Eduardo_Galeano -
Eduardo Galeano " Las Palabras Andantes "
Ventanas sobre:
La cara invisible:
Todo tiene, todos tenemos, cara y señal. El perro y la serpiente y la gaviota y tú y yo, los que estamos viviendo y los ya vividos y todos los que caminan, se arrastran o vuelan: todos tenemos cara y señal.
Eso creen los mayas. Y creen que la señal, invisible, es más cara que la cara visible. Por tu señal té conocerán.
Las dictaduras invisibles:
La madre abnegada ejerce la dictadura de la servidumbre.
El amigo solícito ejerce la dictadura del favor.
La caridad ejerce la dictadura de la deuda.
La libertad de mercado te permite aceptar los precios que te imponen.
La libertad de opinión te permite escuchar a los que opinan en tu nombre.
La libertad de elección te permite elegir la salsa con que serás comido.
Las prohibiciones:
En la pared de una fonda de Madrid, hay un cartel que dice: " Prohibido el cante “.
En la pared del aeropuerto de Río de Janeiro hay un cartel que dice: " Prohibido jugar con los carritos portaequipajes “.
O sea, todavía hay gente que canta, todavía hay gente que juega.
Sobre la llegada:
El hijo de Pilar y Daniel Weinberg fue bautizado en la costanera. Y en el bautismo le enseñaron lo sa-grado.
Recibió una caracola: para que aprendas a amar el agua.
Abrieron la jaula de un pájaro preso: para que aprendas a amar el aire.
Le dieron una flor de malvón: para que aprendas a amar la tierra.
Y también le dieron una botellita cerrada: no la abras nunca, nunca, para que aprendas a amar el mis-terio.
Un hombre de éxito:
No puede mirar la luna sin calcular la distancia.
No puede mirar un árbol sin calcular la leña.
No puede mirar un cuadro sin calcular el precio.
No puede mirar un menú sin calcular las calorías.
No puede mirar un hombre sin calcular la ventaja.
No puede mirar una mujer sin calcular el riesgo.
El cuerpo:
La iglesia dice: el cuerpo es una culpa.
La ciencia dice: el cuerpo es una máquina.
La publicidad dice: el cuerpo es un negocio.
El cuerpo dice: ¡ Yo soy una fiesta!
El miedo:
El hombre desayuna miedo. El miedo al silencio aturde las calles. El miedo amenaza:
Si Ud. ama, tendrá SIDA.
Si fuma, tendrá cáncer.
Si respira, tendrá contaminación.
Si bebe, tendrá accidentes.
Si come, tendrá colesterol.
Si habla, tendrá desempleo.
Si camina, tendrá violencia.
Si piensa, tendrá angustia.
Si duda, tendrá locura.
Si siente, tendrá soledad.
Sobre el espejo:
Solea el sol y se lleva los restos de sombra que ha dejado la noche. Los carros de caballos recogen, puerta por puerta, la basura. En el aire tiende la araña sus hilos de baba.
El Tornillo camina las calles de Melo. En el pueblo lo tienen por loco. Él lleva un espejo en la mano y se mira con el ceño fruncido. No quita los ojos del espejo.
" ¿Que hacés, Tornillo? " " Aquí, - dice - controlando al enemigo ".
La historia universal:
Hubo una vez que fue la primera vez, y entonces el bicho humano se alzó y sus cuatro patas se con-virtieron en dos brazos y dos piernas, y gracias a las piernas los brazos fueron libres y pudieron hacer casa mejor que la copa del árbol o la cueva de paso. Y habiéndose erguido, la mujer y el hombre des-cubrieron que se puede hacer el amor cara a cara y boca a boca, y conocieron la alegría de mirarse a los ojos durante el abrazo de sus abrazos y el nudo de las piernas.
La cara:
¨ ¿Una máquina boba? ¨ ¿Una carta que ignora su remitente y equivoca el destino? ¨ ¿Una bala perdi-da, que algún Dios ha disparado por error?
Venimos de un huevo mucho más chico que la cabeza de un alfiler y habitamos una piedra que gira en torno de una estrella enana y que contra esa estrella, a la larga, se estrellará.
Pero hemos sido hechos de luz, además de carbono y oxígeno y mierda y muerte y otras cosas, y al fin y al cabo estamos aquí desde que la belleza del universo necesitó que alguien la viera.
La utopía:
Ella está en el horizonte - dice Fernando Birri -. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que camine nunca la alcanzaré. ¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar.
" El Libro De Los Abrazos "
Diego no conocía la mar. Su padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla. Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperándolo.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estaba ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto el fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura. Y, cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre: "¡Ayúdame a mirar!"
Los indios shuar, los llamados jíbaros, cortan la cabeza del vencido. La corta y la reducen, hasta que cabe en un puño, para que el vencido no resucite. Pero el vencido no está del todo vencido hasta que le cierran la boca. Por eso cosen los labios con una fibra que jamás se pudre.-
Fernando Silva dirige el Hospital de Niños, en Managua.
En víspera de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y em-pezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.
Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo quedaba en orden, y en eso estaba cuando sin-tió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los enfermi-tos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpa o quizás pedían permiso.
Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:
- Decile a... - susurro el niño - decile a alguien, que yo estoy aquí.
Un sistema del desvínculo: el buey solo bien se lame.
El prójimo no es tu hermano, ni tu amante. El prójimo es un competidor, un enemigo, un obstáculo a saltar o una cosa que usar. El sistema, que no da de comer, tampoco da que amar; a muchos condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos.
En el sector infantil de la Feria del Libro, en Bogotá: El locóptero es muy veloz, pero muy lento.
En la rambla de Montevideo, ante el río - mar: Un hombre alado prefiere la noche.
A la salida de Santiago de Chile: Como gasto paredes recordándote.
Y en la altura de Valparaíso: Yo nos amo.
Arránqueme, señora, las ropas y las dudas. Desnúdeme, desdúdeme.
Yo me duermo a la orilla de una mujer: yo me duermo a la orilla de un abismo.
Me desprendo del abrazo, salgo a la calle.
En el cielo, ya clareando, se dibuja, finita, la luna.
La luna tiene dos noches de edad.
Yo, una.
En Buenos Aires, en el puente de la Boca: Todos prometen y nadie cumple. Vote por nadie.
En Caracas, en tiempos de crisis, a la entrada de unos de los barrios más pobres: Bienvenida, clase media.
En Bogotá, a la vuelta de la Universidad Nacional: Dios vive.
Y debajo, con otra letra: De puro milagro.
Y también en Bogotá: ¡ Proletarios de todos los países, uníos!
Y debajo, con otra letra: ( Último aviso)
Una mañana, nos regalaron un conejo de indias. Llegó a casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la jaula.
Volví a casa al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando de susto a la libertad.
El primer día de clase, el profesor trajo un frasco enorme: - Está lleno de perfume- dijo a Miguel Brun y a los demás alumnos -. Quiero medir la percepción de cada uno de ustedes. A medida que vayan sin-tiendo el olor, levanten la mano.
Y destapó el frasco. Al ratito nomás, ya había dos manos levantadas. Y luego cinco, diez, treinta, todas las manos levantadas.
-¨ Me permite abrir la ventana, profesor?- Suplicó una alumna, mareada de tanto olor a perfume, y va-rias voces le hicieron eco. El fuerte aroma, que pesaba en el aire, ya se había hecho insoportable a todos.
Entonces el profesor mostró el frasco a los alumnos, uno por uno. El frasco estaba lleno de agua.
En Montevideo, en el barrio Brazo Oriental: Estamos aquí sentados, mirando como nos matan los sue-ños.
Y en la escollera, frente al puerto montevideano del Buceo: Mojarra viejo: no se puede vivir con miedo toda la vida.
En letras rojas, a lo largo de toda una cuadra de la avenida Colón, en Quito: ¿ Y si entre todos le da-mos una patada a esta gran burbuja gris?
Mis certezas desayunan dudas. Y hay días en que me siento extranjero en Montevideo y en cualquier otra parte. En esos días, días sin sol, noches sin luna, ningún lugar es mi lugar y no consigo recono-cerme en nada, ni en nadie. Las palabras no se parecen a lo que nombran y ni siquiera se parecen a su propios sonido. Entonces, no estoy donde estoy. Dejo mi cuerpo, y me voy, lejos, a ninguna parte, y no quiero estar con nadie, ni siquiera conmigo, y no tengo, ni quiero tener, nombre alguno: Entonces pierdo las ganas de llamarme o ser llamado.
Mientras dura la mala racha, pierdo todo. Se me caen las cosas de los bolsillos y de la memoria: pier-do llaves, lapiceras, dinero, documentos, nombres, caras, palabras. Yo no sé si será gualicho de al-guien que me quiere mal y me piensa peor, o pura casualidad, pero a veces el bajón demora en irse y yo ando de pérdida en pérdida, no encuentro lo que busco, y siento mucho miedo de que se me caiga la vida en alguna distracción.
Quién no se hace el vivo, va muerto. Estás obligado a ser jodedor o jodido, mentidor o mentido. Tiem-po del que me importa, el que le vas a hacer, el no te metas, el sálvese quien pueda. Tiempo de los tramposos: la producción no rinde, la creación no sirve, el trabajo no vale.
En el Río de la Plata, llamamos bobo al corazón: lo llamamos bobo por lo mucho que trabaja.
Se le habían roto los cristales de los anteojos y se le habían perdido las llaves. Buscaba las llaves por toda la ciudad, a tientas, en cuatro patas, y cuando por fin las encontraba, las llaves le decían que no servían para abrir sus puertas.
En pleno centro de Medellín: La letra con sangre entra.
Y abajo, firmando: Sicario alfabetizador.
En la ciudad uruguaya de Melo: Ayude a la policía. Tortúrese.
En un muro de Masatepe, en Nicaragua, poco después de la caída de Somoza: Se morirán de nostal-gia, pero no volverán.
Fue en la selva, en la Amazonia ecuatoriana. Los indios shuar estaban llorando a una abuela mori-bunda. Lloraban sentado, a la orilla de su agonía. Un testigo, venido de otros mundos, preguntó: - ¿ Por qué lloran delante de ella, si todavía está viva?
Y contestaron los que lloraban:
- Para qué sepa que la queremos mucho.
En la Facultad de Ciencias Económicas, en Montevideo: La droga produce amnesia y otras cosas que no recuerdo.
En Santiago de Chile, a orillas del Río Mapocho: Bienaventurados los borrachos, porque ellos verán a Dios dos veces.
En Buenos Aires, en el barrio de Flores: Una novia sin tetas mas que novia es un amigo.
Si, si por lastimado y jodido que uno esté, siempre puede uno encontrar contemporáneos en cualquier lugar del tiempo y compatriotas en cualquier lugar del mundo. Y cada vez que eso ocurre, y mientras eso dura, uno siente la suerte de sentir que es algo en la infinita soledad del universo, algo más que a ridícula mota de polvo, algo más que un fugaz momentito.
EL DERECHO AL DELIRIO
Por: Eduardo Galeano
Ya está naciendo el nuevo milenio. No da para tomarse el asunto demasiado en serio: al fin y al cabo, el año 2001 de los cristianos es el año 1379 de los musulmanes, el 5114 de los mayas y el 5762 de los judíos.
El nuevo milenio nace un primero de enero por obra y gracia de un capricho de los senado-res del imperio romano, que un buen día decidieron romper la tradición que mandaba cele-brar el año nuevo en el comienzo de la primavera, y la cuenta de los años de la era cristia-na proviene de otro capricho: un buen día, el papa de Roma y el emperador decidió poner fecha al nacimiento de Jesús, aunque nadie sabe cuándo nació excepto que fue antes del 4 Antes de Cristo en que murió Heródes el grande y tal vez en el 6 antes de Cristo en que se realizó el censo que llevó a José y María a Belén.
El tiempo se burla de los límites que le inventamos para creernos el cuento de que él nos obedece; pero el mundo entero celebra y teme esta frontera.
Una invitación al vuelo Milenio va, milenio viene, la ocasión es propicia para que los orado-res de inflamada verba peroren sobre el destino de la humanidad, y para que los voceros de la ira de Dios anuncien el fin del mundo y la reventazón general, mientras el tiempo continúa, calladito la boca, su caminata a lo largo de la eternidad y del misterio.
La verdad sea dicha, no hay quien resista: en una fecha así, por arbitraria que sea, cual-quiera siente la tentación de preguntarse cómo será el tiempo que será. Y vaya uno a sa-ber cómo será.
Tenemos una única certeza: en el siglo veintiuno, si todavía estamos aquí, todos nosotros seremos gente del siglo pasado y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí que tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea.
En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos huma-nos; pero la inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y ca-llar. ¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? ¿Qué tal si deliramos, por un ratito?
Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible: el aire es-tará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones; en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros; la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el super-mercado, ni será mirada por el televisor; el televisor dejará de ser el miembro más impor-tante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas; la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar; se incorporará a los códigos penales el delito de es-tupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir no más, como juega; en ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo; los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas, los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas; los historiadores no creerán que a los paí-ses les encanta ser invadidos; los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas; la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo; la muerte y el dinero perderán sus mágicos po-deres, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero; na-die será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene, el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobre-za, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra; la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos; nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión; los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle; los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos; la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla; la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda; una mujer, negra, será presidenta de Brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América; una mujer India gobernará Guatemala y otra, Perú; en Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria; la Santa Madre Iglesia corregi-rá las erratas de las tablas de Moisés, y el sexto mandamiento ordenará festejar el cuer-po; la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: "Amarás a la naturaleza, de la que formas parte"; serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma; los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque ellos son los que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de tanto buscar, seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de jus-ticia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo; la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.
Eduardo Galeano
Las venas abiertas de América Latina
“... Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez... “
Proclama insurreccional de la Junta Tuitiva en la ciudad de La Paz, 16/07/1809.
- Se ha oído hablar de concesiones hechas por América Latina al capital extranjero, pero no de conce-siones hechas por los Estados Unidos al capital de otros países... Es que nosotros no damos conce-siones. –advertía, allá por 1913, el presidente norteamericano Woodrow Wilson. Él estaba seguro: Un país – decía – es poseído y dominado por el capital que en él se haya invertido.
Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y los caporales nativos. En la al-quimia colonial y neocolonial, el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se convierten en vene-no.
La lluvia que irriga a los centros del poder imperialista ahoga los vastos suburbios del sistema. Del mismo modo, y simétricamente, el bienestar de nuestras clases dominantes – dominantes hacia aden-tro, dominadas desde afuera – es la maldición de nuestras multitudes condenadas a una vida de bes-tias de carga.
La fuerza del conjunto del sistema imperialista descansa en la necesaria desigualdad de las partes que lo forman, y esa desigualdad asume magnitudes cada vez más dramáticas.
¿ Tenemos todo prohibido, salvo cruzarnos de brazos?
La historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será.
El cronista oficial Fernández de Oviedo interpretaba así, a mediados del siglo XVI, el holocausto de los antillanos: - Muchos dellos, por su pasatiempo, se mataron con ponzoña por no trabajar, y otros se ahorcaron por sus manos -.
(Llamada a este texto: - .... La interpretación hizo escuela. Me asombra leer, en el último libro del téc-nico francés Rene Dumon, Cuba, est-il socialiste?, París, 1970: - Los indios no fueron totalmente ex-terminados. Sus genes subsisten en los cromosomas cubanos. Ellos sentían una tal aversión por la tensión que exige el trabajo continuo, que algunos se suicidaron antes que aceptar el trabajo forza-do... -.
Los metales arrebatados a los nuevos dominios coloniales estimularon el desarrollo económico euro-peo y hasta puede decirse que lo hicieron posible. Ni siquiera los efectos de la conquista de los teso-ros persas que Alejandro Magno volcó sobre el mundo helénico podrían compararse con la magnitud de esta formidable contribución de América al progreso ajeno. No al de España, por cierto, aunque a España pertenecían las fuentes de plata americana. Como se decía en el siglo XVII, - España es como la boca que recibe los alimentos, los mastica, los tritura, para enviarlos enseguida a los órganos, y no retiene de ellos por su parte, más que un gusto fugitivo o las partículas que por casualidad se agarran a sus dientes -. Los españoles tenían la vaca, pero eran otros quienes bebían la leche. Los acreedores del reino, en su mayoría extranjeros, vaciaban sistemáticamente las arcas de la Casa de Contratación de Sevilla, destinadas a guardar bajo tres llaves, y en tres manos distintas, los tesoros de América.
En el primer tomo de El Capital, escribió Karl Marx: - El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, las cruzadas de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la pobla-ción aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del con-tinente africano en cazadero de esclavos negros son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria -.
Pero, al mismo tiempo, la formidable concentración internacional de la riqueza en beneficio de Europa impidió, en las regiones saqueadas, el salto a la acumulación de capital industrial. – La doble tragedia de los países en desarrollo consiste en que no sólo fueron víctimas de ese proceso de concentración internacional, sino que posteriormente han debido tratar de compensar su atraso industrial, es decir, realizar la acumulación originaria de capital industrial, en un mundo que está inundado con los artícu-los manufacturados por una industria ya madura, la occidental-(Ernest Mandel).
La cuantiosa mano de obra disponible, que era gratuita o prácticamente gratuita, y la gran demanda europea por los productos americanos, hicieron posible - dice Sergio Bagú – una precoz y cuantiosa acumulación de capitales en las colonias ibéricas. El núcleo de beneficiarios, lejos de irse ampliando, fue reduciéndose en proporción a la masa de población, como se desprende del hecho cierto de que el número de europeos y criollos desocupados aumentaran sin cesar -. El capital que restaba en Améri-ca, una vez deducida la parte del león que se volcaba al proceso de acumulación primitiva del capita-lismo europeo, no generaba, en estas tierras, un proceso análogo al de Europa, para echar las bases del desarrollo industrial, sino que se desviaba a la construcción de grandes palacios y templos osten-tosos, a la compra de joyas y ropas y muebles de lujo, al mantenimiento de servidumbres numerosas y al despilfarro de las fiestas. En buena medida, también, ese excedente quedaba inmovilizado en la compra de nuevas tierras o continuaba girando en las actividades especulativas y comerciales.
Analizando la naturaleza de las relaciones “metrópoli - satélite“ a lo largo de la historia de América La-tina como una cadena de subordinaciones sucesivas, Andre Gunder Frank ha destacado, en una de sus obras, que en las regiones hoy día más signadas por el subdesarrollo y la pobreza son aquellas que en el pasado han tenido lazos estrechos con la metrópoli y han disfrutado de períodos de auge. Son las regiones que fueron las mayores productoras de bienes exportados hacia Europa o, poste-riormente, hacia Estados Unidos, y las fuentes más caudalosas de capital: regiones abandonadas por la metrópoli cuando por una u otra razón los negocios decayeron. Potosí brinda el ejemplo más claro de esta caída hacia el vacío.
La economía colonial latinoamericana dispuso de la mayor concentración de fuerza de trabajo hasta entonces conocida, para hacer posible la mayor concentración de riqueza de que jamás haya dispues-to civilización alguna en la historia mundial.
El arzobispo Zaliñan y Cisnero negaba el aniquilamiento de los indios: - Es que se ocultan – decía – para no pagar tributos, abusando de la libertad de que gozan y que no tenían en la época de los incas -.
La Corona consideraba tan necesaria la explotación inhumana de la fuerza de trabajo aborigen, que en 1601 Felipe III dictó reglas prohibiendo el trabajo forzoso de las minas y, simultáneamente, envió otras instrucciones secretas ordenando continuarlo “en caso de que aquella medida hiciese flaquear la producción“.
A fines del siglo XVIII, Concolorcorvo, por cuyas venas corría sangre indígena, renegaba así de los su-yos: - No negamos que las minas consumen número considerable de indios, pero esto no procede del trabajo que tienen en la mina de plata y azogue, sino del libertinaje en que viven. –
No faltaban las justificaciones ideológicas. La sangría del Nuevo Mundo se convertía en un acto de ca-ridad o una razón de fe. Junto con la culpa nació todo un sistema de coartadas para las conciencias culpables. Se transformaba a los indios en bestias de carga, porque resistían un peso mayor que el que soportaba el débil lomo de una llama, y de paso de comprobaba que, en efecto, los indios eran bestias de cargas. Un virrey de México consideraba que no había mejor remedio que el trabajo de las minas para curar la "maldad natural" de los indígenas. Juan Ginés de Sepúlveda, el humanista, soste-nía que los indios merecían el trato que recibían porque sus pecados e idolatrías constituían una ofen-sa a Dios. El conde de Buffon afirmaba que no se registraba en los indios, animales frígidos y débiles, "ninguna actividad del alma". El abate De Paw inventaba una América donde los indios degenerados alternaban con perros que no sabían ladrar, vacas incomestibles y camellos impotentes. La América de Voltaire, habitada por indios perezosos y estúpidos, tenía cerdos con el ombligo en la espalda y leones calvos y cobardes. Bacon, De Maistre, Montesquieu, Hume y Bodin se negaron a reconocer como semejantes a los "hombres degradados" del Nuevo Mundo. Hegel habló de la impotencia física y espiritual de América y dijo que los indígenas habían perecido al soplo de Europa. En el siglo XVII, el padre Gregorio García sostenía que los indios eran de ascendencia judía, porque al igual que los judí-os "son perezosos, no creen en los milagros de Jesucristo, y no están agradecidos a los españoles por todo el bien que le han hecho". Al menos, no negaba este sacerdote que los indios descendieran de Adán y Eva: eran numerosos los teólogos y pensadores que no habían quedado convencidos por la Bula del Papa Paulo III, emitida en 1537, que había declarado a los indios "verdaderos hombres". El padre Bartolomé de las Casas agitaba a la corte española con sus denuncias contra la crueldad de los conquistadores de América. En 1557, un miembro del real consejo le respondió que los indios estaban demasiado bajos en la escala de la humanidad para ser capaces de recibir la fe. Las Casas dedicó su fervorosa vida a la defensa de los indios frente a los desmanes de los mineros y los encomenderos. Decía que los indios preferían ir al infierno para no encontrarse con los cristianos.
Los indígenas eran, como dice Darcy Ribeiro, el combustible del sistema productivo colonial. "Es casi seguro - escribe Sergio Bagú- que a las minas hispanas fueron arrojados centenares de indios escul-tores, arquitectos, ingenieros y astrónomos, confundidos entre la multitud esclava, para realizar un burdo y agotador trabajo de extracción. Para la economía colonial, la habilidad técnica de esos indivi-duos no interesaba. Solo contaban ellos como trabajadores no calificados". Pero no se perdieron todas las esquirlas de aquellas culturas rotas. La esperanza del renacimiento de la dignidad perdida alum-braría numerosas sublevaciones indígenas. En 1781 Túpac Amaru puso sitio a Cuzco.
Se sucedieron victorias y derrotas, por fin, traicionado, y capturado por uno de sus jefes, Túpac Amaru fue entregado, cargado de cadenas, a los realistas. En su calabozo entró el visitador Areche para exi-girle, a cambio de promesas, los nombres de los cómplices de la rebelión. Túpac Amaru le contestó con desprecio: "Aquí no hay mas cómplices que tú y yo, tú por opresor, y yo por libertador, merecemos la muerte".
El oro había empezado a fluir en al preciso momento en que Portugal firmaba el tratado de Methuen, en 1703, con Inglaterra. Esta fue la coronación de una larga serie de privilegios conseguidos por los comerciantes británicos en Portugal. A cambio de algunas ventajas para sus vinos en el mercado in-glés, Portugal abría su propio mercado, y el de sus colonias a las manufacturas británicas. Dado el desnivel de desarrollo industrial ya por entonces existente, la medida implicaba una condenación a la ruina para las manufacturas locales.
Inglaterra y Holanda, campeonas del contrabando del oro y los esclavos, que amasaron grandes fortu-nas en el trafico ilegal de carne negra, atrapaban por medios ilícitos, según se estima, más de la mitad del metal que correspondía al impuesto del "quinto real" que debía recibir, de Brasil, la corona portu-guesa.
La plantación, nacida de la demanda de azúcar en ultramar, era una empresa movida por el afán de ganancia de su propietario, y puesta al servicio del mercado que Europa iba articulando internacional-mente. Por su estructura interna, sin embargo, tomando en cuenta que se bastaba a sí misma en bue-na medida, resultaban feudales algunos de sus rasgos predominantes. Utilizaba, por su parte, mano de obra esclava. Tres edades históricas distintas – mercantilismo, feudalismo, esclavitud – se combi-naban así en una sola unidad económica y social, pero era el mercado internacional quien estaba en el centro de la constelación de poder que el sistema de plantaciones integró desde temprano.
De la plantación colonial, subordinada a las necesidades extranjeras y financiada, en muchos casos, desde el extranjero, proviene en línea recta el latifundio de nuestros días.
