haber oído, mirará al horizonte y seguirá su camino. Pero será injusto.

EL ARTE DE LA IMPOSTURA
El hombre de nuestros días vive tratando de causar buena impresión. Su principal desvelo es la aprobación ajena. Para lograrla existen diferentes métodos y estrategias. Algunos ejercen la inteligencia, otros se deciden por la tenacidad o la belleza, otros cultivan la santidad o el coraje.
Sin embargo, por ser todas estas virtudes muy difíciles de cumplir, ciertos pícaros se limitan a fingirlas. Por cierto que tampoco esto es sencillo: el engaño es una disciplina que exige atenciones y cuidados permanentes. Por suerte para los hipócritas y simuladores, existe desde hace mucho tiempo el Servicio de Ayuda al Impostor.
* Basándose en modernos criterios científicos, los especialistas de la organización instruyen, aconsejan, dictan clases, resuelven casos particulares y difunden las técnicas más refinadas para obtener apariencias provechosas. Cuando algún zaparrastroso quiere presumir de elegante, el Servicio le recomienda sastres, lociones y corbatas. Si se trata de aparentar cultura, el cliente tiene a su disposición frases hechas, aforismos brillantes y gestos de suficiencia.
Los que pretenden pasar por guapos son adiestrados en el arte del aplomo y la compadrada.
Muchos pobres practican para fingirse ricos, y muchos ricos se esfuerzan por parecer indigentes.
Hay que decir que algunos postulantes son muy adoquines y no alcanzan a completar los cursos. Otros tienen características tan marcadas que resulta imposible disimularlas.
Durante muchos años, los hipócritas aplazados debieron resignarse a mostrar crudamente sus verdaderas y abominables condiciones, o bien a ser descubiertos en sus torpes fraudes. Pero con el tiempo, el Servicio encontró una fórmula drástica para socorrer a los menos favorecidos. Así nació el reemplazo liso y llano como recurso extremo.
Imaginemos a un morocho tratando infructuosamente de ingresar en un selecto club nocturno. El hombre fracasa con las tinturas y el maquillaje. Inmediatamente el servicio designa a un rubio cabal en su reemplazo. El impostor entra sin problemas a la milonga y en nombre del morocho rechazado baila y se divierte toda la noche.
Los ejemplos son innumerables: estudiantes mediocres que se hacen reemplazar en los exámenes; enamorados tímidos que -como Cyrano de Bergerac- mandan en su lugar a un picaflor; empleados capaces que para lograr un ascenso envían a un chupamedias y personas hartas de su familia que se hacen substituir en los cumpleaños.
El Servicio de Ayuda al Impostor ha ido perfeccionando la tecnología del reemplazo con disfraces impecables. Se sospecha que hoy en día, la mayoría de las personas que uno trata son en realidad agentes de la organización. Nuestros amigos, nuestras novias, nuestros gobernantes y nuestros cuñados pueden haber sido reemplazados por impostores profesionales. Tal vez yo mismo estoy fingiendo escribir estas minucias a nombre y beneficio de un cliente llamado Dolina. Tal vez usted, que finge leerme, esté reemplazando a alguien que no se atreve a confesar que los mitos de Flores lo tienen harto.
** Los gobiernos, lo mismo que las personas particulares, viven preocupados por la opinión de los de afuera. Continuamente sugieren a la población la necesidad de mejorar lo que se llama imagen exterior.
Para lograrlo se promueve la difusión de nuestros aspectos más brillantes. Cuando nos visitan los extranjeros, se les muestran nuestros rincones más presentables, se les hace comer una empanada y se les obliga a escuchar a la orquesta de Osvaldo Pugliese.
La exaltación de nuestros méritos va casi siempre acompañada de un cuidadoso disimulo de nuestros defectos. Además, en tren de aparentar y a falta de extranjeros, se suele hacer bandera ante los propios criollos.
Con toda insistencia se señala que los médicos argentinos son los mejores del mundo, para no mencionar a los enfermos. Si se produce algún desperfecto en una transmisión internacional, los locutores se apresuran a aclarar que el jarabe se ha originado en el satélite alemán, con lo cual nos quedamos todos tranquilos.
La actitud temerosa del juicio ajeno es proverbial en el periodismo. Hace poco una cronista aprovechó su paso por Roma para consultar a los transeúntes italianos acerca de nuestra nueva situación institucional. Los televidentes recibieron varias reflexiones, expresadas en cocoliche que, en general, nos perdonaban la vida. Al final de la encuesta, la cronista no podía ocultar su satisfacción. Habíamos pasado la difícil prueba de agradar a los heladeros de la Vía Marguta. No estaría mal recurrir al Servicio de Ayuda al Impostor para perfeccionar nuestras representaciones ante los extraños.
La solvencia de la organización nos permitiría aparentar cualquier cosa: que tenemos 100 millones de habitantes, que somos prósperos, que somos poderosos. Se podrían editar censos adulterados y mapas fraudulentos que nos muestren en el doble de nuestra extensión. Manuel Mandeb recomendó alguna vez la conveniencia de fingirnos el Japón, para desconcertar a nuestros enemigos. El pensador de Flores proponía que todos nos estiráramos los ojos con los dedos y habláramos pronunciando las erres como eles.
Aquí se nos viene encima una duda: ¿no será que otros países ya nos están engañando? La mentada potencia norteamericana puede ser nada más que una ficción creada por los impostores del norte. A lo mejor, Suecia es un país tropical, pero lo disimula. Quizá la Unión Soviética es una pequeña república del Africa y Luxemburgo es en verdad el mayor país del mundo.
