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domingo, 29 de abril de 2007

DOLINA - CHARLA

FRAGMENTO DE LA CHARLA DE DOLINA

“(...)Y para terminar este catálogo, una historia no de obras acerca de la desventura sino de obras desventuradas. Leonardo Da Vinci fue, como dice Ortega, una enorme aspiración hacia lo imposible. Según parece los dioses persiguen a los que aspiran a realizar empresas demasiado altas, y como no pudieron domesticar a Leonardo mientras vivía, tal vez todavía hoy procuran ir borrando las huellas de sus obras para que no despierten en los hombres apetitos heroicos.
La verdad es que solo quedan siete obras pictóricas de Leonardo y solamente una esta mas o menos en buen estado. La Ultima Cena que esta ahí en el refectorio de Santa María de le Grazzie, perdió muy pronto su integridad. Detrás de la pared sobre la que se halla pintada había una cocina, el calor resecó la pintura y resquebrajó la superficie. Después alguien mandó a agrandar una puerta y esta mejora hizo desaparecer los pies de Jesús y de dos apóstoles. Mas tarde el refectorio fue almacén de pan y posteriormente hospedaje de soldados que se entretenían tirándole piedras a los apóstoles.
En 1720 Pelotis se encargó de repintarla con resultados mas bien melancólicos y en 1780 Mazza trató de restaurarla. Actualmente se hacen esfuerzos más bien inútiles para salvarla. Ya Danuncio le había compuesto un epitafio en su “o de per la morte de un capo lavoro”.
Otra gran composición de Leonardo fue La Batalla de Anguiari, que fue pintado en un muro del palacio Vecchio, ahí en Florencia. Parece que Leonardo había creado el óleo en lugar del fresco, pero el nuevo procedimiento exigía que se secaran a fuego los colores. Entonces Leonardo encendió ante el muro una fogata y en la parte inferior cercana a la llama los colores se fijaron satisfactoriamente, pero en la parte superior empezaron a chorrear. Un poco después ya no existía nada de la obra.
Hoy solo conocemos la copia que Rubens hizo del boceto de la obra, porque el boceto también se perdió. La Adoración de los Magos un gran proyecto ahí en la galería de los Uffizi esta apenas comenzada. El San Gerónimo tampoco pudo ser terminado y la Madonna de las Rocas que está en el Lourve todo está arruinado o perdido.
Nadie como Leonardo padeció el deseo endemoniado de querer superar los límites del hombre, quizo hacer milagros y no pudo. Fue ingeniero, matemático, arquitecto, pintor, escultor, astrónomo, botánico, filósofo, sonetista, guitarrero y jinete. Tenía pocos amigos, decían que era frío con la gente pero le gustaban los animales (no era muy simpático en verdad). Compraba pájaros enjaulados y los dejaba en libertad. No amó a las mujeres, ni fue amado por ellas. En verdad era un hombre apuesto pero carecía de un temperamento adecuado y la melancolía de sus figuras era su propia melancolía, su hastío, su descontento ante los límites del destino.
Y aquí volvemos otra vez a la relación y al motivo central de nuestra charla. Es seguro que existe una relación entre lo que un escritor cuenta y lo que le sucedió, entre el árbol que pinta Renoir y los acontecimientos de su vida e incluso entre la música y las penas de amor.
Lo que no hay es una relación mecánica, directa y susceptible de ser reducida a un código. La naturaleza de esas relaciones varía en cada caso, es misteriosa, admite mas de una interpretación y hasta puede ser enérgicamente negada por el propio autor.
Alguna vez este que habla pensó que si la desdicha y el arte estaban legítimamente casados era posible llegar a la creación ejercitándose en toda clase de desgracias. El aspirante a poeta debía construir su infortunio laboriosamente. Así debía proceder a enamorarse de mujeres poco convenientes, debía elegir amigos ladinos y mentirosos, emplearse en casas de comercio en las que se establecieran relaciones abusivas y debía confiar sus secretos a cualquier psicofanta. Y al cabo de algunos años estaba en condiciones de tomar una pluma y escribir prolijamente “canta diosa la venganza fatal de Aquiles de Peleo”.
Pero mis amigos me hicieron notar que si estos procedimientos eran eficaces nuestro país sería el Parnaso. La verdad es que acaso el artista no tenga la necesidad de salir a buscar desventuras. La desventura se le presenta a cada paso, pero no solo por la obvia abundancia de calamidades sino porque un artista ve lo que otros no ven, advierte los indicios de las realidades mas trágicas con pupila implacable, encuentra las señales (como decía Umberto Constantino). La misma sensibilidad que le permite hallar un verso conmovedor, el mismo don que le revela acordes de maravilla es el que lo condena a encontrar la pena más rápido que nadie.
Voy a tratar entonces finalmente de arrimarles una humilde ponencia acerca del arte y la desventura, hecha con ideas ajenas. Otro pequeño chalecito edificado con ladrillos del palacio de Nabbuco de Nosoro.
El finado Anaximandro hablaba de un universo en tensión, cuyo reposo era ya un cambio. Heráclito vino después a decir que el hombre estaba en el centro mismo de aquellas tensiones, el hombre es el lugar de encuentro de la guerra cósmica. Las cosas, decía Anaximandro, tienen una pena que cumplir, el destino del hombre es trágico. Pero no bien la pena se hace conciencia se transforma. El hombre es mortal pero la conciencia de su mortalidad lo hace libre y la libertad lo convierte en una posibilidad constante. El hombre se va a morir y es por eso que ama y es por eso que escribe poemas.
Niestche presenta al arte como la actividad propiamente metafísica del hombre, y nos enseña que solo como fenómeno estético está justificada la existencia del mundo.
Toda obra artística, queridos amigos, no es más que un juicio sobre el carácter mortal del hombre. El arte revela nuestra condición fundamental y esa condición es trágica, aquí está el vinculo. El arte es el hijo de la pena o mejor todavía, de la comprensión de la pena. El hombre desgarrado, el hombre solitario en un cosmos hostil, el hombre que paga culpas cósmicas que acaso no son de él, se lanza hacia delante por caminos de arte o de amor, se sale de sí mismo buscándose el otro, pero el ser del hombre contiene ya ese otro que el hombre quiere ser.
Machado decía que la amada es una con el amante no al final del proceso erótico sino en el principio. La amada ya está en nuestro ser como una sed o como una otredad. Y así la inspiración artística es esa voz extraña que saca al hombre de sí mismo, en dirección a todo lo que desea y el impulso de ese salto lo da una pena.
La pena, el arte, el amor, este es el fin de nuestro encuentro que tiene lugar en la misma esquina de siempre.”

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