El nordeste era la zona más rica de Brasil y hoy es la más pobre; en Barbados y Haití habitan hormi-gueros humanos condenados a la miseria; el azúcar se convirtió en la llave maestra del dominio de Cuba por los Estados Unidos, al precio del monocultivo y del empobrecimiento implacable del suelo. No sólo el azúcar. Ésta es también la historia del cacao, que alumbró la fortuna de la oligarquía de Ca-racas; del algodón de Maranhao, de súbito esplendor y súbita caída; de las plantaciones de caucho en el Amazonas, convertidas en cementerios de los obreros nordestinos reclutados a cambio de monedi-tas; de los arrasados bosques de quebracho del norte argentino y del Paraguay; de las fincas de he-nequén, en Yucatán, donde los indios yaquis fueron enviados al exterminio. Es también la historia del café, que avanza abandonando desiertos a sus espaldas, y de las plantaciones de frutas en Brasil, en Colombia, en Ecuador y en los desdichados países centroamericanos. Con mejor o peor suerte, cada producto se ha ido convirtiendo en un destino, muchas veces fugaz, para los países, las regiones y los hombres. El mismo itinerario han seguido, por cierto, las zonas productoras de riquezas minerales. Cuanto más codiciado por el mercado mundial, mayor es la desgracia que un producto trae consigo al pueblo latinoamericano que, con su sacrificio, lo crea. La zona menos castigada por esta ley de acero, el Río de la Plata, que arrojaba cueros y luego carne y lana a las corrientes del mercado internacional, no ha podido, sin embargo, escapar a la jaula del subdesarrollo.
"Pensaréis tal vez, señores- decía Karl Marx en 1848 -, que la producción del café y del azúcar es el destino natural de las Indias Occidentales. Hace dos siglos, la naturaleza, que apenas tiene que ver con el comercio, no había plantado allí ni el árbol del café ni la caña de azúcar".
Los holandeses tenían, sin embargo, más larga tradición en el negocio, porque Carlos V les había re-galado el monopolio del transporte de negros a América tiempo antes que Inglaterra obtuvieran el de-recho de introducir esclavos en las colonias ajenas. Y en cuanto a Francia, Luis XIV, el Rey Sol, com-partía con el rey de España la mitad de las ganancias de la Compañía de Guinea, formada en 1701 para el trafico de esclavos hacia América, y su ministro Colbert, artífice de la industrialización francesa, tenía motivos para afirmar que la trata de negros era "recomendable para el progreso de la marina mercante nacional".
Adam Smith decía que el descubrimiento de América había "elevado el sistema mercantil a un grado de esplendor y gloria que de otro modo no hubiera alcanzado jamás".
El capital acumulado en el comercio triangular – manufacturas (que se entregaba como pago de escla-vos), esclavos, azúcar- hizo posible la invención de la máquina de vapor: James Watt fue subvencio-nado por mercaderes que habían hecho así su fortuna. Eric Williams lo afirma en su documentada obra sobre el tema.
Las pequeñas islas del Caribe habían sido infinitamente más importantes para Inglaterra, que sus co-lonias del norte. A Barbados, Jamaica y Montserrat se les prohibía fabricar una aguja o una herramien-ta por cuenta propia. Muy diferente era la situación de Nueva Inglaterra, y eso facilitó su desarrollo económico y, también, su independencia política.
En 1518 el licenciado Alonso Zuazo escribía a Carlos V desde la Dominicana: "Es vano el temor de que los negros puedan sublevarse; viudas hay en las islas de Portugal muy sosegadas con ochocien-tos esclavos; todo está en cómo son gobernados. Yo hallé al venir algunos negros ladinos, otros hui-dos a monte; azoté a unos, corté las orejas a otros; y ya no ha venido más queja". Cuatro años des-pués estalló la primera sublevación de esclavos de América: los esclavos de Diego Colón, hijo del descubridor, fueron los primeros en levantarse y terminaron colgados de las horcas en los senderos del ingenio.
A comienzo del siglo XVIII, mientras en las islas inglesas los esclavos convictos de crímenes morían aplastados entre los tambores de los trapiches de azúcar y en las colonias francesas se los quemaba vivos o se los sometía al suplicio de la rueda, el jesuita Antonil formulaba dulces recomendaciones a los dueños de ingenios en Brasil, para evitar excesos semejantes: "A los administradores no se le de-be consentir de ninguna manera dar puntapiés principalmente en la barriga de las mujeres que andan preñadas ni dar garrotazos a los esclavos, porque en la cólera no se miden los golpes y pueden herir en la cabeza a un esclavo eficiente, que vale mucho dinero, y perderlo". En Cuba, los mayorales des-cargaban sus látigos de cuero o cáñamo sobre las espaldas de las esclavas embarazadas que habían incurrido en falta, pero no sin antes acostarlas boca abajo, con el vientre en un hoyo, para no estro-pearse la "pieza" nueva en gestación. Los sacerdotes, que recibían como diezmo el 5% de la produc-ción de azúcar, daban su absolución cristiana: el mayoral castigaba como Jesucristo a los pecadores. El misionero apostólico Juan Perpiñá y Pibernat publicaba sus sermones a los negros: " ¡Pobrecitos! No os asustéis porque sean muchas las penalidades que tengáis que sufrir como esclavos. Esclavo puede ser vuestro cuerpo, pero libre tenéis el alma para volar un día a la feliz mansión de los escogi-dos".
A raíz de la crisis de 1929, que echó abajo los precios y contrajo el consumo, Brasil quemó 78 millones de bolsas de café: así ardió en llamas el esfuerzo de doscientas mil personas durante cinco zafras. Aquella fue una típica crisis de una economía colonial, vino de afuera. La brusca caída de las ganan-cias de los plantadores y los exportadores de café en los años treinta provocó, además del incendio del café, un incendio de la moneda. Este es el mecanismo usual en América Latina para "socializar las pérdidas" del sector exportador: se compensa en moneda nacional, a través de las devaluaciones, lo que se pierde en divisas.
En 1912, el presidente William H. Taft afirmaba: “No está lejano el día en que tres banderas de barras y estrellas señalen en tres sitios equidistantes la extensión de nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. Todo el hemisferio será nuestro, de hecho, como, en virtud de nuestra superioridad racial, ya es nuestro moralmente”. Taft decía que el recto ca-mino de la justicia en la política externa de Estados Unidos “no excluye en modo alguno una activa in-tervención para asegurar a nuestras mercancías y a nuestros capitalistas facilidades para las inversio-nes beneficiosas”. Por la misma época, el ex presidente Teddy Roosevelt recordaba en voz alta su exi-tosa amputación de tierra a Colombia: “I took the Canal”, decía el flamante Premio Nobel de la Paz, mientras contaba como había independizado a Panamá. Colombia recibiría, poco después, una in-demnización de veinticinco millones de dólares: era el precio de un país, nacido para que los Estados Unidos dispusieran de una vía de comunicación entre ambos océanos.
Al sur, José Artigas encarnó la revolución agraria. Este caudillo, con tanta saña calumniado y tan des-figurado por la historia oficial, encabezó a las masas populares de los territorios que hoy ocupan Uru-guay y las provincias argentinas de Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos, Misiones y Córdoba, en el ciclo heroico de 1810 a 1820. Artigas quiso echar las bases económicas, sociales y políticas de una Patria Grande en los límites del antiguo Virreinato del Río de la Plata, y fue el más importante y lúcido de los jefes federales que pelearon contra el centralismo aniquilador del puerto de Buenos Aires. Luchó co-ntra los españoles y los portugueses y finalmente sus fuerzas fueron trituradas por el juego de pinzas de Río de Janeiro y Buenos Aires, instrumentos del Imperio británico, y por la oligarquía que, fiel a su estilo, lo traicionó no bien se sintió, a su vez, traicionado por el programa de reivindicaciones sociales del caudillo.
Seguían a Artigas, lanza en mano, los patriotas. En su mayoría eran paisanos pobres, gauchos monta-races, indios que recuperaban en la lucha el sentido de la dignidad, esclavos que ganaban la libertad incorporándose al ejército de la independencia. La revolución de los jinetes pastores incendiaba las praderas. La traición de Buenos Aires, que dejó en manos del poder español y las tropas portuguesas, en 1811, el territorio que hoy ocupa Uruguay, provocó el éxodo masivo de la población hacia el norte. El pueblo en armas se hizo pueblo en marcha; hombres y mujeres, viejos y niños, lo abandonaban to-do tras las huellas del caudillo, en una caravana de peregrinos sin fin. En el Norte, sobre el Río Uru-guay, acampó Artigas, con la caballada y las carretas y en el norte establecería, poco tiempo después, su gobierno.
En 1815, Artigas controlaba vastas comarcas desde su campamento de Purificación, en Paysandú. "¿Qué les parece que vi?- narraba un viajero inglés. !El Excelentísimo Señor Protector de la mitad del Nuevo Mundo estaba sentado en una cabeza de buey, junto a un fogón encendido en el suelo fangoso de su rancho, comiendo carne del asador y bebiendo ginebra en un cuerno de vaca ¡. Lo rodeaban una docena de oficiales andrajosos... " De todas partes llegaban. Soldados, edecanes y exploradores. Paseándose con las manos en la espalda, Artigas dictaba los decretos revolucionarios de su gobierno. Dos secretarios- no existía el papel carbón- tomaban nota. Así nació la primera reforma agraria de América Latina, que se aplicaría durante un año en la Provincia Oriental, hoy Uruguay, y que sería he-cha trizas por una nueva invasión portuguesa, cuando la oligarquía abriera las puertas de Montevideo al general Lecor y lo saludara como a un libertador y los condujera bajo palio a un solemne Tedéum, honor al invasor, antes los altares de la catedral. Anteriormente, Artigas había promulgado también un reglamento aduanero que gravaba con un fuerte impuesto la importación de mercaderías extranjeras competitivas de las manufacturas y artesanías de tierra adentro, de considerable desarrollo en algunas regiones hoy argentinas comprendidas en los dominios del caudillo, a la vez que liberaba la importa-ción de los bienes de producción necesarios al desarrollo económico y adjudicaba un gravamen insig-nificante a los artículos americanos, como la yerba y el tabaco de Paraguay. Los sepultureros de la re-volución también enterrarían el reglamento aduanero.
El código agrario de 1815- tierra libre, hombres libres- fue “ la más avanzada y gloriosa constitución” de cuantas llegarían a conocer los uruguayos. Las ideas de Campomanes y Jovellanos en el ciclo re-formista de Carlos III influyeron sin dudas sobre el reglamento de Artigas, pero éste surgió, en definiti-va, como una respuesta revolucionaria a la necesidad nacional de recuperación económica y de justi-cia social. Se decretaba la expropiación y el reparto de las tierras de los ” malos europeos y peores americanos” emigrados a raíz de la revolución y no indultados por ella. Se decomisaba la tierra de los enemigos sin indemnización alguna, y a los enemigos pertenecía, dato importante, la inmensa mayoría de los latifundios. Los hijos no pagaban la culpa de los padres: el reglamento les ofrecía lo mismo que a los patriotas pobres. Las tierras se repartían de acuerdo con el principio de que ” los más infelices sean los mas privilegiados”. Los indios tenían, en la concepción de Artigas, ”el principal derecho”. El sentido esencial de esta reforma agraria consistía en asentar sobre la tierra a los pobres del campo, convirtiendo en paisano al gaucho acostumbrado a la vida errante de la guerra y a las faenas clandes-tinas y el contrabando en tiempos de paz. Los gobiernos posteriores de la cuenca del Plata reducirían a sangre y fuego al gaucho, incorporándolo por la fuerza a las peonadas de las grandes estancias, pe-ro Artigas había querido hacerlo propietario: ”Los gauchos alzados comenzaban a gustar del trabajo honrado, levantaban ranchos y corrales, plantaban sus primeras sementeras”.
La intervención extranjera terminó con todo. La oligarquía levantó cabeza y se vengó. La legislación desconoció, en lo sucesivo, la validez de las donaciones de tierra realizadas por Artigas. Desde 1820 hasta fines del siglo fueron desalojados, a tiros, los patriotas pobres que habían sido beneficiados por la reforma agraria. No conservarían ” otra tierra que la de sus tumbas ”. Derrotado, Artigas se había marchado a Paraguay, a morirse solo al cabo de un largo exilio de austeridad y silencio. Los títulos de propiedad por el expedidos no valían nada: el fiscal del gobierno, Bernardo Bustamante, afirmaba, por ejemplo, que se advertía a primera vista ”la despreciabilidad que caracteriza a los indicados documen-tos”. Mientras tanto, su gobierno se aprestaba a celebrar, ya restaurado el ”orden”, la primera constitu-ción de un Uruguay independiente, desgajado de la patria grande por la que Artigas había, en vano, peleado.
El reglamento de 1815 contenía disposiciones especiales para evitar la acumulación de tierras en po-cas manos. En nuestros días, el campo uruguayo, ofrece el espectáculo de un desierto: quinientas fa-milias monopolizan la mitad de la tierra total y, constelación del poder, controlan también las tres cuar-tas partes del capital invertido en la industria y en la banca. Los proyectos de reforma agraria se acu-mulan, unos sobre otros, en el cementerio parlamentario, mientras el campo se despuebla: los des-ocupados se suman a los desocupados y cada vez hay menos personas dedicadas a tareas agrope-cuarias, según el dramático registro de los censos sucesivos. El país vive de la lana y de la carne, pero en sus praderas pastan, en nuestros días, menos ovejas y menos vacas que a principio de siglo. El atraso de los métodos de producción se refleja en los bajos rendimientos de la ganadería - librada a la pasión de los toros y los carneros en primavera, a las lluvias periódicas y a la fertilidad natural del sue-lo- y también en la pobre productividad de los cultivos agrícolas. La producción de carne por animal no llega ni a la mitad de la que obtienen Francia o Alemania, y otro tanto ocurre con la leche en compara-ción con Nueva Zelandia, Dinamarca y Holanda; cada oveja rinde un kilo menos de lana que Australia. Los rendimientos de trigo por hectárea son tres veces menores que los de Francia, y en el maíz, los rendimientos de los Estados Unidos superan en cien veces a los de Uruguay.
Juan Domingo Perón había desafiado los intereses de la oligarquía terrateniente de la Argentina, cuando impuso el estatuto del peón y el cumplimiento del salario mínimo rural. En 1944, la Sociedad Rural afirmaba: “En la fijación de los salarios es primordial determinar el estándar de la vida del peón común. Son a veces tan limitadas sus necesidades materiales que un remanente trae destinos social-mente poco interesantes”.
La legislación norteamericana de la misma época(1820-1850) se propuso el objetivo opuesto, para promover la colonización interna de los Estados Unidos. Crujían las carretas de los pioneros que iban extendiendo la frontera, a costa de las matanzas de los indígenas, hacia las tierras vírgenes del oeste: la Ley Lincoln de 1862, el Homested Act, aseguraba a cada familia la propiedad de lotes de 65 hectá-reas. Cada beneficiario se comprometía a cultivar su parcela por un período no menor de cinco años.
Las trece colonias del norte tuvieron, bien pudiera decirse, la dicha de la desgracia. Su experiencia his-tórica mostró la tremenda importancia de no nacer importante. Porque al norte de América no había oro ni había plata, ni civilizaciones indígenas con densas concentraciones de población ya organizada para el trabajo, ni suelos tropicales de fertilidad fabulosa en la franja costera que los peregrinos ingle-ses colonizaron.
Uruguay fue el primer país que creó la primera refinería estatal de América Latina. La A.N.C.A.P., la Administración Nacional de Combustibles, Alcohol y Portland, había nacido en 1931, y la refinación y la venta de petróleo crudo figuraban entre sus funciones principales. Era la respuesta nacional a una larga historia de abusos del trust en el Río de la Plata. Paralelamente, el estado contrató la compra de petróleo barato en la Unión Soviética. El cártel financió de inmediato una furiosa campaña de despres-tigio contra el ente industrial del Estado uruguayo y comenzó su tarea de extorsión y amenazas. Se afirmaba que el Uruguay no encontraría quien le vendiera las maquinarias y que se quedaría sin petró-leo crudo, que el Estado era un pésimo administrador, y que no podía hacerse cargo de tan complica-do negocio. El golpe palaciego de marzo de 1933 despedía un cierto olor a petróleo: la dictadura de Gabriel Terra anuló el derecho a la A.N.C.A.P. a monopolizar la importación de combustible, y en ene-ro de 1938 firmó los convenios secretos con el cártel, ominosos acuerdos ignorados por el público has-ta un cuarto de siglo después y que todavía están en vigencia. De acuerdo con sus términos, el país está obligado a comprar el cuarenta por ciento del petróleo crudo sin licitación y donde lo indiquen la Standard Oil, la Shell, la Atlantic y la Texaco, a los precios que el cártel fija. Además, el Estado, que conserva el monopolio de la refinación, paga todos los gastos de las empresas, incluyendo la propa-ganda, los salarios privilegiados y los lujosos muebles de sus oficinas. Esso es progreso, canta la tele-visión, y el bombardeo de los avisos no cuesta a la Standard Oil ni un solo centavo. El abogado del Banco de la República tiene también a su cargo las relaciones públicas de la Standard Oil: el estado le paga los dos sueldos.
Sé que pudo resultar sacrílego que este manual de divulgación hable de economía política en el estilo de una novela de amor o de piratas. Pero se me hace cuesta arriba, lo confieso, leer algunas obras va-liosas de ciertos sociólogos, politicólogos, economistas o historiadores, que escriben en código. El len-guaje hermético no siempre es el precio inevitable de la profundidad. Puede esconder simplemente, en algunos casos, una incapacidad de comunicación elevada a la categoría de virtud intelectual. Sospe-cho que el aburrimiento sirve así, a menudo para bendecir el orden establecido: confirma que el cono-cimiento es un privilegio de las elites.
Algo parecido suele ocurrir, dicho sea de paso, con cierta literatura militante dirigida a un público de convencidos. Me parece conformista, a pesar de toda posible retórica revolucionaria, un lenguaje que mecánicamente repite, para los mismos oídos, las mismas frases hechas, los mismos adjetivos, las mismas fórmulas declamatorias. Quizás esa literatura de parroquia esté tan lejos de la revolución co-mo la pornografía esta lejos del erotismo.
Estas dictaduras, ¿son tumores a extirpar de organismos sanos o el pus que delata la infección del sis-tema?.
EDUARDO GALEANO: DIAS Y NOCHES DE AMOR Y DE GUERRA.
En la historia, como en la naturaleza, la podredumbre es el laboratorio de la vida.
Carlos Marx.
La memoria guardará lo que valga la pena. La memoria sabe de mí más que yo; y ella no pierde lo que merece ser salvado.
El poder- dicen- es como el violín. Se toma con la izquierda y se toca con la derecha.
Dios tiene prestigio porque se muestra poco - Juan Domingo Peron.
Cada una de mis mitades no podría existir sin la otra. ¿Se puede amar la intemperie sin odiar la jaula? ¿Vivir sin morir, nacer sin matar? En mi pecho, plaza de toros, pelean la libertad y el miedo.
Dios no vive porque no puede morir. Por eso Dios no te conoce ni te ama.
"Como el pan a la boca- supo escribir(Juan Gelman) a una mujer -, como el agua a la tierra, ojalá yo te sirva para algo", y supo pedirle: "Tus pies caminen en mis pies, tus pies. Estés en mí como está la madera en el palito"
Me dijo que no había pan el mundo capaz de apagarme el hambre.
Los decretos del ministro de Economía, ¿ se refieren a los tipos de cambio, al régimen impositivo a la política de precios? ¿Por qué no mencionan nunca cosas como la vida o la muerte o el destino? ¿ Es más sabio el que descifra las líneas de la mano o el que sabe leer que dicen, sin decir, esos decretos?
Un puño de acero me aprieta la nuca. Yo digo, como para convencerme, que no tengo miedo al dolor. Yo soy, digo, esta desesperación que me avisa que estoy vivo. No voy a pagar ningún payaso o puta dentro de mí.
¿Por qué me cuesta tanto irme, a pesar de las advertencias y las amenazas? ¿Será que amo esta tensión de afuera, porque se parece a mi tensión de adentro?
Buenos Aires, mayo de 1976: abro la puerta del cuarto donde dormiré esta noche.
Estoy solo. Y me pregunto: ¿Existe una mitad de mí que me espera todavía? ¿Dónde está? ¿Qué ha-ce mientras tanto?
¿Vendrá lastimada, la alegría? ¿ Tendrá los ojos húmedos? Respuesta y misterio de todas las cosas: ¿Y si nos hemos cruzado ya y nos hemos perdido sin enterarnos siquiera?
Cosa curiosa: no la conozco y sin embargo la extraño. Tengo nostalgia de un país que no existe toda-vía en el mapa.
Silba fuerte el niño cuando pasa por la puerta del cementerio.
"Busco a Cristo y no lo encuentro."
"Me busco a mí mismo y no me encuentro."
"Pero encuentro a mi prójimo y juntos nos vamos."
El cuerpo mío había crecido para encontrarte, después de tanto caminar y caer y perderse por ahí. No el puerto, el mar: el lugar donde van a parar los ríos y donde navegan los buques y los barquitos.
¿Cuántas veces he sido un dictador? ¿Cuántas veces un inquisidor, un censor, un carcelero? ¿Cuán-tas veces he prohibido, a quienes más quería, la libertad y la palabra? ¿De cuantas personas me he sentido dueño? ¿A cuántas he condenado porque cometieron el delito de no ser yo? ¿No es la propie-dad privada de las personas más repugnante que la propiedad de las cosas? ¿A cuantas gentes usé, yo que me creía tan al margen de la sociedad de consumo? ¿No he deseado o celebrado, secreta-mente, la derrota de otros, yo que en voz alta me cagaba en el valor del éxito? ¿Quién no produce, dentro de sí, al mundo que lo genera? ¿Quién esta a salvo de confundir a su hermano con un rival y a la mujer que ama con su propia sombra?
Requiere más coraje la alegría que la pena. A la pena, al fin y al cabo, estamos acostumbrados.
Está visto que se puede prohibir el agua. La sed, no.
Nadie es héroe por irse ni patriota por quedarse.
La soga - Por Eduardo Galeano
¿Somos tan conmovedores? El presidente Bush se ha conmovido con el drama del Uruguay, aunque no hay ningún indicio de que él pueda ubicar a nuestro país en el mapa. ¿Será que le tocó el corazón la abnegación de nuestro presidente, ese buen hombre siempre listo para servir en la primera línea de fuego contra Cuba, Argentina, o lo que gusten mandar? Quién sabe. El hecho es que Bush dijo: "Hay que echar una mano". Y a continuación dijeron exactamente lo mismo los organismos internacionales de crédito, que cumplen la noble función del papagayo en el hombro del pirata.
Entonces se reunieron, a contra reloj, nuestros legisladores. Y por mayoría, una mayoría sorda a cual-quier discusión, votaron en un santiamén la ley que dispara el tiro de gracia a la banca pública. La ley estaba bien fundamentada: o aprueban esto o la plata no llega.
Y se torcieron los pescuezos buscando al avión que venía del cielo. Los dólares no viajaron en avión, pero llegaron: "mil quinientos millones de dolores", dijo el embajador de los Estados Unidos, que no habla una palabra de español. El error confesó la verdad.
***
En la cuna, los países latinoamericanos nacieron a la vida independiente hipotecados por la banca bri-tánica. Dos siglos después, un taxista de Montevideo me comenta: "Dicen que Dios proveerá. Se creen que Dios dirige el Fondo Monetario".
Con el tiempo, hemos ido cambiando de acreedores. Y ahora debemos mucho más. Cuanto más pa-gamos, más debemos; y cuanto más debemos, menos decidimos. Secuestrados por la banca extranje-ra, ya no podemos ni respirar sin permiso. Los latinoamericanos vivimos para pagar los llamados "ser-vicios de deuda", al servicio de una deuda que se multiplica como coneja. La deuda crece en cuatro dólares por cada nuevo dólar que recibimos, pero celebramos cada nuevo dólar como si fuera milagro. Y como si la soga, destinada a apretar el pescuezo, pudiera servir para alzarnos desde el fondo del pozo.
***
Desde hace unos cuantos años, el Uruguay está dedicado a dejar de ser un país para convertirse en un banco con playas. Y los Estados Unidos acaban de confirmarnos, por boca del embajador, esa fun-ción y ese destino.
Así nos va. ¿Un país de servicios, o un país que renuncia a ser país para entrar por la puerta de servi-cio al mundo globalizado? Linda manera de integrarnos al mercado, que nos integra desintegrándo-nos. Los bancos se funden, mientras los banqueros se enriquecen. El gobierno, gobernado, simula que gobierna. Fábricas cerradas, campos vacíos: producimos mendigos y policías. Y emigrantes. Hace cola toda la noche, en la calle, en pleno invierno, el gentío que busca pasaporte. Los jóvenes desan-dan, hacia España, hacia Italia, hacia donde sea, el camino que sus abuelos hicieron al revés.
***
El ahorro es la base de la fortuna de los banqueros que lo usurpan. Este cine continuado ofrece, des-de hace años, la misma película: bancos vaciados por sus dueños, pasivos incobrables que se des-cargan sobre la sociedad entera. Amparados por el secreto bancario, los magos de las finanzas des-aparecen el dinero como la dictadura militar desaparecía a las personas. Su exitosa faena deja un tendal de ahorristas estafados y de empleados en la incertidumbre, y una deuda pública que cobra a todos el fraude de pocos.
La banca privada, que ha merecido tantos salvatajes millonarios, presta dinero a quienes lo tienen y no a quienes lo necesitan, y está cada vez más divorciada de la producción y del trabajo, o de la poca producción y el poco trabajo que todavía nos quedan. Pero esta plaza financiera extraterrestre acaba de ser recompensada por la nueva ley que hiere de muerte a la banca del estado.