En todo caso, antes de encarar cualquier acción para mejorar nuestra imagen externa es indispensable decidir cuál es la sensación que se quiere dejar. Si dispersamos nuestros esfuerzos en simulaciones diferentes e inconexas, los resultados habrán de ser más bien confusos. Dígasenos de una vez qué fingiremos ser: ¿una nación apacible? ¿una nación encrespada? ¿una nación limpia? ¿una nación angloparlante?
Los tratadistas reconocen tres tipos de impostura: horizontal, ascendente y descendente. La última consiste en mostrarse peor de lo que se es. Y no faltan economistas que postulan este camino para despertar la conmiseración internacional.
*** Los teóricos más barrocos del Servicio creen que la impostura es un arte. Y más aún: afirman que todo arte es una impostura. Cien gramos de pinturas al aceite se nos aparecen como un rostro misterioso o como un paisaje lunar. Quinientos kilos de bronce pretenden ser el cuerpo de Hércules. Una curiosa combinación de tintas y papeles es presentada como el alma de un hombre atormentado. Solamente la música está libre de simulaciones. Un acorde en mi menor es precisamente eso y no pretende ser nada más.
Los teóricos también han defendido el carácter ético de la impostura ascendente. El argumento principal no es muy novedoso: de tanto aparentar bondad, uno acaba por ser bueno. Faltan en esta monografía datos concretos que permitan al lector la contratación del Servicio. Lamentablemente, no es posible ofrecerlos.
Para empezar, nadie sabe cuál es la ubicación de la entidad. A veces, el local asume el aspecto de un almacén. Otras veces, se aparece como un copetín al paso, o como una estación de ferrocarril. Los impostores son siempre consecuentes con sus representaciones y por más que uno les plantee sus necesidades, insisten en vender garbanzos, servir una ginebra o despachar un boleto de ida y vuelta a Caseros.
Es cierto que a menudo aparecen impostores ofreciendo sus servicios. Pero la organización ya ha advertido al público que se trata en realidad de falsos impostores que deben ser denunciados a la policía.
**** Vaya uno a saber cuántos ridículos firuletes habremos hecho los criollos para agradar a los polacos y coreanos.
¿Estaremos bien? ¿No seremos una nación fuera de lugar? ¿Qué pensarán de nosotros estos visitantes holandeses? ¿Le ha gustado nuestra autopista, señor Smith? ¡Cuidado, disimulen que ahí viene un francés! No estaremos desentonando en el concierto internacional?
Yo creo que tal vez no importa desentonar en un concierto que parece dirigido por Mandinga.
Vale la pena intentar el camino difícil, el más penoso, el más largo pero también el más seguro. Es el camino de la verdad. El que quiera parecer honrado, que lo sea. El que quiera fama de valiente, que se la gane a fuerza de guapeza. Y si queremos que el mundo piense que somos una gran nación, sepamos que lo más conveniente es ser de veras una gran nación. Mientras llegan esos tiempos, podríamos empezar a fingir que no fingimos

HISTORIA DE LOS BOLETOS EMBRUJADOS
Los colectiveros de Flores dicen que entre los miles de boletos que venden hay uno - sólo uno - cuya cifra expresa el misterio del Universo. Quien conozca esta cifra será sabio.
No se sabe si el boleto ha sido vendido ya o si todavía permanece oculto en las herméticas máquinas que se usen para despacharlos.
Es posible que en este momento algún pasajero ya conozca el secreto del Cosmos. También puede haber ocurrido que la persona favorecida haya tirado el boleto sin consultar la cifra, o que la haya visto sin saber interpretarla.
En la Avenida Rivadavia hablan de un boleto rojo, que es el boleto del amor. Quien lo obtenga conseguirá la adoración de todo el mundo, o al menos de sus compañeros de viaje. Se menciona también un boleto verde que condena a su poseedor a viajar eternamente, sin bajarse jamás del colectivo.
En la línea 86 venden el boleto de la muerte, pero se niegan a indicar cuál es su color y su número, para evitar discusiones con los usuarios. En general, puede afirmarse que todos los boletos influyen de algún modo en nuestra vida. Los inspectores son - ante todo- funcionarios del destino que impiden gambetear a la suerte.

ARTE DE LA DISCUSIÓN EN EL BARRIO DE FLORES
Como decían los chinos, en este mundo la certeza no es más que una ilusión. Nadie puede estar seguro de nada. Todo juicio puede ser falso, incluso éste.
Y el ejercicio de la inteligencia no alcanza a aclarar las cosas. Más bien puede decirse que las complica.
Todo esto produce en los paisanos un cierto desasosiego: uno recorre la vida buscando alguna verdad y apenas si encuentra señales confusas. De lo absoluto, ni la sombra.
Así, de tanto andar entre fantasmagorías, algunos pensadores llegaron a sospechar que el propósito final del universo es el engaño.
Sin embargo, conviene imaginar lo espantosa que sería la vida sin la existencia de asuntos dudosos. Un mundo con respuestas para todo sería también un mundo sin preguntas. Y también sin esperanzas ni sueños.
En otras palabras: es sólo en el terreno de la incertidumbre donde nos está permitido macanear libremente.
Los espíritus obtusos del barrio de Flores comprendieron bastante bien estas ideas. Llegaron a descubrir que la razón permite sostener opiniones opuestas con idéntica destreza. Y con juvenil asombro pasaban las horas jugando a discutir.