Si seguimos así, nada tendrá de raro que, más temprano que tarde, las empresas públicas terminen siendo nuestra única moneda de pago ante los vencimientos de la impagable deuda externa. Será al-go así como una ejecución del estado, fusilado por los acreedores. Y poco importará, entonces, la vo-luntad popular, que hace diez años se expresó contra las privatizaciones, en un plebiscito, por más del setenta por ciento de los votos.
***
¿Más estado, menos estado, casi ningún estado? ¿Un estado reducido a las funciones de vigilancia y castigo? ¿Castigo de quiénes?
La dictadura financiera internacional obliga al desmantelamiento del estado, pero sólo la omisión de los controles públicos puede explicar la escandalosa impunidad con que han sido desvalijados algunos bancos del Uruguay. "Los controladores no son adivinos", justificó un diputado oficialista. El último de los responsables de esa tarea incumplida es un primo del presidente de la república. Sus servicios a la nación fueron recompensados con otro alto cargo público.
Pero más elocuente resulta la caída en cascada de unas cuantas empresas gigantes en los Estados Unidos. Al fin y al cabo, ocurre en el país que impone a los demás la llamada "desregulación", o sea: la obligación de hacer la vista gorda ante los tejes y manejes del mundo de los negocios. Acaban de ocu-rrir, allí, las mayores bancarrotas de la historia, confirmando que la tal "desregulación" deja las manos libres para mentir y robar en escala descomunal. Enron, WorldCom y otras corporaciones pudieron realizar con toda facilidad sus estafas colosales, haciendo pasar pérdidas por ganancias y cometiendo errorcitos contables por miles de millones de dólares. Me parecen peligrosas las medidas que ahora anuncia el presidente Bush contra los ejecutivos tramposos y sus cómplices. Si de veras las aplicara, y con retroactividad, podrían caer presos él y casi todo su gabinete.
***
¿Hasta cuándo los países latinoamericanos seguiremos aceptando las órdenes del mercado como si fueran una fatalidad del destino? ¿Hasta cuándo seguiremos implorando limosnas, a los codazos, en la cola de los suplicantes? ¿Hasta cuándo seguirá cada país apostando al sálvese quien pueda? ¿Cuándo terminaremos de convencernos de que la indignidad no paga? ¿Por qué no formamos un frente común para defender nuestros precios, si de sobra sabemos que se nos divide para reinar? ¿Por qué no hacemos frente, juntos, a la deuda usurera? ¿Qué poder tendría la soga si no encontrara pescuezo? (IPS)
(*) Eduardo Galeano, escritor y periodista uruguayo, autor de Las venas abiertas de América Latina y Memorias del fuego.
Historia clínica - Eduardo Galeano
Informó que sufría taquicardia cada vez que la veía, aunque fuera de lejos.
Declaró que se le trababa la lengua y no lograba articular sonidos cuando ella lo miraba, aunque fuera de refilón.
Admitió una hipersecreción de la glándula sudorípara cada vez que ella le hablaba, aunque fuera para contestarle el saludo.
Reconoció que padecía graves desequilibrios en la presión sanguínea cuando ella lo tocaba, aunque fuera por error.
Confesó que por ella padecía mareos, que se le nublaba la visión, que se le aflojaban las rodillas, que lo desvelaba el insomnio.
- Fue hace mucho tiempo, doctor - dijo -. Yo nunca más sentí nada de eso.
El médico arqueó las cejas:
-¿Nunca más sintió nada de eso?
Y diagnosticó:
- Su caso es grave.
El diálogo verde - Eduardo Galeano
Parecen quietos, pero respiran y se mueven, buscando luz. Y parecen mudos, pero hablan. Poco se sabe. Está probado, al menos, que cuando un árbol sufre golpes o lastimaduras, se defiende transpi-rando veneno y lanza una señal de alerta a los árboles cercanos. Por el aire viajan palabras que en idioma arbolés dicen: peligro, y dicen: cuidado. Y entonces también los árboles cercanos se defienden transpirando veneno. Quizás ha sido así desde que los primeros árboles se irguieron sobre la tierra, y se multiplicaron, y tan inmensos fueron los bosques que una ardilla podía recorrer el mundo de rama en rama.
Ahora, entre desierto y desierto, los árboles sobrevivientes mantienen viva esta antigua costumbre de buenos vecinos.
Pobrezas humanas - por Eduardo Galeano
Pobres, lo que se dice pobres, son los que no tienen tiempo para perder el tiempo.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que no tienen silencio, ni pueden comprarlo.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que tienen piernas que se han olvidado de caminar, como las alas de las gallinas se han olvidado de volar.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que comen basura y pagan por ella como si fuese comida.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que tienen el derecho de respirar mierda, como si fuera aire, sin pagar nada por ella.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que no tienen más libertad que la libertad de elegir entre uno y otro canal de televisión.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que viven dramas pasionales con las máquinas.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que son siempre muchos y están siempre solos.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que no saben que son pobres
La canción de los presos - Eduardo Galeano.
Mala noticia para los ingenieros del horror: la máquina de la muerte produce vida. Cada piecita luce in-tacta y en su sitio, se han revisado y aceitado los engranajes, se han seguido al pie de la letra las ins-trucciones de los técnicos internacionales de mayor experiencia y prestigio. Sin embargo, ahí está ale-teando, más viva que nunca, el alma humana.
Hombres aislados, torturados, cotidianamente sometidos al tratamiento de la destrucción, responden creando. No tiene la voz rota ni apagado el corazón quien es capaz de decir:
a veces llueve
y te quiero
a veces sale el sol
y te quiero
la cárcel es a veces
siempre te quiero
Estos son poemas anónimos. Sus autores están presos en el Penal de Libertad, que así se llama, por traición al lenguaje, la principal cárcel de presos políticos del Uruguay. Han sido escritos en hojillas de papel de fumar y se han deslizado a través de los barrotes y los anchos muros de ese campo de con-centración. Por ser obra de los presos, los poemas simbolizan perfectamente la situación de un país que está, todo entero, en prisión:
lo dijo un compañero
si eliminamos
órdenes
reglamentos
si hacemos caso omiso
a uniformes
rejas
si no tomamos en cuenta
a oficiales
y alcahuetes
lo dijo un compañero y yo lo creo aquí
en el calabozo grande estamos presos
La cárcel es la casa de cada ciudadano. ¿Quién no tiene prohibida la palabra? Una reciente orden de la Dirección Nacional de Relaciones Públicas de la dictadura uruguaya impide opinar sobre temas polí-ticos a nadie que no sea general de las Fuerzas Armadas. Todos los habitantes del país son rehenes de libertad precaria, sin otro derecho que el de respirar y obedecer. El simple hecho de cobrar una cuota de un sindicato se considera incitación al delito y se paga con seis años de prisión. Se ha cam-biado la partitura del himno nacional para que la música suene bajito cuando el coro grita: "¡Tiranos temblad!", y así se obliga a susurrar la frase, porque el que se anima a gritarla marcha derecho a la pi-cana eléctrica y la cárcel. Mientras existió la prensa de oposición, el régimen batió el récord mundial de suspensiones y clausuras, entre 1968 y 1975, y actualmente no se permite leer, en las bibliotecas pú-blicas, los diarios y revistas publicados antes del golpe de Estado de 1973. La orden de silencio es tan absoluta que están sometidos a censura, en el Uruguay, los diarios de Argentina y Chile, porque resul-ta demasiado libre la prensa de Videla y Pinochet. Más de la mitad del presupuesto nacional se dedica a financiar las tareas de vigilancia, persecución y castigo: en proporción, el Uruguay tiene el mayor presupuesto de represión del mundo entero. El derroche militar y policial podría explicarse, quizás, porque el gobierno considera que estamos en plena tercera guerra mundial, según explica un reciente documento de las Fuerzas Armadas editado por la Universidad de la República. Pero en realidad, es muy otra la guerra que están librando los militares de mi país. Para las Fuerzas Armadas uruguayas, convertidas en el partido político de las corporaciones multinacionales, el enemigo es la gente:
es verde
pero murmura
es verde
pero habla
es verde
pero interroga
es verde
pero tortura
El senador Frank Church dijo en Estados Unidos que "Uruguay es la peor, aunque no la única, cámara de torturas de América Latina", y recientemente, el almirante Hugo Márquez, miembro de la Junta de Comandantes en Jefe, proclamó en Montevideo que los militares tienen órdenes de "respetar la digni-dad del ser humano y no infligirle presiones físicas más allá de lo que es humanamente soportable". Por lo menos medio centenar de personas han muerto víctimas de torturas "humanamente soporta-bles', y no existe un solo preso político que no haya pasado por ellas
si vieras
las contradicciones que hay
en el Ejército
si hubieras escuchado
cómo discutían
alférez y capitán
mientras me daban
En el marco de la campaña mundial por la amnistía, los poemas de los presos políticos serán editados en Suecia.
Resultarán sorprendentes, para más de un lector, porque nada tienen que ver con el panfleto facilongo y porque revelan una insólita capacidad de hermosura en las peores condiciones imaginables. Han si-do escritos por hombres sometidos a un continuo clima de tensiones y amenazas, deliberadamente montado para volverlos locos. En 1976, Edy Kaufman, de Amnesty International, reprodujo ante el Congreso norteamericano las palabras del director del penal de Libertad: ya que no se ha liquidado a tiempo a los elementos peligrosos para el país, y tarde o temprano habrá que liberarlos, "debemos aprovechar el tiempo que nos queda para volverlos locos". Los presos políticos uruguayos sólo pue-den hablar por teléfono con las pocas visitas que se les permiten y tienen prohibido volver la cabeza, hacer guiñadas, caminar lentamente o con apuro y, por misteriosas razones, también tienen prohibido dibujar peces, mujeres embarazadas y gusanos. Están obligados a pagar su hospedaje, como si la cárcel fuera hotel, a un promedio de quinientos dólares anuales. Son frecuentes las tentativas de sui-cidio en las celdas de castigo y también los simulacros de fusilamiento.
No son éstos, sin embargo, poemas quejosos. No están sucios de autocompasión. Han sido escritos desde la dignidad, no desde la lástima:
hablar brevemente con la abeja
que pasa zumbando
decirle a la hormiga que se apure con su pan
para la compañera hormiga
contemplar la araña
admirar la belleza
de sus patas portentosas
y rogarle
que suba más despacio por la tela
son todas formas de la resistencia.
Desde la dignidad, digo, peleada y salvada cada día:
hoy me sacaron la capucha
¿cómo voy a llorar ahora
justo ahora
que tengo, ganas de llorar?
¿dónde esconderé las lágrimas ahora?
ahora que me sacaron la capucha.
Fracaso de los inquisidores y los verdugos. A la cultura popular, no hay prisión que la encierre, ni aduana que la pare, ni bala que la mate:
por qué será que el sargento
silba Viglietti
por qué será que el cabo
tararea Olimareños
por qué será que el soldado
canta Zitarrosa
porqué será que tienen
mierda en la cabeza.
En la ópera china clásica, el Emperador decapita al mensajero que trae malas noticias. La cultura na-cional auténtica estaba trayendo malas noticias para los dueños del poder cuando los militares se lan-zaron, con el cuchillo entre los dientes, al asalto de los centros de enseñanza, las editoriales, los pe-riódicos, los teatros, las galerías de arte, los tablados de carnaval y los escenarios de las fiestas popu-lares. La cultura uruguaya recibió así el mejor homenaje de toda su historia, porque, ¿qué se podría opinar de una cultura libre en una sociedad presa? La censura, la prisión, el exilio o la fosa esperaban a los culpables. La dictadura castiga a quien crea que el país no merece ser una cárcel o un asilo de ancianos.
Al fin y al cabo, se prohiben libros como se prohiben asambleas. Se prohibe la palabra a los mejores escritores como se prohibe la palabra al llamado "hombre común", cuyo salario ha sido reducido a la mitad en siete años y que no tiene ningún motivo para celebrar que en el Uruguay estén baratos el ja-món de Dinamarca, el vino de Francia y la mermelada inglesa, mientras cae verticalmente el consumo de leche y de zapatos.
Estos poemas de los presos políticos son, precisamente, obras del "hombre común", que no se limita a consumir la poca o ninguna cultura posible, sino que se muestra capaz de crearla. La energía creadora del pueblo nunca está muerta, aunque parezca, a veces, dormida; y no figura en los títulos de propie-dad de los dueños del país y de la cultura oficial, que elogia ala muerte y rinde homenaje al miedo. A la sombra de la celda, el hombre persigue símbolos de identidad, signos de vida:
yo no la veo
tengo claro el concepto
lo que quiero decir
lo que quiero decirles
busco debajo de la frazada
por las dudas,
no se me haya escondido la muy puta
pero no está
no hay caso
no hallo la palabra.
¡Ayuden a buscarla compañeros!
Estos poemas de amor, amor a la vida, al paisito nuestro y a las cosas más sencillas y verdaderas, han sido escritos con humildad. No tienen la arrogancia del héroe ni de la víctima y están a salvo de cualquier mesianismo. La cárcel ha enseñado, muy duramente, a encontrar la esperanza en la barriga de la desgracia:
¡Arriba el ánimo, compañeros!
estando el enemigo
estamos nosotros.
El tiempo de la infamia es también el tiempo de la solidaridad. Quien espera salir alguna vez, también espera haber aprendido a desnudarse y aceptar discretamente que el abono fue siempre será doloro-so y nunca se está en la vida jamás se está de veras solo.
(1979) ENTREVISTAS Y ARTICULOS 1962-1987 Eduardo Galeano
Una contradicción llamada Uruguay
Eduardo Galeano
Los uruguayos tenemos cierta tendencia a creer que nuestro país existe, pero el mundo no se entera. Los grandes medios de comunicación, los que tienen influencia universal, jamás mencionan a esta na-ción chiquita y perdida al sur del mapa.
Por excepción, hace unos meses, la prensa británica se ocupó de nosotros, en vísperas de la visita del príncipe Carlos. Entonces, el prestigioso diario The Times informó a sus lectores que la ley uruguaya autoriza al marido traicionado a cortar la nariz de la esposa infiel y a castrar al amante. The Times atri-buyó a nuestra vida conyugal esas malas costumbres de las tropas coloniales británicas: se agradece la gentileza, pero la verdad es que tan bajo no hemos caído. Este país bárbaro, que abolió los castigos corporales en las escuelas ciento veinte años antes que Gran Bretaña, no es lo que parece ser cuando se lo mira desde arriba y desde lejos.
Si los periodistas se bajaran del avión, podrían llevarse algunas sorpresas.
Los uruguayos somos poquitos, nada más que tres millones. Cabemos, todos, en un solo barrio de cualquiera de las grandes ciudades del mundo. Tres millones de anarquistas conservadores: no nos gusta que nadie nos mande, y nos cuesta cambiar. Cuando nos decidimos a cambiar, la cosa va en serio. Ahora soplan, en el país, buenos vientos de cambio. Ya va siendo hora de que nos dejemos de ser testigos de nuestras desgracias. El Uruguay lleva mucho tiempo estacionado en su propia deca-dencia, desde las épocas en que supimos estar a la vanguardia de todo. Los protagonistas se habían vuelto espectadores. Tres millones de ideólogos políticos, y la política práctica en manos de los politi-queros que han convertido los derechos ciudadanos en favores del poder; tres millones de directores técnicos de fútbol, y el fútbol uruguayo viviendo de la nostalgia; tres millones de críticos de cine, y el cine nacional no ha pasado de ser una esperanza.
El país que es vive en perpetua contradicción con el país que fue. La jornada de trabajo de ocho horas se impuso por ley, en el Uruguay, un año antes que en Estados Unidos y cuatro años antes que en Francia; pero hoy día encontrar trabajo es un milagro, y más milagro es llenar la olla trabajando nada más que ocho horas: sólo Jesús podría, si fuera uruguayo y si fuera todavía capaz de multiplicar los panes y los peces.
El Uruguay tuvo ley de divorcio setenta años antes que España, y voto femenino catorce años antes que Francia; pero la realidad sigue tratando a las mujeres peor que los tangos, lo que ya es decir, y las mujeres brillan por su ausencia en el poder político, escasas islas femeninas en un mar de machos.
Este sistema, cansado y estéril, no sólo traiciona su propia memoria: además, sobrevive en contradic-ción perpetua con la realidad. El país depende de las ventas al exterior de carnes, cueros, lanas y arroz, pero el campo está en manos de pocos. Esos pocos, que predican las virtudes de la familia cris-tiana pero echan a los peones que se casan, acaparan todo. Mientras tanto, quien quiere tierra para trabajar recibe un portazo en las narices: y quien alguna tierrita consigue, depende de créditos que los bancos otorgan siempre al que tiene, y jamás al que necesita. Hartos de recibir un peso por cada pro-ducto que vale diez, los pequeños productores rurales terminan buscando mejor suerte en Montevideo. A la capital del país, centro del poder burocrático y de todos los poderes, acuden los desesperados, esperando el trabajo que niegan las fábricas cubiertas de telarañas. Muchos terminan recogiendo ba-sura; y muchos siguen viaje desde el puerto o el aeropuerto.
En materia de contradicciones entre el poder y la realidad, ganamos los campeonatos mundiales que el fútbol nos niega. En el mapa, rodeado por sus grandes vecinos, el Uruguay parece enano.
No tanto. Tenemos cinco veces más tierra que Holanda, y cinco veces menos habitantes. Tenemos más tierra cultivable que el Japón, y una población cuarenta veces menor. Sin embargo, son muchos los uruguayos que emigran, porque aquí no encuentran su lugar bajo el sol. Una población escasa y envejecida: pocos niños nacen, en las calles se ven más sillas de ruedas que cochecitos de bebés. Cuando esos pocos niños crecen, el país los expulsa.
Exportamos jóvenes. Hay uruguayos hasta en Alaska y Hawai. Hace veintitantos años, la dictadura mi-litar arrojó a mucha gente al exilio. En plena democracia, la economía condena al destierro a mucha gente más. La economía está manejada por los banqueros, que practican el socialismo socializando sus fraudulentas bancarrotas y practican el capitalismo ofreciendo un país de servicios. Para entrar por la puerta de servicio al mercado mundial, nos reducen a un santuario financiero con secreto bancario, cuatro vacas atrás, y vista al mar. En esa economía, la gente sobra, por poca que sea.
Modestia aparte, todo hay que decirlo, también por buenos motivos mereceríamos figurar en la guía Guinness. Durante la dictadura militar, no hubo en el Uruguay ni un solo intelectual importante, ni cien-tífico relevante, ni artista representativo, ni uno solo, dispuesto a aplaudir a los mandones. Y en los tiempos que corren, ya en democracia, el Uruguay fue el único país en el mundo que derrotó las priva-tizaciones en consulta popular: en el plebiscito de fines del 92, el 72 por ciento de los uruguayos deci-dió que los servicios públicos esenciales seguirán siendo públicos. La noticia no mereció ni una sola lí-nea en la prensa mundial, aunque era una insólita prueba de sentido común. La experiencia de otros países latinoamericanos nos enseña que las privatizaciones pueden engordar las cuentas privadas de algunos políticos, pero duplican la deuda externa, como ocurrió en Argentina, Brasil, Chile y México en los últimos diez años; y las privatizaciones humillan, a precio de banana, la soberanía.
El habitual silencio de los grandes medios de comunicación evitó cualquier mínima posibilidad de que el plebiscito contagiara su ejemplo fuera de fronteras. Pero, fronteras adentro, aquel acto colectivo de afirmación nacional a contraviento, aquel sacrilegio contra la dictadura universal del dinero, anunció que estaba viva la energía de dignidad que el terror militar había querido aniquilar.
Valgan estas líneas, si de algo valen, como un fundamento de voto por el Encuentro Progresista.
Ojalá las urnas confirmen, en las elecciones venideras, la vocación respondona de este paradójico pa-ís, donde yo nací y volvería a nacer.
El conjuro - Eduardo Galeano
Mientras nacia el nuevo milenio, el ejército abrió paso a la empresa petrolera Oxy hacia las tierras de los indios u´wa, en las lomas de Samoré. Los taladros comenzaron su trabajo y los expertos anuncia-ron que la perforación iba a rendir mil cuatrocientos millones de barriles.
Al amanecer y al atardecer de cada día, los indios se juntaban para cantar en la espesura del monte. Al cabo de un año, la empresa había gastado sesenta millones de dólares y ni una sola gota de petró-leo había aparecido. Entonces los indios u'wa dijeron que la tierra los había escuchado y había escon-dido su sangre, para que no murieran los árboles, ni se secaran las praderas, ni dieran veneno los manantiales.
La empresa no dijo nada.
Anatomía - Eduardo Galeano
AHORA LE PONE los pelos de punta pensar que estuvo metida hasta los pelos con ese crápula, cómo pudo perder la cabeza en esa historia que nunca tuvo pies ni cabeza, cómo fue, se pregunta, cómo pudo echarle el ojo a ese jodido, por qué no fue capaz de ver más allá de sus narices, si yo a este far-sante nunca lo pude tragar, este hijo de puta que me ha dejado con el corazón en la boca, pero ha-ciendo de tripas corazón dice basta, basta de hacerme mala sangre, ya bastante bilis me ha hecho tragar este crápula jodido farsante hijo de puta, este tipo que ella quiso hasta la médula, este hombre que la ha dejado en carne viva, y con el alma en los pies jura que sí, ahora sí, ahora por fin pondrá los pies en la tierra, aunque en el fondo sabe que volverá a meter la pata una vez más, y dos, y siempre.
El Cuco - Eduardo Galeano
JUGANDO SIN PARAR, todos mezclados con todos, los chiquilines vivían en alegre revoltijo con los bichos y las plantas.
Pero un mal día, alguien, algún caminante de paso, llegó hasta aquel resto de estancia en los campos de Paysandú, y trajo el susto:
-¡Cuidado, que viene el Cuco!
-¡Viene el Cuco y te lleva!
-¡Viene el Cuco y te come!
Olga Hughes advirtió los primeros síntomas de la peste del miedo. La enfermedad que no tiene farma-cia había atacado a sus hijos numerosos. Y entonces eligió, entre sus numerosos perros, al más raquí-tico, al más inofensivo y querendón, y lo bautizó Cuco.
El salame - Eduardo Galeano
Sarah Tarler Bergholz era muy bajita. Ella no tenía que sentarse para que sus nietos le cepillaran la melena, que en caracoles caía desde la cara simpática hasta el ombligo.
Sarah estaba tan gorda que ya ni podía respirar. En un hospital de Chicago, el médico le dijo lo que era evidente: para recuperar la proporción entre la estatura y el volumen, debía hacer una dieta riguro-sa y eliminar las grasas.
Ella tenía voz de seda. Sus más enérgicas afirmaciones parecían confidencias. Hablando como en se-creto, miró fijo al médico, y dijo:
- Yo no estoy segura de que la vida valga la pena sin salame.
Murió, abrazada a su perdición, el año siguiente. Le falló el corazón. Para la ciencia, el caso estaba claro; pero nunca se sabrá si el corazón estaba harto de salame, o cansado de darse
Paradojas - Eduardo Galeano
La mitad de los brasileños es pobre o muy pobre, pero el país de Lula es el segundo mercado mundial de las lapiceras Montblanc y el noveno comprador de autos Ferrari, y las tiendas Armani de Sao Paulo venden más que las de Nueva York.
Pinochet, el verdugo de Allende, rendía homenaje a su víctima cada vez que hablaba del "milagro chi-leno". El nunca lo confesó, ni tampoco lo han dicho los gobernantes democráticos que vinieron des-pués, cuando el "milagro" se convirtió en "modelo": ¿qué sería de Chile si no fuera chileno el cobre, la viga maestra de la economía, que Allende nacionalizó y que nunca fue privatizado?
En América nacieron, no en la India, nuestros indios. También el pavo y el maíz nacieron en América, y no en Turquía, pero la lengua inglesa llama turkey al pavo y la lengua italiana llama granturco al ma-íz.
El Banco Mundial elogia la privatización de la salud pública en Zambia: "Es un modelo para el Africa. Ya no hay colas en los hospitales". El diario The Zambian Post completa la idea: "Ya no hay colas en los hospitales, porque la gente se muere en la casa".
Hace cuatro años, el periodista Richard Swift llegó a los campos del oeste de Ghana, donde se produ-ce cacao barato para Suiza. En la mochila, el periodista llevaba unas barras de chocolate. Los cultiva-dores de cacao nunca habían probado el chocolate. Les encantó.
Los países ricos, que subsidian su agricultura a un ritmo de mil millones de dólares por día, prohiben los subsidios a la agricultura en los países pobres. Cosecha récord a orillas del río Mississippi: el algo-dón estadounidense inunda el mercado mundial y derrumba el precio. Cosecha récord a orillas del río Níger: el algodón africano paga tan poco que ni vale la pena recogerlo.
Las vacas del norte ganan el doble que los campesinos del sur. Los subsidios que recibe cada vaca en Europa y en Estados Unidos duplican la cantidad de dinero que en promedio gana, por un año entero de trabajo, cada granjero de los países pobres.
Los productores del sur acuden desunidos al mercado mundial. Los compradores del norte imponen precios de monopolio. Desde que en 1989 murió la Organización Internacional del Café y se acabó el sistema de cuotas de producción, el precio del café anda por los suelos. En estos últimos tiempos, pe-or que nunca: en América Central, quien siembra café cosecha hambre. Pero no se ha rebajado ni un poquito, que yo sepa, lo que uno paga por beberlo.