Pero lo que empezó como un juego se convirtió con el tiempo en una verdadera obsesión. Sucedió que algunos hombres adquirieron una habilidad superior para argumentar. Las técnicas se fueron perfeccionando y finalmente un pequeño grupo de personas alcanzó una solvencia polémica que estaba muy por encima de los modestos retruques de la gente sencilla.
De allí nace el Círculo de Discutidores Profesionales, una entidad que marcó rumbos en la zona y que funcionaba en un salón de la calle Bogotá. El propósito fundamental del Círculo fue poner un poco de orden y concierto en las discusiones montaraces. Se editaron folletos con consejos y recomendaciones, se impartieron clases y se realizaron excursiones a barrios hostiles, como Colegiales para discutir como visitantes y vivir nuevas experiencias.
Sin embargo, la institución logró fama y renombre gracias a las espectaculares Mesas Redondas de los Sábados que se realizaban en su sede y que atraían no sólo a grandes polemistas, sino también a sus hinchadas.
El procedimiento corriente era elegir un tema de discusión y luego sortear las posiciones a sostener por cada uno de los participantes. A veces, en medio del debate, se obligaba a los discutidores a cambiar de bando. Esto producía un efecto muy atrayente. Y así, el que había defendido les derechos de la mujer en el mundo moderno, pasaba a refutarse a sí mismo y clamaba por el confinamiento femenino en la cocina y sus aledaños. Se podía tener razón las dos veces, o ninguna. Al principio, los temas de las Mesas Redondas eran más o menos previsibles: ¿Es el suicida un cobarde? ¿Pueden ser amigos el hombre y la mujer? ¿Importa más la forma o el contenido? ¿Librecambismo o proteccionismo?
Más adelante el público se aburrió de estas cuestiones vulgares y exigió el examen de asuntos más arduos: ¿,Medialunas de grasa o de manteca? ¿Es mejor el colectivo o el tren? ¿Frío o calor? ¿Rubias o morochas?
En los años dorados del barrio del Angel Gris, el salón de la calle Bogotá conoció verdaderos colosos. Aquel olímpico doctor Arnaldo Garcete, que citaba autores y tratadistas en catorce idiomas, la mayoría de ellos absolutamente desconocidos para él. Garcete llegó a formular sus argumentaciones en versos rimados, hábito que fue abandonando pues advirtió que su apellido era una enorme ventaja para sus adversarios.
El abogado Hugo Varsky basaba su técnica en la gesticulación. Mientras exponían los otros, movía el dedo y la cabeza en señal negativa y con eso desalentaba a cualquiera. Llegado su turno, marcaba el compás de sus disertaciones con golpes de puño sobre la mesa, de modo que sus palabras parecían escritas en rojo. El ritmo de sus puñetazos iba en ascenso hasta culminar en una especie de candombe que impedía oír lo que estaba diciendo, pero que dejaba una sensación de triunfo inapelable.
Famoso fue también el boticario Antonio Carrozzi, que apoyaba sus razones en el testimonio ajeno. Casi siempre se remitía a testigos ausentes o simplemente muertos: "Ahí está el finado Menéndez que no me deja mentir”. Y nadie se atrevía a contradecirlo.
Más temible aún era Andrés Guzmán, hombre de pocos argumentos pero de fuerte pegada. Generalmente cerraba las discusiones con frases tales como: "Yo le voy a dar dimensión ontológica, pelandrún". Y se acababan las discrepancias.
Hubo muchos otros... Rodolfo C. Pagani, el mago de los silencios; el gritón Frustaci, que aturdía con sus reflexiones; el viejo Vitale, que iba a menos por cortesía o el timorato Ernesto Cipolla, que daba la razón a todos y repetía lo que había dicho el último en hablar.
Como ocurre casi siempre, la preocupación por la victoria a cualquier precio deslucía las competencias. Los más tramposos pusieron su ingenio al servicio de las zancadillas y las maniobras malintencionadas.
El propio Manuel Mandeb, que solía asistir al Circulo como espectador, propuso un reglamento en el que se prohibían ciertos recursos infames. El polígrafo de Flores los clasificó y les dio nombre. Veamos algunos.
RECURSO DE LA DEFINICION SOLICITADA
Consiste en pedir al expositor que defina cada una de las palabras que dice. Por ejemplo alguien declara: A los niños hay que tratarlos con bondad. El tramposo dirá entonces:
Depende de lo que entienda usted por bondad.
Se puede continuar indefinidamente, solicitando ante cada respuesta nuevas definiciones.
RECURSO DEL EJEMPLO CERCANO
Se trata de pretender que un caso particular constituye una regla general.
Todos los niños son unos papanatas. Ahí lo tiene usted a mi sobrino.
Lo peor de esta jugada es que permite al adversario defenderse con un ejemplo contrario:
Sin embargo, el hermano de mi novia es una lumbrera.
Generalmente el debate queda reducido a un mutuo tiroteo de ejemplos y hay pocas cosas tan aburridas.
RECURSO DEL CAMBIO DE TEMA
Hay mil maneras de conseguirlo. Desde elogiar la corbata del contrincante hasta cuestionar la pronunciación de una palabra cualquiera. Así, la discusión versará sobre corbatas, pronunciaciones o lo que el tramposo quiera.
RECURSO DE LA DESAUTORIZACION MORAL
Consiste en hacer creer que los defectos personales de alguien se transmiten a sus argumentos. Por ejemplo: ¿Qué me viene con gnoseología, usted que es un borracho perdido?
Los razonamientos pueden ser expuestos por un canalla o un santo, sin ser por ello ni más ni menos veraces. Sin embargo ésta es una de las trampas más difundidas en este juego.
RECURSO EXTREMO BUSCANDO UN ACUERDO
Lo usan los tramposos cuando se ven perdidos. Se trata de mimetizar la opinión propia con la del adversario .Al final estamos diciendo lo mismo, pero con distintas palabras.
Al oír esta última frase, puede pensarse que a veces ocurre algo mucho más peligroso: decir cosas diferentes con las mismas palabras.
El recurso extremo puede usarse también en su variante "Finíshela": Mire, ni yo lo voy a convencer a usted ni usted me va a convencer a mí.
RECURSO DE LA METAFORA COMO ARGUMENTO
Consiste en atribuir rigor científico a las comparaciones poéticas. Alguien dice:El país es como una casa y hay que construirlo desde los cimientos.
Si uno toma demasiado en serio esta afirmación, podrá seguir hablando de techos, paredes, puertas y ventanas, para terminar diciendo que nuestra salvación está en manos de los albañiles.
Mandeb denuncia en su trabajo más de setenta maniobras y trampas. Los directivos del Círculo nunca le hicieron mucho caso y hasta el día de hoy los recursos antedichos se siguen usando con total impunidad.
Las Mesas Redondas de los Sábados siempre tuvieron una gravísima dificultad. Resultaba muy difícil establecer quién era el ganador. Se utilizaron muchos sistemas diferentes: jueces, jurados, puntajes, aplausos. Ninguno funcionó, pues invariablemente los resultados eran discutidos por los perdedores.
Los más sabios sugirieron entonces que no era necesario buscar un ganador. Para ellos el fin de la discusión era llegar a una conclusión positiva, a acuñar un juicio definitivo sobre el tema central de la polémica. Este disparate tuvo bastante aceptación, aunque las dificultades para redactar la conclusión eran las mismas que para consagrar a un ganador.
Alguien que confundía la voluntad con la realidad propuso someter las cuestiones a Votación. El aplauso de los demócratas saludó la propuesta y así una noche de verano se resolvió por 11 votos contra 4 que la capital de Suiza es Oslo. El aserto fue admitido también por los que perdieron, quienes juraron sostener hasta la muerte aquella conclusión por más que se quejarán suizos y noruegos.
Estas coincidencias no le gustaban al público, que las sentía como aflojadas. Las muchedumbres exigían un poco de encono y al no encontrarlo se fueron alejando de la calle Bogotá.
Para peor entró en escena la Comisión de Comedidos y Componedores, unos individuos que recorrían la barriada para meterse a separar en las broncas. Hartos de que los molieran a palos, trataron de evitar, ya que no las peleas callejeras, al menos las discusiones del Círculo.
Para lograrlo apelaron al viejo cuento de la tesis, la antítesis y la síntesis. La acción de estos pisaverdes precipitó la decadencia de las Mesas Redondas. El Círculo de Discutidores alcanzó a sobrevivir algún tiempo gracias a la venta de opiniones y argumentos. Como podrá suponerse, el surtido era enorme y la demanda también. Los mejores clientes fueron los actores, cantantes, bailarinas, recitadores y peluqueros de ésos que van a la televisión a hablar de aquello que ignoran.
Agotado su stock, el Círculo se cerró para siempre. Contra lo que puede suponerse, los Hombres Sensibles de Flores tuvieron cierta simpatía por los Discutidores. Las polémicas enseñaban que existen razones perfectas para afirmar cualquier cosa, cierta o falsa. Y los muchachos del Angel Gris pensaron que ésta era una gran lección. No para ellos, desde luego, sino para las gentes incautas. Los Hombres Sensibles supieron siempre que las verdades hay que buscarlas con el corazón. Por estas verdades del sentimiento vale la pena morir. Las otras son apenas fichas de un juego interesante.
Por ahí andan los hombres sin corazón diciendo que ninguna causa merece que uno muera por ella. Tienen razón en su mundo pequeño de teoremas. ¿Quién se hará degollar para defender el principio de Arquímedes?
Dejemos a los nuevos Discutidores que se diviertan con sus argumentos. No está mal para una tarde de lluvia. Pero recordemos siempre que fuera del salón está la vida con sus pasiones, sus héroes, sus canallas, sus mártires, sus puñales y sus muertes. Y el Destino no entiende razones. Buenas noches.

HISTORIA DE LOS LIGUSTROS VECINOS
Al sur de Flores existen dos ligustros.
Uno es propiedad del Ángel Gris. Si una pareja de enamorados se recuesta en él para afilar, las hojas ejercen una acción benefactora y excitante. Todas las luces del barrio se apagan y un vals sentimental llega desde las ramas de los árboles.
El otro ligustro es contiguo y pertenece a los Brujos de Chiclana. Si alguien realiza maniobras de amor en su follaje, padece las peores calamidades. Las damas son raptadas por los Brujos y los caballeros molidos a palos.
No se sabe cuál es la exacta ubicación de estos ligustros y es por esto que las parejas de Flores prefieren los umbrales, los paredones y los yuyales.