Carlomagno, creador de la primera gran biblioteca de Europa, era analfabeto.
Joshua Slocum, el primer hombre que dio la vuelta al mundo navegando en solitario, no sabía nadar.
Hay en el mundo tantos hambrientos como gordos. Los hambrientos comen basura en los basurales; los gordos comen basura en McDonald's.
El progreso infla. Rarotonga es la más próspera de las islas Cook, en el Pacífico sur, con asombrosos índices de crecimiento económico. Pero más asombroso es el crecimiento de la obesidad entre sus hombres jóvenes. Hace 40 años eran gordos 11 de cada 100. Ahora, son gordos todos.
Desde que China se abrió a esta cosa que llaman "economía de mercado", el menú tradicional de arroz con verduras ha sido velozmente desplazado por las hamburguesas. El gobierno chino no ha te-nido más remedio que declarar la guerra contra la obesidad, convertida en epidemia nacional. La cam-paña de propaganda difunde el ejemplo del joven Liang Shun, que adelgazó 115 kilos el año pasado.
La frase más famosa atribuida a Don Quijote ("Ladran, Sancho, señal que cabalgamos") no aparece en la novela de Cervantes; y Humphrey Bogart no dice la frase más famosa atribuida a la película Ca-sablanca (Play it again, Sam).
Contra lo que se cree, Alí Babá no era el jefe de los 40 ladrones, sino su enemigo; y Frankenstein no era el monstruo, sino su involuntario inventor.
A primera vista, parece incomprensible, y a segunda vista, también: donde más progresa el progreso, más horas trabaja la gente. La enfermedad por exceso de trabajo conduce a la muerte. En japonés se llama karoshi. Ahora los japoneses están incorporando otra palabra al diccionario de la civilización tec-nológica: karojsatsu es el nombre de los suicidios por hiperactividad, cada vez más frecuentes.
En mayo de 1998, Francia redujo la semana laboral de 39 a 35 horas. Esa ley no sólo resultó eficaz contra la desocupación, sino que además dio un ejemplo de rara cordura en este mundo que ha perdi-do un tornillo, o varios, o todos: ¿para qué sirven las máquinas, si no reducen el tiempo humano de trabajo? Pero los socialistas perdieron las elecciones y Francia retornó a la anormal normalidad de nuestro tiempo. Ya se está evaporando la ley que había sido dictada por el sentido común.
La tecnología produce sandías cuadradas, pollos sin plumas y mano de obra sin carne ni hueso. En unos cuantos hospitales de Estados Unidos los robots cumplen tareas de enfermería. Según el diario The Washington Post, los robots trabajan 24 horas por día, pero no pueden tomar decisiones, porque carecen de sentido común: un involuntario retrato del obrero ejemplar en el mundo que viene.
Según los evangelios, Cristo nació cuando Herodes era rey. Como Herodes murió cuatro años antes de la era cristiana, Cristo nació por lo menos cuatro años antes de Cristo.
Con truenos de guerra se celebra, en muchos países, la Nochebuena. Noche de paz, noche de amor: la cohetería enloquece a los perros y deja sordos a las mujeres y los hombres de buena voluntad.
La cruz esvástica, que los nazis identificaron con la guerra y la muerte, había sido un símbolo de la vi-da en la Mesopotamia, la India y América.
Cuando George W. Bush propuso talar los bosques para acabar con los incendios forestales, no fue comprendido. El presidente parecía un poco más incoherente que de costumbre. Pero él estaba sien-do consecuente con sus ideas.
Son sus santos remedios: para acabar con el dolor de cabeza, hay que decapitar al sufriente; para sal-var al pueblo de Irak, vamos a bombardearlo hasta hacerlo puré.
El mundo es una gran paradoja que gira en el universo. A este paso, de aquí a poco los propietarios del planeta prohibirán el hambre y la sed, para que no falten el pan ni el agua
Los aplausos - Eduardo Galeano
DESDE QUE FEDERICO García Lorca había caído, acribillado a balazos, La zapatera prodigiosa no aparecía en los escenarios españoles. Los teatreros del Uruguay llevaron la obra a Madrid. Actuaron con alma y vida. al final, no recibieron aplausos. El público se puso a patear el suelo, a toda furia; y los actores no entendían nada.
China Zorrilla lo contó:
-Nos quedamos pasmados. Un desastre. Era para ponerse a llorar.
Pero después, estalló la ovación. Larga, agradecida. Y los actores seguían sin entender.
Quizá los españoles habían aplaudido con los pies. Quizás aquel trueno sobre la tierra había sido pa-ra el autor, fusilado por rojo, por marica, por raro, como una manera de decirle: para que sepas, Fede-rico, lo vivo que estás.
Este Mundo es un misterio
Un grupo de extraterrestres ha visitado recientemente nuestro planeta. Ellos querían conocernos, por pura curiosidad o quién sabe con qué ocultas intenciones.
Los extraterrestres empezaron por donde tenían que empezar. Iniciaron su exploración estudiando al país que es el número uno en todo, número uno hasta en las líneas telefónicas internacionales: el po-der obedecido, el paraíso envidiado, el modelo que el mundo entero imita. Empezaron por ahí, tratan-do de entender al mandamás para después entender a todos los demás.
Llegaron en tiempo de elecciones. Los ciudadanos acababan de votar y el prolongado acontecimiento había tenido a todo el mundo en vilo, como si se hubiera elegido al presidente del planeta.
La delegación extraterrestre fue recibida por el presidente saliente. La entrevista tuvo lugar en el Salón Oval de la Casa Blanca, ahora reservado exclusivamente a los visitantes del espacio sideral para evi-tar escándalos. El hombre que estaba concluyendo su mandato contestó, sonriendo, las preguntas.
Los extraterrestres querían saber si en el país regía un sistema de partido único, porque ellos sólo ha-bían escuchado a dos candidatos en la televisión, y los dos decían lo mismo.
Pero tenían, también, otras inquietudes:
¿Por qué han demorado más de un mes en contar los votos? ¿Aceptarían ustedes nuestra ayuda para superar este atraso tecnológico?
¿Por qué siempre vota nada más que la mitad de la población adulta? ¿Por qué la otra mitad nunca se toma la molestia?
¿Por qué gana el que llega segundo? ¿Por qué pierde el candidato que tiene 328.696 votos de venta-ja? ¿No es la democracia el gobierno de la mayoría?
Y otro enigma los tenía preocupados: ¿por qué los otros países aceptan que este país les tome exa-men de democracia, les dicte normas y les vigile las elecciones? ¿Será porque este país los castiga cuando no se portan como es debido?
Las respuestas los dejaron todavía más perplejos. Pero siguieron preguntando.
A los geógrafos: ¿por qué se llama América este país que es uno de los muchos países del continente americano?
A los dirigentes deportivos: ¿por qué se llama Campeonato Mundial (World Series) el torneo nacional de béisbol?
A los jefes militares: ¿por qué el Ministerio de Guerra se llama Secretaría de Defensa, en un país que no ha sido nunca bombardeado ni invadido por nadie?
A los sociólogos: ¿por qué una sociedad tan libre tiene la mayor cantidad de presos en el mundo?
A los psicólogos: ¿por qué una sociedad tan sana engulle la mitad de todos los psicofármacos que el planeta fabrica?
A los dietistas: ¿por qué tiene la mayor cantidad de gordos este país que dicta el menú de los demás países?
Si los extraterrestres hubieran sido simples terrestres, este absurdo pregunterío hubiera acabado mal. En el mejor de los casos, hubieran recibido un portazo en las narices. Toda tolerancia tiene un límite. Pero ellos siguieron curioseando, a salvo de cualquier sospecha de impertinencia, mala educación o mala leche.
Y preguntaron a los estrategas de la política externa: si están ustedes amenazados por enemigos te-rroristas, como Irak, Irán y Libia, ¿por qué votaron junto con Irak, Irán y Libia contra la creación del Tri-bunal Penal Internacional, nacido para castigar el terrorismo?
Y también quisieron saber: si ustedes tienen, aquí cerquita, una isla donde están a la vista los horrores del infierno comunista, ¿por qué no organizan excursiones, en vez de prohibir los viajes?
Y a los firmantes del tratado de libre comercio: si ahora está abierta la frontera con México, ¿por qué muere más de un bracero por día queriendo cruzarla?
Y a los especialistas en derecho laboral: ¿por qué McDonald’s y Wal-Mart prohiben los sindicatos aquí y en todos los países donde operan?
Y a los economistas: ¿por qué, si la economía se duplicó en los últimos veinte años, la mayoría de los trabajadores gana menos que antes y trabaja más horas?
Nadie negaba respuesta a estos raritos, que seguían con sus disparates.
Y preguntaban a los cuidadores de la salud pública: ¿por qué prohíben que la gente fume, mientras fuman libremente los autos y las fábricas?
Y al general que dirige la guerra contra las drogas: ¿por qué las cárceles están llenas de drogadictos y vacías de banqueros lavadores de narcodólares?
Y a los directivos del Fondo Monetario y del Banco Mundial: si este país tiene la deuda externa más al-ta del planeta, y debe más que todos los demás, ¿por qué ustedes no lo obligan a recortar sus gastos públicos, ni a eliminar sus subsidios? ¿Será porque hay que ser cortés con los vecinos?
Y a los politólogos: ¿por qué los que aquí gobiernan hablan siempre de paz, mientras este país vende la mitad de las armas de todas las guerras?
Y a los especialistas en medio ambiente: ¿por qué los que aquí gobiernan hablan siempre del futuro del mundo, mientras este país genera la mitad de la contaminación que está acabando con el futuro del mundo?
Cuantas más explicaciones recibían, menos entendían. Poco duró la expedición. Los extraterrestres empezaron su visita por la potencia dominante, y por ahí terminaron. La normalidad del poder estaba fuera del alcance de estos turistas.
Algunas modestas proposiciones
El soldado Timothy McVeigh puso la bomba, mató a 168 en el estado de Oklahoma y ahora está en el infierno. El gobernador George W. Bush puso la firma, mató a 152 en el estado de Texas y ahora es rey del planeta. Bush suele decir: “Hazlo a mi manera o de ninguna manera”.
Y de eso se trata. El está ocupando a su manera el trono del mundo y, a su manera, hace y deshace, pero su categórico estilo, que tan exitoso había resultado antes de la coronación, choca ahora con cierta incomprensión universal. Da la impresión de que el mundo no lo entiende, y a veces parece que el buen hombre está reinando en soledad.
Aquí van algunas sugerencias, animadas por el constructivo propósito de colaborar en su gestión. Pro-vienen de uno más entre sus seis mil millones de súbditos, desde un país más bien ignoto que no es miembro del G-7, ni del G-8, sino del G-181.
Mejor que Kioto
180 contra 1: los acuerdos de Kioto fueron votados por unanimidad menos uno. El maestro Ronald Reagan había estudiado Ciencias Políticas en las películas del Far West. Ahora su alumno se bate, él solito, como en las películas, contra todos los demás.
Bien sabe el justiciero que todo este asunto de Kioto no es más que una conspiración. Se pretende sabotear la iniciativa privada y la libertad individual. Está en juego el derecho de los Estados Unidos a seguir desarrollando su modo de vida, que se funda en el amor a los miembros más queridos de la fa-milia: los que duermen en el garaje. Y ellos no tienen más remedio que sufrir en silencio las calumnias. Los ecoterroristas, agitadores a sueldo del transporte público, andan diciendo que los autos echan ve-neno al aire y arruinan la atmósfera. Así se abusa impunemente de la paciencia de los ciudadanos de cuatro ruedas, que no pueden decir ni pío. Resulta escandaloso, pero es así: los coches no tienen to-davía derecho de voto, aunque son más numerosos que toda la población norteamericana adulta.
Los enemigos del progreso miran la realidad con lentes negros y anuncian catástrofes: cielo intoxica-do, clima enloquecido, planeta recalentado... A este paso, dicen, nadie se salvará. Ni siquiera noso-tros, los uruguayos: a la larga, si se siguen derritiendo los hielos del polo, nos quedaremos sin agua potable y sin playas. Pero el nuestro es un país libre. Si nos quedamos sin agua para beber, tendre-mos la libertad de elegir entre la Coca-Cola, la Pepsi y otros refrescos. Y si nos quedamos sin playas, que son las culpables de la holgazanería nacional, nuestra maltrecha economía podrá remontar espec-tacularmente sus índices de productividad. ¿Y qué? ¿Nos van a asustar con eso?
Hasta cuándo seguirá el mundo soportando estas apocalípticas profecías? ¿No habrá llegado la hora de prohibir de una vez por todas, en todos los idiomas y en todos los países, la circulación de los in-formes científicos que andan sembrando la alarma en la opinión pública?
Cómo vender paraguas
Otro tema espinoso: el paraguas antimisiles. El presidente Bush no está consiguiendo que se tome en serio la amenaza del terrorismo internacional. No se comprende la urgente necesidad de elevar al es-pacio un escudo que nos defienda de la agresión inminente desde las bases terroristas en las estre-llas. El mundo libre está actuando como si no hubiera más misiles que los misiles de juguete que McDonald’s regala a los niños en su cajita feliz.
Me tomo la libertad de opinar, y perdón por la insolencia: el invento es bueno y muy necesario, yo diría que imprescindible, pero me parece que el vendedor se ha equivocado de clientes. El presidente Bush insiste en promover el paraguas entre los países que no sufren ninguna lluvia. Aunque suene a pedan-tería, me parece oportuno recordar la ley primera del mercado: entre la oferta y la demanda, la víbora debe morderse la cola. Esta sabia enseñanza fue legada a la humanidad por Marco Licinio Craso, que vivió entre los años 115 y 53 antes de Cristo. Don Marco Licinio fundó la primera empresa de bombe-ros en Roma. Tuvo mucho éxito. El provocaba los incendios y después cobraba por apagarlos.
Creo que rompe los ojos: la demanda está en Irak, que viene sufriendo bombardeos desde hace diez años. El presidente Bush ha sabido perpetuar una tradición familiar que su padre inició en 1991, des-cargando misilazos sobre Irak en misiones de rutina que no perdonan ni a las canchas de fútbol. Es Saddam Hussein quien necesita el escudo defensivo. Y si él se niega a comprar el invento, no habrá más remedio que bombardear a otros países, para diversificar el mercado.
La conquista de la luna
El “Acuerdo que regula las actividades de los estados en la luna y en otros cuerpos celestes” establece que “ni la superficie ni el subsuelo de la luna será propiedad de ningún estado, organización ni perso-na”. Los Estados Unidos no han firmado este tratado internacional. Y el US Space Command, que co-ordina sus fuerzas armadas de aire, mar y tierra, está proclamando oficialmente, y públicamente, la necesidad de “controlar el espacio” para poder “dominar” la tierra. Y ésos son los términos, palabra más, palabra menos, con que el presidente Bush explica su resurrección de la Guerra de las Estrellas, que había iniciado Ronald Reagan.
Esto ha multiplicado las dudas y la desconfianza. Los países aliados, reinos menores en torno del re-ino mayor, sospechan que el monarca del planeta quiere apoderarse de la luna y de los demás astros del cielo. Ya se lo imaginan clavando carteles que dicen “Private property” en todo el espacio sideral.
Quizás, quién sabe, ciertas dificultades de expresión no ayudan a la buena fortuna que merecen sus mensajes: el presidente Bush suele no decir lo que quiere decir y con frecuencia dice lo que no quiere. Humildemente sugiero que aclare sus intenciones. Que haga pública la verdad, mediante una declara-ción escrita por quien sepa y pueda, sin agregar dudas a las dudas: los Estados Unidos quieren la luna para que allí puedan reunirse los que aquí en la tierra ya no encuentran lugar. Me refiero a los orga-nismos internacionales que velan por la felicidad de un mundo que les niega sitio. Parece una sopa de letras, pero se trata nada menos que del FMI, BM, OMC, OTAN, UE, G-7 y G-8. Lo han intentado en Seattle, Washington, Los Angeles, Filadelfia, Praga, Quebec, Gotemburgo y Génova, y la furia de los vándalos les ha hecho imposible la tertulia. En la luna no tendrán ruidos molestos y el US Space Command les asegurará una protección militar invulnerable ante las amenazas de las huestes de Atila.
Y ya me dejo de dar la lata. San George está muy atareado en su guerra solitaria contra el dragón de la envidia y no hay que robarle el tiempo.
Por las privatizaciones, Argentina perdió su economía, dice el laureado escritor
Uruguay también vive horas difíciles: Galeano
JAIME AVILES ENVIADO/ II Y ULTIMA
Montevideo, 23 de enero,2002. Uruguay tiene 3 millones de habitantes y una decepción profunda. Está en el centro del verano y todavía no llegan los turistas de Buenos Aires que solían traer los dine-ros necesarios - alrededor de 50 mil millones de dólares anuales- para que el país sobreviviera hasta la próxima temporada vacacional. Esos recursos están hoy congelados al otro lado del río de La Plata, dentro del corralito bancario que secuestró los ahorros y los sueldos de los depositantes argentinos, y "acá también va a estallar una crisis tremenda, eso está en las tapas de los libros", asegura el taxista que me conduce de nuevo a la Casa de los Pájaros, donde viven Elena Vilagra y Eduardo Galeano.
La entrevista se reanuda en el pequeño jardín de su acogedora vivienda. Hace muchísimo calor, be-bemos cerveza, comemos fainá, fritura de masa condimentada con especias, y hablamos al amparo de las plantas y las flores y los árboles de esta "selva" en que la esposa del escritor uruguayo ha vol-cado su imaginación y dedicaciones desde que la pareja regresó del exilio en Cataluña, a mediados de los 80, al final de la dictadura militar.
- Estamos a la orilla de uno de los ríos más anchos del mundo, que baña dos expresiones de una misma cultura. ¿Por qué en Uruguay no ha sucedido lo mismo que en Argentina?
Galeano se remonta al comienzo de la historia:
- Hay algunas diferencias importantes entre Uruguay y Argentina dentro de lo que podría ser un cuadro de cosas compartidas. Una historia común que se rompe a partir de la desintegración del espacio co-lonial que fue el virreinato del río de La Plata. Son diferencias que provienen de las tempranas refor-mas que acá se hicieron en la época de don José Batlle Ordóñez, un hombre con un impulso tremendo de cambio y un precursor para su tiempo (de 1904 en adelante); un visionario que colocó a Uruguay a la vanguardia del mundo en muchos aspectos. Cuesta imaginarlo ahora porque estamos a la retaguar-dia en tantas cosas, pero este país fue el exitoso laboratorio de una serie de transformaciones socia-les, políticas, económicas, culturales que ahora son asombrosas vistas a la distancia. Por ejemplo, la nacionalización de los servicios públicos y después la puesta en marcha del Estado como motor indus-trial.
Milagro en país chico
-¿Qué tipo de reformas?
- Una tempranísima ley de divorcio de 1908, mi abuela, por ejemplo, era divorciada, y reformas socia-les fundamentales como la educación laica, gratuita y obligatoria, incluida la educación física; Uruguay se llenó de campos de deporte, lo que explica este milagro de que hayamos sido campeones del mun-do en fútbol antes de que existiera la copa Jules Rimet, en las olimpiadas del 24, del 28 y después en el primer campeonato mundial del 30, algo notable para un país tan chiquito que tiene menos habitan-tes que Ciudad Nezahualcóyotl. Pero fue posible porque el Estado expresaba de veras a la comunidad en su conjunto, no era sólo una máquina inventada por pocos para hacer papilla a los demás. De al-gún modo esto es lo que estuvo, creo, detrás del plebiscito que se hizo hace algunos años. No recuer-do la fecha pero en plena euforia de las privatizaciones en América Latina, cuando estaban vendiendo hasta los obeliscos, aquí se hace un plebiscito y 73 por ciento de la población vota en contra de las privatizaciones; entonces los monopolios públicos siguen siendo públicos, teléfonos, luz, todo lo que corresponde a la actividad estatal. Acá la gente no se creyó ese cuento de que las privatizaciones iban a servir para liberar al país de la deuda externa, esa soga que todos tenemos atada al pescuezo, y fue un acierto porque en Argentina, Brasil, México, Chile, donde todo se privatizó, no sólo no hubo libre competencia sino monopolio privado y la deuda externa se multiplicó en medio de una avalancha de capital proveniente de la venta de los servicios y recursos públicos. Ese plebiscito nos salvó de caer en lo mismo.
-¿Cómo describes la situación de tu país?
- Uruguay está viviendo horas muy difíciles, la globalización nos ha golpeado muchísimo, la industria está arrasada, poco queda del Uruguay que me hizo y me formó, pero a pesar de eso el país todavía tiene algunas defensas posibles que Argentina no tiene por la sencilla razón de que perdió su econo-mía; si no hay cierto control de los recursos económicos básicos, la soberanía termina reduciéndose a un himno, a una bandera.
- Ayer decías que la tragedia de Argentina, una sociedad blanca, culta y bien comida, es hoy el ejem-plo de lo que le puede pasar a cualquier sociedad culta y bien comida.
- Lo de Argentina hizo estallar las costuras de los esquemas en que el pensamiento único trata de en-cerrar a la realidad. Pero es sólo un caso. Otro ha puesto en evidencia de manera lastimosa la igno-rancia que el llamado mundo occidental, porque habría que ver hasta dónde es occidental, tiene res-pecto del mundo islámico, de una cultura que abarca más de mil millones de personas y que es vícti-ma de una fabricación de mentiras a escala industrial para desprestigiarla. Yo soy escritor, o me gusta creer que lo soy, y escribo en una lengua que tiene miles de palabras que provienen del árabe y las uso todo el tiempo. Eso me obliga a ser muy cauteloso a la hora de descalificar a esa suerte de "oscu-ra amenaza" a que los medios están tratando de reducir al Islam. Como viví mi exilio en España, pue-do dar fe de ese incesante homenaje al agua que es la cultura islámica, por oposición al sombrío mun-do de las catedrales del que yo provengo, porque tuve una infancia muy católica, pero eso no me im-pide abrir los ojos y tratar de ver a los demás, a los otros, a los que creen distinto, opinan distinto, sien-ten distinto. (El historiador estadounidense Arnold J. Toynbee advierte que las sociedades en deca-dencia tienden a la uniformidad y las sociedades en ascenso tienden a la diversidad. Cuando una so-ciedad empieza a declinar, a caerse, a quedarse muda, repite siempre las mismas palabras, sufre una crisis de las ideas que se manifiesta en la repetición...
- Deja de pensar con ideas propias, ¿no?
-A propósito de lo que pasó el 11 de septiembre, he leído los disparates más colosales. Por ejemplo, la imposibilidad de los organismos de la inteligencia estadounidense para actuar en Afganistán porque no tenía personal "especializado en lengua árabe", pero en Afganistán no se habla árabe sino pashtún y otras lenguas. O como tantas veces he oído hablar del "peligro árabe" y tomaban por ejemplo a Irán, pero Irán tampoco es árabe, es persa. O cuando se habla de la "religión árabe", pero los árabes son una minoría dentro del Islam y la inmensa mayoría de la población mundial que cree en el mensaje de Mahoma no es árabe. Digo esto como ejemplo de las bobadas que nos repiten cada día hasta que se convierten en verdades imbatibles.
Galeano bebe un sorbito y recuerda:
- Fíjate lo que ocurrió ahora en una universidad de Boston. Un profesor me escribe para contarme que tomó de La Jornada un artículo mío sobre el 11 de septiembre llamado El teatro del bien y del mal. Lo metió en Internet, lo distribuyó entre los demás profesores de su college, pero uno de ellos lo denunció ante los directivos, éstos lo acusaron de poner en peligro la seguridad nacional y de allí el caso pasó a los órganos del Estado que advirtieron que ese artículo mío podía contener mensajes subliminales en código, instrucciones terroristas en código. Ahora este profesor ha tenido que contratar abogados y se ha convertido en objeto de una persecución digna de los tiempos del macartismo.
- Entonces - le digo- tú debes estar ya en la lista negra del Pentágono.
- Bueno - replica de mal humor -, yo tengo piel de elefante viejo, pero piensa en la situación de ese hombre. Este es el clima que se está armando en el mundo para echar al fuego todo lo que pueda pa-recer una duda, una disidencia... Por eso cada vez es más evidente que hay inventar algo, un camino de salida porque nos estamos chocando contra la pared en todas partes y todo el tiempo. Y esperar un milagro, como que me crezca el pelo, eso no es posible. Tenemos que rebelarnos contra esta imposi-ción de la desdicha como destino y tratar de imaginar algo diferente a partir de ciertas certezas que to-davía nos quedan.
El descubrimiento - Eduardo Galeano
ERNESTO GALEANO, un ciudadano recién llegado al mundo, estaba durmiendo, desnudo, en la cu-na.
La hermana, Ivonne, lo miró y salió corriendo. Golpeó las puertas de sus vecinas, y con un dedo en los labios las invitó al espectáculo. Ellas abandonaron sus muñecas, a medio vestir, a medio peinar, y en puntas de pie, tomadas de las manos, se asomaron a la cuna. No se pusieron coloradas de envidia, ni palidecieron por el complejo de castración. Aguantándose la risa, comentaron:
-¡ Mirá lo que se trajo este loco para hacer pipí!