HISTORIA DE LAS SIRENAS DE SANTA RITA
Todas las noches a las dos, en una esquina de la calle Sanabria, lejos de los poderes del Ángel Gris, aparecen las Sirenas de Santa Rita. Se trata de criaturas de perversa belleza, mitad princesas y mitad milongueras.
Atraen a los caminantes desprevenidos con indecentes pasos de danza y con un canto provocativo que dice así:
Aquí bailan las Sirenas,
Sirenas de Santa Rita.
Lo que te dan con el cuerpo
Con el alma te lo quitan.
Nuestros amores eternos
Son como estrellas fugaces.
Somos fieles y constantes
Con el primero que pase.
Sirenas, Sirenas...
Que se miran y se tocan.
Le regalamos la muerte
Al que nos bese la boca.
Tal como anuncia la copla, el beso de las Sirenas es fatal. Pero es imposible la tentación. Algunos camioneros audaces se atan con cadenas al volante de sus vehículos y pasan por la calle Sanabria para poder ver y escuchar este prodigio.
Por eso es que hay en esta zona muchísimos accidentes de tránsito.
Los Hombres Sensibles, los Refutadores de Leyendas y los Reyes Magos
Todos conocen la aguda polémica que suele encenderse en Flores cuando se acerca el seis de enero.
Los Refutadores de Leyendas cumplen en esos días horarios especiales y desatan una intensa campaña. Naturalmente, tratan de esclarecer a los chicos acerca de la verdadera identidad de los Reyes Magos. Los más desaforados no vacilan en afirmar que estos personajes no existen y que la eventual aparición de juguetes sobre el calzado infantil es el resultado de sigilosas maniobras de los padres, amparados en las sombras de la noche.
Sus argumentos - hay que decirlo- son bastante sólidos. El profesor Pedro Del Moro los ha reunido y codificado en su libro Los Reyes son los padres. Esa obra, cuyo solo título presagia revelaciones apocalípticas, comprende tres grandes capítulos, cada uno de ellos con razonamientos de distinto color.
El primero se titula Testimonios, Cerca de doscientas personas cuentan experiencias personales que abonan la tesis central del libro. Transcribimos algunos fragmentos.
“... Me costó dormirme. Siempre me pasaba lo mismo en noches como aquélla. Ese año mis pedidos habían sido bastante módicos. Un encendedor, una afeitadora eléctrica y una caja de lápices. A medianoche me desperté sobresaltado: ¿Había puesto mis zapatos en el pasillo? Me levanté para comprobarlo. Y entonces en la penumbra del pasillo, subrepticio como un ladrón, hincado sobre mis viejos mocasines, vi a mi padre con los regalos. Se levantó lentamente. Durante un largo rato nos miramos con encono.
-De modo que así son las cosas - le dije.
-Dejáme que te explique...
-No, papá - no me importó ser cínico -. Creo que ya es demasiado tarde para explicaciones...”
Es probable que los berretines novelísticos del profesor Del Moro conspiren contra el estilo expositivo que es deseable en toda obra de especulación científica. Las otras historias del primer capítulo son (sin bien se las mira) todas iguales: sujetos que sorprenden a sus padres en situaciones comprometidas, confesiones espontáneas de padres arrepentidos, trampas preparadas de antemano y hasta fotografías reveladoras. El más resonante es el caso de un joven estudiante de farmacia que habiendo entrado en sospechas a causa del demasiado trato con las ciencias, amenazó a su madre con un arma hasta que la pobre mujer reconoció sus usurpaciones.
En el segundo capítulo, Del Moro apela al sentido común. Básicamente sostiene:
a) Que es por lo menos improbable que tres personas visiten todas las casas del mundo en una sola noche.
b) Que también resulta difícil admitir que puedan acarrear en sus bolsas centenares de millones de juguetes.
c) Que los regalos que amanecen sobre los zapatos el 6 de enero parecen más paternales que reales, sobre todo en el precio.
Sobre la alfalfa que algunos niños dejan en el patio, Del Moro opina que es ingerida por los padres, quienes de este modo no solamente serían los Reyes Magos, sino también los camellos.
El tercero y último capítulo es una larga serie de consejos sobre la conveniencia de no fomentar ilusiones en los niños y de explicarles todo, en términos amables pero rigurosamente exactos.
Los Hombres Sensibles de Flores, por el contrario, prefieren que los chicos crean en los reyes, en las hadas y en el mundo de los sueños.
Por eso cada vez que se encuentran con un pibe le cuentan que hay ratones que dejan dinero bajo las almohadas si uno les pone un diente. 0 que el hombre de la bolsa se lleva a quienes sienten repugnancia por la sopa. 0 que soplando panaderos se consigue lo que uno quiere. 0 que pisando baldosas rojas se ahuyenta al demonio. 0 que haciendo gancho con los dedos se impide a los perros exonerar sus intestinos.
En la anual discusión de los Reyes Magos, los Hombres Sensibles acusan a los Refutadores de Leyendas de obrar con el único propósito de ahorrarse el regalo. A su turno, los Refutadores declaran que muchos pibes de Flores fingen creer, aun siendo escépticos, al solo efecto de recibir un trencito o una pelota. “Esta infame actitud - dice el profesor Del Moro en su libro- es propia de niños perversos y mezquinos. ¿Qué se puede esperar de quienes venden su inocencia por una bicicleta?”
Los Hombres Sensibles tienen en esos asuntos algunos aliados indeseables.
Muchas personas que se jactan de su dulzura suelen cometer el desatino de intentar la demostración racional del mundo mágico para convencer del todo a los chicos.
Así, cada Navidad, docenas de pajarones se disfrazan de Papá Noel (una ilusión gringa, les garanto). Otros hacen el Rey Mago y hasta llegan a saludar y besar a sus sobrinos para que crean o revienten.
Desde luego, esto no debe extrañamos en un mundo en que la gente cree solamente en lo que se ve y se toca. No comprenden estas personas que es cien veces más verosímil un personaje que no se ve jamás y tiene la apariencia de nuestros sueños, que el chitrulo pintado de negro, que se ha puesto el batón de nuestra abuela, se parece al tío Raúl y huele a cerveza.
Yo no creo que los chicos se traguen esos disfraces. En los tiempos de mi infancia, la tienda Gath & Chaves solía exhibir en sus salones a los Reyes Magos. Yo tenía 5 años, y aunque era bastante pavote, razonaba que se trataba de tres impostores pagados por la tienda. No era posible que quienes provenían del Barrio Celeste anduvieran tomando partido por la prosperidad de una casa de comercio.
Manuel Mandeb en su estudio Ilusiones eran las de antes se queja de esa tendencia a la garantía visual. Veamos:
“... En estos asuntos el exceso de pruebas es más sospechoso que la ausencia de ellas. Muchos niños han creído en los Reyes hasta que los vieron. Lo único que hay que hacer es sembrarla ilusión. Después ésta crecerá sola. Nada de disfraces ni payasadas. Si insistimos en mostrar al niño todo aquello cuya existencia postulamos, llegará un día en que el pequeño sabandija nos exigirá que le mostremos el desengaño o un átomo o una esperanza. Y como no podremos hacerlo, el tipo reputará inexistentes a esperanzas, desengaños y átomos...”
No andaba desacertado Mandeb. Cuando uno ve películas de terror cree firmemente en el monstruo hasta que lo ve. Entonces descubre que no se trata del verdadero horror (que existe positivamente dentro de nosotros) sino de un truco lamentable. Pero algunos párrafos más adelante, el pensador árabe vuelve a caer - como tantas veces - en el desafortunado rumbo de los tomates. Siguiendo con el criterio de no aportar pruebas concretas, Mandeb llega a insinuar la conveniencia de suprimir el regalo de Reyes por considerarlo una concesión improcedente.
“... Así todo sería ilusión: los Reyes, su visita y aun el regalo del que podría hablarse, pero que sería imposible de ver y tocar. Los niños correrían en monopatines imaginarios y shotearían pelotas soñadas, que son las mejores porque nunca se pinchan ni se pierden ni son cortadas en pedazos por los vecinos intolerantes.”
Mandeb pensaba, además, que la abolición de la recompensa ennoblecía la creencia y, - por otra parte- eliminaba injusticias.
“Los chicos pobres son capaces de sueños tan rumbosos como los de los príncipes.”
Manuel Mandeb, como tantos Hombres Sensibles creía realmente en los Reyes Magos.
Todos los cinco de enero ponía sus zapatones en la ventana de la pieza de la calle Artigas donde vivió muchos años. Jamás le dejaron nada, es cierto. Pero el hombre suponía que esto obedecía a su conducta, no siempre intachable. En los días previos, las viejas del barrio creían notarlo amable y compuesto. Quizá no eran suficientes esos méritos de compromiso. No es fácil engañar a los Reyes.
Muchos de sus amigos sintieron alguna vez la tentación de dejarle algún regalito.
Pero no quisieron engañarlo. Ellos también esperaban con él. Y hacían fuerza para que alguna vez apareciera aunque más no fuera un calzoncillo.
Nunca ocurrió nada, pero la fe de los Hombres Sensibles de Flores no se quiebra fácilmente.
¿Qué virtud encierra creer en lo evidente? Cualquier papanatas es capaz de suscribir que existen las licuadoras y los adoquines. En cambio se necesita cierta estatura para atreverse a creer en lo que no es demostrable y - más aun - en aquello parece oponerse a nuestro juicio. Para lograrlo hay que aprender - como quería Descartes - a desconfiar del propio razonamiento. Por supuesto, en nuestro tiempo cualquier imbécil tiene una confianza en sus opiniones que ya quisiera para sí el filósofo más pintado.
La incredulidad es - según parece- la sabiduría que se permiten los hombres vulgares.
Nosotros resolvimos apostar una vez más por las ilusiones.
Por eso hicimos nuestras cartitas, pusimos nuestros enormes y pringosos zapatos en las ventanas, en los patios y aun en los jardines.
Y el seis de enero recogimos nuestros sencillos regalos y se los mostramos a los vecinos.
-Mire lo que nos trajeron los Reyes.
Algunos Refutadores de Leyendas nos miraban con envidia, silenciosamente.

Apuntes del fútbol en Flores
En un partido de fútbol caben infinidad de novelescos episodios.
Allí reconocemos la fuerza, la velocidad y la destreza del deportista. Pero también el engaño astuto del que amaga una conducta para decidirse por otra. Las sutiles intrigas que preceden al contragolpe. La nobleza y el coraje del que cincha sin renuncios. La lealtad del que socorre a un compañero en dificultades. La traición del que lo abandona. La avaricia de los que no sueltan la pelota. Y en cada jugada, la hidalguía, la soberbia, la inteligencia, la cobardía, la estupidez, la injusticia, la suerte, la burla, la risa o el llanto.