Ya es santo, casi ángel, José María Escrivá de Balaguer, que por nosotros vela desde el Cielo.
En vida, este piadoso siervo de Dios predicó el amor a la guerra, denunció a los rojos y a los libertinos, odió a los homosexuales y a los judíos y despreció a las mujeres.
Mucho antes de que el Papa lo hiciera santo, el generalísimo Francisco Franco lo había hecho mar-qués: él le cantaba himnos de alabanza y custodiaba la paz de su espíritu mientras Franco extermina-ba la república española y aniquilaba a los herejes.
En el camino de la gracia divina, Escrivá fundó el Opus Dei, para que los banqueros virtuosos practica-ran la caridad prodigando cheques al Vaticano.
Según sus devotos, produjo varios hechos milagrosos.
Su milagro más extraordinario ocurrió cuando un creyente desesperado, víctima de la inseguridad ciu-dadana, oró implorando su protección. Escrivá, que todavía no era santo pero ya estaba en eso, escu-chó la plegaria. Entonces la estrella de la fe iluminó la puerta de la casa de aquel buen hombre y allí apareció, intacto, el automóvil que le habían robado.
Educando con el ejemplo
La escuela del mundo al revés es la más democrática de las instituciones educativas. No exige exa-men de admisión, no cobra matrícula y gratuitamente dicta cursos, a todos y en todas partes, así en la tierra como en el cielo: por algo es hija del sistema que ha conquistado, por primera vez en toda la his-toria de la humanidad.
En la escuela del mundo al revés, el plomo aprende a flotar y el corcho, a hundirse. Las víboras aprenden a volar y las nubes aprenden a arrastrarse por los caminos.
Eduardo Galeano - del Libro Patas Arriba - La Escuela del Mundo al revés
Los modelos el éxito
El mundo al revés premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. Sus maestros calumnian a la naturaleza: la injusticia, dicen, es ley natural. Milton Friedman, uno de los miembros más prestigiosos del cuerpo docente, habla de la taza natural del desempleo. Por ley natural, comprueban Richard Herrstein y Charles Murray, los ne-gros están en los más bajos peldaños de la escala social. Para explicar el éxito de sus negocios, John D.Rockefeller solía decir que la naturaleza recompensa a los más aptos y castiga a los más inútiles; y más de un siglo después, muchos dueños del mundo siguen creyendo que Charles Darwin escribió sus libros para anunciarles la gloria.
Eduardo Galeano - del Libro Patas Arriba - La Escuela del Mundo al revés
Manicomio
Tiempos del miedo. Vive el mundo en estado de terror, y el terror se disfraza: dice ser obra de Saddam Hussein, un actor ya cansado de tanto trabajar de enemigo, o de Osama Bin Laden, asustador profe-sional.
Pero el verdadero autor del pánico planetario se llama Mercado. Este señor no tiene nada que ver con el entrañable lugar del barrio donde uno acude en busca de frutas y verduras. Es un todopoderoso te-rrorista sin rostro, que está en todas partes, como Dios, y cree ser, como Dios, eterno. Sus numerosos intérpretes anuncian: "El Mercado está nervioso", y advierten: "No hay que irritar al Mercado".
Su frondoso prontuario criminal lo hace temible. Se ha pasado la vida robando comida, asesinando empleos, secuestrando países y fabricando guerras.
Para vender sus guerras, el Mercado siembra miedo. Y el miedo crea clima. La televisión se ocupa de que las torres de Nueva York vuelvan a derrumbarse todos los días. ¿Qué quedó del pánico al ántrax? No sólo una investigación oficial, que poco o nada averiguó sobre aquellas cartas mortales: también quedó un espectacular aumento del presupuesto militar de Estados Unidos. Y la millonada que ese pa-ís destina a la industria de la muerte no es moco de pavo. Apenas un mes y medio de esos gastos bastaría para acabar con la miseria en el mundo, si no mienten los numeritos de Naciones Unidas.
Cada vez que el Mercado da la orden, la luz roja de la alarma parpadea en el peligrosímetro, la máqui-na que convierte toda sospecha en evidencia. Las guerras preventivas matan por las dudas, no por las pruebas. Ahora le toca a Irak. Otra vez ese castigado país ha sido condenado. Los muertos sabrán comprender: Irak contiene la segunda reserva mundial de petróleo, que es justo lo que el Mercado an-da precisando para asegurar combustible al despilfarro de la sociedad de consumo.
Espejo, espejito: ¿quién es el más temido? Las potencias imperiales monopolizan, por derecho natu-ral, las armas de destrucción masiva.
En tiempos de la conquista de América, mientras nacía eso que ahora llaman Mercado global, la virue-la y la gripe mataron muchos más indígenas que la espada y el arcabuz. La exitosa invasión europea tuvo mucho que agradecer a las bacterias y los virus. Siglos después, esos aliados providenciales se convirtieron en armas de guerra, en manos de las grandes potencias. Un puñado de países monopoli-za los arsenales biológicos. Hace un par de décadas, Estados Unidos permitió que Saddam Hussein lanzara bombas de epidemias contra los kurdos, cuando él era un mimado de Occidente y los kurdos tenían mala prensa, pero esas armas bacteriológicas habían sido hechas con cepas compradas a una empresa de Rockville, en Maryland.
En materia militar, como en todo lo demás, el Mercado predica la libertad, pero la competencia no le gusta ni un poquito. La oferta se concentra en manos de pocos, en nombre de la seguridad universal. Saddam Hussein mete mucho miedo. Tiembla el mundo. Tremenda amenaza: Irak podría volver a usar armas bacteriológicas y, mucho más grave todavía, alguna vez podría llegar a tener armas nucleares. La humanidad no puede permitir ese peligro, proclama el peligroso presidente del único país que ha usado armas nucleares para asesinar población civil. ¿Habrá sido Irak quien exterminó a los viejos, mujeres y niños de Hiroshima y Nagasaki?
Paisaje del nuevo milenio:
Gente que no sabe si mañana encontrará qué comer, o si se quedará sin techo, o cómo hará para so-brevivir si se enferma o sufre un accidente; gente que no sabe si mañana perderá el empleo, o si será obligada a trabajar el doble a cambio de la mitad, o si su jubilación será devorada por los lobos de la Bolsa o por los ratones de la inflación; ciudadanos que no saben si mañana serán asaltados a la vuelta de la esquina, o si les desvalijarán la casa, o si algún desesperado les meterá un cuchillo en la barriga; campesinos que no saben si mañana tendrán tierra que trabajar y pescadores que no saben si encon-trarán ríos o mares no envenenados todavía; personas y países que no saben cómo harán mañana para pagar sus deudas multiplicadas por la usura.
¿Serán obras de Al Qaeda estos terrores cotidianos?
La economía comete atentados que no salen en los diarios: cada minuto mata de hambre a 12 niños. En la organización terrorista del mundo, que el poder militar custodia, hay mil millones de hambrientos crónicos y 600 millones de gordos.
Moneda fuerte, vida frágil: el Ecuador y El Salvador han adoptado el dólar como moneda nacional, pe-ro la población huye. Nunca esos países habían producido tanta pobreza y tantos emigrantes. La ven-ta de carne humana al extranjero genera desarraigo, tristeza y divisas. Los ecuatorianos obligados a buscar trabajo en otra parte han enviado a su país, en 2001, una cantidad de dinero que supera la suma de las exportaciones de banano, camarón, atún, café y cacao.
También Uruguay y Argentina expulsan a sus hijos jóvenes. Los emigrantes, nietos de inmigrantes, de-jan a sus espaldas familias destrozadas y memorias que duelen. "Doctor, me rompieron el alma": ¿en qué hospital se cura eso? En Argentina, un concurso de televisión ofrece, cada día, el premio más co-diciado: un empleo. Las colas son larguísimas. El programa elige los candidatos, y el público vota. Consigue trabajo el que más lágrimas derrama y más lágrimas arranca. Sony Pictures está vendiendo la exitosa fórmula en todo el mundo. ¿Qué empleo? El que venga. ¿Por cuánto? Por lo que sea y co-mo sea. La desesperación de los que buscan trabajo, y la angustia de los que temen perderlo, obligan a aceptar lo inaceptable. En todo el mundo se impone "el modelo Wal-Mart". La empresa número uno de Estados Unidos prohibe los sindicatos y estira los horarios sin pagar horas extras. El Mercado ex-porta su lucrativo ejemplo. Cuanto más dolidos están los países, más fácil resulta convertir el derecho laboral en papel mojado. Y más fácil resulta, también, sacrificar otros derechos. Los papás del caos venden el orden. La pobreza y la desocupación multiplican la delincuencia, que difunde el pánico, y en ese caldo de cultivo florece lo peor. Los militares argentinos, que mucho saben de crímenes, están siendo invitados a combatir el crimen: que vengan a salvarnos de la delincuencia, clama a gritos Car-los Menem, un funcionario del Mercado que de delincuencia sabe mucho porque la ejerció como nadie cuando fue presidente.
Costos bajísimos, ganancias mil, controles cero: un barco petrolero se parte por la mitad y la mortífera marea negra ataca las costas de Galicia y más allá.
El negocio más rentable del mundo genera fortunas y desastres "naturales". Los gases venenosos que el petróleo echa al aire son la causa principal del agujero del ozono, que ya tiene el tamaño de Esta-dos Unidos, y de la locura del clima. En Etiopía y en otros países africanos la sequía está condenando a millones de personas a la peor hambruna de los últimos 20 años, mientras Alemania y otros países europeos vienen de sufrir inundaciones que han sido la peor catástrofe del último medio siglo.
Además, el petróleo genera guerras. Pobre Irak.
Adioses - Eduardo Galeano
COMO SI FUERA cumpleaños, pero no era. Serpentinas de colores alegraban los sombreros y luces de colores celebraban la noche, mientras brotaban manjares de maíz de las ollas humeantes, se de-rramaba a chorros el diablo embotellado y los pies levantaban polvareda al son de las guitarras y las quenas.
Cuando el sol asomó entre las montañas, unos cuantos invitados roncaban en los rincones.
Los despiertos despidieron al que se iba. El se iba con lo puesto, y con un pasaporte de la República del Ecuador. Le regalaron una manta, para engalanar el viaje. Se fue a lomo de mula.
Después, iba a seguir en lancha, autobús y avión. No era el primero. Otros se habían ido, antes. En el pueblo sólo quedaban los niños y los viejos. Desde lejos, los idos mandaban noticias y dineritos. Nin-guno volvió.
Los invitados se quedaron a comentar la fiesta:
- Pasamos liiiiiiindo. ¡Lo que hemos llorado!
La luz - Eduardo Galeano
EN LAS MONTAÑAS más altas de Cajamarca, las que más demoraron en despertar y levantarse cuando el mundo nació, hay imágenes de la tierra y signos del cielo. Son figuras pintadas, hace unos cuantos miles de años, por los artistas sin nombre. Esos tatuajes de colores en las laderas de piedra han sobrevivido a la intemperie, a pesar de los golpes de la lluvia y los mordiscones del tiempo. Las pinturas son y no son, según la hora. Algunas se abren cuando se abre el día, y al mediodía desapa-recen; muchas van cambiando de forma y de color a lo largo del camino del sol, desde el alba hacia la noche; y otras sólo se dejan ver cuando el crepúsculo llega. Porque las pinturas han nacido de la ma-no humana, pero también son obra de la luz, y están a su mandar. Ella, la luz, la otra artista, reina y señora, las esconde y las muestra como quiere y cuando quiere.
La otra guerra
EN LA PRIMAVERA del 99, mientras los misiles eran sufridos por Yugoslavia, exhibidos por la televi-sión y vendidos por las jugueterías del mundo, dos muchachos de Denver, Colorado, realizaron el sueño de la guerra propia.
Eric Harris y Dylan Klebold eligieron el día del cumpleaños de Hitler para su carnicería: acribillaron a doce alumnos y a un profesor en el colegio donde estudiaban. No usaron misiles. A balazos hicieron su tarea; y después de matar, enamorados de la muerte, se mataron.
La prensa informó que habían colocado, además, algunas bombas caseras, para volar el colegio con todos sus ocupantes, pero las bombas no estallaron.
Pero la prensa no mencionó otro plan que tenían, por lo absurdo que era: los muchachos pensaban secuestrar un avión y estrellarlo contra las torres gemelas de Nueva York.
Los valores sin precio - Eduardo Galeano
En su discurso en el foro de Porto Alegre, el escritor llama a desplegar el sentido comunitario en de-fensa del planeta.
En estos días están ocurriendo, en muchos países a la vez, numerosas manifestaciones populares co-ntra la vocación guerrera de los amos del planeta. En las calles de muchas ciudades, esas manifesta-ciones dan testimonio de otro mundo posible. El mundo tal cual es transpira violencia por todos los po-ros y está sometido a una cultura militar que enseña a matar y a mentir.
David Grossman, que fue teniente coronel del ejército de Estados Unidos y está especializado en pe-dagogía militar, ha demostrado que el hombre no está naturalmente inclinado a la violencia. Contra lo que se supone, no es nada fácil enseñar a matar al prójimo. La educación para la violencia, que bruta-liza al soldado, exige un intenso y prolongado adiestramiento. Según Grossman, ese adiestramiento comienza, en los cuarteles, a los 18 años de edad. Fuera de los cuarteles, comienza a los 18 meses de edad. Desde muy temprano, la televisión dicta esos cursos a domicilio.
Su compatriota, el escritor John Reed, había comprobado, en 1917, que ''las guerras crucifican la ver-dad''. Muchos años después, otro compatriota, el presidente Bush padre, que había desatado la prime-ra guerra contra Irak con el noble propósito de liberar a Kuwait, publicó sus memorias. En ellas confie-sa que Estados Unidos había bombardeado Irak porque no se podía permitir ''que un poder regional hostil tuviera de rehén buena parte del suministro mundial de petróleo''. Quizá, quién sabe, alguna vez el presidente Bush hijo publicará una fe de erratas sobre su propia guerra contra Irak. Donde dice: "Cruzada del Bien contra el Mal", debe leerse: "Petróleo, petróleo y petróleo". Más de una fe de erratas será necesaria. Por ejemplo, habrá que aclarar que donde dice: "Comunidad internacional", debe leer-se: "Jefes guerreros y grandes banqueros".
¿Cuántos son los arcángeles de la paz que nos defienden de los demonios de la guerra? Cinco.
Los cinco países que tienen derecho de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Y esos custodios de la paz son, además, los principales fabricantes de armas. En buenas manos esta-mos.
¿Y cuántos son los dueños de la democracia? Los pueblos votan, pero los banqueros vetan. Una mo-narquía de triple corona reina sobre el mundo. Cinco países toman las decisiones en el Fondo Moneta-rio Internacional. En el Banco Mundial mandan siete. En la Organización Mundial de Comercio todos los países tienen derecho de voto, pero jamás se vota. Estas organizaciones, que gobiernan el mundo, merecen nuestra gratitud: ellas ahogan a nuestros países, pero después nos venden salvavidas de plomo.
En 1995 la American Psychiatric Association publicó un informe sobre la patología criminal. ¿Cuál es, según los expertos, el rasgo más típico de los delincuentes habituales? La inclinación a la mentira. Y uno se pregunta: ¿No es éste el más perfecto identikit del poder universal?
¿Qué debe leerse, por ejemplo, donde dice: "libertad de trabajo"? Debe leerse: derecho de los empre-sarios a arrojar al tacho de la basura dos siglos de conquistas obreras. Se trabaja el doble a cambio de la mitad: horarios de goma, salarios enanos, despidos libres, y que Dios se ocupe de los accidentes, las enfermedades y la vejez. Las principales empresas multinacionales, Wal-Mart y McDonalds, prohí-ben expresamente los sindicatos. Quien se afilia a un sindicato pierde su empleo en el acto.
En el mundo de hoy, que castiga la honestidad y recompensa la falta de escrúpulos, el trabajo es obje-to de desprecio. El poder se disfraza de destino, dice ser eterno, y mucha gente se baja de la esperan-za como si fuera un caballo cansado. Por eso la elección de Lula a la presidencia del Brasil va mucho más allá de las fronteras de este país: la victoria de un obrero sindicalista, que encarna la dignidad del trabajo, ayuda a difundir las vitaminas que todos necesitamos contra la peste de la desesperanza.
Para que no se diga que en Porto Alegre nos reunimos los contreras y resentidos de siempre, aclare-mos que en algo estamos de acuerdo con los más altos dirigentes del mundo: también nosotros somos enemigos del terrorismo. Estamos contra el terrorismo en todas sus formas.
Podríamos proponer a Davos una plataforma común. Y acciones comunes para capturar a los terroris-tas, que empezarían por la pegatina, en todas las paredes del planeta, de carteles que digan Wanted:
-Se busca a los mercaderes de armas, que necesitan la guerra como los fabricantes de abrigos nece-sitan el frío.
-Se busca a la banda internacional que secuestra países y jamás devuelve a sus cautivos, aunque co-bra rescates multimillonarios que el lenguaje del hampa llama servicios de deuda.
-Se busca a los delincuentes que en escala planetaria roban comida, estrangulan salarios y asesinan empleos.
-Se busca a los violadores de la tierra, a los envenenadores del agua y a los ladrones de bosques.
-Y también se busca a los fanáticos de la religión del consumo, que han desatado la guerra química contra el aire y el clima de este mundo.
El poder identifica valor y precio. Dime cuánto pagan por ti, y te diré cuánto vales. Pero hay valores que están más allá de cualquier cotización. No hay quien los compre, porque no están en venta. Están fuera del mercado, y por eso han sobrevivido.
Porfiadamente vivos, esos valores son la energía que mueve los músculos secretos de la sociedad ci-vil. Provienen de la memoria más antigua y del más antiguo sentido común. Este mundo de ahora, es-ta civilización del sálvese quien pueda y cada cual a lo suyo, está enferma de amnesia y ha perdido el sentido comunitario, que es el papá del sentido común. En épocas remotas, en lo más temprano de los tiempos, cuando éramos los bichos más vulnerables de la zoología terrestre, cuando no pasábamos de la categoría de almuerzo fácil en la mesa de nuestros vecinos voraces, fuimos capaces de sobrevi-vir, contra toda evidencia, porque supimos defendernos juntos y porque supimos compartir la comida. Hoy día es más que nunca necesario recordar esas viejas lecciones del sentido común.
Defendernos juntos, pongamos por caso, para que no nos roben el agua. El agua, cada vez más es-casa, ha sido privatizada en muchos países, y está en manos de las grandes corporaciones multina-cionales. (De aquí a poco, si seguimos así, también privatizarán el aire: por no pagarlo, no sabemos valorarlo y no merecemos respirarlo.) Para que el agua siga siendo un derecho, y no un negocio, una pueblada desprivatizó el agua en la región boliviana de Cochabamba. Las comunidades campesinas marcharon desde los valles y bloquearon la ciudad. Les contestaron a balazos.
Pero a la larga, después de mucho pelear, recuperaron el agua, el riego de sus sembradíos, que el gobierno había entregado a una corporación británica. Esto ocurrió hace un par de años.
Defendernos juntos: hablando del agua, otro ejemplo más reciente. El petróleo mueve la sociedad de consumo, como se sabe, y, como también se sabe, tiene malas costumbres. Entre otras manías, se le da por derribar gobiernos, provocar guerras, intoxicar el aire y pudrir el agua. Hace poco, la marea ne-gra, pegajosa y mortal, cubrió la mar y las costas de Galicia y más allá. Un barco petrolero se partió por la mitad y derramó miles y miles de litros de fuel oil, con la irresponsabilidad y la impunidad que se han vuelto costumbre en estos tiempos en que el mercado manda y el Estado no controla nada. Y en-tonces, ante un Estado ciego y un gobierno sordo, que no hizo más que encogerse de hombros, los músculos secretos de la sociedad civil desataron su energía: una multitud de voluntarios enfrentó la in-vasión enemiga a mano limpia, armada de palos y tachos y lo que se pudiera encontrar. Los volunta-rios no derramaron lágrimas de cocodrilo ni pronunciaron discursos de teatro.
Defendernos juntos y compartir la comida: una tonelada de comida y de ropa llegó recientemente, en tren, al rincón más pobre de la provincia argentina de Tucumán, donde hay niños que mueren de hambre. Y ese envío solidario provenía de los cartoneros, los pobres más pobres de Buenos Aires, que se ganan la vida revolviendo la basura pero son capaces de compartir lo poco, lo casi nada, que tienen.
¿Cuál es la palabra que más se escucha en el mundo, en casi todas las lenguas? La palabra yo. Yo, yo, yo. Sin embargo, un estudioso de las lenguas indígenas, Carlos Lenkersdorf, ha revelado que la palabra más usada por las comunidades mayas, la que está en el centro de sus decires y vivires, es la palabra nosotros. En Chiapas nosotros se dice tik.
Para eso ha nacido y crecido este Foro Social Mundial, en la ciudad brasileña de Porto Alegre, modelo universal de la democracia participativa: para decir nosotros. Tik, tik, tik.
Palabras pronunciadas por el escritor en el tercer Foro Social Mundial, Porto legre, el 26 de enero de 2003.
El albatros
VIVE EN EL VIENTO. Vuela siempre, volando duerme. El viento no lo cansa ni lo gasta. A los sesenta años, sigue dando vueltas y más vueltas alrededor del mundo.
El viento le anuncia de dónde vendrá la tempestad y le dice dónde está la costa. Él nunca se pierde, ni olvida el lugar donde nació; pero la tierra no es lo suyo, ni la mar tampoco. Sus patas cortas caminan mal, y flotando se aburre.
Cuando el viento lo abandona, espera. A veces el viento demora, pero siempre vuelve: lo busca, lo llama, y se lo lleva. Y él se deja llevar, se deja volar, con sus alas enormes planeando en el aire.
El músculo secreto
Una tortuga atravesó los Estados Unidos, de costa a costa.
Doris Haddock, obrera jubilada, caminó desde Los Ángeles hasta Washington. Se echó al camino para denunciar la democracia comprada por las grandes fortunas que pagan las campañas de los políticos. A su paso, etapa por etapa, iba arengando a la gente que fluía hacia ella.
-Esa vieja es un río -decían los entusiastas.
-Esa vieja es un manicomio -decían los escépticos.
Pero todos iban.
Ya llevaba más de un año de caminata, casi volada por los vientos, casi frita por los soles, casi rota por los achaques, cuando la paralizó la nieve. Una tremenda tormenta de nieve se descargó sobre las montañas del oeste de Virginia. Doris festejó su cumpleaños, noventa velitas, y siguió viaje en esquí.
Esquiando viajó, a través de la nieve, todo el último mes. Mientras nacía el siglo veintiuno, llegó a la ciudad de Washington.
Una multitud la acompañó hasta el Capitolio. Allí trabajan los congresistas, la mano de obra política de las grandes empresas que destinan cien millones de dólares mensuales al pago de sus servicios. Desde las gradas, ella pronunció un lacónico discurso sobre la democracia traicionada. Y señaló el pórtico del Capitolio, y dijo:
-Esto se está convirtiendo en una casa de putas.
Y se fue.
MATAR LA GUERRA- Entrevista con Eduardo Galeano
- Estamos conversando contigo momentos antes de las conmemoraciones, rechazos y protestas que se realizarán contra la guerra y por la Paz en muchos países y también aquí en Uruguay.
- Si en efecto, se va hacer una manifestación el viernes a las siete de la tarde, entre la Plaza Liber-tad y la Universidad, o sea sale de Plaza Libertad y culmina en la Universidad. Al día siguiente hay un Foro contra la guerra en el Parque Rodó a las tres de la tarde.
- Pareciera que ha crecido, que se ha multiplicado enormemente la conciencia de que no debe ha-ber guerra. ¿Qué sentís frente a ello?
- Es una buena noticia universal. Esta es una movilización que se hace en todo el mundo, a partir de una conciencia creciente de que es preciso matar a la guerra antes de que la guerra nos mate. El problema es que los gobiernos que dicen ser democráticos se hacen los sordos. Muchos gobier-nos, no todos afortunadamente, hacen caso omiso de esta voluntad popular que expresan las en-cuestas, pero también expresan las manifestaciones en las calles: la gente no quiere la guerra quiere la paz. Si muchos gobiernos están sumándose al carro de la guerra, la guerra de conquista, de santa cruzada, por democracia y contra el terrorismo, en realidad practican el terrorismo en la peor de sus formas que es el terror de estado.
- ¿Qué puede pasar en los Estados Unidos ahora que se ha prohibido la marcha del día 15?
- Prohiben las marchas con un pretexto que ofende. Ofende la inteligencia, diciendo que hay peligro de ataques terroristas contra las marchas, o sea, les dice a los enemigos de la guerra: los estamos cuidando y por eso las prohibimos, parece una broma de humor negro. Lo que al parecer queda es la posibilidad de hacer concentraciones, no marchas, en eso están ahora tratando de conseguir el permiso para concentrarse. Por ejemplo, en el caso de Nueva York que será ante el edificio de las Naciones Unidas, vamos a ver si lo consiguen. De todos modos es también una paradoja que el país que se siente propietario de la democracia en el planeta esté prohibiendo manifestaciones que expresan por lo menos el sentir, el pensar de una parte importante de la población. Aparente-mente los Estados Unidos tienen una opinión pública todavía favorable a la guerra, pero hay secto-res enormes de la población que tienen todo el derecho a expresarse, que no llegan a ser más de la mitad, pero que tienen todo el derecho de expresar su no, su derecho de decir no, en lo que co-inciden con la inmensa mayoría de los demás países del mundo.