Los Hombres Sensibles pensaban que el fútbol era el juego perfecto, y respetaban a los cracks tanto como a los artistas o a los héroes.
Se asegura que los muchachos del Angel Gris tenían un equipo. La opinión general suele identificarlo con el legendario Empalme San Vicente, conocido también como el Cuadro de las Mil Derrotas.
Según parece, a través de modestas giras, anduvieron por barriadas hostiles, como Temperley, Caseros, Saavedra, San Miguel, Florencio Varela, San Isidro, Barracas, Liniers, Nuñez, Palermo, Hurlingham o Villa Real.
El célebre puntero Héctor Ferrarotti llevó durante muchos años un cuaderno de anotaciones en el que, además de datos estadísticos, hay noticias muy curiosas que vale la pena conocer.
• En Villa Rizzo, todos los partidos terminan con la aniquilación del equipo visitante. Si un cuadro tiene la mala ocurrencia de ganar, su destrucción se concreta a modo de venganza. Si el resultado es una igualdad, la biaba obra como desempate. Y si, como ocurre casi siempre, los visitantes pierden, la violencia toma el nombre de castigo a la torpeza.
En ciertas ocasiones, los partidos deben suspenderse por la lluvia u otras circunstancias. En ningún caso se extrañara la estrolada, que llegara sin fútbol previo, pura, ayuna de pretextos.
• En Caseros hubo una cancha entrañable que tenía un árbol en el medio y que estaba en los terrenos de una casa abandonada.
• En un potrero de Palermo, había oculta entre los yuyos una canilla petisa que malograba a los delanteros veloces.
• Cierto equipo de Merlo jugaba con una pelota tan pesada que nadie se atrevió nunca a cabecearla.
• En un lugar preciso de la cancha de Piraña acecha el demonio. A veces los jugadores pisan el sector infernal, adquieren habilidades secretas, convierten muchos goles, triunfan en Italia, se entregan al lujo y se destruyen. Otras veces los jugadores pisan al revés y se entorpecen, juegan mal, son excluidos del equipo, abandonan el deporte, se entregan al vicio y se destruyen. Hay quienes no pisan jamas el coto del diablo y prosiguen oscuramente sus vidas, padecen desengaños, pierden la fe y se destruyen.Conviene no jugar en la cancha de Piraña.
Las últimas paginas del cuaderno de Ferrarotti contienen historias ajenas. Algunas de ellas muestran un conmovedor afán literario. Veamos.

El tipo que pasaba por ahí
Suele ocurrir en los equipos de barrio que a la hora de comenzar el partido faltan uno o dos jugadores. Casi siempre se recurre a oscuros sujetos que nunca faltan en la vecindad de los potreros. El destino de estos individuos no es envidiable. Deben jugar en puestos ruines, nadie les pasa la pelota y soportan remoquetes de ocasión, como Gordito, Pelado o Celeste, en alusión al color de su camiseta. Si repentinamente llega el jugador que faltaba, se lo reemplaza sin ninguna explicación y ya nadie se acuerda de su existencia. Pero una tarde, en Villa del Parque, los muchachos del Ciclón de Jonte completaron su formación con uno de estos peregrinos anónimos. Y sucedió que el hombre era un genio. Jugaba y hacia jugar. Convirtió seis goles y realizo hazañas inolvidables. Nunca nadie jugó así. Al terminar el partido se fue en silencio, tal vez en procura de otros desafíos ajenos. Cuando lo buscaron para felicitarlo, ya no estaba. Preguntaron por él a los lugareños, pero nadie lo conocía. Jamás volvieron a verlo.
Algunos muchachos del Ciclón de Jonte dicen que era un profesional de primera división, pero nadie se contenta con este juicio. La mayoría ha preferido sospechar que era un ángel que les hizo una gauchada. Desde aquella tarde, todos tratan con más cariño a los comedidos que juegan de relleno.

El juez demasiado justo
El colorado De Felipe era referí. Contra la opinión general que lo acreditó como un bombero de cartel quienes lo conocieron bien juran que nunca hubo un árbitro más justo. Tal vez era demasiado justo.
De Felipe no sólo evaluaba las jugadas para ver que sancionaba alguna inacción: sopesaba también las condiciones morales de los jugadores involucrados, sus historias personales, sus merecimientos deportivos y espirituales. Recién entonces decidía. Y siempre procuraría favorecer a los buenos y castigar a los canallas.
Jamás iba a cobrarle un penal a un defensor decente y honrado, ni aunque el hombre tomara la pelota con las dos manos. En cambio, los jugadores pérfidos, holgazanes o alcahuetes eran penados a cada intervención. Creía que su silbato no estaba al servicio del reglamento, sino para hacer cumplir los propósitos nobles del universo. Aspiraba a un mundo mejor, donde los pibes melancólicos y soñadores salen campeones y los cancheros y los compadrones se van al descenso.
Parece increíble. Sin embargo, todos hemos conocido árbitros de locura inversa, amigos o lacayos de los sobradores, por temor a ser sus víctimas, inflexibles con los débiles y condescendientes con los matones.
Una tarde casi lo matan en Ciudadela. Los Hombres Sensibles de Flores se lamentaron no haber estado ahí para hacerse dar una piña en su homenaje.

El patio de las pelotas perdidas
Los demonios ladrones andan merodeando cerca de las canchas. Cuando la pelota se va lejos, la ocultan entre los yuyales o en las zanjas para que los jugadores no puedan encontrarla. Ya en la noche, llevan las pelotas perdidas a un patio secreto.