- Estábamos leyendo que en Estados Unidos están rodeando la ciudad con armamento antiaéreo y por otro lado se ha dado a circular en el mundo que Bin Laden había llamado a apoyar a Irak.
- Eso sería una prueba de que Bin Laden está conectado con Irak. A mí me llama la atención que este señor Bin Laden, que es un asustador profesional, aparezca cada vez que Bush lo necesita. Yo no sé si no será un funcionario del terror.
- Ya está trabajando como funcionario.
- Me da la impresión que sí, porque cumple los deberes y hay que ver como. Cada vez que se lo ne-cesita apareció él y subió Bush en las encuestas, es un asustador al servicio del sistema eso está clarísimo. Ahora si lo hace gratis no sé. Fue inventado por ellos, porque este señor es un producto del doctor Frankenstein, que es este sistema que hoy por hoy gobierna el mundo. Frankenstein lo puso en marcha al principio porque era un enemigo del comunismo y ahora porque sirve a los fines de un sistema que vende miedo para justificar sus guerras.
- Todo lo que se ha generado en el mundo con respecto a esto gira en torno al temor, al miedo.
- El miedo es el gran producto que hoy nuestro tiempo produce, lo que más se vende es miedo a to-dos los niveles. Hoy mismo, hace un rato, yo estaba leyendo los diarios del día y veo en la primera página del Observador un título que dice "Washington y Londres están prontas para resistir el ata-que", o sea que un lector despistado puede creer que Washington y Londres son dos capitales amenazadas por un inminente ataque que va a lanzar Irak contra Estados Unidos e Inglaterra. Es el mundo al revés realmente, porque estas no son las ciudades que van a recibir el ataque, sino son las capitales políticas de un gobierno que van a realizar el ataque. Hay una inversión de situa-ciones donde las víctimas se convierten en verdugos y viceversa.
- Paralelamente con esto se van conociendo las informaciones de masivas movilizaciones, más ma-sivas que lo que se ha visto en las últimas décadas en distintas partes del mundo. En Uruguay, lo decíamos en la radio hace un momento, estamos desbordados por la cantidad de adhesiones y esa es la forma que la gente anuncia como va a participar, rompiendo con esa costumbre que se ha impuesto a través de la cultura dominante de hoy, que es la de mirar todo a través de la panta-lla.
- Es una sociedad de espectadores y la gente está harta de ser espectador. Además yo creo que el pueblo uruguayo es un pueblo con vocación de dignidad, aunque el gobierno no se entere mucho, y esta vocación existe y se expresa. En fin, vamos a ver, esta es una manifestación universal la del 15, nosotros la hacemos el 14, somos tan raros los uruguayos que para nosotros el 15 es el 14. En fin, es una decisión que se tomó por mayoría entre los organizadores del acto y yo no soy quien para cuestionarla, ahí estaré.
- ¿El 15 de todas maneras va a estar el foro?
- Si el 15 es el foro en el Parque Rodó pero la manifestación a mi juicio, se tenía que haber hecho el mismo día en que se van hacer todas las demás. De todos modos es importante subrayar que lo que se espera es la manifestación universal más importante de todos los tiempos, la más gigan-tesca, con una diferencia más sustancial que no es solo de número, sino también de calidad. Es la primera vez que se va a manifestar contra la guerra antes de que ocurra, siempre se hacen las manifestaciones para llorar a los muertos y esta vez se van hacer manifestaciones para evitarlos.
- Ese es todo un capítulo también, el que se pueda incidir, que todavía se puede incidir.
- Eso mismo, que se pueda incidir, que se pueda influir, es una tentativa de que la democracia en-tienda que es poder del pueblo, eso es lo que dice el diccionario. Que se entere de que es el pue-blo el que tiene la palabra y la verdad que en todo el mundo, sólo en Estados Unidos no llega a ser la mitad, pero en todo el mundo es inmensa, abrumadorísima la mayoría de la gente que está co-ntra la guerra. Si los gobiernos son de veras democráticos, que se enteren de esto.
- Una pregunta estúpida, ¿vas a estar presente mañana en la marcha?
- Claro que voy a estar, yo entre muchos. Todos los uruguayos vamos a reafirmar todo lo mejor que tiene este país, que proviene de sus tradiciones más hondas, que es la vocación de paz, la voca-ción de dignidad, la vocación democrática. A ver si el gobierno deja de ser sordo a ese clamor.
- ¿Cómo has visto al gobierno uruguayo en este tema?
- No lo he visto, no se qué opina, no lo he visto.
- Hay silencio.
- Hay silencio porque todos los gobiernos latinoamericanos - con las excepciones naturalmente que conocemos- en general actúan como muy silenciados por el miedo. El miedo de contradecir la voz del amo y esto no coincide con lo que es la historia latinoamericana y la realidad latinoamericana. En el caso concreto de Uruguay este es un país muy digno y muy solidario, por eso somos muchos quienes lo elegimos. Yo nací aquí, pero eso no me obliga a vivir aquí, vivo aquí porque lo elijo y lo elijo porque es un país digno y solidario, si volviera a nacer volvería a nacer aquí.
Ángeles Balparda - Entrevista efectuada en la Radio Centenario (CX 36, Montevideo). Programa "Ma-ñanas de Radio". 13 de febrero de 2003.
La inflación - Eduardo Galeano
Había sido un viviente flaco, pero fue un globo en la muerte.
Para clavar la tapa del ataúd, toda la familia tuvo que sentarse encima. Y toda la familia opinó sobre la inflación del difunto:
- Parece sapo.
- La muerte hincha.
- Es el gas carbónico.
- Es la mala leche.
- Es el alma - sollozó la viuda. El alma quiere salirse del traje.
El traje, un tweed inglés de alta categoría, color gris perla, había sido el único lujo en toda la vida del finado. Él se lo había mandado hacer, de medida, cuando ya le volaban cerca las lechuzas y vio que estaba por llegar al final.
Herencia, no dejó. Ni una lira. Y muchos años después, cuando se abrió el ataúd, estaba en jirones el traje que había vestido su muerte.
Nicola Di Sábato contó el desentierro de su tío. Nicola, que descargaba arena en un muelle de Avella-neda, había llegado a la Argentina huyendo de los perros del hambre. A él le gustaba reír, cocinar y compartir historias de su lejana infancia, en su lejana Italia. Esas cosas del tiempo: Nicola contó que el tiempo se había comido al tío y había deshecho su traje relleno de dinero. Los billetes, miles de bille-tes, un poco desteñidos, habían durado más. Pero ya no valían nada.
UN CAZADOR DE VOCES (Ser como ellos y otros artículos)
Yo, blanco y macho pero no militar ni rico, escribí Memorias del fuego contra la amnesia de las cosas que vale la pena recordar.
No soy historiador. Soy un escritor, que se siente desafiado por el enigma y la mentira, que quisiera que el presente deje de ser una dolorosa expiación del pasado y quisiera imaginar que el futuro en vez de aceptarlo: un cazador de voces, perdidas y verdaderas voces que andan desparramadas por ahí.
La memoria que merece rescate está pulverizada.
Ha estallado en pedazos.
"Vivimos en una región de precios europeos y salarios africanos, donde el capitalismo actúa como aquel buen hombre decía: me gustan tanto los pobres, que siempre me parece que no hay suficiente cantidad"
La historia oficial - Eduardo Galeano
En 1921, los peones de la Patagonia se alzaron en huelga. Entonces los estancieros llamaron al emba-jador británico que llamó al presidente argentino que llamó al ejército.
A tiros de máuser, el ejército acabó con la huelga y con los peones también. Los huelguistas fueron arrojados a las fosas comunes abiertas en las estancias; y para la zafra siguiente no quedaba vivo na-die que pudiera esquilar las ovejas.
El capitán Pedro Viñas Ibarra comandó las operaciones en una de las estancias. Medio siglo después, cuando el capitán era coronel jubilado, Osvaldo Bayer habló con él.
- Ah, sí - evocó el militar -. La estancia Anita. Aquel combate.
Bayer quería saber por qué aquel combate había dejado 600 obreros muertos y ningún soldado muerto, ni herido, ni lastimado.
Y el brazo armado del orden, amablemente, explicó:
- El viento. Nosotros nos poníamos del lado del viento. Por eso las balas nuestras no se desviaban. Las balas de ellos, a contraviento, se perdían.
La guerra - Eduardo Galeano
Seré curioso. A mediados del año pasado, mientras esta guerra se estaba incubando, George W. Bush declaró que "debemos estar listos para atacar en cualquier oscuro rincón del mundo".
Irak es, pues, un oscuro rincón del mundo. ¿Creerá Bush que la civilización nació en Texas y que sus compatriotas inventaron la escritura? ¿Nunca escuchó hablar de la biblioteca de Nínive, ni de la torre de Babel, ni de los jardines colgantes de Babilonia? ¿No escuchó ni uno solo de los cuentos de las mil y una noches de Bagdad?
¿Quién lo eligió presidente del planeta? A mí, nadie me llamó a votar en esas elecciones. ¿Y a uste-des? ¿Elegiríamos a un presidente sordo? ¿A un hombre incapaz de escuchar nada más que los ecos de su voz? ¿Sordo ante el trueno incesante de millones y millones de voces que en las calles del mun-do están declarando la paz a la guerra?
Ni siquiera ha sido capaz de escuchar el cariñoso consejo de Günter Grass. El escritor alemán, com-prendiendo que Bush tenía necesidad de demostrar algo muy importante ante su padre, le recomendó que consultara a un psicoanalista en lugar de bombardear Irak.
En 1898, el presidente William McKinley declaró que Dios le había dado la orden de quedarse con las islas Filipinas, para civilizar y cristianizar a sus habitantes. McKinley dijo que habló con Dios mientras caminaba, a medianoche, por los corredores de la Casa Blanca. Más de un siglo después, el presidente Bush asegura que Dios está de su lado en la conquista de Irak. ¿A qué hora y en qué lugar recibió la palabra divina? ¿Y por qué Dios habrá dado órdenes tan contradictorias a Bush y al Papa de Roma?
Se declara la guerra en nombre de la comunidad internacional, que está harta de guerras. Y, como de costumbre, se declara la guerra en nombre de la paz.
No es por el petróleo, dicen. Pero si Irak produjera rabanitos en lugar de petróleo, ¿a quién se le ocurri-ría invadir ese país?
Bush, Dick Cheney y la dulce Condoleezza Rice, ¿habrán renunciado realmente a sus altos empleos en la industria petrolera? ¿Por qué esta manía de Tony Blair contra el dictador iraquí? ¿No será porque hace 30 años Saddam Hussein nacionalizó la británica Irak Petroleum Company? ¿Cuántos pozos es-pera recibir José María Aznar en el próximo reparto?
La sociedad de consumo, borracha de petróleo, tiene pánico al síndrome de abstinencia. En Irak, el eli-xir negro es el menos costoso y, quizá, el más cuantioso. En una manifestación pacifista, en Nueva York, un cartel pregunta: "¿Por qué el petróleo nuestro está bajo las arenas de ellos?"
Estados Unidos ha anunciado una larga ocupación militar, después de la victoria. Sus generales se ha-rán cargo de establecer la democracia en Irak. ¿Será una democracia igual a la que regalaron a Haití, República Dominicana o Nicaragua?
Ocuparon Haití durante 19 años y fundaron un poder militar que desembocó en la dictadura de Francoi-se Duvalier. Ocuparon Dominicana durante nueve años y fundaron la dictadura de Rafael Leónidas Tru-jillo. Ocuparon Nicaragua durante 21 años y fundaron la dictadura de la familia Somoza. La dinastía de los Somoza, que los marines habían puesto en el trono, duró medio siglo, hasta que en 1979 fue barri-da por la furia popular.
Entonces, el presidente Ronald Reagan montó a caballo y se lanzó a salvar a su país amenazado por la revolución sandinista. Nicaragua, pobre entre los pobres, tenía, en total, cinco ascensores y una es-calera mecánica, que no funcionaba.
Pero Reagan denunciaba que Nicaragua era un peligro; y mientras él hablaba, la televisión mostraba un mapa de Estados Unidos tiñéndose de rojo desde el sur, para ilustrar la invasión inminente. El presi-dente Bush, ¿le copia los discursos que siembran el pánico? ¿Bush dice Irak donde Reagan decía Ni-caragua?
Títulos de los diarios, en los días previos a la guerra: "Estados Unidos está pronto a resistir el ataque". Récord de ventas de cintas aislantes, máscaras antigás, píldoras antirradiaciones... ¿Por qué tiene más miedo el verdugo que la víctima? ¿Sólo por este clima de histeria colectiva? ¿O tiembla porque presien-te las consecuencias de sus actos? ¿Y si el petróleo iraquí incendiara el mundo? ¿No será esta guerra la mejor vitamina que el terrorismo internacional está necesitando?
Nos dicen que Saddam Hussein alimenta a los fanáticos de Al Qaeda. ¿Un criadero de cuervos para que le arranquen los ojos? Los fundamentalistas islámicos lo odian. Es satánico un país donde se ven películas de Hollywood, muchos colegios enseñan inglés, la mayoría musulmana no impide que los cristianos anden con la cruz al pecho y no es muy raro ver mujeres con pantalones y blusas audaces.
No hubo ningún iraquí entre los terroristas que voltearon las torres de Nueva York. Casi todos eran de Arabia Saudita, el mejor cliente de Estados Unidos en el mundo. También es saudita Bin Laden, ese vi-llano que los satélites persiguen mientras huye a caballo por el desierto, y que dice presente cada vez que Bush necesita sus servicios de ogro profesional.
¿Sabía usted que el presidente Dwight D. Eisenhower dijo, en 1953, que la "guerra preventiva" era un invento de Adolfo Hitler? Afirmó: "Francamente, yo no me tomaría en serio a nadie que me viniera a proponer una cosa semejante". Estados Unidos es el país que más armas fabrica y vende en el mundo. Es, también, la única nación que ha arrojado bombas atómicas contra la población civil. Y siempre está, por tradición, en guerra contra alguien.
¿Quién amenaza la paz universal? ¿Irak? ¿Irak no respeta las resoluciones de la Organización de Na-ciones Unidas (ONU)? ¿Las respeta Bush, que acaba de propinar la más espectacular patada a la lega-lidad internacional? ¿Las respeta Israel, país especializado en ignorarlas?
Irak ha desconocido 17 resoluciones de la ONU. Israel, 64. ¿Bombardeará Bush a su más fiel aliado? Irak fue arrasado, en 1991, por la guerra de Bush padre, y hambreado por el bloqueo posterior. ¿Qué armas de destrucción masiva puede esconder este país masivamente destruido?
Israel, que desde 1967 usurpa tierras palestinas, cuenta con un arsenal de bombas atómicas que le ga-rantizan la impunidad. Y Pakistán, otro fiel aliado que además es un notorio nido de terroristas, exhibe sus propias ojivas nucleares. Pero el enemigo es Irak, porque "podría tener" esas armas. Si las tuviera, como Corea del Norte proclama que las tiene, ¿se animarían a atacarlo?
¿Y las armas químicas y biológicas? ¿Quién vendió a Saddam Hussein las cepas para fabricar los ga-ses venenosos que asfixiaron a los kurdos, y los helicópteros para arrojar esos gases? ¿Por qué Bush no muestra los recibos?
En aquellos años, guerra contra Irán, guerra contra los kurdos, ¿era Saddam menos dictador de lo que es ahora? Hasta Donald Rumsfeld lo visitaba en misión de amistad. ¿Por qué los kurdos son conmove-dores ahora, y antes no? ¿Y por qué sólo son conmovedores los kurdos de Irak, y no los kurdos mucho más numerosos que sacrificó Turquía?
Rumsfeld, actual secretario de Defensa, anuncia que su país usará "gases no letales" contra Irak. ¿Se-rán gases tan poco letales como esos que Vladimir Putin usó, el año pasado, en el teatro de Moscú, y que mataron a más de cien rehenes?
Durante unos cuantos días, Naciones Unidas cubrió con una cortina el Guernica de Picasso, para que esa desagradable escenografía no perturbara los toques de clarín de Colin Powell.
¿De qué tamaño será la cortina que esconderá la carnicería de Irak, según la censura total que el Pen-tágono ha impuesto a los corresponsales de guerra?
¿Adónde irán las almas de las víctimas iraquíes? Según el reverendo Billy Graham, asesor religioso del presidente Bush y agrimensor celestial, el paraíso es más bien chico: mide nada más que 1500 millas cuadradas. Pocos serán los elegidos. Adivinanza: ¿Cuál será el país que ha comprado casi todas las entradas?
Y una pregunta final, que pido prestada a John Le Carré:
-¿Van a matar a mucha gente, papá?
- Nadie que conozcas, querido. Sólo extranjeros.
Accidente de tránsito - Eduardo Galeano
HASTA BIEN ENTRADO el siglo XX, los camellos se ocupaban del transporte de gentes y cosas en la isla de Lanzarote.
La estación, el Echadero de los Camellos, estaba en pleno centro del puerto de Arrecife. Leandro Per-domo pasaba siempre por allí, en su infancia, camino de la escuela. Veía muchos camellos, echados o de pie. Una mañana contó cuarenta, pero él no era bueno en matemática. De algo está seguro Lean-dro:
-En aquellos años, nadie tenía prisa.
La isla flotaba fuera del tiempo, mundo antes del mundo, y la gente tenía tiempo para perder el tiempo. Los camellos iban y venían, a paso lento, a través de las inmensidades del desierto de lava negra. No tenían horario, ni hora de salida ni hora de llegada, pero salían y llegaban. Y nunca hubo accidentes. Nunca, hasta que un camello sufrió un súbito ataque de nervios y arrojó por los aires a su pasajera. La infortunada se partió la cabeza contra una piedra.
Ese camello se enloqueció cuando se le cruzó en el camino una rara cosa que tosía y echaba humo, pero no era volcán, y corría pero no tenía patas.
El primer automóvil había llegado a la isla.
Receta del asado - Eduardo Galeano
EN LA CUMBRE del cerro de Montevideo, el escribano Nelson Rodríguez escuchó la voz del Cielo, y de sus dichos dio fe. Y así fueron dictados los mandamientos del buen parrillero:
No usarás leña de los árboles altos, ni de los petisos. Tampoco es digna del fuego la leña de los árbo-les medianos, que da asados mediocres.
No aceptarás carne del costado derecho, que es dura, trabajosa para el diente, porque sabido es que del lado derecho duermen todos los bichos que van a parar al asador.
No darás vuelta a ningún trozo de carne, antes de que haya derramado noventa y nueve gotas de gra-sa sobre las brasas ardientes.
No dejarás tu cuchillo al alcance de nadie, porque con los envidiosos nunca se sabe.
No permitirás que tus invitados anden deambulando por ahí. Los ubicarás al modo de las plateas de los teatros, ante el escenario del fogón, para que ellos aplaudan tu obra paso a paso.
No usarás sal, que cualquiera la compra. La carne a la lágrima es el más alto deleite. Con lágrimas de emoción regarás la carne del animal asado.
Y con abundante vino tinto regarás tu carne de maestro asador, mientras se va cumpliendo la noble faena
La berenjena - Eduardo Galeano
HACE MIL AÑOS, dijo el sultán de Persia:
- Qué rica.
El nunca había probado la berenjena, y la estaba comiendo en rodajas aderezadas con jengibre y hierbas del Nilo.
Entonces el poeta de la corte exaltó a la berenjena, que da placer a la boca y en el lecho hace mila-gros, y para las proezas del amor es más poderosa que el polvo de diente de tigre o el cuerno rallado de rinoceronte.
Un par de bocados después, el sultán dijo:
- Qué porquería.
Y entonces el poeta de la corte maldijo a la engañosa berenjena, que castiga la digestión, llena la ca-beza de malos pensamientos y empuja a los hombres virtuosos al abismo del delirio y la locura.
- Recién llevaste a la berenjena al Paraíso, y ahora la estás echando al infierno - comentó un insidioso.
Y el poeta, que era un profeta de las ciencias de la comunicación, puso las cosas en su lugar:
- Yo soy cortesano del sultán. No soy cortesano de la berenjena.
La náusea - Eduardo Galeano
Las bombas inteligentes, que tan burras parecen, son las que más saben.
Ellas han revelado la verdad de la invasión. Mientras Rumsfeld decía: "Estos son bombardeos humani-tarios", las bombas destripaban niños y arrasaban mercados callejeros.
El país que más armas y más mentiras fabrica en el mundo desprecia el dolor de los demás. "Nosotros no contamos a los muertos", contestó el general Franks, cuando alguien le preguntó sobre los daños colaterales, como se llaman los civiles que vuelan en pedazos sin comerla ni beberla.
Babilonia, la ramera del Antiguo Testamento, merece este castigo. Por sus muchos pecados y por su mucho petróleo.
Los invasores buscan las armas de destrucción masiva que ellos habían vendido, cuando el enemigo era amigo, al dictador de Irak, y que han sido el principal pretexto de la invasión. Hasta ahora, que se sepa, no han encontrado más que armas de museo, en muy desigual combate.
Pero, ¿son armas de construcción masiva los misiles gigantes que ellos disparan? Los invasores tie-nen a la vista las armas tóxicas y las armas prohibidas: las están usando. El uranio empobrecido en-venena la tierra y el aire y los racimos de acero de las bombas de fragmentación matan o mutilan en un área que va mucho más allá de sus blancos.
En 1983, cuando los marines se apoderaron de la isla de Granada, la asamblea de las Naciones Uni-das condenó, por abrumadora mayoría, la invasión. El presidente Reagan, respetuoso, comentó: "Esto no ha perturbado para nada mi desayuno".
Seis años después, fue el turno de Panamá. Los libertadores bombardearon los barrios más pobres, fulminaron a miles de civiles, reducidos a 560 en la cifra oficial, y eligieron al nuevo presidente del país en la base militar de Fort Clayton. El Consejo de Seguridad, casi por unanimidad, se pronunció en co-ntra. Los Estados Unidos vetaron la resolución, y se pusieron a trabajar en sus invasiones siguientes.
Las Naciones Unidas aplaudieron esas invasiones siguientes, o silbaron y miraron para otro lado. Y fueron las Naciones Unidas las que decretaron el embargo internacional contra Irak, que asesinó mu-cha más gente que la guerra de Bush Padre: más de medio millón de niños muertos, a confesión de parte, por falta de medicinas y de alimentos.
Pero ahora, oh sorpresa, las Naciones Unidas se han negado a acompañar la nueva carnicería de Bush Hijo. Para evitar que en las próximas guerras se repita este episodio de mala conducta, me temo, no habrá más remedio que contar los votos del Consejo de Seguridad en el estado de Florida.
No habían aparecido los primeros misiles en los cielos de Irak, cuando ya se había cocinado el gobier-no de ocupación, democrático gobierno íntegramente formado por militares de Estados Unidos, y ya se estaba haciendo el reparto de los despojos del vencido. Todavía se sigue disputando el botín, que no es moco de pavo: los fabulosos yacimientos de oro negro, el gran negocio de la reconstrucción de lo que la invasión destruye...
Las empresas agraciadas celebran sus conquistas en las pizarras de la Bolsa de Nueva York. Allí está el mejor noticiero de la guerra. Los índices bailan al son de la carnicería humana.
En 1935, el general Smedley Butler había resumido así sus tres décadas de trabajo como oficial de marines: "Yo fui un pistolero del capitalismo". Y había dicho que él podía dar algunos consejos a Al Capone, porque los marines operaban en tres continentes y Capone actuaba nada más que en tres distritos de una sola ciudad.
Y a mí qué tajada me va a tocar, se preguntan algunos miembros de la coalición. Pero, ¿qué coali-ción? Los cómplices de esta misión libertadora, que son cuarenta, como en el cuento de Alí Babá, in-tegran un coro donde abundan los violadores de los derechos humanos y las dictaduras lisas y llanas. ¿Y desde dónde se ha lanzado la cruzada? ¿Dónde están ubicadas las bases militares de Estados Unidos? Basta con echar una ojeada al mapa: esas monarquías petroleras, inventadas por las poten-cias coloniales, se parecen tanto a la democracia como Bush se parece a Gandhi.
Es una alianza de dos. Uno que crece, el imperio de hoy, y otro que encoge, el imperio de ayer. Los demás sirven el café y esperan la propina.
Esta alianza de dos por la libertad del petróleo, que Irak nacionalizó, no tiene nada de nuevo. En 1953, cuando Irán anunció la nacionalización del petróleo, Washington y Londres respondieron organizando, juntos, un golpe de Estado. El mundo libre amenazado hizo correr la sangre y el sha Pahlevi, estrella de las revistas del corazón, se convirtió en el carcelero de Irán durante un cuarto de siglo.
En 1965, cuando Indonesia anunció la nacionalización del petróleo, Washington y Londres también respondieron organizando, juntos, un golpe de Estado. El mundo libre amenazado instaló la dictadura del general Suharto sobre una montaña de muertos. Medio millón, según los cálculos que más cortos se quedan. De cada árbol colgaba un ahorcado. Todos comunistas, aclaraba Suharto.
Él siguió matando. Le quedó el tic. En 1975, pocas horas después de una visita del presidente Gerald Ford, invadió Timor Oriental y asesinó a la tercera parte de la población. En 1991 mató, allí, a unos cuantos miles más.
Diez resoluciones de las Naciones Unidas obligaban a Suharto a retirarse de Timor Oriental "sin demo-ra". Él, siempre sordo. A nadie se le ocurrió bombardearlo por eso, ni las Naciones Unidas le decreta-ron ningún embargo universal.
En 1994, John Pilger visitó Timor Oriental. Mirara donde mirara, campos, montañas, caminos, veía cruces. La isla, toda llena de cruces, era un gran cementerio. De esas matanzas, nadie se había ente-rado.
El año pasado, Ana Luisa Valdés estuvo en Yenín, uno de los campos de refugiados palestinos bom-bardeados por Israel. Ella vio un inmenso agujero, lleno de muertos bajo los escombros. El agujero de Yenín tenía el mismo tamaño que el de las Torres Gemelas de Nueva York. Pero, ¿cuántos lo veían, además de los sobrevivientes que revolvían los escombros buscando a los suyos?
Las tragedias conmueven al mundo en proporción directa a la publicidad que tienen.
Hay periodistas honestos, que cuentan la guerra de Irak tal como la ven.
Algunos, lo han pagado con la vida. Pero hay periodistas disfrazados de soldados, que más bien pare-cen soldados disfrazados de periodistas, que ofrecen versiones adaptadas al paladar de las grandes cadenas de la desinformación globalizada.
¿Matanzas en los mercados llenos de gente? Fueron bombas iraquíes. ¿Civiles muertos? Escudos humanos que usa el dictador. ¿Ciudades sitiadas, sin agua ni comida? La invasión es una misión hu-manitaria. ¿Resistieron algunas ciudades mucho más de lo previsto? En la tele, se han rendido todos los días.
Los invasores son héroes. Los invadidos que les hacen frente son instrumentos de la tiranía: los acu-san de defenderse.
La mayoría de los estadounidenses está convencida de que Saddam Hussein derribó las torres de Nueva York. También cree, esa mayoría, que su presidente hace lo que hace por el bien de la huma-nidad y por inspiración divina. Los medios masivos venden certezas, y las certezas no necesitan prue-bas. Pero el mundo está harto de que una vez más lo obliguen a tragarse, cada día, los sapos de ese menú.
El país dedicado a bombardear a los demás países, que desde hace añares viene infligiendo al plane-ta una incontable cantidad de once de setiembres, ha proclamado la tercera guerra mundial infinita.
El presidente, que no fue a Vietnam gracias a papá y que sólo conoce las guerras de Hollywood, man-da matar y manda morir.
No en nuestro nombre, claman los familiares de las víctimas de las torres.
No en nuestro nombre, clama la humanidad.
No en mi nombre, clama Dios.
Memorias del Fuego - 1533 Xaquixaguana
Pizarro marcha rumbo al Cuzco. Encabeza, ahora, un ejército. Manco Capac, nuevo rey de los incas, ha sumado miles de indios al puñado de conquistadores.
Pero los generales de Atahualpa hostigan el avance. En el valle de Xaquixaguana, Pizarro atrapa a un mensajero de sus enemigos.
El fuego lame las plantas de los pies del preso.
-¿Que dice ese mensaje?
El chasqui es hombre curtido en trotes de nunca acabar a través de los vientos helados de la puna y los ardores del desierto. El oficio lo tiene acostumbrado al dolor y a la fatiga. Aúlla, pero calla. Después de un largo tormento, suelta la lengua:
- Qué los caballos no podrán subir las montañas.
- ¿Qué más?
- Que no hay que tener miedo. Que los caballos espantan, pero no hacen mal.
- Y ¿qué más?
Lo hacen pisar el fuego.
- Y ¿qué más?
Ha perdido los pies. Antes de perder la vida, dice:
- Que ustedes también mueren.
Este país gris tiene un país verde en la barriga
Ochocientos mil uruguayos hemos votado, y no me parece poco, contra la impunidad del terrorismo de Estado. En Montevideo ganamos. y por buen margen, quienes nos negamos a aceptar que la impo-tencia del poder civil deba ser el obligado precio de la paz. En el interior del país, en cambio, la gente menos informada se creyó los cuentos de terror que la televisión le contó: el triunfo nuestro implicaba el golpe de Estado militar, la violencia guerrillera, el abismo sin fin y el infierno con todas sus serpien-tes.
Una historia de dignidad colectiva
Perdimos. Pero el plebiscito fue una tremenda expresión de protagonismo democrático, nacida desde muy adentro y crecida desde muy abajo. Esta historia de dignidad colectiva empezó hace más de dos años, cuando lanzamos la campaña de firmas, calle a calle, puerta a puerta:
—¿Y qué garantías me dan? - me preguntó uno -. Esta lista de firmas, ¿no será la lista negra de algu-na próxima dictadura?
—Garantías, ninguna, le dije.
El hombre estuvo un buen rato rascándose la cabeza, y finalmente decidió:
—Firmo.
Y reunimos un aluvión de firmas. Y mucho después, al cabo de un largo camino de trampas y embos-cadas, hubo el limpio plebiscito del domingo.
No ganó el voto verde, el voto contra una ley hija del miedo por parte de padre y por parte de madre; pero el voto verde duplicó la votación que la izquierda había alcanzado en las últimas elecciones. Gen-tes de diversos pelos políticos y colores ideológicos nos juntamos tras las verdes banderas, queriendo una democracia plena, que no renuncie a la justicia y que no esconda avestruzamente la cabeza bajo tierra.
La doble impunidad
Los dueños del poder respiraron con alivio. Sin embargo, aunque no ganó, el voto verde ha marcado un límite, en los tiempos por venir, a la antes ilimitada impunidad de los militares y también de los polí-ticos: un límite a la impunidad del terror y a la impunidad de la mentira. Hay toda una tradición de pro-mesas y traiciones que nos induce a aceptar, con fatalista resignación, como si fuera veredicto del destino, esa costumbre de decir una cosa y hacer otra. Todos los políticos que aprobaron la ley cues-tionada, que obliga a aceptar la injusticia sin chistar, habían prometido, antes, justicia.
Ahora, mediante el plebiscito, más de un cuarenta por ciento de los uruguayos ha condenado ese salto de cuco, al mismo tiempo que ha rechazado el miedo como un modo normal de vida ante la perpetua amenaza militar. El miedo, y también el olvido. La razón de Estado pretende obligarnos a la amnesia, pero no hay alfombra que pueda tapar la basura de la memoria. No se necesita ser Sigmund Freud pa-ra saberlo.
La generosidad del poder
Sabemos, ahora, que no somos mayoría. Y, sin embargo, somos muchos los uruguayos que no mas-camos vidrio y nos hemos negado a tragarnos la propaganda del poder. El poder es tan generoso, proclama el poder, que no sólo perdona a los torturadores, antes de juzgarlos: perdona a los torturado-res y también perdona a los torturados. Así, pone un signo de igual entre el verdugo y la víctima, entre el torturado y el torturador. Es la falacia de las dos amnistías. ¿Cuántos fueron los torturados mientras duró la larga guerra de la dictadura militar contra el país? ¿Un torturado cada cincuenta ciudadanos? ¿O uno cada ochenta? ¿Tupamaros o gente que pecaba discrepando, o dudando, o simplemente res-pirando? El propio teniente general Medina, ministro de Defensa, reconoce que hubo torturas, y no lo lamenta. "Hubo apremios", confiesa; pero dice que peor es la muerte, al fin y al cabo.
A una buena parte de los uruguayos no nos parece bien que no haya habido ni un solo procesado, ni un solo condenado, entre todos los heroicos compatriotas que en las cámaras de tormento libraron, pi-cana eléctrica en mano, la Tercera Guerra Mundial contra el comunismo y demás dragones de la mal-dad. No ha habido proceso ni condenas, y tampoco los habrá, de acuerdo con el resultado del plebisci-to. "Los torturadores me ponen verde", garabateó alguna mano anónima en un muro de Montevideo. Muchos nos sentimos expresados por esa frase. No somos la mitad más uno: pero tampoco somos cuatro gatos.
Los jóvenes y las mujeres
Yo tengo la sospecha, la casi certeza, de que otro gallo hubiera cantado si hubieran podido votar los uruguayos que viven afuera. Son una multitud, quién sabe cuántos y una multitud joven. No me parece nada democrático que ellos no tengan derecho a votar en las tierras, a veces muy lejanas, adonde han sido expulsados por un sistema que les niega trabajo y destino. Todo parece indicar que el voto juvenil fue, dentro de fronteras, abrumadoramente verde; pero el Uruguay es un país de viejos, que condena al exilio a los jóvenes que en su suelo nacen. La alta proporción de ancianos en las colas para votar, el lluvioso domingo 16, impresionó a los periodistas extranjeros. Eso les llamó la atención tanto como el no menos alto grado de madurez cívica que todos demostramos.
El movimiento por el voto verde mostró, desde su origen, una juvenil capacidad de audacia y de ale-gría. Integrado por gentes de todas las edades y de todas las ideas, fue desde el pique irremediable-mente joven, por militancia y vocación, y al ritmo de "La Bamba" hizo bailar al Uruguay. Y por si eso fuera poca herejía, nació de un grupo de mujeres y fue por ellas conducido. En este reino del machis-mo donde las mujeres son un cero a la izquierda, donde no hay ninguna diputada, ninguna senadora, un puñado de mujeres ha sacudido a fondo la modorra colectiva Ellas son el equivalente nacional de las madres y las abuelas de Plaza de Mayo, o de aquellas mujeres de las minas bolivianas que con su huelga de hambre voltearon, hace una década, a la dictadura militar de Bolivia.
El país verde todavía no es mayoría, pero llegó para quedarse. Eso creo, eso espero. El país gris tra-baja para los militares que lo vigilan y los bancos que la vacían, y esta organizado para el desaliento de la imaginación creadora. Es viejo y melancólico y parece resignado a ignorar que el miedo miente. Pero ahora este país gris tiene un país verde en la barriga. (Brecha, 21 de abril de 1989)
Historia de la música - Eduardo Galeano
Apolo, sol de los griegos, era el dios de la música.
El había inventado la lira, que humillaba a las flautas, y pulsando la lira transmitía a los mortales los secretos de la vida y de la muerte.
Uno de sus hijos descubrió que las cuerdas de tripa de buey sonaban mejor que las cuerdas de lino. Cambió el cordaje de la lira de Apolo, y le ofreció esa sorpresa.
A solas con su lira, Apolo acarició el regalo de su hijo. Hizo vibrar las nuevas cuerdas y confirmó que eran más melodiosas.
Entonces, el dios celebró el progreso. Se regaló la boca con néctar de ambrosía, alzó su arco de gue-rra, salió a los prados del Olimpo, apuntó al hijo y desde lejos le partió el pecho de un flechazo.
SOBRE CUBA 2003
Cuba duele - Eduardo Galeano - BRECHA - 11de abril de 2003
Las prisiones y los fusilamientos en Cuba son muy buenas noticias para el superpoder universal, que está loco de ganas de sacarse de la garganta esta porfiada espina. Son muy malas noticias, en cam-bio, noticias tristes que mucho duelen, para quienes creemos que es admirable la valentía de ese país chiquito y tan capaz de grandeza, pero también creemos que la libertad y la justicia marchan juntas o no marchan.
Tiempo de muy malas noticias: por si teníamos poco con la alevosa impunidad de la carnicería de Irak, el gobierno cubano comete estos actos que, como diría don Carlos Quijano, "pecan contra la esperan-za".
Rosa Luxemburg, que dio la vida por la revolución socialista, discrepaba con Lenin en el proyecto de una nueva sociedad. Ella escribió palabras proféticas sobre lo que no quería. Fue asesinada en Ale-mania, hace 85 años, pero sigue teniendo razón: "La libertad sólo para los partidarios del gobierno, só-lo para los miembros de un partido, por numerosos que ellos sean, no es libertad. La libertad es siem-pre libertad para el que piensa diferente". Y también: "Sin elecciones generales, sin una libertad de prensa y una libertad de reunión ilimitadas, sin una lucha de opiniones libres, la vida vegeta y se mar-chita en todas las instituciones públicas, y la burocracia llega a ser el único elemento activo".
El siglo XX, y lo que va del XXI, han dado testimonio de una doble traición al socialismo: la claudica-ción de la socialdemocracia, que en nuestros días ha llegado al colmo con el sargento Tony Blair, y el desastre de los estados comunistas convertidos en estados policiales. Muchos de esos estados se han desmoronado ya, sin pena ni gloria, y sus burócratas reciclados sirven al nuevo amo con patético en-tusiasmo.
La revolución cubana nació para ser diferente. Sometida a un acoso imperial incesante, sobrevivió como pudo y no como quiso. Mucho se sacrificó ese pueblo, valiente y generoso, para seguir estando de pie en un mundo lleno de agachados. Pero en el duro camino que recorrió en tantos años, la revo-lución ha ido perdiendo el viento de espontaneidad y de frescura que desde el principio la empujó. Lo digo con dolor. Cuba duele.
La mala conciencia no me enreda la lengua para repetir lo que ya he dicho, dentro y fuera de la isla: no creo, nunca creí, en la democracia del partido único (tampoco en Estados Unidos, donde hay un partido único disfrazado de dos), ni creo que la omnipotencia del Estado sea la respuesta a la omnipo-tencia del mercado.
Las largas condenas a prisión son, creo, goles en contra. Convierten en mártires de la libertad de ex-presión a unos grupos que abiertamente operaban desde la casa de James Cason, el representante de los intereses de Bush en La Habana. Tan lejos había llegado la pasión libertadora de Cason que él mismo fundó la rama juvenil del Partido Liberal Cubano, con la delicadeza y el pudor que caracterizan a su jefe.
Actuando como si esos grupos fueran una grave amenaza, las autoridades cubanas les han rendido homenaje, y les han regalado el prestigio que las palabras adquieren cuando están prohibidas.
Esta "oposición democrática" no tiene nada que ver con las genuinas expectativas de los cubanos ho-nestos. Si la revolución no le hubiera hecho el favor de reprimirla, y si en Cuba hubiera plena libertad de prensa y de opinión, esta presunta disidencia se descalificaría a sí misma. Y recibiría el castigo que merece, el castigo de la soledad, por su notoria nostalgia de los tiempos coloniales en un país que ha elegido el camino de la dignidad nacional.
Estados Unidos, incansable fábrica de dictaduras en el mundo, no tiene autoridad moral para dar lec-ciones de democracia a nadie. Sí podría dar lecciones de pena de muerte el presidente Bush, que siendo gobernador de Texas se proclamó campeón del crimen de Estado firmando 152 ejecuciones.
Pero las revoluciones de verdad, las que se hacen desde abajo y desde adentro como se hizo la revo-lución cubana, ¿necesitan aprender malas costumbres del enemigo que combaten? No tiene justifica-ción la pena de muerte, se aplique donde se aplique.
¿Será Cuba la próxima presa en la cacería de países emprendida por el presidente Bush? Lo anunció su hermano Jeb, gobernador del estado de Florida, cuando dijo: "Ahora hay que mirar al vecindario", mientras la exiliada Zoe Valdés pedía a gritos, desde la televisión española, "que le metan un bomba-zo al dictador". El ministro de Defensa, o más bien de Ataques, Donald Rumsfeld, aclaró: "Por ahora, no".
Parece que el peligrosímetro y el culpómetro, las maquinitas que eligen víctimas en el tiro al blanco universal, apuntan, más bien, hacia Siria. Quién sabe. Como dice Rumsfeld: por ahora.
Creo en el sagrado derecho a la autodeterminación de los pueblos, en cualquier lugar y en cualquier tiempo. Puedo decirlo, sin que ninguna mosca me atormente la conciencia, porque también lo dije pú-blicamente cada vez que ese derecho fue violado en nombre del socialismo, con aplausos de un vasto sector de la izquierda, como ocurrió, por ejemplo, cuando los tanques soviéticos entraron en Praga, en 1968, o cuando las tropas soviéticas invadieron Afganistán, a fines de 1979.
Son visibles, en Cuba, los signos de decadencia de un modelo de poder centralizado, que convierte en mérito revolucionario la obediencia a las órdenes que bajan, "bajó la orientación", desde las cumbres.
El bloqueo, y otras mil formas de agresión, bloquean el desarrollo de una democracia a la cubana, ali-mentan la militarización del poder y brindan coartadas a la rigidez burocrática. Los hechos demuestran que hoy es más difícil que nunca abrir una ciudadela que se ha ido cerrando a medida que ha sido obligada a defenderse. Pero los hechos también demuestran que la apertura democrática es, más que nunca, imprescindible. La revolución, que ha sido capaz de sobrevivir a las furias de 10 presidentes de Estados Unidos y de 20 directores de la CIA, necesita esa energía, energía de participación y de di-versidad, para hacer frente a los duros tiempos que vienen.
Han de ser los cubanos, y sólo los cubanos, sin que nadie venga a meter mano desde afuera, quienes abran nuevos espacios democráticos, y conquisten las libertades que faltan, dentro de la revolución que ellos hicieron y desde lo más hondo de su tierra, que es la más solidaria que conozco.
Hasta aquí he llegado - José Saramago - El País, Madrid 14 de marzo de 2003
Hasta aquí he llegado. Desde ahora en adelante Cuba seguirá su camino, yo me quedo. Disentir es un derecho que se encuentra y se encontrará inscrito con tinta invisible en todas las declaraciones de de-rechos humanos pasadas, presentes y futuras. Disentir es un acto irrenunciable de conciencia.
Puede que disentir conduzca a la traición, pero eso siempre tiene que ser demostrado con pruebas irrefutables. No creo que se haya actuado sin dejar lugar a dudas en el juicio reciente de donde salie-ron condenados a penas desproporcionadas los cubanos disidentes. Y no se entiende que si hubo conspiración no haya sido expulsado ya el encargado de la Sección de Intereses de EE UU en La Ha-bana, la otra parte de la conspiración. Ahora llegan los fusilamientos.
Secuestrar un barco o un avión es crimen severamente punible en cualquier país del mundo, pero no se condena a muerte a los secuestradores, sobre todo teniendo en cuenta que no hubo víctimas. Cuba no ha ganado ninguna heroica batalla fusilando a esos tres hombres, pero sí ha perdido mi confianza, ha dañado mis esperanzas, ha defraudado mis ilusiones. Hasta aquí he llegado.
Yo disiento - Iosu Perales - Rebelión
Con la fuerza de la sencillez que emana de las convicciones, yo disiento. Más de cuarenta años des-pués una revolución no puede acudir a la pena de muerte para disuadir a la delincuencia por un lado y a los disidentes políticos por otro. Lo que es comprensible en los primeros tiempos de un cambio polí-tico radical no puede convertirse en leyes y conductas de gobierno. No debemos ser como ellos. Si somos como los que matan legalmente en Texas, ¿de qué nuevo mundo estamos hablando?
La pena de muerte es una desgracia en todas partes. Pero duele más en un país que es fuente de inspiración moral en tantas cosas. Como medida contra la delincuencia es un error. Más pronto que tarde nuevos balseros intentarán llegar a Miami. Como aviso a la disidencia política, estas ejecuciones servirán para la acumulación de nuevos odios secretos contra el gobierno revolucionario. Como desa-fío a Estados Unidos no es más que fuego de artificio, una respuesta gratuita. Los pueblos pequeños necesitan más que otros el uso de la inteligencia, sobre todo contra una fuerza poderosa; desabro-charse la camisa y enseñar pecho es una tontería. Lo cierto es que Estados Unidos y sus aliados, to-dos ellos criminales de guerra, han encontrado una bolsa de oxígeno en la decisión del gobierno cu-bano. Esto si que es un activo claro a favor del imperialismo. Desde la solidaridad con Cuba, con la de-fensa de su soberanía, disiento profundamente: por ética, por principios políticos, y porque creo que otro mundo es posible.
Tres fusilados en Cuba - Heinz Dieterich Steffan - Rebelión
El fusilamiento de Lorenzo Copello Castillo, Bárbaro Sevilla García y Jorge Luis Martínez Isaad, "los tres principales, más activos y brutales jefes de los secuestradores" de una lancha cubana, el viernes 11 de abril, 2003, ha desplazado momentáneamente la agresión estadounidense en Irak de las prime-ras planas periodísticas latinoamericanas y desatado una intensa discusión entre amigos y enemigos de la revolución. Las ejecuciones plantean tres dimensiones diferentes de discusión: la ética, la legal y la pragmática. La primera se refiere a la legitimidad o justificabilidad de la pena de muerte. Yo perso-nalmente, es decir, como científico materialista y humanista, estoy en contra de la pena capital, en cualquier circunstancia y por cualquier entidad, sea en tiempos de guerra o de paz; sea por un Estado laico, un ente teocrático, un sujeto social o un individuo. Esta posición se basa en tres argumentos. En el aspecto moral considero que ningún ente en el mundo tiene la autoridad para quitarle la vida a otra persona aunque haya cometido crímenes graves. El legítimo derecho de la comunidad de protegerse del abuso del poder, no confiere, a mi juicio, la facultad de matar a otros seres humanos. El segundo argumento es de realpolitik. Ninguna investigación criminológica ha podido demostrar que la pena de muerte evite determinados tipos de crímenes violentos o que reduzca la tasa de criminalidad. No hay evidencia científica para sostener la tesis de que la pena de muerte impide determinados crímenes. No hay correlación estadística positiva entre ambos fenómenos. Las razones que explican esa falta de co-rrelación son obvias. Muchos crímenes violentos son crímenes emotivos, que no se realizan sobre un frío cálculo de costo-beneficio del delito. Y aquellos crímenes violentos, que son planificados racional-mente, parten del supuesto de los delincuentes de que escaparán a la justicia. Este supuesto, que es la base de todos los crímenes "racionales", anula el efecto disuasivo de la pena de muerte. El tercer argumento consiste en que toda justicia humana es falible y que, por lo tanto, aún las mejores inten-ciones y procedimientos de justicia no pueden excluir la ejecución de inocentes. La irreversibilidad de la pena capital hace imposible la corrección de esos errores, tal como vemos actualmente en la libera-ción de muchos condenados, por los nuevos métodos de análisis de ADN. La decisión ética sobre la pena capital, la tiene que tomar cada persona por si misma, porque uno es sólo responsable de sus propios actos. Hay, por supuesto, perfiles nacionales muy diferentes sobre este problema, según las idiosincrasias culturales de cada lugar. Mis discusiones con mis amigos cubanos me han enseñado que muchos ciudadanos de este país consideran la pena de muerte legítima. La dimensión legal de las ejecuciones es más fácil de discutir que la moral, porque se reduce a la pregunta de que si el procedi-miento del juicio sumario utilizado en este caso, está amparado en la legislación del país. Se complica, sin embargo, cuando se introduce la relación entre el derecho nacional y el internacional en el debate, dado que lleva directamente a la discusión de la soberanía nacional frente al Estado global, en tiem-pos de la intervención militar de Estados Unidos en Irak. La tercera dimensión del problema es la pragmática, es decir, la interrogante acerca de que si los tres fusilamientos le benefician o perjudican a la revolución cubana. Y en esta discusión hay que tomar en cuenta tres aspectos metodológicos que son fundamentales para la calidad del juicio al que tal discusión conduce. El primer aspecto metodoló-gico se refiere al status lógico de todo juicio, acerca de lo conveniente o inconveniente del procedi-miento usado por las autoridades cubanas. Todo enunciado que afirma la conveniencia de las ejecu-ciones para la causa cubana, al igual que todo enunciado que sostiene que son contraproductivas, es hipotético, porque se refiere a un escenario empírico del futuro. En este sentido, ninguno de los dos tiene, a priori, la razón. Sólo en el futuro se verá lo acertado o lo equivocado de la medida. El segundo aspecto metodológico atañe a la base de información que tienen las autoridades cubanas sobre esos secuestros, cual parte de una conspiración estadounidense para preparar condiciones de intervención militar en la isla. El lector común no dispone de esta información. Y recordamos, que la calidad de un diagnóstico depende tanto de los procedimientos y de la capacidad de análisis del sujeto investigador, como de la cantidad y calidad de los datos disponibles. La gravedad de la conspiración y sus tiempos de implementación no son de nuestro dominio de conocimiento, pero probablemente sí del de las auto-ridades cubanas. El tercer factor metodológico se refiere a la calidad del analista. Y, en este aspecto, no hay duda. Fidel Castro es uno de los mejores analistas estratégicos del mundo, con una gran inteli-gencia, una enorme capacidad de síntesis de lo esencial, una amplia cultura general, una aguda com-prensión del vector tiempo, una extraordinaria experiencia de vida, una asombrosa capacidad para ha-cer alianzas y una voluminosa base de datos. Todos estos factores garantizan que la decisión de las ejecuciones, que es una decisión de rupturas, no de alianzas, fue tomada en pleno conocimiento del costo político que iba a tener en la opinión pública mundial. Entre otros: a) la condena de Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (ONU); b) una violenta campaña propagan-dística del imperialismo estadounidense para distraer de sus crímenes en Irak, secundada por el impe-rialismo europeo y sus gobiernos lacayos latinoamericanos; y, c) un bonus propagandístico para Was-hington, en su preparación psicológica de una intervención militar en Cuba. Este costo político de los fusilamientos para el gobierno cubano es muy alto. La pregunta es, ¿ por qué Fidel estuvo dispuesto a pagarlo? La respuesta sumaria es clara: el no haberlo hecho, hubiera significado un costo político ma-yor. ¿Y cual hubiera sido? Enfrentarse en condiciones más desfavorables aún para Cuba, a la conspi-ración del imperio. En el momento del secuestro, el microdrama del crimen ya estaba indisolublemente vinculado a los preparativos propagandísticos de la agresión militar estadounidense contra Cuba. De hecho, no importa si los secuestradores tenían conciencia del papel que estaban jugando en la política mundial o si involuntariamente habían entrado en una trama mayor fuera de su control y competencia, al modo de la tragedia griega; objetivamente se habían convertido en lo que los militares estadouni-denses llaman, una "base avanzada de operaciones" de los preparativos bélicos de Washington contra Cuba. Las declaraciones de altos funcionarios estadounidenses, incluyendo a su embajador en la Re-pública Dominicana y el hermano del presidente, el gobernador de La Florida, Jeb Bush, en el sentido de que después del "éxito" en Irak, Washington debe acabar con el "régimen cubano"; la reducción drástica de las visas para cubanos que quieren emigrar y la política provocadora del jefe de la Sección de Intereses de Washington en La Habana, James Cason, habían llevado a la conclusión en La Haba-na que Washington había iniciado la construcción de la logística para la intervención bélica. En una palabra, que la agresión había comenzado ya. El fusilamiento de los secuestradores, al igual que la anterior detención y las drásticas condenas contra la quinta columna de "periodistas independientes" en Cuba, tenían, por lo tanto, un claro fin: arrebatarle al enemigo la iniciativa estratégica y pelear la guerra en los términos de Cuba, no los del agresor. Si la invasión a Irak era un claro "mensaje para Cuba", como dice Washington, Fidel le envió un mensaje no menos claro a los neofascistas en la Casa Blanca y en La Florida: Ustedes han declarado la guerra y los primeros de sus soldados han caído. Si siguen la guerra de agresión, sus tropas de intervención pagarán un alto precio en vidas humanas. Pá-renla, antes de que sea demasiado tarde. Si esta estrategia puede detener los planes de los neofas-cistas, no se sabe. Pero, en toda guerra, tanto la social como la convencional, los contendientes procu-ran que los muertos los ponga el otro lado. Porque, esta es la apocalíptica esencia de la victoria en una guerra. Ojalá, que el establishment estadounidense entienda que en Cuba se enfrenta a uno de los mayores estrategas militares de la historia y no a un inepto burócrata con ínfulas de estratega mili-tar, como en Irak. Ojalá, que sepan descifrar el trágico mensaje de los fusilamientos, para que no haya más derramamiento de sangre.