Los demonios realizan además acuerdos infames con vecinos chúcaros. Y en las madrugadas recorren techos, canaletas y terrazas para comprobar su despojo.
Nadie lo sabe, pero en el patio están todas las pelotas perdidas: duras reliquias con tiento, flamantes cueros profesionales, humildes "Pulpo' de goma, infames bolas de plástico que doblan en el aire, ásperas veteranas que han conocido mil costurones.
Un día entre los días vendrá del sur un duende bienhechor que ha de sacar las pelotas cautivas para devolverlas a sus dueños Y todos sentirán la emoción de revivir viejos piques olvidados.

Instrucciones para elegir en un picado
Cuando un grupo de amigos no enrolados en ningún equipo se disponen para jugar, tiene lugar una emocionante ceremonia destinada a establecer quienes integrarán los dos bandos.
Generalmente dos jugadores se enfrentan en un sorteo o pisada y luego cada uno de ellos elige alternativamente a sus futuros compañeros. Se supone que los más diestros son elegidos en los primeros turnos, quedando para el final los troncos. Pocos han reparado en el contenido dramático de estos lances.
El hombre que está esperando ser elegido vive una situación que rara vez se da en la vida. Sabrá de un modo brutal y exacto en qué medida lo aceptan o lo rechazan. Sin eufemismos, conocerá su verdadera posición en el grupo. A lo largo de los años, muchos futbolistas advertirán su decadencia, conforme su elección sea cada vez más demorada.
Manuel Mandeb, que casi siempre oficiaba de elector observó que las decisiones no siempre recaían sobre los más hábiles. En un principio se creyó poseedor de vaya a saber qué sutilezas de orden técnico, que le hacían preferir compañeros que reunían ciertas cualidades.
Pero un día comprendió que lo que en verdad deseaba, era jugar con sus amigos más queridos. Por eso elegía a los que estaban más cerca de su corazón, aunque no fueran tan capaces.
El criterio de Mandeb parece apenas sentimental, pero es también estratégico. Uno juega mejor con sus amigos. Ellos serán generosos, lo ayudarán, lo comprenderán, lo alentarán y lo perdonarán. Un equipo de hombres que se respetan y se quieren es invencible. Y si no lo es, más vale compartir la derrota con los amigos, que la victoria con los extraños o los indeseables.

El último partido de Rosendo Bottaro
Había jugado muchos años en primera. Ahora, los muchachos lo habían convencido para que integrara un cuadro de barrio en un torneo nocturno.
—Con usted Bottaro no podemos perder
Bottaro no era un pibe, pero tenía clase. Confiaba en su toque, en su gambeta corta, en su tiro certero.
Su aparición en la cancha mereció algún comentario erudito:
—Ese es Bottaro, el que jugó en Ferro, o en Lanús...
Se permitió el lujo de unos malabarismos truncos antes de empezar el partido.La noche era oscura y fría. Las tristes luces de la cancha de Urquiza dejaban amplias llanuras de tinieblas donde los wines hacían maniobras invisibles.
En la primera jugada, Bottaro comprendió que estaba viejo. Llegó tarde, y él sabía que la tardanza es lo que denuncia a los mediocres: los cracks llegan a tiempo o no se arriesgan. Pero no se achicó. Fue a buscar juego más atrás y no tuvo suerte. Se mezcló con los delanteros buscando algún cabezazo y la pelota volaba siempre alto. Apeló a su pasta de organizador: gritó con firmeza pidiendo calma o preanunciando jugadas, pero sus vaticinios no se cumplieron. Ya en el segundo tiempo, dejó pasar magistralmente una pelota entre sus piernas pero el que lo acompañaba no entendió la agudeza. Después se sintió cansado. Oyó algunas burlas desde la escasa tribuna. En los últimos minutos no se vio. A decir verdad, cuando terminó el partido, ya no estaba. Lo buscaron para que devolviera su camiseta, pero el hombre había desaparecido. Algunos pensaron que se había extraviado en las sombras del lateral derecho.
Esa noche, unos chicos que vendían caramelos en la estación vieron pasar por el caminito de carbonilla a un hombre canoso vestido con casaca roja y pantalón corto. Dicen que iba llorando.
Los Refutadores de Leyendas definen el fútbol como un juego en que veintidós sujetos corren tras de una pelota. La frase, ya clásica, no dice mucho sobre el fútbol, pero deschava sin piedad a quien la formula. El mismo criterio permite afirmar que las novelas de Flaubert son una astuta combinación de papel y tinta. ¡Líbrenos Dios de percibir el mundo con este simple cinismo!
El fútbol es —yo también lo creo— el juego perfecto. Hoy que el destino ha querido hacernos campeones mundiales, conviene decirlo apasionadamente. Lejos de las metáforas oficiales que nos invitan a seguir el ejemplo de nuestros futbolistas para encontrar el destino nacional, yo apenas cumplo con homenajear a Bottaro, a Ferrarotti, a Luciano, a los miles de pioneros atorrantes que impartieron una ética, una estética, tal vez una cultura, cuyo inapelable resultado son los goles superiores, memorables, excelentísimos de Diego Maradona.
(Crónicas del Angel Gris, 1988, Alejandro Dolina. Ediciones Colihue, tomado de Cuentos de Fútbol Argentino, enero de 1998, selección y prólogo de Roberto Fontanarrosa, Buenos Aires - Argentina, Alfaguara)

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