La guerra infinita de Fidel - Emir Sader - Servicio Informativo "alai-amlatina"
El gobierno cubano demostró, por la forma de reaccionar a las provocaciones del encargado de nego-cios de los Estados Unidos en la Isla, que hizo una lectura detenida de la nueva doctrina norteameri-cana de seguridad, de su aplicación en el caso de Irak y que reaccionó directamente en función de esas condiciones al sancionar de forma tan rápida y severa a los disidentes internos. Al actuar de esa manera, Fidel Castro está enviando de vuelta un mensaje a Washington: si quisieran actuar contra Cuba como lo hicieron contra Irak y amenazan hacerlo contra Siria, no encontrarán dentro del país al-go similar al papel desempeñado por los kurdos o por la Alianza del Norte en la invasión de Afganistán y que tendrán que enfrentar algo mucho más parecido a lo de Vietnam que de los países del Medio Oriente. Menos desplantes -como los de Saddam- y más acción, sería la respuesta cubana a las nue-vas condiciones internacionales después de la guerra de Irak. Hace pocos años atrás, el gobierno cu-bano también reaccionó de manera rápida y violenta a la tentativa de una avioneta de aterrizar en Cu-ba y lanzar panfletos con tesis opositoras.
Antes ya había igualmente enviado el mensaje de que los que quisieran intentar desestabilizar el go-bierno cubano no se quedarían en las cárceles como referencia para la campaña internacional contra Cuba, ni podrían nutrir la ilusión de que el régimen pudiese caer - al estilo de aquellos de Europa Oriental- y esos personajes pudiesen salir de la prisión para protagonizar la política post-revolucionaria. Desde que se configuró la crisis de la URSS y que Cuba se dio cuenta que no iba a poder contar con la protección soviética, frente a la mayor potencia bélica de la historia de la humani-dad situada a 90 millas de sus costas, asumió la actitud que da continuidad ahora, en el caso del pro-ceso de militares acusados de complacencia con el narcotráfico, que llevó a la ejecución, entre otros de Arnaldo Ochoa. La postura de Saramago da la impresión que fuese algo nuevo en el comporta-miento del gobierno cubano. Se puede perfectamente discutir y condenar, pero no considerar que sea un elemento nuevo, que justifique un cambio de actitud en relación a Cuba, porque en ese aspecto el gobierno cubano siempre fue coherente con su actitud. Fidel asume la contrapartida cubana de la gue-rra infinita. Saben que está en los guiones del gobierno norteamericano, que son, junto a los vietnami-tas, los únicos que consiguieron imponer derrotas a los Estados Unidos y que siguen siendo una espi-na en la garganta de Washington. Al final, ya pasaron 10 presidentes en los Estados Unidos, así como tantos anuncios del fin del régimen cubano, que ellos saben que falta alguien en el eje del mal de Bush y por eso se previenen de la forma que les parece mejor.
LAS GUERRAS MIENTEN
Por EDUARDO GALEANO
ALTERCOM
«- Pero el motivo... –indagó el señor Duval–. Un hombre no mata por nada. —¿El motivo? –contestó Ellery, encogiéndose de hombros–. Usted ya conoce el motivo.» Ellery Queen. Aventuras en la Mansión de las Tinieblas.
Las guerras dicen que ocurren por nobles razones: la seguridad internacional, la dignidad nacional, la democracia, la libertad, el orden, el mandato de la civilización o la voluntad de Dios.
Ninguna tiene la honestidad de confesar: «Yo mato para robar».
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No menos de tres millones de civiles murieron en el Congo a lo largo de la guerra de cuatro años que está en suspenso desde fines de 2002.
Murieron por el coltan, pero ni ellos lo sabían. El coltan es un mineral raro, y su raro nombre designa la mezcla de dos raros minerales llamados columbita y tantalita. Poco o nada valía el coltan, hasta que se descubrió que era imprescindible para la fabricación de teléfonos celulares, naves espaciales, computadoras y misiles; y entonces pasó a ser más caro que el oro.
Casi todas las reservas conocidas de coltan están en las arenas del Congo.
Hace más de cuarenta años, Patricio Lumumba fue sacrificado en un altar de oro y diamantes. Su país vuelve a matarlo cada día. El Congo, país pobrísimo, es riquísimo en minerales, y ese regalo de la naturaleza se sigue convirtiendo en maldición de la historia.
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Los africanos llaman al petróleo «mierda del Diablo».
En 1978 se descubrió petróleo en el sur de Sudán. Siete años después, se sabe que las reservas llegan a más del doble, y la mayor cantidad yace al oeste del país, en la región de Darfur.
Allí ha ocurrido recientemente, y sigue ocurriendo, otra matanza. Muchos campesinos negros, dos millones según algunas estimaciones, han huido o han sucumbido, por bala, cuchillo o hambre, al paso de las milicias árabes que el gobierno respalda con tanques y helicópteros.
Esta guerra se disfraza de conflicto étnico y religioso entre los pastores árabes, islámicos, y los labriegos negros, cristianos y animistas. Pero ocurre que las aldeas incendiadas y los cultivos arrasados estaban donde ahora empiezan a estar las torres petroleras que perforan la tierra.
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La negación de la evidencia, injustamente atribuida a los borrachos, es la más notoria costumbre del presidente del planeta, que gracias a Dios no bebe una gota.
Él sigue afirmando, un día sí y otro también, que su guerra de Irak no tiene nada que ver con el petróleo.
«Nos han engañado ocultando información sistemáticamente», escribía desde Irak, allá por 1920, un tal Lawrence de Arabia: «El pueblo de Inglaterra ha sido llevado a Mesopotamia para caer en una trampa de la que será difícil salir con dignidad y con honor».
Yo sé que la historia no se repite; pero a veces dudo.
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¿Y la obsesión contra Chávez? ¿Nada tiene que ver con el petróleo de Venezuela esta frenética campaña que amenaza matar, en nombre de la democracia, al dictador que ha ganado nueve elecciones limpias?
Y los continuos gritos de alarma por el peligro nuclear iraní, ¿nada tienen que ver con el hecho de que Irán contenga una de las reservas de gas más ricas del mundo? Y si no, ¿cómo se explica eso del peligro nuclear? ¿Fue Irán el país que descargó las bombas nucleares sobre la población civil de Hiroshima y Nagasaki?
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La empresa Bechtel, con sede en California, había recibido en concesión, por 40 años, el agua de Cochabamba. Toda el agua, incluyendo el agua de las lluvias. No bien se instaló, triplicó las tarifas. Una pueblada estalló, y la empresa tuvo que irse de Bolivia.
El presidente Bush se apiadó de la expulsada, y la consoló otorgándole el agua de Irak.
Muy generoso de su parte. Irak no sólo es digno de aniquilación por su fabulosa riqueza petrolera: este país, regado por el Tigris y el Éufrates, también merece lo peor porque es la más rica fuente de agua dulce de todo el Oriente Medio.
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El mundo está sediento. Los venenos químicos pudren los ríos y las sequías los exterminan, la sociedad de consumo consume cada vez más agua, el agua es cada vez menos potable y cada vez más escasa. Todos lo dicen, todos lo saben: las guerras del petróleo serán, mañana, guerras del agua.
En realidad, las guerras del agua ya están ocurriendo.
Son guerras de conquista, pero los invasores no echan bombas ni desembarcan tropas. Viajan vestidos de civil estos tecnócratas internacionales que someten a los países pobres a estado de sitio y exigen privatización o muerte. Sus armas, mortíferos instrumentos de extorsión y de castigo, no hacen bulto ni meten ruido.
El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, dos dientes de la misma pinza, impusieron, en estos últimos años, la privatización del agua en 16 países pobres. Entre ellos, algunos de los más pobres del mundo, como Benín, Níger, Mozambique, Ruanda, Yemen, Tanzania, Camerún, Honduras, Nicaragua… El argumento era irrefutable: o entregan el agua o no habrá clemencia con la deuda ni préstamos nuevos.
Los expertos también tuvieron la paciencia de explicar que no hacían eso por desmantelar soberanías, sino por ayudar a la modernización de los países hundidos en el atraso por la ineficiencia del Estado. Y si las cuentas del agua privatizada resultaban impagables para la mayoría de la población, tanto mejor: a ver si así se despertaba por fin su dormida voluntad de trabajo y de superación personal.
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En la democracia, ¿quién manda? ¿Los funcionarios internacionales de las altas finanzas, votados por nadie?
A fines de octubre del año pasado, un plebiscito decidió el destino del agua en Uruguay. La gran mayoría de la población votó, por abrumadora mayoría, confirmando que el agua es un servicio público y un derecho de todos.
Fue una victoria de la democracia contra la tradición de impotencia, que nos enseña que somos incapaces de gestionar el agua ni nada; y contra la mala fama de la propiedad pública, desprestigiada por los políticos que la han usado y maltratado como si lo que es de todos fuera de nadie.
El plebiscito de Uruguay no tuvo ninguna repercusión internacional. Los grandes medios de comunicación no se enteraron de esta batalla de la guerra del agua, perdida por los que siempre ganan; y el ejemplo no contagió a ningún país del mundo.
Éste fue el primer plebiscito del agua y hasta ahora, que se sepa, fue también el último.
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Escribe Eduardo Galeano
Muros
El muro de Berlín era la noticia de cada día. De la mañana a la noche leíamos, veíamos, escuchábamos: el Muro de la Vergüenza, el Muro de la Infamia, la Cortina de Hierro…
Eduardo Galeano
Por fin, ese muro, que merecía caer, cayó. Pero otros muros han brotado, siguen brotando, en el mundo, y aunque son mucho más grandes que el de Berlín, de ellos se habla poco o nada.
Poco se habla del muro que Estados Unidos está alzando en la frontera mexicana, y poco se habla de las alambradas de Ceuta y Melilla.
Casi nada se habla del muro de Cisjordania, que perpetúa la ocupación israelí de tierras palestinas y de aquí a poco será quince veces más largo que el muro de Berlín.
Y nada, nada de nada, se habla del muro de Marruecos, que desde hace veinte años perpetúa la ocupación marroquí del Sahara occidental. Este muro, minado de punta a punta y de punta a punta vigilado por miles de soldados, mide sesenta veces más que el muro de Berlín.
¿Por qué será que hay muros tan altisonantes y muros tan mudos? ¿Será por los muros de la incomunicación, que los grandes medios de comunicación construyen cada día?
En julio de 2004 la Corte Internacional de Justicia de La Haya sentenció que el muro de Cisjordania violaba el derecho internacional y mandó que se demoliera. Hasta ahora, Israel no se ha enterado.
En octubre de 1975 la misma Corte había dictaminado: “No se establece la existencia de vínculo alguno de soberanía entre el Sahara occidental y Marruecos”. Nos quedamos cortos si decimos que Marruecos fue sordo. Fue peor: al día siguiente de esta resolución desató la invasión, la llamada “Marcha verde”, y poco después se apoderó a sangre y fuego de esas vastas tierras ajenas y expulsó a la mayoría de la población.
Y ahí sigue.
Mil y una resoluciones de las Naciones Unidas han confirmado el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui.
¿De qué han servido esas resoluciones? Se iba a hacer un plebiscito, para que la población decidiera su destino. Para asegurarse la victoria, el monarca de Marruecos llenó de marroquíes el territorio invadido. Pero al poco tiempo, ni siquiera los marroquíes fueron dignos de su confianza. Y el rey, que había dicho sí, dijo que quién sabe. Y después dijo no, y ahora su hijo, heredero del trono, también dice no. La negativa equivale a una confesión. Negando el derecho de voto, Marruecos confiesa que ha robado un país.
¿Lo seguiremos aceptando, como si tal cosa? ¿Aceptando que en la democracia universal los súbditos sólo podemos ejercer el derecho de obediencia?
¿De qué han servido las mil y una resoluciones de las Naciones Unidas contra la ocupación israelí de los territorios palestinos? ¿Y las mil y una resoluciones contra el bloqueo de Cuba?
El viejo proverbio enseña: “La hipocresía es el impuesto que el vicio paga a la virtud”.
El patriotismo es, hoy por hoy, un privilegio de las naciones dominantes.
Cuando lo practican las naciones dominadas, el patriotismo se hace sospechoso de populismo o terrorismo, o simplemente no merece la menor atención.
Los patriotas saharauis, que desde hace treinta años luchan por recuperar su lugar en el mundo, han logrado el reconocimiento diplomático de ochenta y dos países. Entre ellos, mi país, Uruguay, que recientemente se ha sumado a la gran mayoría de los países latinoamericanos y africanos.
Pero Europa no. Ningún país europeo ha reconocido a la República Saharaui. España tampoco. Éste es un grave caso de irresponsabilidad, o quizá de amnesia, o al menos de desamor. Hasta hace treinta años el Sahara era colonia de España, y España tenía el deber legal y moral de amparar su independencia.
¿Qué dejó allí el dominio imperial? Al cabo de un siglo, ¿a cuántos universitarios formó? En total, tres: un médico, un abogado y un perito mercantil. Eso dejó. Y dejó una traición. España sirvió en bandeja esa tierra y esas gentes para que fueran devoradas por el reino de Marruecos.
Desde entonces, el Sahara es la última colonia de África. Le han usurpado la independencia.
¿Por qué será que los ojos se niegan a ver lo que rompe los ojos?
¿Será porque los saharauis han sido una moneda de cambio, ofrecida por empresas y países que compran a Marruecos lo que Marruecos vende aunque no sea suyo?
Hace un par de años, Javier Corcuera entrevistó, en un hospital de Bagdad, a una víctima de los bombardeos contra Irak. Una bomba le había destrozado un brazo. Y ella, que tenía 8 años de edad y había sufrido 11 operaciones, dijo:
—Ojalá no tuviéramos petróleo.
Quizás el pueblo del Sahara es culpable porque en sus largas costas reside el mayor tesoro pesquero del océano Atlántico y porque bajo las inmensidades de arena, que tan vacías parecen, yace la mayor reserva mundial de fosfatos y quizá también hay petróleo, gas y uranio.
En el Corán podría estar, aunque no esté, esta profecía: “Las riquezas naturales serán la maldición de las gentes”.
Los campamentos de refugiados, al sur de Argelia, están en el más desierto de los desiertos. Es una vastísima nada, rodeada de nada, donde sólo crecen las piedras. Y sin embargo, en esas arideces, y en las zonas liberadas, que no son mucho mejores, los saharauis han sido capaces de crear la sociedad más abierta, y la menos machista, de todo el mundo musulmán.
Este milagro de los saharauis, que son muy pobres y muy pocos, no sólo se explica por su porfiada voluntad de ser libres, que eso sí que sobra en esos lugares donde todo falta: también se explica, en gran medida, por la solidaridad internacional.
Y la mayor parte de la ayuda proviene de los pueblos de España. Su energía solidaria, memoria y fuente de dignidad, es mucho más poderosa que los vaivenes de los gobiernos y los mezquinos cálculos de las empresas.
Digo solidaridad, no caridad. La caridad humilla. No se equivoca el proverbio africano que dice: “La mano que recibe está siempre debajo de la mano que da”.
Los saharauis esperan. Están condenados a pena de angustia perpetua y de perpetua nostalgia. Los campamentos de refugiados llevan los nombres de sus ciudades secuestradas, sus perdidos lugares de encuentro, sus querencias: El Aaiún, Smara…
Ellos se llaman “hijos de las nubes”, porque desde siempre persiguen la lluvia.
Desde hace más de treinta años persiguen, también, la justicia, que en el mundo de nuestro tiempo parece más esquiva que el agua en el desierto.
15/12/2004
POR EDUARDO GALEANO
Cosas raras
En el año 2002 Clint Mathis, estrella del fútbol de Estados Unidos, anunció que su selección iba a ganar el campeonato del mundo. Era lógico, era natural, como él explicó, porque nosotros somos el país líder en todo . El país líder en todo entró en octavo lugar.
En el fútbol ocurren cosas raras. En un mundo organizado para la cotidiana confirmación del poder de los poderosos, nada hay más raro que la coronación de los humillados y la humillación de los coronados; pero en el fútbol, a veces, esa rareza se da.
Sin ir más lejos, en el año 2004 un club palestino fue campeón de Israel, por primera vez en la historia, y por primera vez en la historia un club checheno fue campeón de Rusia. Y en la Olimpíada de Grecia, la selección de fútbol de Irak, en plena guerra, venció en varios partidos y llegó a disputar las semifinales del torneo, de sorpresa en sorpresa, contra todo pronóstico y contra toda evidencia, y fue la número uno en el fervor popular.
El club árabe Bnei Sakhnin y el club checheno Terek Grozny, flamantes campeones de Israel y de Rusia, tienen algunas cosas en común con la selección nacional de Irak.
Se trata de equipos que de alguna manera representan a pueblos que no tienen el derecho de ser lo que quieren ser, que padecen la maldición de vivir sometidos a banderas ajenas, despojados de su soberanía, bombardeados, humillados, empujados a la desesperación.
Y por si todo eso fuera poco, los tres son equipos modestos, desconocidos o casi, sin ningún jugador famoso, y pobres. En realidad, ni siquiera tienen estadio. Nunca juegan en casa, nunca son locatarios. Son equipos errantes, condenados a jugar en tierras extrañas y ante tribunas vacías. En la aldea de Sakhnin, en Galilea, nunca hubo un estadio ni cosa semejante, aunque el gobierno israelí lo ha prometido varias veces. El Terek jugaba en el estadio de Grozny, que está clausurado desde que los independentistas chechenos colocaron, allí, una bomba bajo la butaca del presidente impuesto por los rusos. Y en Irak sólo hay campos de batalla. Ya no quedan campos de fútbol. Las tropas de ocupación, que a esta altura han olvidado ya los pretextos de su invasión criminal, han convertido los espacios deportivos en hospitales o en cementerios. Donde estaba el estadio de Bagdad, hay ahora una base militar que alberga tanques de Estados Unidos. La selección iraquí entrenó en campos donde pastaban los rebaños de ovejas.
Un símbolo poderoso, un asunto misterioso: no se sabe por qué, aunque no faltan teorías, pero el hecho es que en el mundo de nuestro tiempo mucha gente encuentra en el fútbol el único espacio de identidad en el que se reconoce y el único en el que de veras cree. Sea como sea, por los motivos que sea, la dignidad colectiva tiene mucho que ver con el viaje de una pelota que anda por los caminos del aire.
Y no me refiero sólo a la comunión que el hincha celebra con su club cada domingo desde las tribunas del estadio, sino también, y sobre todo, al juego jugado en los potreros, en los campitos, en las playas, en los pocos espacios públicos todavía no devorados por la urbanización enloquecida. Enrique Pichon-Rivière, psiquiatra argentino, amoroso estudioso del dolor humano, había comprobado la eficacia del fútbol como terapia de las patologías derivadas del desprecio y de la soledad. Este deporte compartido, que se disfruta en equipo, contiene una energía que mucho puede ayudar a que aprendan a quererse los despreciados y a que se salven de la soledad los que parecen condenados a incomunicación perpetua.
Es muy reveladora, en este sentido, la experiencia en Australia y en Nueva Zelanda. Allí, las lenguas nativas no conocían la palabra “suicidio”, por la sencilla razón de que el suicidio no existía en la población aborigen. Al cabo de algunos siglos de racismo y marginación, la violenta irrupción de la sociedad de consumo y sus implacables valores han logrado que los indígenas elijan ahorcarse. En estos últimos años, sus niños y jóvenes han registrado los índices de suicidios más altos del mundo.
Ante ese panorama aterrador, de tan profundas raíces, de raíces tan rotas, no hay fórmulas mágicas de curación. Pero por algo coinciden los testimonios de la linda gente que trabaja contra la muerte. Son sorprendentes los resultados de esta terapia capaz de devolver los perdidos sentimientos de pertenencia y fraternidad: el deporte, y sobre todo el fútbol, es uno de los pocos lugares que brindan refugio a quienes no encuentran lugar en el mundo, y mucho contribuye al restablecimiento de los lazos solidarios rotos por la cultura del desvínculo que hoy por hoy manda en Australia, en Nueva Zelanda y en el mundo.
No es un milagro químico. Están dopados por el entusiasmo y la alegría. Mejor dicho: dopadas. Los 11 jugadores de cada equipo son mucho más que 11. Mejor dicho: las 11 jugadoras. En ellos, juega un gentío. Mejor dicho: en ellas. Estos son rituales de afirmación de los humillados. Mejor dicho: las humilladas.
Poquito a poco, el fútbol de las mujeres ha ido ganando un espacio en los medios dedicados a la difusión de ese deporte de machos para machos, que no sabe qué hacer con esta imprevista invasión de tantas señoras y señoritas.
A nivel profesional, el desarrollo del fútbol femenino encuentra, hoy por hoy, cierta resonancia. Pero no encuentra eco ninguno, o despierta ecos enemigos, en el juego que se practica por el puro placer de jugar.
En Nigeria, la selección femenina es un orgullo nacional. Disputa los primeros lugares en el mundo. Pero en el norte musulmán los hombres se oponen, porque el fútbol invita a las doncellas a la depravación. Pero terminan por aceptarlo, porque el fútbol es un pecado que puede otorgar fama y salvar a la familia de la pobreza. Si no fuera por el oro que promete el fútbol profesional, los padres prohibirían esas ropas indecentes impuestas por un satánico deporte que deja a las mujeres estériles, por lesión de juego o castigo de Alá.
En Zanzíbar y en Sudán, los hermanos varones, custodios del honor de la familia, castigan con palizas esta loca manía de sus hermanas que se creen hombres capaces de patear una pelota y que cometen el sacrilegio de descubrir el cuerpo. El fútbol, cosa de machos, niega a las mujeres campos de entrenamiento y de juego. Los hombres se niegan a jugar contra las mujeres. Por respeto a la tradición religiosa, dicen. Puede ser. Además, ocurre que cada vez que juegan, pierden.
En Bolivia, al otro lado del mar, no hay problema. Las mujeres juegan al fútbol, en los pueblos del altiplano, sin desnudar sus numerosas polleras. Se meten encima una camiseta de colores y ahí nomás se ponen a hacer goles. Cada partido es una fiesta. El fútbol es un espacio de libertad abierto a las mujeres llenas de hijos, abrumadas por el trabajo esclavo en la tierra y los telares, sometidas a las frecuentes palizas de sus maridos borrachos. Juegan descalzas. Cada equipo triunfante recibe de premio una oveja. El equipo derrotado, también. Estas mujeres silenciosas ríen a las carcajadas todo a lo largo del partido y después siguen muriéndose de la risa todo a lo largo del banquete. Festejan juntas, vencedoras y vencidas. Ningún hombre se atreve a meter la nariz.
(En Uruguay exclusivo para BRECHA.)
domingo, 29 de abril de 2007
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